SUEÑO DE JUVENTUD
E V A R I N A

 

         ¿Qué buscas esta mañana de azul cielo y cuando la primavera ya está vistiendo los campos con la música de las sonoras fuentes y con la sangre de las amapolas  tiernas que, llenas de rocío, se abren y para  ti  florecen en un dulce beso? ¿Qué buscas  tú, hermana mía, alma de mi sangre, por este suelo?

 

Pasan varios días; una tarde, a primera hora, desciendo por la ladera hacia el cortijo, busco la huerta de los granados, la atravieso, llego a la alberca, en su brocal, a  la sombra de las ramas del gran cerezo, me siento. Tengo conmigo el cuaderno y el bolígrafo para dedicar un rato a escribir. Es lo que me he propuesto pero ahora  que empiezo voy descubriendo que no es fácil; por momentos me dominan las emociones; se me amontonan en la mente, quieren salir todas a un tiempo. Las experiencias que he vivido en la cuidad ahora me hierven dentro, me roen el pensamiento, me torturan el alma, me estrujan el corazón; no me dejan en ningún momento.

 

Y  hoy, me siento enfadado contra Nieves, el símbolo de lo pijo, según dicen ellos. En estos momentos me digo que la odio, que la desprecio.  Y me digo que es una persona de poca categoría humana por sus tonturas, sus egoísmos y sus caprichos. Se ha comportado conmigo a lo salvaje, sin delicadeza, sin educación, sin respeto. Porque aunque sea más culta   y posea más dinero no es importante mientras no se haga sencilla, humana, pavesa con el viento y gota de rocío en la mañana y que refleje, sin adornos postizos ni trajes nuevos cada día, el sol que cada amanecer Dios nos regala.  Y por esto me digo que la odio y la poca consideración que ha tenido conmigo, porque yo, donde la luz del universo se hace eternidad y tengo mi llanto en cascada inmaculada, la quiero.

 

Contemplo la llanura hacia el río; por momentos crece en mí el deseo de superarme; voy a luchar con todas mis fuerzas para conseguir la fama, el éxito, el dinero. Me haré mucho más importante que ella; le demostraré mi inteligencia, la grandeza de mi corazón, le echaré en rostro su poco amor, su egoísmo y cuando ya sea importante y se acerque a mí, me digo que la despreciaré, la humillaré, para que vea que obró mal conmigo pero luego...

 

Al otro lado de la llanura, subiendo por el río, han construido una urbanización de casas de lujo; es casi un pueblo pequeño, con calles, antenas de tele, poste de luz, fuentes públicas. También en la falda del cerro, frente a la huelga, han levantado varios edificios modernos; algunos están casi rozando el huerto de las violetas que tan dentro llevo. Estas construcciones dan un aspecto nuevo al campo; por supuesto que no me esperaba esta nueva fisonomía, aunque en realidad ni me gusta ni me disgusta, porque, Dios mío, yo ahora y desde aquellos días ¿qué soy por aquí y qué tengo?

 

Y esta tarde está el cielo nublado, el viento en calma, la temperatura templada, cantan los ruiseñores y por el arroyuelo, se oye la corriente saltar por las piedras, a los rebaños de ovejas, cerca del río, se les ve comiendo su hierba y los gañanes, en la ladera este, labran la tierra. Estoy en mis pensamientos, distraído en el campo y la tarde y llorando mi dolor secreto, cuando de pronto oigo la voz de una persona a mis espaldas.

- ¡Hola!

Miro y frente a mí y de pie, la  veo.

- ¡Hola!

Le contesto.

- Me llamo Evarina ¿Puedo sentarme a tu lado?

- Sí que puedes y, además, lo quiero.

- Te he visto cruzar las tierras del campo en silencio y vengo a conocerte ¿Eres nuevo?

- No del todo pero soy, por aquí y ahora, nuevo aunque sea muy viejo.

- Nunca te he visto antes.

- Tampoco yo a ti.

- Vivo en este cortijo desde hace tres años.

- Bastante más hace que yo me fui de él pero tú ¿de dónde eres?

- Nací en la ciudad, no tengo padre, mi madre se llama Zarina y también vive en la ciudad pero se viene de vez en cuando a estas casas que tenemos enfrente donde ellos dicen tienen su recreo.

- Y hoy ¿dónde está?

- No lo sé; quizá en la ciudad. La veo de tarde en tarde; no me quiere mucho; cuando nací me dejó con un matrimonio sin hijos, los pastores de esta finca, que ella conocía y con esta familia he crecido y con ellos vivo ahora. Los dos son buenos, me aman pero desearía estar con mis  padres verdaderos porque los quiero.

- ¿Qué le pasó a tu padre?

- No lo sé, no lo conozco. Mi madre no está casada, nací cuando ella tenía dieciséis años y según me dice, de un juego.

- ¿Cuántos tienes ahora?

- Nueve

 

Evarina se ha sentado junto a mí. Enseguida me doy cuenta que tiene necesidad de cariño. Es bajita, con la cara algo redonda, los ojos negros, miradas melancólicas,  penetrantes, viva de voz y agradable y su pelo también es negro. Con interés la acojo a mi derecha. Me sorprende y al mismo tiempo me alegra, encontrarme una criatura como esta en este sitio. Parece inteligente. Le hago algunas preguntas y la dejo que hable. Como si me conociera de siempre, me cuenta todo lo que sabe de su vida, de su madre, del grupo, de su dolor chiquitito y de su endeble sueño.

 

Y al rato me pregunta:

- Y Tú ¿qué hacías aquí?

- Estaba mirando la tarde y pensando, mientras voy tras mis recuerdos y al mismo tiempo, estaba buscando un camino que vagamente adivino, iba por entre las laderas y el bosque que arranca del valle pero ahora, ya se habrá roto de viejo porque no lo veo.

- ¿Y éstos cuadernos?

- Es para escribir un libro.

 

Y me sigue haciendo preguntas. Se interesa, poco a poco, por todo lo mío, se alegra que haya venido, que esté escribiendo el libro y que nos hayamos visto esta tarde. Ya que el sol está cayendo por el horizonte y las colinas de los robles, me pide que me vaya con ella; desea presentarme a la familia con la que vive, le hago caso y atravesamos el huerto, llegamos al cortijo, saludo a los que hacen las veces de padres y me dicen que se alegran conocerme, que esté aquí, que me haya hecho amigo de Eva y por la noche me quedo en el cortijo con ellos. Al día siguiente Eva y yo, nos vamos a la huerta, bajamos al arroyo, atravesamos la llanura, nos sentamos en el río, nos divertimos con las cuatro cosas sencillas que nos ofrece la naturaleza que sí es bella y con la sencillez más transparente y el cielo, nos lo pasamos bien, nos hacemos buenos amigos, hablamos de muchas aventuras y de muchos sueños.

 

Y por la tarde me lleva a la parte alta del cortijo porque quiere enseñarme el edificio donde vive su madre; desde este lugar se ve. Me lo muestra diciendo:

- Mi madre, siempre que viene a este rincón, canta; se asoma al balcón de su casa, mira hacia el barrando y se pone a cantar. La he oído muchas veces y hay días que canta canciones tristes, modernas o antiguas; en otras ocasiones, sus cantos son alegres y también hay semanas que me paso el día entero esperando oírla cantar, es la señal para saber que ha venido y como la quiero...

- ¿Viene mucho por aquí?

- Los fines de semana con el grupo; alguna vez con sus padres; ella vive con sus padres y sus hermanas y el resto, sola, dice que como el viento.

- Me gustaría  conocerla.

- También yo lo deseo.

 

Y un poco después de esta conversación,  llueve menudamente y  la tarde es fría, oscura, incienso. También Eva está triste. Se lo noto en sus palabras; le salen bañadas de cierta pena. Pasado un rato, bajamos del rellano. Por la noche también me quedo con ella en el cortijo y al día siguiente por la mañana, en cuanto se levanta, viene a buscarme. Desayunamos juntos; la que hace las veces de su madre, la hermana Esperanza, está satisfecha con mi presencia y mi amistad con Eva; me lo dice durante la comida. Al final de ésta Eva busca unas tijeras de podar árboles y nos vamos al pequeño bosque que hay en la entrada del cortijo viejo.

- ¿Me ayudas a podar estos rosales?

Me pregunta  en un juego.

Los árboles son pequeños cipreses que han sembrado a un lado y otro del camino; les cortamos las puntas. Terminamos dos horas más tarde. Dejamos las tijeras, subimos por el camino que lleva a los fresnos, nos paramos en mitad de la ladera; desde aquí, entre las encinas, se ve la llanura, la colina, el río, al valle; hablo y le digo:

- En otros tiempos,  este valle fue muy triste. Cuando la guerra, lo arrasaron, lo llenaron de cenizas pero antes de eso, fue muy bello.  Tanto que yo te diría que mi Valle, fue lo más hermoso que Dios creo sobre este suelo.

- Y ahora ¿es que no es bello?

Me pregunta ella.

- Es cierto; da gusto sentarse en esta ladera y verlo ahí a nuestros pies; no hay otro gozo mayor; hasta el viento nos roza con la suavidad de un beso.

 

Me escucha; mira despacio las nubes que pasan, no dice nada. Por el camino baja una mujer; viene vestida de negro, trae un pañuelo liado a la cabeza. Al vernos se aparta de la senda, se acerca a nosotros, nos saluda. Junto a nosotros se queda un rato, nos cuenta que su marido está parado, que su hijo pequeño, el de los ojos azules, amigo de Eva, llora mucho y está triste.

- No sé qué hacer; en casa no hay ni pan ni dinero. Todo el mundo dice que en cuanto Andalucía tenga autonomía el problema del paro se solucionará, poro mientras tanto ¿qué hacemos nosotros?

Nos dice. Mira con ojos de melancolía, se le caen algunas lágrimas; Eva la consuela diciendo:

- Llégate al cortijo; como otras veces, te darán algo.

Y un rato después la mujer se va. Baja por el camino, la miramos; estamos preocupados por ella. La niña  me mira; en sus ojos leo que le duele lo de esta mujer y su hijo pequeño.

 

Me acuerdo, en estos momentos, de la gente que vive en las últimas casas del pueblo al lado norte. Todos los que aquí se amontona son pobres. Los niños están sucios, rotos, con trozos de pan en las manos; las casas  techadas con pedazos de lonas, chapas, monte, las calles llenas de barro, papeles, trapos, latas y por entre ellos y su miseria, vagan famélicos los perros.

- ¿Qué culpa tiene ella para sufrir esta privación?

Pregunta Eva.

- ¿La conoces de algo?

- Vive a la derecha del río, al final de una llanura en una cueva vieja y abandonada. Viene por aquí de vez en cuando para que le demos algo de comer. Si pudiera te aseguro que le ayudaría por encima de todo.

- También yo lo haría; mas siempre he pensado que mucho de este mal, tan abundante en nuestra región, se solucionaría con sólo amarnos los unos a los otros. El problema no es tanto ni de dinero ni de estructura política, sino también comprensión y amor, de justicia.

Eva no responde. Algo más tarde dejamos este lugar. Atravesamos la llanura plomiza de las rocas ásperas al lado norte. Conforme avanzamos por ella me habla diciendo:

- Aquí, en este rincón, la primavera pasada, el grupo de amigos donde está mi madre, organizó una misa. Estuve con ellos; fue precioso aquello.

 

No le contesto; miro la llanura, sigue hablando. Me cuenta que jugó con su madre, que el cielo estaba lleno de nubes, el campo de flores,  que algo después llovió reciamente y luego sólo gotitas menudas; me cuenta que se refugiaron debajo de los árboles y que dos horas más tarde, cuando las nubes se fueron, todo el campo se llenó de espeso olor a tierra mojada y el monte de rayos blancos de un sol nuevo. La escucho con interés. Se le sale el alma por la boca narrando sus recuerdos; llegamos  al otro lado de la llanura. Nos paramos en su borde. Ella sigue hablando, de lo mucho que este lago le gusta, de los buenos ratos que aquí ha vivido también en compañía del grupo. La observo; mira las aguas con entusiasmo, se separa de mí y corre por su orilla siguiendo su canto y su juego.

 

Y en estos momentos, por mi mente cruza un pensamiento. Eva es tan deliciosa que se parece al mismo sueño que llevo en lo hondo de mi alma, me pregunto por su madre, tengo ganas de conocerla. ¿Por qué le ha negado su amor a una criatura como esta? ¿Por qué no la quiere? ¿Por qué el mundo permite que sobre seres tan inocentes caiga un tan gran desprecio?.

 

Estoy en esta idea cuando veo que se acerca a mí, se sienta a mi lado y habla diciendo:

- Yo sé que las aguas limpias de este charco forman como la puerta de un mundo mucho más bello que este donde ahora vivimos; un mundo que aunque está aquí, al mismo tiempo no lo está. Siempre que he venido por esta curva del río, lo  veo y lo siento.

- ¡Espera!

Le digo pero no detiene su conversación.

- Puedo penetrar a través de estas aguas; no tirándome desde esta roca y zambulléndome en ellas; hablo de otra cosa. Puedo penetrar fundiéndome con este líquido sin dejar de ser lo que soy y llegar a ese otro mundo del que te hablo y sueño.

- ¿Cuál es la forma?

- Por ahora la desconozco pero sé que existe.

- Si lo sientes y lo crees es porque existe. ¿Quizá contemplándolo largo rato quietos y concentrados en el brillo y movimiento de este charco?

- Puede que sea así, o a lo mejor se trata de quedarse quietos en mente y cuerpo hasta alcanzar cierta altura en armonía y paz con el mismo centro.

- Quizá pudiera ser eso pero lo importante está en que tú sabes que el charco, sus aguas claras besando estas rocas, son puerta de algo. Esto es lo importante y bello.

 

Le digo. No hablamos más. Estoy algo sorprendido por su manera de expresar lo que siente, su serenidad, su misterio. Algo más tarde nos alejamos del lago que el río a cruzar remansa sereno, regresamos al cortijo. Soy feliz junto a Eva. Me he encontrado en estos campos algo que no esperaba; estoy contento. Eva es una niña deliciosa; no se parece a las demás personas que hasta hoy he conocido, tampoco a las niñas de la ciudad. Es otra cosa nueva. Su tristeza, su soledad, su dolor dulce, el deseo de tener cerca a su madre la hace diferente, o al menos, eso creo. 

 

Ahora ya me he quedado en el cortijo para siempre, o quizá para un tiempo que no tengo fijado. El encargado me ha pedido que trabaje en el  huerto; la idea me parece buena; así podré estar cerca de Eva, hablar con ella, verla siempre que lo desee y aprender  ¿quizá su juego?

- Acepto el trabajo con una condición.

Le digo.

- ¿Qué condición?

- Que no se me imponga ni se me marquen horas fijas; me encargo del huerto, de labrarlo, recolectar las cosechas; lo hago todo pero como quiera y a la hora que quiera. Es de decir: a mi modo y en la  libertad que necesito y sueño.

 

Ante esta proposición mía el encargado se me queda mirando extrañado y me responde diciendo:

- Tendré que consultarlo con el dueño.

Al día siguiente viene el dueño, un tal D. Fernando. Al enterarse de lo que pretendo me busca y me dice:

- Es la primera vez que alguien me propone condiciones como estas pero está bien; vamos a probar. Desde hoy, el huerto como si fuera tuyo; lo que produzca para mí y a cambio recibirás un sueldo. Haz lo que quieras y como te parezca que luego veremos.

 

El encargado está presente cuando cerramos el trato; no sale de su asombro, no acaba de comprender que yo vaya al huerto a trabajar cuando me parezca; todos lo que trabajan en la finca tienen jornadas de ocho horas; han de engancharse a una hora fija y terminar a otra hora fija. Lo mío no es así; es algo nuevo; él no podrá meterse conmigo en nada, no mandará en mí, no puede marcarme ninguna tarea ni obligarme, haré mi trabajo en libertad. Hoy, aún no he comenzado.

 

Son las doce de la mañana; ha transcurrido una semana desde la tarde que conocí a Eva; estoy sentado bajo las encinas que miran hacia el arroyo del  huerto por detrás del cortijo; tengo conmigo los cuadernos, intento escribir; desde el día en que comencé hasta hoy, la ilusión crece en mí, sueño en el libro, tengo ganas de verlo construido, será importante para mí, porque, además, mi libro no se  parecerá al de tantos; sé que será algo nuevo, original, bello, como mi único amigo, mi propio hijo, la perpetuidad de mi existencia; por esto ha de ser por completo diferente. Hay muchos en este mundo que escriben su libro cuando ya están acabados; yo aún no estoy quemado; escribo mi libro porque deseo vivir, por la necesidad de vida y la urgencia de transmitir lo que me arde dentro.

 

Veo a un muchacho que sube por el camino; viene desde las casas de lujo.  Es alto, rubio, con gafas, barbas también rubias. Al llegar a mi altura me saluda; sus modales intentan ser corteses, finos; me pregunta por Eva.

- Creo que está en el cortijo.

- Vengo a saludarla; le traigo noticias de su madre.

- ¿Eres de los del grupo?

- ¿Por qué lo preguntas?

- Eva me ha hablado de vosotros.

 

La oigo, en estos momentos, llamándome; sale del cortijo, se viene hacia el  huerto, le contesto, veo que corre hacia mí, antes de llegar exclama en un vuelo:

- ¡Hola Rafa!

Se abraza al muchacho. Este la besa, la acaricia.

- ¿Y mamá?

Pregunta enseguida.

- Venía a decirte que esta semana no vendrá.

- ¿Qué le pasa?

- Ayer organizó una comilona con unos amigos y se fue a un cortijo de la campiña; allí estuvo todo el día. Cuando nos despedimos nos dijo que hoy vendría pero cuando esta mañana fuimos a recogerla estaba en la cama; su padre nos dijo que no podía levantarse. Por la noche se fue de discotecas en compañía de los amigos; luego, a las dos de la madrugada, se comió un cocido. Así que hoy estaba que no podía con su cuerpo.

 

Miro a Eva mientras oigo el relato del muchacho; veo que se entristece; quiere hablar; no puede, noto que sufre, me da pena, el muchacho sigue diciendo:

- No te preocupes; ella, a pesar de tantos amigos, tantas fiestas, tantas risas por las calles  de su ciudad, a pesar de esto, nos quiere. Nos tiene en un rinconcito de su corazón no mezclados con los demás sino en un sitio especial que se parece a un nido de mariposa y su vuelo ¿No debe ser esto motivo de ánimo y para estar contentos?.

Eva lo mira; no sabe qué decir; de alguna manera siente un poco de consuelo con las palabras del muchacho pero en sus ojos sigo viendo que no es feliz. Lo de su madre le duele; calla, guarda silencio. El muchacho se queda un rato con nosotros y intenta distraer a Eva; ésta, una vez y otra, le pregunta por su madre, qué cosas hace en la ciudad, si vendrá algún día antes del próximo fin de la semana que está corriendo. Rafael le responde a todo, es sincero, le cuenta las cosas tal como estas son. Lo oigo; me gusta que trate así a esta criatura. Aunque sea pequeña y por lo tanto, su capacidad de análisis no llegue al de las personas mayores pero creo que tiene derecho a saber las cosas tal como son; creo que en el caso de Eva hay más obligación de ser nobles y sinceros.

 

Pasada media hora el muchacho se levanta, anuncia su marcha.

- ¿ Y por qué no te quedas con nosotros?

Le pregunta  Eva.

- Es que hemos quedado, los del grupo, en la casa de Inma.

- ¿Para qué?

- Hoy celebramos el cumpleaños tres de nosotros; esta noche tenemos pensado organizar una fiesta. Nos hemos traído los focos, la batería, el equipo de sonido. Quedamos juntarnos en su casa para preparar las cosas, ordenar el local, ¡ Eva lo siento!

 

Se acerca a ella, la besa, me da la mano, nos despide, se aleja por el camino. Evarina se viene cerca de mí, se sienta a mi lado.

- Por lo menos ya sabes que mamá no vendrá; así no la esperarás en vano.

Le digo en forma de consuelo.

- Sí pero estoy casi segura que no ha salido de ella pedirle a Rafa que venga a darme la noticia; nunca se acuerda de mí.

- Mas yo sí estoy aquí contigo; soy tu amigo, te quiero. Además, ayer me dijiste que hoy íbamos a tener visita. ¿Quién viene a vernos?

- Es David.

- ¿Y quién es David?

- El hijo de la mujer que la otra tarde nos encontramos en la ladera del cerro. Todos los sábados viene con su madre a por algo de comida.

- ¿Sabes qué se me ocurre?

Me mira con interés y a continuación me pregunta:

- ¿Qué?

- Que podíamos irnos con ellos. Me gustaría conocer a su padre, dónde vive, cómo son los paisajes que rodean su casa. ¿Qué te parece?

- bueno; así te presento a mis dos amigos del Valle de los quejigos espesos.

- ¿Quiénes son esos amigos tuyos?

- Los hijos del hermano Roberto: Griselda y Oscar.

- Me encantará conocerlos; trato hecho.

 

Y la cojo de la mano, nos levantamos, nos vamos hacia el cortijo. Comentamos nuestro proyecto con la Hermana. Esperanza. Le pedimos también que nos deje quedarnos una noche en casa de Griselda y lo aprueba diciendo.

- Pero ya sabes, hija mía: siempre mucho cariño y mucha dulzura y mucho respeto.

Media hora más tarde llega la visita. En cuanto veo a David me alegro mucho. Es rubio, ojos azules, gracioso. Tiene once años. Eva le anuncia enseguida lo que tenemos pensado. Se alegra. A él y a su madre, la Hermana Esperanza le regala un queso, verduras, frutas del  huerto, leche. Una hora después salimos del cortijo.

 

Subimos por el río, torcemos a la derecha, atravesamos la colina de espesas cornicabras, bajamos por la pendiente norte, cruzamos los arroyuelos que se descuelgan por la colina, llegamos a los bosques de los robles espesos, divisamos la meseta. La llanura está tupida de hierba baja y verde. Al final de ella, algo al sur, nacen siete u ocho arroyuelos. Al lado norte, en la orilla, casi en el centro de los dos extremos, está la cueva donde vive David. Al acercarnos compruebo que es vieja como el tiempo; al lado norte, entre las grietas de las piedras, crece multitud de beleño.

 

El rincón resulta misterioso, frío, triste. Lo asocio a las personas que aquí viven y parecen como si ellas estuvieran muy sufridas de la vida; como si ya no les quedaran ganas de saber del mundo. Llegamos, saludamos al padre de David. Nos acoge con afecto, nos hablan de su trabajo. Este hombre toda su vida la ha dedicado a hacer carbón y venderlo en el pueblo. Ahora, por ningún sitio necesitan ni le dejan hacer este trabajo. Como no tiene ni dinero ni casa, se ha quedado a vivir en este rincón. El dueño de la finca le permite estar en la vieja covacha.

- ¿Me han dicho que vienes de la ciudad?

- Estuve allí.

- ¡Hombre, a ver si puedes hacer algo por nosotros!  Sobre todo por mi hijo. No quisiera que cuando sea mayor fuera lo que yo. Quizá puedas hacer algo. Tienes estudios, conoces gente, sabes hablar; deberías luchar para liberar a nuestra región de su miseria, deberías gritar, lanzarte, hacer algo bueno. Es incomprensible lo que pasa en nuestra tierra; mientras unos nos morimos de hambre otros tienen grandes fincas sin cultivar, dedicadas a los ciervos, a la caza, a construcción de casas de lujo o segundas residencias, al puro recreo no es justo lo que ocurre en nuestra región. Por eso, vosotros los jóvenes, los que tenéis el futuro en vuestras manos, deberíais hacer algo para liberar al mundo de lo que le están imponiendo.

 

Lo oigo con interés. Sé que habla acuciado por la necesidad, sé que tiene razón, sé que piensa honradamente pero a mí ¿para qué me dice estas cosas? ¿qué puedo hacer?. Estoy fracasado, encerrado, solo, marginado. Para él soy una persona importante; sin embargo, la realidad es que no tengo nada más que mi propio cuerpo, mis sueños, un lago de amor en el corazón sin producir vida, muchas ilusiones rotas, más dolor de los muchos palos que ya he recibido de unos y otros y espinas que se me clavan en silencio y me duelen hasta la muerte que ni siquiera tengo.

 

Eva quiere mucho al padre de David, también a su madre y a él. Con ellos nos quedamos largo rato, hablamos de muchas más cosas que parecen asuntos importantes,  jugamos por la llanura, nos vamos hasta donde están los charcos de la meseta, justo donde los arroyos empiezan a fluir. En estos lagos nadan pequeñas bandadas de renacuajos, saltan multitud de ranas. Nos entretenemos persiguiéndolas, cogiéndolas en nuestras manos. Cuando la tarde empieza, a caer despedimos a David, a sus padres.

- No dejes de venir otro día y no olvides lo que te he dicho que para todos será bueno.

Me dice al despedirlo.

- Vendremos otro día.

 

Y mientras nos retiramos siento compasión por ellos; lo están pasando mal. Están solos, son pobres de veras, no tienen nada bajo el sol. Nos alejamos de la casa, buscamos el cauce del arroyo, bajamos hacia el río. El arroyo, en cuando sale de la meseta, se queda encajonado entre grandes rocas. Eva me aclara que:

- Siguiendo esta dirección tenemos que llegar hasta el río, para luego cruzar su cauce por el puente de la urbanización y desde aquí continuar hasta la huerta de los granados del arroyo pequeño.

 

Miro; veo que para atravesar las rocas del arroyo no existe ningún camino. Lo hacemos improvisados, sobre la marcha, nos emociona. Las rocas tienen todas las formas y tamaños; son redondas por algunos sitios, afiladas por otros, hundidas, onduladas. A cada paso es una emoción nueva; barrancos, escalones, aristas, arrugas, pocetas, picos, vaguadas, retama, tomillo, lentiscos y romeros. En lo hondo del barranco retumba la corriente; arriba, al lado sur, se mecen los arbustos sobre la colina de los cerros.

- He venido aquí muchas veces a jugar con David.

Me sigue diciendo.

- Por mi parte es la primera vez que veo este lugar.

Llegamos al final del pequeño montículo, descubrimos la llanura.

- Es el Valle de los robles espesos.

Vuelve a decirme señalando con la mano.

- ¿Ahí vive Griselda?

- En aquella casa que ves entre los árboles que se amontonan verdes.

Miro recreándome. La panorámica es fantástica. Entre la espesura de los árboles se ven pequeñas casas rodeadas de jardines. Me dice de nuevo:

- Hasta hace poco, según el padre de Griselda, esta llanura ha sido un paraíso de paz y belleza y de riqueza y de trabajo para los que aquí, desde siempre, vivieron.

- ¿Qué pasó?

- El padre de Griselda, Roberto, se le ocurrió una idea. Pensó que si todos los que vivían en estas parcelas se unían formando cooperativas, las cosechas podrían mejorar y defenderse así de las explotaciones de los dueños.

- ¿Qué sucedió después?

- Sucedió algo que es mejor que te lo cuente ese hermana nuestro. Le gustará explicarte esta historia, cuando lleguemos y lo conozcas dile que te hable, ya verás.

- De acuerdo.

 

Mientras seguimos bajando contemplamos la gran belleza del Valle. A nuestra derecha hay altos cerros, sus cumbres están llenas de nieve. Eva me dice que los ha escalado muchas veces en compañía de Griselda y Oscar.

- Con ellos, en este Valle, he jugado mil ratos, he corrido de un lado a otro, he subido la ladera, me he bañado en el arroyo, he cogido frutas de los árboles; mil días de lluvias, frío y sol he vivido por los rincones de este Valle bello. Me he escondido en la cueva de las rocas, me he sentado en la ladera a la sombra de los pinos.

- ¿Vino alguna vez mamá contigo?

- Nunca y esto ha sido lo único que siempre me ha faltado para ser feliz al completo y  es lo  que más deseo en este mundo: vivir en una casita en este lugar, como Griselda, en compañía de mamá y papá; me gustaría mucho.

 

Al oír esta confesión pienso en ello detenidamente. Me alegra saber este sueño suyo. Ya caminamos por la llanura, seguimos la senda que va entre las casas hacia donde vive Griselda. La abrazo por la cintura, la pego a mí, mudo, le digo que la quiero, lo entiende, guarda silencio. En cierto modo he conseguido lo que pretendía cundo la invité a venir a ver a sus amigos. La he alejado del recuerdo de su madre, ha pasado un día feliz, se ha divertido. De alguna manera la tristeza que sitió cuando supo que su madre no iba a venir se ha evaporado aunque no del todo.

 

Llegamos a la casa de Griselda cuando el sol está puesto. La casa es preciosa; se levanta sobre un pequeño desnivel del terreno; la rodean fabulosos jardines: Rosales, gladiolos, cilindras, lirios, amapolas, lilas. Por la parte que da al arroyo los jardines son más extensos, están más apretados, recogidos dentro de una valla de madera alrededor del edificio nuevo y viejo.

 

Según nos acercamos observo con interés la hermosura de este rincón. Llegamos a la cerca, abrimos la puerta de listones, avanzamos por la senda sorteando las plantas del jardín; la puerta de la casa está llena de macetas, arropada por las ramas de una gran higuera, un viejo nogal, tres ciruelos, varios almendros; en la entrada, al lado izquierdo, mana una fuente cristalina; también a su alrededor crece la hierba buena, la albahaca, los limoneros, un rosal de flores pequeñas; la pared de la casa está cubierta de hiedra que brilla en verde negro.

 

Griselda es la primera en vernos; está sentada en la puerta como jugando con algún sueño dulce; se levanta rápida, abraza a Eva, me saluda, llama a su madre, a Oscar, a su padre. Ella es bajita, de pelo castaño, un poco feo, de cara áspera sin apenas hermosura. Habla poco, oculta sus emociones, no muestra mucho entusiasmo; su carácter es cerrado. Sin embargo, me doy cuenta que sí quiere a Eva, la acoge con calor, la trata como a una hermana. Las dos y Oscar enseguida juegan, se van de acá para allá y aprovechan la poca luz de la tarde que ya está muriendo.

 

Y mientras tanto, estoy con su padre, con su madre. Ambos faenan en la parcela entre los tomates, los pimientos, las lechugas. En cuanto me doy a conocer, en cuanto les hablo, me empiezan a tratar como si fuéramos amigos de mucho tiempo. Por la noche varios vecinos vienen; nos sentamos al fresco bajo la parra a la luz del candil de aceite. La madre de Griselda prepara una mesa y en ella almendras, queso, chorizo, nueces, vino. Charlamos, saboreamos los frutos sabrosos que de este terreno. Enseguida sacan sus preocupaciones en la conversación. Tienen problemas; Roberto me los cuenta.

- Ahora mismo, todas las familias del Valle, estamos viviendo un momento difícil; no sé si te has enterado.

- Eva me contó un retazo.

- Llevamos ya muchos años cultivando estas tierras, siete  generaciones, como el número de la Biblia. Aquí hemos nacido, crecido y aquí vivimos con nuestra familia e hijos. Ahora y hasta hoy las teníamos arrendadas. A ellos se les ha ocurrido convertir este Valle en un gran complejo residencial; es decir: Pretenden abrir carreteras, levantar edificios, excavar pozo para meter tubos de plástico y cemento y para retener las aguas sucias, tender líneas eléctricas, derribar los cortijos que ahora hay y acotar el monte para criar ciervos, cabras monteses y gamos. Ya nos han dicho que no quieren ni ovejas ni las cabras que siempre tuvimos nosotros por aquí  ni gente que viva en sus cortijos en el monte. Nos dejarán sin vivienda, sin trabajo, nos obligarán a emigrar como a otros muchos y también nos quedaremos sin raíces y sin centro.

- ¿Qué pensáis hacer?

- Desde hace tiempo, todas las familias del Valle, celebramos reuniones. Hemos acordado formar una sociedad; unir estas tierras, cultivarlas en común, repartirnos los beneficios. No queremos que desaparezcan estas casas; instalaremos riegos, abriremos nuevos huertos, construiremos invernaderos, comercializaremos los productos hacia los pueblos y las ciudades vecinas. Pero sobre todo queremos una cosa: Respetar la belleza del Valle; aspiramos a sacar siempre la mayor riqueza de él pero sin romperlo. Nos esforzaremos en salvar a los arroyuelos, las aguas limpias que los llenan, los árboles salvajes que los pueblan, el monte, las plantas, los pájaros, los jabalíes y los manantiales con sus fuentes y fresnos.

 

Amamos a este paisaje. En medio de él hemos vivido desde pequeños, hemos pastoreados las vacas y las ovejas, hemos regado los huertos con el agua que brota de las rocas en las faldas del cerro, hemos construido nuestras casas con las maderas de los árboles que crecen en él. Aquí nos casamos, tuvimos nuestros hijos, nos hemos amado y respetado los unos a los otros. Son demasiados recuerdos, demasiadas cosas las que guardamos entre las colinas de estos cerros para que ahora vengan los de la ciudad rompiéndolas. Sabemos que ellos no respetarán nada. Irán a lo suyo; sólo les interesa especular unos con los otros para ganar cuanto más dinero mejor.

 

Vamos a elevar nuestra protesta a los sindicatos, al gobierno, a los organismos internacionales. No nos dejaremos arrebatar estas tierras. Es el pan de nuestros hijos, el sustento de nuestro hogar.

En estos momentos Roberto es interrumpido por los otros de la reunión que acalorados medio gritan diciendo:

- No queremos hacer daño a nadie; al contrario, pretendemos que estas tierras produzcan más y mejor y que sigan siendo nuestras.

- A nadie robamos nada. Todo lo que hay aquí es nuestro porque lo hemos trabajado y sudado.

- Sabemos que haremos las cosas mejor que ellos, por esto: Porque amamos este suelo.

- No queremos que nadie negocie con lo que nos pertenece.

- Eso es: Para bien de nuestros hijos este Valle ha de ir hacia el progreso, lo abriremos a todo el mundo pero el control queremos tenerlo nosotros para que no nos exploten más. Ya está bien de aguantar, de que otros nos roben.

 

Los escucho atento; deseo conversar a fondo con ellos, interesarme por sus cosas; no lo consigo. No sé qué me pasa esta noche. Pronuncio algunas que otras palabras pero sólo sirven para enfriar el tema, para apagar el interés. Esta noche no es para mí importante ni esta gente ni sus problemas ni su Valle. Creo que lo que me pasa es que el esfuerzo que he hecho para desterrar de mi corazón el cariño por Nieves, por la ciudad, los muchachos del grupo, Anabel, me ha dejado agotado. Ahora ya no hay fuerza en mí capaz de encender nueva ilusión por las cosas. Nada de lo que encuentro me es interesante; no siento estímulos, no siento ilusión, no siento pasión. Es como si mi auténtico yo no estuviera ya conmigo o como si en el fondo sintiera el mismo miedo que a ellos les atormenta.

 

La reunión se apaga; entre palabras triviales, de despedida, unos y otros se van yendo. Ahora hace frío; el viento ha refrescado mucho; la brisa que corre por el Valle viene cargada de olor a juncos, en el jardín cantan los grillos, las ranas en la orilla del arroyo, las lechuzas en el bosque, las zorras por la falda del cerro. Es ya de madrugada cuando por fin la reunión queda clausurada. Algunos me miran; esperan que dé algún consejo, que opine sobre sus cosas, que me ponga de su lado y les eche una mano porque la necesitan. No lo hago; no sé cómo hacerlo. Coincido con ellos en algunos de los puntos que han tocado; en otros no. Mas sí creo que hacen bien pensar que el Valle les pertenece; hacen bien defenderlo para que no se lo lleven ellos. Si estuviera en su lugar haría igual. Pero ¿en qué lugar yo me encuentro?

 

Cuando ya estoy en la cama, antes de coger el sueño, repaso mis recuerdos. Entre ellos, llega la primera Grisel. También esta noche la echo en falta. Es seguro que me hubiese unido más a esta gente, a este Valle si ahora sintiera su calor. Ni siquiera Evarina es capaz de llenarme tanto como para que no eche de menos a Grisel; ni Roberto ni el encanto de Griselda ni la ilusión que ahora siento por el libro me llena plenamente. Echo de menos a Grisel; me falta, me duele, sigo sin ser ni tener nada. Echo de menos un camino por donde caminar de la mano de mis sueños y vestirlos de realidades palpables.

 

Ahora esta gente me han contado, me han abordado con sus problemas. No puedo hacer nada por ellos, no puedo unirme a sus causas ni quedarme entre ellos. Dentro de mí llevo mi tragedia. No me libero de ella; me punza, me duele, estoy solo. Esta noche se revuelve en mi mente la idea del suicidio. Sí que me suicidaré, en cuanto tenga el libro terminado, en cuanto acabe de decir lo que necesito y debo. No puedo seguir indefinidamente así de este modo; el zumbido nostálgico y triste que me corroe dentro es demasiado. Me quitaré la vida en cuanto termine el libro.

 

Mientras me alimento y me doy ánimo y fuerza meditando esta idea, del Valle, del denso silencio, oigo como si surgiera una gran voz llamándome. Es una voz irresistible que se me clava dentro y me quema y suena como a un gran concierto de música bellísima. Y yo casi quiero gritar diciendo: AVoy, porque esto es lo que deseo pero Dios mío ¿cómo, si ya ves que no puedo?

 

Oigo los gallos al rayar el nuevo día. A Roberto levantarse, a su mujer, a sus vecinos. Sobre las diez lo hago yo; un poco después Eva, Griselda, Oscar. Dos horas más tarde los despedimos. Nos lo hemos pasado bien. Eva está contenta, ahora nos alejamos, ya todo el mundo anda ocupado en las cosas del Valle. Bajamos por el río, buscamos el puente. Mientras caminamos no deja de hablarme de Griselda. Ha sido muy feliz a su lado.

- Es por completo distinta a mamá. En mi madre siempre tiene que hacerse lo que ella quiera. Griselda es callada, sufrida, no guarda rencor. La quiero de una forma distinta a como quiero a mamá. No me gustaría que ella se enfadara nunca conmigo.

- Seguro que no lo hará.

- ¿Tú lo crees?

- Estoy seguro.

 

Y guardo silencio; noto su alegría. Es casi la una y media cuando cruzamos la urbanización. Mientras me sigue hablando doy vueltas a una idea; pensando precisamente en ella voy a hacer lo siguiente: Trabajaré en la huerta, ahorraré lo que gane, me uniré al padre de Griselda, compraré un trozo de tierra en este rincón, levantaré una casa, me traeré aquí a los que hacen de padres con Eva; así podrá estar cerca de Griselda, podrá ver, cada vez que quiera, a David. A él y a sus padres también pienso acogerlos en este rincón; de este modo hago algo útil y trazo un futuro para Eva. En este Valle se vive bien, es como la nueva ciudad soñada por el padre de Griselda, sin que sea ciudad sino paraíso de bosques e hierba verde.

- Mira la casa  de Inma.

 

Me dice al cruzar cerca de un edificio. Lo miro. Vemos salir de él a tres muchachos, van hacia el centro de la urbanización. Vienen borrachos. En las manos uno trae una botella de vino, otro una guitarra, el otro un cencerro. Están vestidos de flamenco; sombrero cordobés, pantalones estrechos, chaqueta corta. Caminan abrazados, cantando, pronunciando un montón de palabras incoherentes y tontas, tambaleándose de un lado a otro. Ella los reconoce, me dice que son del grupo, al cruzarlos uno,  dice:

- ¡Hola Eva!  Mira como estamos; venimos de una fiesta.

La niña no les contesta; tampoco yo.

En la casa de recreo se ven banderitas de colores trabadas en la entrada, junto a la piscina, por los árboles del jardín. También la batería en un rincón de la cochera, botellas de ginebra por el suelo, vasos de papel, colillas de cigarros.

 

Hoy es domingo; en estos momentos oímos las campanas de la capilla llamando a misa. No nos paramos; seguimos. Del peral que hay en la ladera junto al manantial cogemos frutas. Ya están maduras, gordas, dulces. Las saboreamos sentados a su sombra. Al llegar a la curva del río donde el camino se separa de éste para irse hacia la huerta, nos bañamos. El agua está fría pero resulta agradable a estas oras del día. El río viene limpio, sereno, hermoso; en esta curva se ensancha, se llena de tarayes, fresnos, juncos. La hierba hoy aquí, está verde, alta, florida, poblada de mariposas y huele a perfume del Valle.

 

Y lo digo porque el perfume de mi Valle cada noche, sea invierno, otoño o primavera, se alza desde su escondite de violeta humilde y cuando en sueño me trasciendo, siempre llega y se me cuela por el alma y me empapa como si fuera una lluvia fina que acaricia la tierra amada para que la sementera mantenga sus raíces vivas y broten sus espigas y den su grano y la cosecha que nadie conoce porque es de otra materia y otro reino pertenecen.

 

Un poco más arriba, en la llanura, nos tropezamos con el que hace las veces de padre de Eva. Las ovejas se extienden por el llano, pastan tranquilas al son de los cencerros y entre ellas y en los rasetes el monte, retozan los corderillos. Nos paramos un rato. Comentamos cosas. Seguimos. Atravesamos el arroyo del estanque y los álamos, subimos la cuesta, cruzamos la era y llegamos al cortijo.

 

Al día siguiente, temprano, engancho la yunta; me voy al huerto, aro las tierras, recojo la hierba, abro regueras. Al medio día me baño en la alberca, descanso a la sombra; por la tarde, me voy al río, camino por él, me siento en su orilla, contemplo las aguas, medito en mi vida. Recuerdo a Nieves, pienso en mis padres, me imagino a la ciudad, Inés, los del grupo, Anabel. Al pensar en ella siento compasión. Sé que todos son más importantes que yo y, sin embargo, no son nada. Nieves, con toda su polvareda de estudios, con toda su importancia para no dejar que me acerque a ella, no es nada. Acabará sus estudios, los que sean, colgará el título en su casa, se pondrá a trabajar si es que puede, a vivir cuanto la vida le vaya trayendo. Al final será nada; ni importante ni grande ni inmortal. Lo escribo en mis cuadernos.

 

Añoro a Grisel. La amo, la sigo amando, sigo teniendo nostalgia de ella. Se fue de mí sin poder gozar ni el cariño ni la bondad que llevo dentro del alma; antes de conocerme a fondo, antes de que pudiera darle cuanto conmigo ha nacido. Seguiré amándola siempre; hasta la eternidad.

 

Al caer las tardes busco a Eva; paseo con ella por el río, charlamos, jugamos, nos quedamos en el campo hasta bien entrada la noche. De nuevo al día siguiente, a primera hora escribo en los cuadernos. Muchas cosas no me gustan. Son triviales, no tienen fuerza, están fuera de tono, carecen de sentido, son poco reales, poco expresivas. Lo que he vivido, lo que estoy viviendo, es otra realidad. Arranco las hojas, las rompo, me desanimo.

 

A media mañana trabajo en la huerta; me acompaña Eva. Regamos las higueras, los granados, los cerezos, las hortalizas. Cuando estamos cansados nos bañamos, comemos frutas, jugamos a algún juego, buscamos nidos de pájaros. Al caer la tarde contemplamos el sol. Eva sonríe, yo también para hacerla feliz, más dentro estoy triste. Recuerdo a Grisel. Cuanto más vivo más necesito tenerla conmigo. Ahora, estos campos, no son como antes; no la borra el tiempo.

 

Pasan los días; trabajamos en la huerta cada vez con más cariño. Paseamos; hablamos de cosas, escalamos los cerros, escribo mientras ella duerme a la sombra junto a mí. Poco a poco nos vamos tomando cariño. Gozamos la primavera, la despedida de ésta, la entrada del verano. Zarina, la madre de Eva, no viene a verla; tampoco los del grupo. Ella la recuerda, me pregunta.

 

Sin embargo, una mañana, entrado el verano, estamos en la huerta; oímos voces en la curva del río. Dejamos el trabajo, bajamos por el arroyo, llegamos a las aguas. Son los del grupo. Rafa es el primero en descubrirnos.

- ¡Hola!

Nos dice con su mano desde el centro de las aguas donde nada.

- ¡Eh!  Mirad quien nos visita. Grita anunciando nuestra presencia al grupo. Son unos treinta entre muchachos y muchachas, llenan todo el río; nos hemos parado en la orilla frente a ellos; miro a Eva; no nos atrevemos a bajar; Eva está nerviosa, su cara está cambiada, sus ojos buscan a su madre; la descubre.

- Mira, es la que ahora mismo atraviesa el charco.

Me dice. La llama; corre pendiente abajo, llega a la arena, espera que Zarina salga; la abraza, la besa, la vuelve a besar. Eva se le cuelga del cuello, se aprieta contra su madre, se traba a su cuerpo con sus piernas, sostiene su cara pegada a la de la muchacha.

 

Bajo la ladera, me acerco, oigo a Eva que dice:

- Es mi amigo, mamá.

Zarina me sonríe, me da su mano, me invita a que me quede; se acerca Rafa, también me saluda, va llamando a los compañeros, me los presenta. Entre unos y otros me explican:

- Hemos venido a pasar un día y bañarnos en este lugar. Quédate.

 

También me lo pide Zarina, Eva. Accedo. Me llevan hacia la sombra del fresno, me ofrecen tabaco, no lo acepto porque no he fumado en mi vida. Me piden que les hable, que les cuente cosas; lo hago. Todos los muchachos de este grupo son estudiantes de BUP, COU, primero de carrera. Ellas son más jóvenes. La mayor es Zarina, tiene veinticinco años.

 

Pasado un rato estoy entre ellos como uno más. Nos bañamos, pescamos, nos sentamos en el borde del charco con los pies metidos en el agua; dejamos pasar el tiempo. En verano siempre da gusto zambullirse cuando el sol aprieta y las chicharras cantan. Miro a Evarina; la encuentro feliz. Juega con unos y otros, la llama su madre.

- ¿Te vienes a la roca?

- Enseguida mamá.

 

Las dos nadan, atraviesan el charco, alcanzan la roca, la escalan. Desde un pequeño escalón se zambullen, salen a flote, sonríen, repiten el juego. Zarina nada con mucha elegancia.

- Vente con nosotros.

Me dice Eva mientras atraviesa el charco. Alzo mi mano, la saludo; le digo que me quedo con los amigos de su madre. Siguen zambulléndose. Pasa media hora. Salen del charco, corren por la orilla corriente arriba pisando la arena. Donde la corriente sale de un gran charco se paran. Arrastran dos troncos, los sumergen en el agua. Son dos troncos de árboles viejos; Zarina salta la primera sobre uno de ellos, la imita Eva, los empujan hasta dentro del río. La corriente empieza a arrastrarlos con suavidad; los maderos se deslizan lentamente aguas abajo. Llenas de gozo las dos se dejan ir río abajo; mueven sus pies en forma de remos colgando a un lado y otro de los troncos. Cruzan por delante de nosotros más abajo. La miro. Su alegría me hace feliz. Mas de pronto los maderos, casi al mismo tiempo, entran donde la corriente se desliza con más fuerza; las improvisadas barcas empiezan a precipitarse veloces. Zarina da voces pidiendo socorro, se tambalea, salta a las aguas abandonando el tronco. También Evarina grita. Su madero, cada vez más, es envuelto por la corriente; pide auxilio.

 

Cuatro metros más abajo la corriente se divide en riachuelos pequeños; a un lado y otro hay muchas rocas, juncos, tamujos. Hacia este lugar se precipita Eva. Advierto el peligro; me levanto, corro río abajo por el borde. Mas antes de que me ponga a su altura el tronco se desplaza hacia la orilla, tropieza en los juncos, vuelca, Eva cae, pide socorro. La corriente la arrastra; salto al agua, el cauce me envuelve; la busco, la veo hundirse, flotar, desaparecer entre los remolinos, las matas, las rocas, los juncos. En uno de los vuelcos queda trabada en unas ramas; nado rápido, la alcanzo, la corriente me empuja, sin embargo, logro asirla por las espaldas, me tumbo hacia atrás, la pongo sobre mi pecho procurando que su boca queda fuera. Las olas siguen arrastrándonos, nos hunden, nos llevan hacia el centro, hacia la orilla. De pronto, aparece el remanso del charco; al llegar aquí la corriente se serena, se ensancha. Con Eva sobre mi pecho nado charco adelante, alcanzo la arena de la orilla; bajo la sombra del fresno nos quedamos tendidos agotados, nerviosos. Estamos cansados; hemos tragado agua, hemos dado muchos tumbos. Ahora, más que dolor en el cuerpo lo que estamos es agotados. Sin embargo, Eva está bien. Asustada, tumbada sobre la arena, me mira y me dice:

 

- ¡ Qué susto! ¿verdad?

No le contesto; sólo le sonrío. La miro. Realmente ha sido una pequeña aventura bastante emocionante. Oímos los del grupo que se acercan.

- ¿Estáis bien?

- Perfectamente.

- ¿Le ha pasado algo a mamá?

Pregunta Eva.

- No; tubo la suerte de ser despedida por las olas hacia la orilla.

Aclara Rafa. Ellos nos dan la mano, nos levantamos. No tenemos ni heridas ni rasguños; estamos bien. Caminamos río arriba y en la curva, bajo las remas del fresno, nos volvemos a juntar. Comentamos el accidente. Evarina habla y habla temblando de emoción; sin embargo, a partir de este momento, los muchachos del grupo miman, rodean, charlan más con Zarina. Para ellos Eva no es importante; apenas si le hacen caso, apenas si le prestan atención. Eva se da cuenta de ello, avanza la tarde. También Zarina empieza a olvidarse de la niña; se va más con los muchachos. Esto, por momentos, preocupa a Eva; lo noto. La veo mirar a su madre, de vez en cuando, triste. Descubro que empieza a perder su felicidad. También los del grupo y yo comenzamos a sentirnos incómodos. El ambiente empieza a enrarecerse, no sabemos por qué.

 

Más sí me doy cuenta que Zarina es ajena a ello porque juega, sonríe, va de un lado para otro ajena a lo que nosotros estamos sintiendo. Esto me intranquiliza; busco, no tardo en descubrir que es precisamente Zarina. De pronto, se ha convertido en el interés de los muchachos del grupo. Ella admite el juego, le agrada ir  adelante. La tensión crece. Nos sentimos mal, nos miramos unos a otros, observo con interés a Evarina. La noto triste, no habla, mira con recelo a su madre, está apenada. Lo que sucede es que Zarina está coqueteando, flirteando con uno de los muchachos del grupo. Eva, cuando ya la tarde anda para irse, está a punto de llorar. También en los demás del grupo ha crecido el nerviosismo. Me buscan, me piden que les explique.

 

- ¿Tú sabes qué pasa?

Lo sé; mas también me da miedo o cierto reparo hablarles de ello; sin embargo, cuando veo como está Eva, me siento enfadado.

- ¡Qué situación más tonta!. Comenta Rafa.

- No me explico lo que está ocurriendo.

Dice el que en el grupo llaman el poeta.

- Tengo la impresión de que estamos siendo utilizados.

Sigue exponiendo Rafa.

- No me esperaba esto.

- El cato es que todo está confuso, oscuro.

- La causante de este enrarecimiento es Zarina.

Les digo.

- Ella siempre está igual.

 

Vemos que en estos momentos ella se da cuenta de nuestra preocupación. Está comprobando que los del grupo, Eva y yo le estamos haciendo el vacío. Sólo está con ella el que anda enamorándola. Inquieta, nerviosa va de acá para allá sin abandonar al muchacho que se interesa por ella.

Se pone el sol, deciden irse del río. Antes de empezar a caminar se acerca a dos de los muchachos en actitud zalamera, inocente. Ellos la aceptan. Entonces pregunta:

- ¿Qué ocurre?

- No lo sabemos.

Se acerca a Eva; me mira y dice:

- Están todos enfadados, ¿qué pasa?

 

Por su actitud, por el tono de su pregunta descubro que en lo hondo de su alma hay inocencia, más, en la superficie, está llena de cinismo, de miseria. No juega limpio, nos está engañando; ha perdido su paz, anda nerviosa, dominada, totalmente, por la pasión. Por un lado quiere vivir sus emociones; por el otro desea que todos los del grupo se sigan manteniendo unidos a ella. Al hacer este descubrimiento me acuerdo de Anabel; me entra tal rabia que la abofetearía ahora mismo si no fuera por los muchachos. Pienso en Eva que está conmigo, es su hija, tiene nueve años. ¿Cómo tiene corazón para hacer lo que hace?. Sin rodeos hablo y digo:

 

- ¿Sabes una cosa?

- ¿Qué?

- Siempre pensé que a los hipócritas habría que abofetearlos, sin piedad, para que confesaran su pecado, allí donde uno se los encontrara.

- ¿Por qué me dice esto?

- Porque puede que para alcanzar la verdad uno deba cometer pecados, caer, levantarse, hacer lo prohibido pero las personas no deben pasar jamás, delante de los otros, por lo que no son. El hipócrita debería confesarlo públicamente; también el que comete falsedad. Aquel que se arrepienta, se le debe perdonar pero nadie, en este mundo, tiene derecho, si en su corazón practica el mal, a presentarse delante de los otros con cara de inocente. Esto debería perseguirse y castigarse. Uno debe ser siempre lo que es y cargar con ello.

- No sé a dónde quieres ir con tus palabras. Yo si que no comprendo como sois los hombres.

 

Guardo silencio. Los del grupo me miran; también Eva. Están un poco extrañados por mis palabras y su tono. Ahora ando dolido por muchas cosas. Pienso en Eva; por eso hablo así.

 

He descubierto que en estos momentos está queriendo arreglar las cosas mientras tiene en su corazón el interés por otra persona. Está humillando a Eva; utilizándonos a nosotros. Junto al río, diez metros retirado de nosotros está el muchacho por el que siente interés. Es alto, de ojos azules, pelo negro. Lo llama. Me doy cuenta de su intención oculta. Quiere cobijarlo bajo nuestro calor, quiere tener a todos los demás del grupo para no perderlos al mismo tiempo que no está con ellos sino con el que ama. Al descubrir esta intención me lleno de rabia. Veo a Rafa, que también disgustado, se aleja de nosotros; en voz baja me dice:

- No me quedo porque como lo haga voy a hablar y no quiero.

Zarina se da cuenta. Al ver que Rafa se aleja siente que algo se rompe en su interior. Se va hacia él; lo coge del brazo, lo mira asustada, le dice:

- ¿Cuándo quieres que hablemos?

- ¿Para qué deseas que hablemos?

- Noto que hay que hablar de muchas cosas.

- Sí, desde luego, eso sí es cierto.

Rafa guarda unos segundos de silencio. Veo que su rostro se transforma. Habla y dice:

- Tú quieres hablar porque has vislumbrado que hay muchas cosas muy distintas a como te gustarían que fueran; esto no te agrada. Está bien, hablaremos pero acepta de antemano que nunca podrás conseguir que lo que es cuadrado sea redondo.

 

Zarina mira a Rafa; está sorprendida por lo que acaba de oír. Suelta su brazo, se vuelve al grupo, prescinde de Rafa. Parece no haber comprendido. Detrás de Rafa se van dos o tres. Ella ahora no sabe qué hacer; no sabe si quedarse junto al muchacho que ama, si irse detrás de los que se alejan, si venirse hacia mí, si besar a Eva. Está desorientada, perdida; hasta sus ojos andan turbios, inquietos.

 

Emprendemos el camino de regreso; es Rafa el que lo encabeza; voy detrás con Eva de la mano; Zarina avanza la última con dos más. No hemos andado treinta metros cuando empieza a quedarse cada vez más atrás solo con el muchacho que ama. Los que vienen con ella aligeran el paso; se unen a nosotros. No hablan, vienen callados. En la llanura que hay más abajo de la huerta Eva y yo nos despedimos. Asun, una de las muchachas del grupo, en tono de dulzura, dice:

- No te preocupes por lo que ha pasado; esto se da en el grupo con frecuencia. Otro día también tienes que venirte con nosotros.

Zarina, al besar a la niña, le dice:

- Dentro de unas semanas, para la fiesta de las casas nuevas, vendré a estar contigo un día o dos.

 

Me da la mano; se aleja hacia los chalets. Eva y yo subimos por el arroyo hacia el cortijo. Cuando atravesamos los álamos me dice:

- ¡Crees tú que Grisel se hubiera portado así con nosotros?

- En absoluto. Si ella hubiera estado aquí ahora mismo la tendríamos junto a nosotros dándonos su cariño; caminando, no delante ni detrás nuestra sino junto a nosotros; siendo simplemente nuestra amiga.

- Cada día que pasa siento más no haberla conocido; háblame de ella.

- ¿Qué quieres que te diga?  Ya sabes que es la persona, la única que he querido de veras. La recuerdo, la seguiré queriendo siempre. Lo que más me gustaría es que la llegaran a conocer mucha gente; que nunca se borrara su recuerdo. Las personas que como Grisel, son capaces de estimular en los otros sueños tan buenos como ella me hizo a mí, no deben morir jamás. Su recuerdo, su memoria, sus virtudes, sus atractivos, deben ser perpetuos.

Llegamos a la casa cuando ya es casi de noche.

 

Por la noche Eva no duerme; me pide que me quede en su habitación dándole compañía; recuerda lo de por la tarde en el río; le ha dolido mucho; me pregunta, sin parar, sobre ello; le hablo. Descubro que su miedo, su gran miedo, es que un día su madre deje de venir, deje de quererla; que se olvide de ella para siempre. En la medida que puedo la consuelo, le doy ánimo. También yo ahora estoy preocupado por esto. De madrugada se queda dormida. Durante rato estoy junto a ella viéndola en su cama. Eva es preciosa cuando duerme; ella es ya parte de mi vida.

 

Al amanecer me voy al huerto, recojo las frutas. Ahora todos los días el dueño viene; siempre se lleva el coche lleno de frutas, verduras. Está contento con mi trabajo. No repara en decirme que la cosecha que este año sale de la huerta es la mejor de todas. Cada semana cobro el sueldo; mil pesetas por semana. Sin embargo, esto no me anima, no me hace feliz. He sabido, desde siempre, cueles han sido mis cualidades, mis talentos. Que me los reconozca ahora este señor no me dice mucho. Lo que le pasa a este hombre es que mis cualidades, para él, se traducen en beneficios materiales; de aquí que esté contento conmigo. Mas soy el mismo de siempre; pero para mí ahora sí está claro que las personas, muchas personas en la vida, aprecian o desprecian a los otros, los valoran, según sus rendimientos en beneficios materiales. Nada más.

 

Los sábados sigue viniendo la madre de David a por sus alimentos. Ahora, por mi propia cuenta, siempre le doy cosas del huerto. Sé que éstas cosas me pertenecen porque las estoy trabajando. Si se las doy a quien las necesita no robo a nadie; a parte de que estoy logrando que el huerto produzca más que otros años; en este sentido soy dueño, de por lo menos, una cantidad de lo que sale del huerto. En mi conciencia lo creo así.

 

A mediado de Julio el calor aprieta fuerte; la hierba en los campos está seca, el monte se torna pálido, las chicharras cantan rabiosas; llenan las encinas, los alcornoques, los jarales. El aire que corre, en ocasiones quema de tan caliente. En plena siesta me voy a la sombra de las encinas casi siempre en el carrillo que hay detrás de la casa. Contemplo el campo, su soledad es aplastante, árida, seca; el sol lo quema llenándolo de tristeza; el silencio lo atraviesa impregnándolo de pesadez; la monotonía lo duerme contagiándolo de aburrimiento, desesperanza, desolación.

 

Cada tarde a estas horas me lleno de amargura. Sentado bajo la sombra de las encinas no sé qué hacer con el tiempo. No me apetece escribir, no quiero dormir porque me parece tonto perder tiempo en esta función cuando no lo necesito, no me ilusiona esperar porque en el fondo no estoy esperando nada. No hay ninguna ilusión que se vaya a hacer real en un futuro mas o menos lejano; me da igual que avancen los días como que se paren. Así, estas horas de la tarde, con esta soledad, esta aridez, esta monotonía en mi alma y en mi vida, son angustiosas. Me duelen, me llenan de tristeza. Es como si sólo estuviera esperando la llegada de la muerte; e incluso, hasta esto me da miedo; esperar la muerte en medio de esta desolación es calamitoso.

 

Ni siquiera el libro, ni siquiera Evarina pueden lograr que no sienta esta desagradable sensación. Si ahora no fuera por Eva me iría de aquí. La ausencia de Grisel me muestra la vida, las cosas, de una forma distinta. Y su ausencia es irreversible. No tendré conmigo ninguna otra cosa que no sea  su ausencia.

 

Cuando algunas tardes estoy escribiendo al romper las hojas que no me gustan Eva me pregunta:

- ¿Cómo pretendes tú que sea tu libro?

- No busco otra cosa, Eva, si no dejar escritas mis sensaciones, mis sueños, mis recuerdos, mis tristezas tal como estas son. Me conformaría con esto. Sólo quiero sujetar el tiempo en estas páginas; reflejar en ellas, a la vez, mi alma.

- ¿Así es como tú dices que te acercas a ella?

- Estoy convencido que es el único camino. Grisel ya no es materia como tú ves; no está junto a mí. Se sigue comunicando conmigo a través de lo intemporal, de lo que no es moda. Cuanto más purifique mi libro hacia este objetivo más la reflejo, la eternizo, la amo; más me uno a ella en un acto de amor puro que será para siempre.

- Por lo menos compruebo lo mucho que la quieres; lo fuerte e importante que es para ti.

 

Al final del mes de julio   Rafa viene una tarde. Nos anuncia que Zarina vendrá al día siguiente.

- Mañana por la mañana empiezan las fiestas en la urbanización de las casas nuevas.

A la tarde siguiente Eva y yo nos vamos al huerto; buscamos las sombras del caqui que hay junto a la alberca. Desde aquí se ve el camino que atravesando la llanura viene desde las casas nuevas.

- Así en cuanto asome la veremos.

Dice Evarina. Nos ponemos a jugar con el chorro de agua que cae desde el estanque a la alberca; las ranas al vernos, saltan, se esconden en lo hondo del embalse entre las ovas. La esperamos; sentimos que puede llegar de un momento a otro.

- Recuerdo que me dijo que estaría conmigo un día o dos.

 

Comenta Eva de vez en cuando. Está deseando verla, arde de emoción. La vemos acercarse por la llanura; viene en compañía de Asun y Rafa. El sol está casi puesto. Eva la llama, corre por el huerto, le sale al encuentro donde está el estanque del arroyo; bajo las encinas la besa. En la alberca nada una hermosa sandía que Eva y yo hemos cogido para comérnosla con Zarina en cuanto llegue. Sentados en el borde del canal la saboreamos antes de irnos a la fiesta. Ya puesto el sol nos vamos hasta las casas nuevas a compartir con Zarina la primera tarde de feria.

 

Llegamos cuando empieza a oscurecer. Nada más ver tantas luces, oír tanta música, observar a tanta gente vestida tan limpia y de forma tan variada, nada más contemplar tantos cacharritos, norias, tómbolas, casetas, nada más ver todo esto, Eva se anima. Es feliz cogida de la mano de su madre, mirando, tocando probando esto y aquello.

 

Me adentro en el bullicio; lo hago sólo por ella. Para mí nada de esto tiene sentido. Siento, como tantas veces, que me falta el amigo, la persona amada. Sin embargo, sé que para Eva, la persona amada está aquí presente;  la persona que es y da el gozo por encima y más allá de este trozo de calle con casas, luces y colores. La niña lo cree así; también yo. ¿Por qué no iba a ser así?.

 

Más Zarina, cuando llevamos media hora entre la feria, cuando bajamos por la calle hacia el centro, se tropieza con unos amigos que no conocemos. Nos dice que han subido desde la cuidad; lo saludamos, la invitan, acepta, se aleja de nosotros comentando:

- Esperadme, vuelvo enseguida.

 Eva la mira alarmada, me acerco a ella, le cojo su mano, me la llevo para donde están los coches de choque.

- Volverá pronto.

Le digo para tranquilizarla.

 

Pero Zarina no vuelve enseguida; tampoco pasado un rato largo. Eva deja de ser feliz. Se hace de noche total; casi media noche. Seguimos solos; acompañados nada más que de Asun y Rafa; durante largo rato paseamos de un lado para otro. La subo en la noria, en los coches de tope, en los caballitos, le compro algodón, también a Rafa, a Asun. Tengo dinero de las pagas que he recibido a cambio de mi trabajo en el huerto. Pasa un largo rato. Puesto que su madre no vuelve y los dos somos como unos extraños entre la gente, despedimos a Rafa y Asun. Me la llevo camino adelante. Junto al río nos paramos.

- Ha sido como un sueño bonito quebrado antes del final.

Me dice mientras acaricia el agua de la corriente. El agua pasa silenciosa. Sobre ella a Eva se le caen pequeñas lágrimas.

- Ha sido como un sueño hermoso.

 

Sigue diciendo; mira con pena al pequeño pueblo; arde entre los verdes árboles de la Vega. Esta noche el cielo está despejado, brillante, lleno de estrellas. Corre un viento suave, cálido; con timidez mueve las superficies de las aguas. Es una noche oscura, llena de paz, belleza. Eva está sentada encima de una roca; yo, junto a ella. Desde aquí se ve perfectamente el resplandor de las luces de la feria. También hasta nosotros llega la música; oímos la canción: Palomitas de Maíz, La Guerra de las Galaxias, Coge al Gato, Night Fever, Massechussetts, Suzanne. Hasta nosotros llegan los sonidos de todas estas músicas. Es agradable oírlas a pesar de lo ocurrido hace un rato. Mas en el fondo, ahora esta música, viene a traernos tristeza. Pasa un largo rato. Eva sigue llorando, no pronuncia palabra. En mi corazón me pregunto cómo es posible que en el mundo existan personas con tan pocos sentimientos. Cómo es posible que una muchacha como Zarina, culta, educada, con buena posición económica, tenga tan poca sensibilidad humana, tan poca categoría, tan poca honradez. Hay que ser más que salvajes para hacer tanto daño a una persona como Eva.

 

Me pregunto qué sentido tiene el sufrimiento de esta niña. Nadie, en estos momentos, la ve. Está sola en el silencio de la noche y en medio de estos barrancos. Nadie la conoce; a nadie le interesa ni su vida ni su dolor ni su ilusión ¿cómo es posible que el resto del mundo ruede y viva tan ajeno a esto? ¿Cómo es posible que lo de Eva no sea importante ni se sepa nunca? Criatura ingrata la madre de esta niña; criatura salvaje.

 

Abrazo a Eva; la tumbo sobre mi pecho. Siento por mis manos correr sus lágrimas; la aprieto sobre mí. En estos momentos el campo se ilumina. De pronto aparece la luna en el cielo. Su luz llena todo el paisaje.

- ¡Mira lo que sucede Eva!

Le digo. Alza su cabeza. Mira hacia el cielo. La luna ni brilla redonda ni sale por el mismo sitio de otras veces ni avanza con la misma lentitud de otras noches. La luna ha salido de pronto y su dirección es del poniente al saliente. Avanza casi a la velocidad de un satélite; se apaga y se enciende de una forma rítmica. Cada vez que se enciende surge algo más adelante. Detrás de ella avanzan otros dos satélites brillantes. También cambian de forma y color.

- ¡Qué raro!

Exclama la niña.

- Es un fenómeno extraño de verdad.

- ¿Qué puede ser?

- No lo sé; quizá un eclipse u otros planetas.

 

Diez minutos más tarde el fenómeno desaparece tras los cerros del lado este. Justo ahora, de la parte de las casas nuevas, nos llegan ruidos de tracas. Al mirar comprobamos las explosiones de los cohetes y bengalas sobre los campos de encinas. Al mismo tiempo, surgen hacia el cielo grandes bandadas de globos de colores.

- ¿Por qué no me llevas de paseo por el campo?

Me dice Eva. Compruebo que en estos momentos vuelve a recordar lo ocurrido en la feria. Me bajo el peñasco, le doy mi mano, cruzamos el río, cogemos la senda que va por su orilla, caminamos. En silencio, cruzamos arroyos, cerros, monte, peñascos. De vez en cuando me habla para decir:

- No deseo otra cosa sino que me quiera como yo la quiero a ella. ¡Por qué no se da cuenta de esto? ¿tan difícil es que me dé su afecto? ¿Qué le hice yo?

 

La llevo cogida de mi mano. No contesto a sus palabras. Llegamos hasta la gran curva del río llena de rocas, torcemos hacia el Norte. Desde aquí ya ni se ven  las casas nuevas ni sus luces. Nos hemos alejado de ellas por lo menos cinco kilómetros. Seguimos subiendo por el cerro. Bebemos agua en el manantial de los lentiscos al este del cortijo unos tres kilómetros. Ahora ya sí ha salido la luna por su sito normal; luce hermosa; contemplamos la oscuridad del barranco por donde se va el río hacia la ciudad. Seguimos caminando; llegamos al cortijo al amanecer. Ya están, los hombres que van a trabajar al campo, preparando los mulos, las herramientas. Eva está cansada. Le pide, a la  que hace de madre, que le ayude a meterse en la cama. Lo hace; me quedo con ella sentado en la mecedora. Desde la ventana contemplo la salida del sol, el huerto, la llanura, el río. Todo el campo está seco, desolado; el pasto blanco, las encinas grises, la vaguada amarillenta. El aire es pesado, asfixiante. Al otro lado del río observo  las casas nuevas. También parecen áridas, achicharradas por el sol. Por la ladera de la loma pastan las ovejas, se oyen los perros ladrar, a los que labran las tierras, el siseo de las hojas de los álamos del arroyo. Sólo el huerto, sus plantas verdes, sus árboles, es el único oasis fresco. Ahora estoy cansado. Tengo ganas de llorar. Hoy no me apetece trabajar, tampoco escribir; no encontraría palabras para expresar lo que siento; me sería imposible decir lo que ahora mismo hay en mi corazón. Hoy sólo me apetece estar aquí, junto a esta criatura velándola mientras duerme. Ella está tan sola en este mundo como yo; sufre tanto como yo, la están tratando igual de mal a como me han tratado a mí. Tiene ahora mismo su corazón apenado, triste. La miro. Está arropada en sus sábanas blancas. Duerme hermosa.

 

Me quedaré aquí todo el rato. Tumbado en esta hamaca, meciéndome frente a ella, mirando las lágrimas subir por la garganta. Estoy tan sangrado por dentro que tengo ganas de llorar. Con su indiferencia, con su olvido, cuánto daño pueden hacer las personas.

Hasta después del medio día estoy sentado en la hamaca junto a la cama de Eva. En algunos momentos me quedo dormido, en otros momentos pienso en Grisel. Sólo su recuerdo me conforta.

 

Por la tarde, cuando el sol cae hacia el horizonte me acuerdo de Bolera, la perra blanca que Evarina, desde siempre, ha querido mucho. Hace tres días que no la veo. No va con las ovejas; tampoco aparece por el cortijo. Desde pequeña ha jugado con Eva, la ha acompañado cuando seguían las ovejas, ha cuidado de ella. ¿Qué le habrá pasado ahora? Bolera es muy inteligente, cariñosa, fuerte.

Cuando el calor empieza a perder fuerza salgo del cortijo. Eva aún sigue durmiendo; me voy al huerto. Como otros días, recojo las frutas, las hortalizas, riego los pimientos, los melones, los tomates. Poniéndose el sol se acerca a mí el que hace las veces de padre con Eva. Tiene las ovejas por la llanura. Enseguida le pregunto por Bolera.

- ¿No lo sabías?

Me dice.

- ¿Qué tenía que saber?

- Bolera se está muriendo.

- ¿Cómo es eso?

- Ella es vieja; ya hacía tiempo que sufría trastornos en un oído; tiene heridas en algunas partes del cuerpo. Se muere de vieja.

- ¡Pobre animal!

- He pensado matarla para que no sufra más pero me da pena.

- ¿Dónde está?

- Ahí, en el arroyo, un poco más abajo.

- ¿Puedo verla?

- Si quieres te acompaño.

.  Llévame hasta el lugar.

El padre de Eva me conduce por el arroyo. En unas matas, en la torrentera, la veo. Está tumbada en un pequeño barranco excavado en la tierra a la sombra, al fresco del arroyo. Está lacia, tiene los ojos cerrados, respira con dificultad. Me acerco, la llamo por su nombre, no reacciona. Sobre ella vuelan las moscas, siento pena. Quisiera darle de comer, hacer algo para curarla.

- ¿Qué podemos hacer?

Me pregunta el padre de Eva.

- Es desagradable que tenga que morirse así de este modo con lo mucho que la hemos querido y lo buena que siempre fue.

- Pienso igual pero sé que no puedo hacer nada.

 

Me incorporo, me retiro del lugar, subo por el camino; el padre de Eva se va con las ovejas hacia la majada. Con mis pensamientos puestos en Bolera y Eva sigo un rato más trabajando en el huerto; ya que empieza a oscurecer, de los rosales que están en la parte baja del huerto, corto un ramo de rosas; también cojo una buena cantidad de la mejor fruta. Todo es para Eva. Me voy al cortijo. Nada más llegar la busco. Aún no ha salido de su habitación; está despierta pero sigue en la cama. La beso. En un bote de cristal coloco las flores, las pongo junto a su cama en la mesita de noche. Evarina me sonríe y me lo agradece.

 

Pero está triste; apenas ha comido, apenas tiene ganas de hablar, apenas siente entusiasmo por levantarse, salir fuera de la habitación, dar un paseo por el campo. Está muy apenada. Piensa en su madre. Soy consciente de su dolor; me quedo con ella. Hasta bien entrada la noche le leo cosas de Tagore, de Hesse. Se duerme de madrugada; también lo hago yo pero en la misma hamaca donde estoy sentado.

 

Al amanecer del nuevo día me despiertan los balidos de las ovejas, los que van a trabajar al campo, los ladridos de los perros. Sigo sentado en la hamaca mirando a Eva unos ratos, otros ratos, a través de la ventana, observo cuanto ocurre fuera. Un poco antes de que apunte el sol veo al padre de Eva. Se dirige al lugar donde se muere Bolera. Lleva en su mano una soga, un pico y una pala. Arrastra algo por el arroyo. Entre las zarzas excava. Media hora más tarde se va hacia la majada. Comprendo que Bolera ha muerto. Acaba de despedirla, de darle sepultura.

 

Algo más tarde yo mismo preparo el desayuno a Eva con las frutas que por la noche traigo para ella; se lo dejo a su madre, le pido que en cuanto se despierte se lo dé. Me salgo del cortijo, me voy al huerto. Trabajo, escribo, medito, paseo, me baño. Pasan los días. La niña, en algunos momentos se levanta, se viene conmigo por el campo, por el río; en otros momentos prefiere quedarse sola en su habitación. No olvida a su madre, no olvida lo que le hizo la noche de la feria, no ignora que ahora quizá tarde muchos días en venir a verla, y aunque venga sabe que su madre no la quiere de veras. Esta es la causa de la honda pena que hay en su corazón. Uno de estos días me pregunta por Bolera; le cuento lo ocurrido; lo siente, casi llora sin hacer ningún comentario. Es como si comprendiera que esto tenía que ser así, que debe aceptarlo.

 

Transcurre el verano; todo agosto, algunos días de septiembre. Ninguno de los del grupo han dado señales de vida en este tiempo. Tampoco Zarina. En Eva el dolor se ha calmado algo. Ahora me acompaña a todos sitios, juega conmigo, ríe, se interesa por lo que escribo. Es feliz hasta cierto punto. Aunque recuerda el grupo y a su madre, al no verlos, no le afecta. También yo he alcanzado cierto grado de consuelo interno. Estoy conformado, algo en paz, en armonía con mi destino. Los dos, ahora, en alguna medida, nos hemos alejado de las cosas y personas que tanto daño nos hacían. Las recordamos pero la sentimos como si estuvieran perdidas allá lejos en el tiempo.

 

Ahora me doy cuenta que para que las personas no hagan daño es mejor ignorarlas, no implorarle ni comprensión ni cariño. Ahora me doy cuenta que con las personas que son como ha sido Nieves conmigo debo dejarlas que el tiempo las pudra y la muerte se las lleve. Cuando uno quiere tanto como yo a Nieves y ellas proceden con esta ingratitud es casi justo olvidarse de ellas y no recordarlas jamás. También ahora me doy cuenta que estas mismas personas que ahora me desprecian, pueden llegar a adorarme un día. Si por casualidad mi libro alcanza fama enseguida me considerarán persona importante. Presumirán de haberme conocido, de haber charlado conmigo, me levantarán estatuas después de mi muerte. Pero por si no puedo hablar cuando llegue este momento, desde aquí maldigo a todas las personas que puedan comportarse así conmigo. El que no que me quiso cuando fui pobre y estaba solo, le pido por favor que tampoco luego, cuando sea famoso, se acerque a mí. Lo seguiré odiando aunque me pida perdón porque cuando lo necesité me dio la espalda en lugar de tenderme la mano y consolarme.

 

Un fin de semana, a mediados de septiembre, estando una tarde en el huerto, Rafa llega a nosotros. Nos anuncia que los otros están en  las casas nuevas.

- Como el curso está a punto de empezar, para hacer algo nuevo y vivir juntos varios días, se nos ha ocurrido organizar un campamento. Enseguida pensé en vosotros. Se lo he propuesto a los demás y no tienen dificultad en que os vengáis con nosotros. Por mi parte me alegraré que vengáis.

Nos dice. Eva me mira. Enseguida pregunta por su madre, se entera de que va a venir, no dice nada, espera que yo me defina. Le digo a Rafa que lo pensaré.

- Pero no mucho; será agradable teneros con nosotros.

 

Por la noche Rafa se queda en el cortijo; nos convence. Al día siguiente, sobre las diez, se presentan los del grupo con las tiendas, los sacos de dormir, las mochilas. También viene Zarina. Como otras veces, abraza a Eva, la pide disculpas, la ilusiona con el nuevo proyecto.

- Queremos que tú seas el guía de esta expedición.

Me dice Asun apoyada por los otros.

- Conoces estas tierras. Llévanos para donde quieras pero que sea un lugar bonito.

Pienso un rato; les propongo la llanura del sur del cortijo junto al río entre los álamos. Lo aprueban. Nos ponemos en marcha. Llegamos al lugar fijado, montamos las tiendas, desocupamos las mochilas, preparamos las cosas. Entre las actividades que han pensado para animar los días del campamento está la construcción de un chozo de monte. Me piden que les ayude. Los organizo, buscamos árboles viejos, secos; los cortamos, rozamos monte. Mientras tanto Eva, Zarina y todos los demás, construyen pequeñas balsas en el río; en ellas ponen la fruta, las latas de conserva, cerca de las tiendas encendemos fuego. Dejamos el trabajo, nos sentamos alrededor de las llamas. Charlamos, cantan, cuentan chistes. En todo el rato no dejo de observar a Eva. Es feliz plenamente.

 

Nos acostamos ya de madrugada. Me quedo a dormir con varios de los muchachos en la tienda próxima al fuego. Dejo la puerta abierta. Desde aquí, con mi cabeza vuelta hacia los troncos, durante rato los contemplo. Me pregunto cómo ha de ser mi postura en medio de este grupo de jóvenes. En esta ocasión no debo buscar en ellos lo que ya busqué tiempos atrás en otros, cariño, comprensión, amistad. Ahora cuidaré mucho de no caer en este error para que no me suceda que cuando se vayan me dejen el corazón triste.

 

En esta ocasión viviré entre ellos simplemente compartiendo sus cosas, respetándolos, dándoles una palabra de orientación a ánimo se la necesitan y la desean, queriéndolos sin dejar de ser yo, sin buscar apoyo en su amistas. No les contaré mis cosas y  les abriré mi corazón pero sin entregárselo. A ellos sólo le interesa mi compañía; que los aprecie, que los escuche pero también que los dejen libres. No voy a pedirles nada para mí.

 

Estoy en estos pensamientos cuando oigo el viento romperse sobre las ramas de los álamos. Ha empezado a soplar y aumenta gradualmente. Brilla un relámpago; en poco tiempo la tormenta se fragua, descarga la lluvia, apaga los tizones, oigo el tamborileo de las gotas sobre las lonas de las tiendas. Aumenta. Llueve durante dos horas. Varios se despiertan; hacen algún comentario y se duermen. Ya que va amaneciendo la lluvia cesa.

 

Rayando el alba me salgo de la tienda. Contemplo el campo; todo está mojado, frío. Subo por el cerrillo. En la roca blanca, junto a la corriente del arroyo, me siento. Contemplo las tiendas; pienso en Eva, en su madre, me la imagino durmiendo dentro; observo el río, el barranco. Sobre las diez oigo a las muchachas llamándose; se empiezan a mover dentro de la tienda. De pronto, veo que esta se cae; el alboroto, los comentarios, los trompicones, aumentan. Oigo a Eva llamándome. No voy a su ayuda. Me parece gracioso que haya ocurrido esto. Para ellas es un juego que les divierte, les llena de interés, les hace felices. También yo sigo con atención cuanto ocurre bajo la lona caída. Pasada media hora las veo salir cada una por su sitio. Ahora, los muchachos, rodean la tienda; bromean con ellas.

 

Sale Eva. Me busca, la llamo, corre por la ladera, se viene junto a mí, moja sus manos en la corriente del agua.

- ¡Qué amanecer más hermoso!

Me dice.

- ¿Verdad que lo de hoy, con estos campos mojados, lo de la tienda y mamá si parece un sueño?

- Tienes razón.

 

Hasta nosotros se acerca Zarina. Besa a Eva, la coge de la mano; pisando el campo mojado se la lleva. En un lugar bonito desde donde se divisa bien la corriente del río, los árboles del bosque, las nubes que brillan junto al sol, se sientan. Abren un cuaderno. Zarina explica cosas a Eva; en el papel dibujan el campamento, los cerros, el paisaje. Entretenidas en este juego se pasan la mañana. Las contemplo; soy feliz viéndolas tan compenetradas.

 

Casi es medio día cuando abandonan su trabajo; se vienen a las tiendas.

- Esta tarde me tienes que llevar contigo de paseo por el campo.

Le dice Eva.

- De acuerdo.

Responde Zarina. Las dos se unen al grupo que trabaja en la construcción del chozo; yo ando entre ellos. Al caer la tarde uno de los del grupo se acerca a Zarina y le dice:

- Tengo que hablarte ¿me dedicas un rato?

- Ahora mismo.

 

Se van campo adelante. Eva los mira; está junto a mí. Sucede que ella ha esperado con ilusión el paseo prometido. Ahora mira a su madre. La ve alejarse con el muchacho comprobando que la olvida. Me doy cuenta que se entristece. Le pido que se venga conmigo; me la llevo río arriba. Medio sollozando dice:

- ¿Por qué siempre me pasa esto con ella?

- Tengo que hablar con tu madre en cuanto pueda.

Le digo con el sincero deseo de hacerlo.

 

En la curva, un poco más arriba, nos paramos con Rafa. Está sentado junto a la corriente.

- ¿Adónde vais?

- Al huerto ¿nos acompañas?

Le pide Eva.

- Voy con vosotros.

 

Atravesamos el campo; llegados al huerto. Durante rato regamos lo que vemos que tiene más falta de agua. Trabajamos en la construcción del invernadero. Por mi propia cuenta he decidido construir un invernadero en el huerto. Así lograré que las frutas y las verduras no falten en ninguna época del año. Saludamos a los que hacen las veces de padres de Eva. Cargamos con leche y verduras del huerto; reemprendemos el camino del campamento. Mientras nos acercamos a las tiendas Eva recuerda a su madre.

- ¡Me gustaría tanto que ella estuviera con nosotros compartiendo nuestras cosas!. Díselo algún día a ver si lo comprende.

- Descuida que lo haré porque yo también pienso como tú.

- Pídele que se quede con nosotros para siempre en estos campos.

 

Nada más llegar al campamento Zarina busca a Eva; la besa, juega con ella, le enseña yudo, le cuenta algunas de sus cosas en la cuidad. Eva quiere tanto a su madre, es tan feliz con ella, que en cuanto recibe un poco de afecto, una caricia, una atención, olvida los malos ratos. Al día siguiente por la mañana varios se acercan a  las casas nuevas. Con ellos va Zarina; acompañando a ésta, Eva. Su intención es comprar alimentos. Yo me quedo con el resto trabajando en los preparativos del chozo. Al caer la tarde estoy junto al río cortando troncos. Rafa se acerca y me dice:

- Esta noche, en el chalet de unos amigo que han subido de la ciudad, hay una fiesta ¿vendrás?

- No

- ¿Por qué?

- Simplemente porque dentro de mí no siento ninguna necesidad de esta fiesta.

- ¿Dejarás a Eva?

- Infórmale con claridad y luego deja que haga lo que quiera. Ella, conmigo, siempre es libre. Ni le pertenezco ni me pertenece.

- Te quedarás solo.

- Puedo escribir, puedo cuidad del campamento, puedo ir al huerto, puedo meditar.

- Entonces hasta la vuelta.

 

Se despide de mí. También Eva viene a darme su beso. Pasado un rato los oigo cantar por el camino en dirección a  las casas nuevas. Desde el río, mientras trabajo en el tronco, los miro hasta que se pierden a lo lejos. No me siento mal por haberme quedado solo. Ellos son felices yéndose de fiestas; yo lo soy estando solo en el silencio de la tarde junto al río. Me digo a mí mismo que el quedarse aquí es tan importante  como ir a la fiesta. Me siento junto a la corriente; la miro mientras los oigo irse. Observo la sombra del cero alargándose por el barranco; me encuentro a gusto; siento un profundo placer. Sólo una cosa echo de menos: Grisel. En este momento sería delicioso tenerla junto a mí; sería delicioso charlar con ella en medio de este silencio, sentir su cariño en esta noche, tenerla simplemente a mi lado.

 

Ahora ya puedo hacer un juicio sobre la gente que forma este grupo. Tampoco me siento a gusto entre ellos; tampoco puedo unirlos a mi alma con la ilusión de que llenen algunas de mis aspiraciones. Ellos, como casi todos, los que de la cuidad, he llegado a conocer, están cerrados en sus cosas, en sus problemas, en sus ilusiones. Aspiran, fuertemente, a vivir el placer de la materia, el placer de los instintos, el bienestar y consuelo momentáneo. No van más allá; no buscan nada, más allá de esto, excepto dinero, divertirse, prestigio, carreras. Voy comprobando poco a poco que la visión que tienen del mundo, la vida, las nuevas generaciones de jóvenes que crecen en la ciudad, es meramente funcional, objetiva, práctica, material. En ellos, todo lo que es de carácter espiritual, trascendente, está casi ausente.

 

Compruebo, una vez más, que entre ellos y yo hay dos concepciones del mundo fuertemente diferenciadas. Ahora no caeré en el error de querer ser uno de ellos. Tampoco pretenderé convertirlos a mis principios. Sería empezar a luchar para venir al final a los resultados que ya conozco.

 

Sale la luna; llena con su luz, el barranco, los monte. Subo por la llanura, llego al huerto, por las acequias, el agua cae como en gotas de lluvia sobre las hojas verdes de los tomates, los pimientos, las lechugas, las parras. Recorro el huerto de un lado para otro observando el estado de cuanto en ella crece. Algo más tarde me alejo camino adelante hacia el campamento. Antes de llegar, sentada en una roca, me encuentro a Eva. Sorprendido le pregunto:

- ¿Qué haces aquí?

Sin pronunciar palabra abandona el peñasco, corre hacia mí, me abraza y empieza a llorar. La aprieto fuerte contra mi pecho.

- ¿Me estabas esperando?

- Sí.

Responde con la voz casi ahogada en la garganta.

 

El cielo está lleno de estrellas, el campamento en silencio, hace algo de fresco, la luna baña de plata los montes. Me siento sobre la grama junto al río cerca de Eva.

- ¿Tú te habías ido con ellos a  las casas nuevas?

- Mamá me convenció.

- ¿Te has venido sola?

- Sí.

- Quisiera saber qué ha pasado.

Durante rato escucho atento la historia que Eva me cuenta. Me resulta duro comprender lo que una vez más ha sucedido; la han vuelto a dañar sin conciencia, la han vuelto a humillar despreciándola y dejándola sola.

 

La acojo en mi pecho, la abrazo, la beso. Le pido que descanse; la envuelvo en el saco de dormir, la arropo con la manta y sobre la verde grama, junto al río, se queda dormida. A su lado, cerquita de ella, me acuesto yo; pero en estos momentos, después de lo que he vivido por la tarde, después de lo que acabo de conocer en Eva, no puedo coger el sueño. Por una parte estoy indignado; lo de Zarina con su hija es calamitoso; me afecta profundamente, me duele, me entristece. Estrujo mi mente buscando una razón válida que pueda justificar semejante postura. Desde un punto de vista humano no hallo ninguna explicación razonable. Me remonto a Dios. Para mí ahora es lo único que me puede fortalecer. Creo que cuando todo acabe en esta tierra, cuanto ahora estoy viviendo, me lo encontraré apuntado en el cielo. Creo que Dios deberá sacarlo a la luz para que lo conozcan otras muchas personas. Creo  también que debe hacerse justicia. Ahora me doy cuenta, por Eva y por mí, que hay muchas cosas en este suelo que serán siempre eternas. Ella ama dulce y limpiamente, sin embargo, no es correspondida, mas sus sentimientos, sus impulsos de amor ¿van a quedar perdidos como si fueran cosas poco importantes? Sé que no. Lo suyo es sincero; debe permanecer siempre.

 

Mientras medito esta idea pienso en mi libro. ¿Cómo pudiera escribir estas cosas para transmitirlas a los otros tal como las estoy sintiendo ahora? Me acuerdo de Grisel. En estos momentos vuelve a ser para mí importante. Creo que todo lo ahora que mismo siente mi alma es ella, está movido por ella. Me digo que tengo que inmortalizarla; que debe centrar mis ilusiones, fuerzas y luchas para hacerla cada día importante y grande aquí en la Tierra aunque sólo sea en mi libro. Una criatura como esta que me mueve una vez y otra hacia lo puro, lo elevado, lo hermoso, debe ser conocida; debe ser importante para siempre. La quiero a pesar del tiempo; la quiero y la querré cada vez más. Sé que este cariño es de mucho valor; un sentimiento profundo, bello y noble. Como otras veces me pregunto por qué no la tengo a mi lado; por qué no la puedo gozar tal como en realidad mi alma ansía. Esta niña sería otra cosa de lo que es, este campo, esta noche, la gente de este grupo, yo, mi postura ante la vida ¿por qué no está aquí?.

 

Pienso que si ya tuviera mi libro terminado, si ya lo hubiesen leído muchos, a lo mejor las cosas estarían de otro modo. A lo mejor la gente me amaba más, a lo mejor Zarina creía más en mí, a lo mejor la gente me miraba con menos arrogancia que ahora y esto podría ser bueno para no sentirme tan solo. Si las personas tuvieran en sus manos mi libro ahora ya creerían más en mí y al tenerlos de mi parte sin duda que me sentiría mejor. Me entrarían grandes deseos de avanzar, de escribir, de terminar el relato que he comenzado. En cuanto esté concluido puede cambiar mi vida. Me alegro más por Grisel que por mí. Ella es desde luego la que mantiene en mí la ilusión encendida, la que me ha embarcado en la aventura que estoy viviendo. He de seguir adelante, he de triunfar, he de elevarla en la forma en que ahora mismo se merece.

 

Me quedo dormido junto a Eva cuando ya está casi para amanecer. Dos horas más tarde oigo a los del grupo; vienen desde  las casas nuevas río abajo, cantando, dando voces, manteniéndose unos con otros. Desde donde estoy tumbado miro y los veo. Enseguida descubro que varios vienen borrachos; veo a zarina. También viene bastante mareada. Uno de ellos, el de los ojos azules, la trae abrazada. Rafa y tres más están enfadados. Entran en la tienda, sacan de ella una manta, se van hacia la llanura, bajo la sombra de una encina la tienden, se echan a dormir. Los otros se meten dentro de la tienda. Desde dentro, a voces, se les oye decir:

- A ver si ahora ya dejáis de molestar; el que no quiera dormir que se vaya a los cerros de enfrente.

 

Zarina, con dos muchachos, se sienta en la sombra de los álamos; con pasión discuten. Tienen problemas con varios del grupo; las cosas le han ido mal. Mientras los oigo le reprocho el que ni siquiera se haya acordado de Eva. Nadie la ha nombrado, nadie la ha buscado. Eva, ahora mismo, sigue durmiendo junto a mí; no se han enterado de que ellos ya ha llegado. Esta mañana amanece un día fresco, corre algo de aire cargado de perfume, por el cerro de enfrente veo el rebaño de ovejas. Han bajado desde el cortijo bordeando el cerro y ahora se van hacia atrás coronando la cresta del monte.

 

Me quedo dormido. Ahora ya ha salido el sol pero Eva y yo estamos bajo la sombra del fresno. El fresco de la mañana, el ruido de la corriente, la paz del campo, invita a dormir. Además, todos estamos cansados. Duermo hasta la una del día. Cuando me despierto aún oigo a Zarina discutir; ahora es con Rafa con quien charla; los que le acompañaban al principio se han ido. Ella ahora está sentada cerca de nosotros bajo la sombra de las encinas. No nos ha visto; ya aprieta el calor. Las chicharras llenan la llanura con sus cantos. Eva sigue durmiendo. Oigo a Rafa que dice:

-  ¿Tú piensas bien aquellas actuaciones tuyas?. Primero nos dijiste que te ibas de policía. Durante tiempo sólo hablabas de esto. A todas horas nos dabas la tabarra con ello. Viste como la cosa tomó tanto cuerpo que todos, en el grupo, lo usaron como pitorreo. Todos se reían de ti. Cuando pasó el tiempo comprobaste que lo de policía dejó de interesarnos; lo olvidaste. Sacaste luego que estudiarías guitarra, unos días después que danza, luego que te ibas con tu tío a trabajar en un banco a otra ciudad; te pusiste, luego, a estudiar administrativo, unos meses más tarde a trabajar en la farmacia, luego te echaste a vender por las calles con tus amigas, te matriculaste para estudiar azafata, para inglés, para yudo, para...

 

Recuerda que todo lo fuiste dejando en el momento en que ya no causaba interés en el grupo. Sucedió entonces que no sabías qué hacer para llamar la atención; te pusiste a decir que te ibas del grupo, que te encontrabas sola, que nadie te quería. Empezaste a irte por las casas de tus amigas y noches enteras te las pasabas fumando, organizando fiestas. Un día dijiste que te marchabas de tu casa y otro día te echaste a fumar droga. Si al pasar por la calle alguien te decía algún piropo te tirabas horas enteras escondiéndote por las esquinas y enviándole mensajes con niños. ¿Qué era lo que pasaba? ¿Qué es lo que de siempre te ha pasado? ¿Qué hay detrás de todas estas cosas tuyas?.

Oigo a Zarina pidiéndole por favor a Rafa que no le recuerde más estas vivencias.

- Tengo en ello tan buen sabor pero a la vez tan desagradable que no quiero recordarlo más.

 

- Sin embargo, cuando empezaste a enamorarte del de los ojos azules todo vino a complicarse aún más. Aquellos tres días en la casa pequeña cuantos malos ratos vivimos tú, él y todos nosotros. Te odiamos, lo odiamos porque tú lo querías. Maldijiste haber ido a la casa; el último día decidiste marcharte definitivamente de con nosotros; no fue así sino lo contrario: Unos días más tarde los dos andabais por la ciudad abrazados. Sin embargo, pasado una semana, reñiste con él la primera vez. En fin ¿sabes lo que te digo?

- ¿Qué es lo que me dices?

- Que todo el mal, todo el conflicto no está en ningún otro sitio sino en tu corazón. En tu interior en una lucha contra el bien y el mal.

- No sé por qué hablas así.

- No tengo más remedio; me duele dentro.

- Pero a mí no me gusta remover el pasado.

- Justamente porque ni cuando lo viviste tuviste las cosas claras ni tampoco ahora. Recuerda cuantas veces has participado en las manifestaciones por las calles de tu ciudad, cuantas veces has votado a éste o a aquel partido, cuantas veces has gritado, pegando carteles y hasta defendido con aberración que la política es el único camino de salvación. ¿Por qué luego abandonaste radicalmente?

- Tú sabes que en el fondo soy apolítica.

- Sin embargo, aquellos días estabas tan estúpida que ni se podía hablar contigo.

- Según tú ¿de dónde vendrá entonces la salvación?

- Del corazón. Del interior de cada uno de nosotros. Ahí dentro primero hay que sentir la paz y para esto hay que estar limpios; luego nacerá el amor y después el gozo por la vida. No hay más; así es de simple.

- ¿Sabes lo que te digo?

- ¿Qué me dices?

- que has cambiado desde que te juntas con el amigo de Eva. Antes no eras así. Pero en fin, vamos a dejarlo. Estoy cansada; me gustaría ver a Eva ¿Dónde estará?

Veo que se levanta. Comienza a caminar, la sigue Rafa, baja la pequeña torrentera. Sin pretenderlo se aproxima a donde estoy. La primera en verme es ella.

- Precisamente ahora iba a buscarte ¿Has visto a Eva?.

Me pregunta

- Duerme sobre la hierba verde.

 

La niña duerme aún dulcemente liada en la manta. Su madre la ve; se aproxima a ella, va a despertarla; intervengo diciendo:

- ¡Un momento!

Zarina se detiene; me mira y pregunta:

- ¿Qué pasa?

- Si piensas despertarla ahora no te dejaré.

- ¿Cómo que no?

- Está cansada y rota por dentro.

- Es mi hija.

Me aproximo a Zarina, la cojo del brazo, la retiro del árbol hacia la curva del río para evitar que nuestras palabras despierten a la niña.

- Precisamente porque es tu hija y ella te quiere no tienes derecho a usarla como juguete.

- ¿Y tú quién eres para meterte en esto?

- ¡Nadie!  Ni me importas tú ni tus cosas ni cómo acabe tu vida. Por mi parte te puedes ir al infierno si lo que deseas es eso.

- ¿Quién te ha dado derecho, pues, sobre mi hija?

- Nadie me ha dado ningún derecho ni yo me lo he tomado. Me la he encontrado en estos campos, está sola, sufre, me ha pedido consuelo y se lo estoy dando. No tengo más ningún otro derecho sobre ella.

- ¿Por qué ahora me prohibes verla?

- Porque tú tampoco tienes derecho a causarle dolor ni a maltratarla. Nadie en este mundo tiene derecho a causar dolor ni herir a otra persona y en este caso menos.

- Se ve que me has cogido manía desde el primer día en que me conociste. ¿Qué tengo yo?

- No te he cogido manía; sólo desapruebo tu conducta porque me hiere y daña a Eva.

- Mas tú no sabes nada de mi vida, no tienes por qué meterte en mis cosas.

- Ya te he dicho que me importa un bledo tu persona, tus torpezas, tus cosas, tus amigos. Si te agrada hacer el mal, hazlo, ya darás cuenta algún día de ello.

- Y ahora me condenas; pues estás equivocado. Mi vida, mi conducta no es ni mejor ni peor que la de miles de jóvenes como yo; sólo quiero conocer la vida, saber de los placeres, sentir los goces del amor.

- Pero por este camino te aseguro que lo que rompes, lo que destrozas, el daño que haces superas con mucho al bien que alcanzas.

- ¡Qué sabrás tú de eso! Me da la impresión de que estás amargado, frustrado y de aquí que te moleste que otros se lo pasen bien.

Hemos subido por el río. Rafa nos acompaña; guarda silencio. Me doy cuenta que Zarina está cansada; le pido que se siente bajo la sombra; le pido que se acueste y duerma.

- Ahora no puedo dormir; estoy nerviosa; además, no me has contestado las últimas palabras que te he dicho.

- Sólo tengo que responderte que andas equivocada. Has dicho lo que has dicho para consolarte, para defenderte, para justificarte, para decirme que inevitablemente el camino de la verdad y la vida es el que tú estás siguiendo.

- Ese es tu punto de vista. Ninguno de los jóvenes que viven en la ciudad sienten las cosas como las sientes tú ¿dime por qué?

- Sin embargo ¿habéis pensado alguna vez en el futuro? ¿Tendréis algo nuevo para dar a la sociedad, a vuestros hijos?

- ¡Nuestros hijos! Ellos ya se las sabrán arreglar como nos las estamos arreglando nosotros.

- ¡No sois personas normales! Convéncete que lo que vais buscando es sólo la comodidad, el placer, la huida de la entrega, de la renuncia.

- Hablas sin fundamentos. Tampoco tú puedes asegurarme cómo será el futuro. Es algo que está por venir. Me interesa sólo lo que ahora mismo tengo delante. Estás en un error; tus sueños pueden resultar falsos. Hoy nadie mira más allá de lo que tiene ante sus ojos. ¿Tú crees que los que nos alimentamos sólo de la materia estamos fuera de la razón?  Nuestro camino existe y llega a un final; sólo por esto ya no se puede negar. Dios lo respeta siendo más grande que tú. Creo que en el fondo lo que te pasa es que estás dentro de un gran egoísmo.

 

Te diré una cosa: La vida, en sus manifestaciones torpes, sencillas, también puede tener sentido. También puede tener un sentido que los jóvenes actuales busquen más los placeres de la materia que los del espíritu. Sí, sé que vas a decirme que vamos hacia la muerte pero ¿acaso no es la presencia de la muerte la que nos hace sentir lo bello?  A lo mejor resulta que tu visión de la vida es mucho más falsa de lo que piensas.

- Bien por tu argumentación. Más voy a decirte también que si la verdad existe, si el bien y la belleza existen y también tu alma ¿no puede ser esto también un camino con su final? Y si es un camino ¿no será absurdo, negarlo, anularlo, ignorarlo? Creo que sí y quizá de peores consecuencias que lo anterior.

 

- Pues no sé qué pensarás pero no me convence tu realidad. Estos campos, tu vida, tus motivaciones no me convencen. Es como si no pudieras gozar de las cosas materiales, como si fueras impotente para captar la vida a través de la materia y coger de ella todo lo bueno que posee. Tienes miedo que las cosas del mundo derrumben tu tinglado interno. No me convences. Has trazado la vida al margen del dolor, de la lucha; tienes el mundo deformado. Te has refugiado en ti porque eres cobarde y rehuyes las angustias y miserias que viven las personas en la ciudad. Tu realidad cada día me convence menos, me dejarás vacía. Como no eres capaz de gozar la vida porque te da miedo te vienes a estos campos. Te conviertes a ti mismo en un santo, en una persona perfecta, sin pecados, pura. Te has integrado en el orden establecido por los mayores y has aceptado ser pieza de la Gran Máquina. Ahora, cuando nos ves a nosotros que nos revelamos contra el mundo, que nos salimos de tus esquemas mentales, nos rechazas, nos condenas, nos humillas, nos gritas. Nos juzgas como personas malas cuando en realidad el malo, el inmoral, el anticuado, el incapaz de bondad y comprensión, eres tú. Sólo aceptas lo que coincide contigo, lo que no, lo condenas.

 

Guardo silencio. Pasa un rato. La miro y digo:

- Ahora ¿qué quieres que conteste a lo que acabas de exponerme?

- No te pido que contestes nada. Te he dicho lo que siento y no hay más.

- Eso sí está bien; si lo sientes, si tienes un motivo fuerte para sentirlo así, para ti nada hay mayor que lo que acabas de confesar; pero te voy a decir que tus palabras no han demolido nada dentro de mí. Creo que cada uno ha de ser dueño de su propio destino. Nadie puede conocer mejor la voz que grita dentro que la misma persona en la que grita. Mas te has salido del tema. Te dije al principio que no me importas nada. Nunca pretendí ser moralista ni meterme a corregir la vida de los otros. Que cada uno cargue con sus cosas y sea lo que él quiera. Estás en un error respecto a mí. Desde que vivo no he querido otra cosa sino encontrar un amigo, sentirme amado por alguien. En lo demás no me meto ni me interesa mientras no me dañe. Nada hay más lejos de mí que querer ser guía. Estás equivocada porque no me interesas en absoluto ni me importan tus cosas. Es sólo Eva la que me preocupa. No te permitiré que le sigas haciendo daño y es en esto en lo que no juegas limpio. El sufrimiento de Eva me duele tanto como a ella. Así que a partir de hoy, ten cuidado Zarina. No le hagas más daño, porque de lo contrario te lo haré pagar caro. Ahora vete y haz con tu alma y tu vida lo que te haga la real gana; puedes estar muy tranquila que no me importarás.

 

Al acabar de pronunciar estas palabras me retiro de ella; la dejo bajo el árbol en compañía de Rafa. Bajo por el río en busca de la niña. Cuando llego a ella me encuentro a Asun y M0 Angeles dándole compañía. Ya se ha despertado. Enseguida me besa, me coge la mano, me pide que me siente a su lado. Eva está ahora guapísima. El largo rato de sueño le ha sentado bien; está relajada, tranquila, en paz. Son casi las cinco de la tarde.

 

El cielo a estas horas está cubierto de nubes. Corre algo de aire caliente; hace bochorno; la atmósfera amenaza tormenta. Por el poniente, sobre el Valle de Los Robles, las nubes son oscuras, densas. En estos momentos tengo ganas de estar solo; tengo ganas de escribir. Se lo digo a Eva, a M0 Angeles y a Asun. Lo comprenden.

- Date un paseo si quieres; nosotras acompañamos a Eva.

 

Me dice Asun. Las despido; subo por la ladera sur; en mitad de la cuesta, bajo las ramas de los quejigos y alcornoques, me siento frente a la llanura. Estoy excitado por la discusión con Zarina. Creo que lo que le pasa es que ella es una persona en cierto modo acomodada, situada en la vida. Apenas tiene inquietudes por nada; le gustaría alcanzar nuevos logros en la meta de sus experiencias pero por otro lado, desea fuertemente conservar lo que ya tiene, lo que ha vivido. No quisiera que el tiempo avanzara, no quisiera que la muerte le arrancase lo que ahora posee.

 

Me siento triste. Ahora más que nunca me gustaría tener en mis manos poder; me gustaría tener más conocimientos del mundo y las personas, me gustaría haber logrado ya el éxito. Le demostraría a la gente cómo han de hacerse las cosas; les demostraría lo errados que están al proceder del modo en que proceden. Para mí el poder no es sino la posibilidad de enseñar el bien e iluminar. Estoy cansado de seguir viviendo la vida pueril que respiro ahora. Deseo escaparme de aquí porque de lo contrario en lugar de avanzar y pasar a nuevas experiencias, regreso y muero. Me convenzo que la única fórmula es el trabajo. Debo trabajar si quiero por fin un día lograr algo; debo trabajar de firme y no descansar ni decaer. Y el trabajo que más directamente me llevará a lo que aspiro es mi libro. He de entregarme a él de lleno y sin descanso ir adelante aunque sea luchando contra mi ánimo, mi tristeza, mi cansancio, el propio placer o dolor de mi mundo interno.

 

Pasa la tarde. Mientras contemplo el valle y pienso en mil cosas veo como el cielo se va llenando de nubes. Avanzan desde el poniente negras, grandes, densas. Sopla el viento. El valle se llena de sombras. Brillan los relámpagos, crujen los truenos, empieza a llover. Nos refugiamos en las tiendas, en el chozo. Llueve casi hasta media noche sin parar y con fuerza. En esta ocasión los arroyos se llenan de agua; empiezan a bajar cada vez más repletos arrastrando monte, ramas, pasto, piedras. Dentro del chozo encendemos fuego, hacemos la comida, nos acostamos alrededor de las llamas. El chozo ya está terminado. Sobre los palos que forman el armazón hemos puesto tanto monte que la lluvia no lo ha calado.

 

El nuevo día amanece sereno; limpio el cielo de nubes, en calma el viento, lleno de paz el valle, los montes, los arroyos. Sobre las doce Zarina busca a Eva. De nuevo hoy se va por el campo. La divierte pintando, jugando en el río, sentadas bajo las encinas. Temprano al día siguiente todos los del grupo cargamos con las mochilas, bajamos por el río, exploramos las rocas, las cuevas, el monte. Saltamos de un lado a otro. Cortamos ramas para hacer bastones. Nuestro propósito hoy es estar todo el día subiendo y bajando los cerros que hay al sur de donde tenemos montado el campamento. Pensamos regresar al anochecer. Sólo nos hemos traído con nosotros lo necesario para un día de campo.

 

Es medio día cuando llegamos a lo más alto del cerro redondo. Nos paramos bajo las espesas madroñeras junto a la fuente. Decidimos quedarnos aquí y comer. Eva es la primera en subir por las rocas, atravesar el monte por entre la senda. A las dos horas de estar aquí ella es también la primera en gritar:

- ¡Mirad lo que sucede allá en el Valle!.

Alertados todos miramos. Del valle surge una gran cortina de humo.

- Están ardiendo las tiendas.

Aclara Rafa...

- También el chozo y la llanura. Comenta Asun y es verdad: En estos momentos una gran parte de la llanura alrededor de las tiendas está en llamas. El humo, en densas cortinas, se alza sobre el  valle y cubre la colina al otro lado del río. Eva me busca, me coge la mano y casi llorando me dice:

- Se están quemando los dibujos que hice con mamá.

- ¿Dónde los guardaste?

- Dejé el cuaderno entre las ramas del chozo.

- ¡Es una pena!

- ¿Por qué no corremos? Quizá podamos salvar algo.

- Es inútil. El chozo está en llamas; estamos tan lejos que cuando lleguemos todo será ceniza.

 

Eva me escucha; se retira de mí. Creo que va a buscar a Zarina; sin embargo, diez minutos más tarde, Asun me dice:

- ¡Mira por donde va Eva!.

Al mirar la veo bajar corriendo por la ladera en dirección del chozo. Sin pedir ayuda a nadie, corro. Entiendo que pueda quemarse entre las llamas y esta idea me horroriza. La llamo, no me oye. Grita queriendo salvar sus dibujos sin dejar de correr. Mas en su carrera tropieza con unas matas, cae, rueda, la alcanzo, me abrazo a ella. Tendida en el suelo tal como ha quedado me mira y me dice:

- ¡Están ardiendo mis dibujos y los hice en compañía de mamá!

- Es verdad pero fíjate bien: Nadie podrá entrar en ese círculo de fuego para salvarlos.

Me mira y llora apenada.

- Todo vuelve a ser como un sueño donde ni antes había nada ni después tampoco; es como un sueño entre dos noches. Todo empieza y se acaba aquí: En este valle y justo a estas horas determinadas del día cuando dentro del chozo en llamas se queman mis dibujos.

- Es lo que yo creo; pienso como tú.

 

Le digo. Abrazado a ella me quedo largo rato mirando en silencio el valle quemándose. Por lo alto de la loma vemos asomar a los aviones de ICONA; también las cuadrillas de hombres. Bajan por el río; arremeten contra las llamas. Hora y media más tarde, entre el camino y el río, detienen el fuego. Pasado un rato me echo a cuestas a Eva. Subo por el cerro con ella sobre mis espaldas hacia el grupo. Mientras camino va hablándome con su cara pegada a la mía. La beso de vez en cuando para animarla.

 

Este mismo día, algo más tarde, cargamos con las mochilas. Avanzamos por el lado Norte hacia la casa de Zarina. Antes de llegar nos tropezamos con el horno donde en otros tiempos cocían piedras para hacer cal. Ahora ya hace mucho que está abandonado, apagado. Desde aquí, allá abajo, contemplamos el valle. La mitad de sus encinas, su pasto y su monte está quemado. Zarina camina a mi lado con Eva cogida de la mano.

- Creo que no es posible amar y detenerse en ningún sitio.

Comenta Zarina motivada por la visión del valle quemado.

- ¿Por qué?

Le pregunto.

- Nada es completo. Sólo hay un sin fin de pequeñas bellezas que se van alejando según nos acercamos. Es necesario estar cambiando continuamente.

- Mas yo creo que es posible cogerle cariño a una persona o cosa y detenerse en ella para amarla siempre.

- Pero el amor ¿dónde está?

- Va con nosotros. Es posible amar y detenerse y no sentir nunca más deseos de seguir buscando.

- Sin embargo, fíjate: Mi amiga M0 Carmen lleva tres años saliendo con un muchacho; el otro día me decía que ya no sentía nada por él. Han cortado. Como este caso conozco muchos. ¿No se demuestra con esto que es imposible detenerse y amar?  Creo que sí. Existe como una imperiosa necesidad de cambiar de aprender continuamente.

- ¿Y será necesario digamos eternamente?

- ¿Cómo se explica entonces lo de mi amiga y mil casos más que a diario ocurren?

- Quizá es que aquí nunca se dio el amor.

 

Mientras avanzamos por el camino caen sobre él las hojas de los árboles. Los álamos ya están amarillos y ahora se desnudan dejando caer sus hojas en forma de copos blancos cuando descienden de las nubes. Todo el camino anda cubierto de ellas. Por el cielo avanzan bandadas de nubes oscuras. Ellas son tan bellas que de una forma misteriosa me confirman que cuando se encuentra el amor es posible detenerse y no desear nada más.

- Tendrás razón pero fíjate que todo esto es en ti subjetivo. Sólo lo intuyes sin que tenga nada con qué demostrarlo.

Me dice Zarina.

- Mas es tan fuerte en mí esta esperanza interna que atraviesa la materia y el tiempo.

- Un día de estos y cuando tengas un rato, quiero charlar contigo despacio y profundamente, porque si has pensado que en el fondo no tengo sed de Dios, te has equivocado. Busco la verdad y deseo  la felicidad y la pureza de las cosas, desde lo más hondo de mi ser. Un día de estos tengo que hablar contigo para que comprendas.

- El día que tú quieras yo te escucho y si puedo ayudarte, me sentiré bien.

 

Al oscurecer llegamos a la casa de Zarina. En ella están sus padres, sus otras dos hermanas. Reciben con cariño a Eva. La atienden, la miman. Nos quedamos aquí, por la noche, sentados en la puerta del chalet, al fresco, saboreamos cervezas, sangrías, tapas de pescado, almendras. Sin prisa dejamos que la noche avance. Zarina habla con la niña; la observo. Descubro que un buen rato de la noche se la pasan haciendo planes para la Navidad próxima. Hablan del belén, de la fiesta para la noche vieja, de pasar los reyes en la casita pequeña entre el monte, de comprarnos regalos unos a otros y dárnoslos esa noche. Eva es feliz.

 

Mientras tanto charlo con el padre de Zarina. Esta noche me entero que su padre es perito en química, que trabaja en una de las empresas más grandes de la ciudad. También me entero en qué parte de la ciudad viven: junto a los jardines de los patos, pegado a la estación del tren. Al hablar del problema que está viviendo Griselda y sus padres en el Valle de los robles me entero que él es uno de los promotores de la urbanización en este lugar.

- ¿No se puede hacer algo para detener este proyecto?

- Eso es absurdo. Este rincón es uno de los sitios más hermosos de por aquí; urbanizarlo será mucho más rentable que cultivarlo. Los que viven allí han llevado las cosas a los tribunales pero no se saldrán con las suyas. Ellos tienen la razón más nosotros tenemos el dinero, el poder.

 

Mientras me expone estos razonamientos me doy cuenta que lo hace con cortesía, educación. También su mujer y sus otras dos hijas, son corteses, amables, acogedoras. Mas ahora ya no me fío de esta aparente bondad. Sé que esto puede practicarlo cualquiera. Ahora ya no ensalzaré a las personas mientras no vea como reaccionan ante la contrariedad, la crisis, el dolor. He llegado a descubrir que estas son reglas infalibles para el auténtico conocimiento de las personas. Es fácil ser cortés mientras todo son recompensas y satisfacciones, mas cuando las cosas se ponen en contra y hay abandono, soledad y castigo ¿Quién sigue practicando la dulzura y la bondad?

 

Bien entrada la noche los del grupo se marchan cada uno a su chalé. Varios están disgustados entre sí. Uno de ellos, el que llaman poeta, se ha enfadado con Lef, la muchacha que ama. Esta noche se queda en casa de Zarina; también Eva y yo. Ocupamos las lujosas habitaciones de la casa. Eva con ella; el poeta conmigo en la misma habitación. Desde el primer momento no deja de hablar de su problema. Está herido, amargado.

- Sabe que la quiero limpia y llanamente ¿A qué viene que continuamente pretenda demostrarme lo contrario de lo que siente? ¡Qué estúpido es esto!  Más se acabó tengo mi corazón libre porque no amo por interés; tengo mi alma limpia porque no amo lo de fuera sino lo de dentro; tengo la verdad de la vida en mis manos porque nada de lo que brilla bajo el sol me tiene amarrado. ¿Qué puede sujetarme a ella para que tenga que aguantar su falsedad? La seguiré queriendo, porque dejar de amar es dejar de vivir pero desde hoy voy a prescindir de su presencia. Puedo hacerlo y lo haré para que mi alma siga libre.

 

Al llegar aquí guarda silencio. Pasa un rato. Espera que hable. No lo hago. Está por completo excitado. Pasada media hora de nuevo prosigue su conversación. Me habla de lo absurdo de la vida de tantos jóvenes allá en la ciudad, de como se conducen igual que auténticos rebaños en los colegios, en las pandillas por las calles, en las tabernas, en las discotecas, en las fiestas. De como tienen sus mentes atrofiadas y no saben ni sentir ni amar, de la cantidad de palabras necias que repiten a lo largo de un día, de como se encierran horas y horas, por cualquier motivo, en los bares o pisos y aquí ponen discos, saltan, se abrazan, se besan, beben, se revuelcan y dejan correr las horas ajenos al brillo dulce de las estrellas en el cielo, ajenos a ese anciano de barbas blancas y cara bella muriéndose de frío en la esquina de la calle.

- No comprendo como en una civilización tan avanzada como la nuestra puede darse tanta oscuridad en las mentes de sus jóvenes. Están vacíos, no sienten, no saben, no pueden.

 

Lo escucho atento. Está fuera de sí por el dolor que en su alma hay. Comprendo que vea el mundo bajo un prisma nuevo. Comprendo que lo desprecie y lo odie. Yo también he pasado por esto; conozco el proceso; pero también ahora sé que lo que importa es mantener luego, después y siempre, el deseo de romper con lo vulgar, lo ramplón. De seguir siempre ya inconforme y atacar con valentía, en cada momento, la hipocresía, la falsedad, el egoísmo. Lo que importa es que mantenga este sentimiento a lo largo de toda su vida. Más, en un noventa por ciento, ahora creo que lo suyo es pasajero. Dentro de diez días ¿seguiré pensando igual?. Creo que no. Abandonará como tantos.

 

En este aspecto ahora me siento dichoso. Han pasado los años y no he abandonado. Me mantengo firme en la meta que tracé. Me satisface ahora escribir cada día una o dos páginas. Ellas, por separado, son una hermosa obra en la cual me complazco y su suma total da la obra general de mi vida. Pero lo que de verdad me gusta es que cada día van dejando llenas las horas de mi existencia.

 

Al día siguiente, a media mañana, Rafa viene hasta el chalet.

- ¿Te has enterado de lo de Jesús?

Le dice a Zarina.

- ¿Qué ha pasado?

- Esta mañana temprano le ha mandado un regalo a Inma: Una caja de zapatos envuelta en un papel de regalo llena por dentro de paja y con un mensaje que dice: TE LO HAS GANADO A PULSO. La noticia ha corrido como la pólvora. La gente del grupo ha reaccionado unos a favor otros en contra.

Zarina no contesta. Tampoco yo ni el poeta.

- Yo me voy ahora mismo a mi ciudad.

Sigue diciendo Rafa.

- Quédate con nosotros.

Le pide  Zarina.

- No lo haré. Estoy cansado por todas las cosas que he vivido estos días; estoy hastiado de la gente del grupo. Da asco.

Y Rafa sale del chalé, se despide, se aleja. Algo más tarde decido ir al huerto para trabajar en la tierra.

- Te acompaño.

Me dice el poeta.

- También yo.

 

Apoya Eva seguida de Zarina. Me alegra que decidan esto. Mas antes de irnos su madre nos pone el desayuno bajo la sombra del árbol que hay en le césped de la piscina. Media hora más tarde bajamos hasta el huerto, subimos al cortijo. Nada más llegar la hermana Esperanza, la que hace las veces de madre con Eva, nos anuncia lo ocurrido a David y su familia.

- Al día siguiente de la noche de la tormenta estuvo aquí Griselda; vino a buscaros.

- ¿Para qué?

Le pregunto.

- La tormenta descargó un rayo sobre la choza de David. Murieron los tres. Al día siguiente lo descubrieron y Griselda quería que fuerais.

 

Al oír la noticia me apenó mucho. Miro a Eva. Me busca; me coge la mano y refugia su cabeza en mi pecho. La abrazo; no pronuncia palabra, débilmente solloza. Pienso que podríamos ir hasta la casa de David pero ahora Esperanza nos dice que al otro día de la tormenta la policía se los llevó. En el pueblo más próximo a donde ellos vivían, los han enterrado.

- Ya no podemos hacer nada; sólo aceptar la realidad.

Le digo a Eva. Siento como ella que la realidad ahora es desconsoladora.

 

En estos momentos me gustaría quedarme solo. Lo que acabo de saber me duele mucho. Otra de mis cosas amadas me ha dicho adiós, me abandona, me deja. Unos y otros poco a poco se van yendo y me entristece. Quizá a Eva le suceda igual; por eso ahora me gustaría no hablar nada a nadie. Deseo irme solo por el campo y llorar esta nueva despedida. Para mí hay en todo ello un mensaje cargado de honda significación que me afecta sensiblemente.

 

Sin embargo, no me voy, me quedo con ellos. Algo más tarde nos vamos al huerto; trabajamos en él. Mientras lo hacemos no hablamos. En la mente de la niña y en la mía está presente David; no tenemos ganas de hablar. También el muchacho llamado poeta está triste por lo que ha pasado; Zarina más o menos melancólica. A media tarde dejamos el trabajo. Nos sentamos en la sombra de los árboles junto a la alberca. Los cuatro nos sentimos unidos por una misma realidad.

 

- Es como si alguien muy grande se estuviera aproximando hasta nosotros con la intención de pedirnos cuentas de las cosas rotas y el tiempo perdido. Como si quisiera revelarnos que dentro de poco va a ocurrir algo trágico en el mundo y las personas que lo habitan.

Expone el poeta.

- Sin embargo, sigo sintiendo que la verdad no es tan trágica.

Expresa Zarina.

 

Al caer la tarde nos vamos hasta el pantano. En su orilla nos quedamos. Cuando se pone el sol refresca, encendemos fuego. Junto a él nos tumbamos mirando las estrellas. Eva de vez en cuando me pregunta si el mundo es bueno.

- Sí lo es, porque Dios lo ha creado y está sobre él dándole vida. Sólo cuando las cosas pasan por el corazón pueden dejar de ser buenas.

- Entonces la lucha ¿contra quién es?

- La lucha debe ser contra el egoísmo, la pedantería, la opresión y cierta forma de vida basada en la injusticia y la falsedad.

Le digo y guardo silencio. También ella, Zarina, y el poeta. Avanza la noche. Estamos tan callados que se oye el latido de nuestros corazones. Allá arriba las estrellas brillan hermosas; las aguas del pantano están serenas. Rayando la media noche Eva rompe de nuevo el silencio para decir:

- Siento salir de nuestros pechos una fuerza que nos abraza a los cuatro cerca de las estrellas y nos funde en una misma realidad.

- Sé lo que dices Eva. Esta noche será inolvidable para mí.

Le dice el poeta.

 

Al apuntar el sol nuestro amigo se acerca al pantano. Se pone a pescar; no tarda mucho en coger varios peces. Se los da a Zarina.

- Prepáranos el desayuno.

Le dice.

- Ahora mismo.

Responde ella; decidida se ocupa del fuego, de los peces. Le queremos ayudar, mas nos quita de las manos las maderas para avivar el fuego, nos prohibe que intervengamos en la preparación de la comida al tiempo que sonriendo dice:

- Bien podéis daros un baño o un paseo. Os llamaré cuando la comida esté a punto.

La obedecemos. Cojo a la niña de la mano; nos adentramos en las aguas; nos zambullimos, jugamos. Para descansar nos sentamos en la roca frente al sol. Ella tiene ganas de hablar. La oigo que dice:

- A pesar de todo siento como si cada día se alejara más de nosotros. El grupo se divide, se odia. Tengo miedo. Lo llevo por dentro y no sé qué es.

- Cuéntamelo como puedas; quizá te entienda.

- Es como si supiera que de pronto ella va a dejar de venir a verme; que no va a quererme más. Cuando me acuerdo de esto me entra mucho miedo. ¿Crees tú que puede pasar?

- Yo eso no lo sé, Eva. Mas pienso que quizá no pase nada. No le quitemos nuestro cariño y ella seguirá siendo en nuestro corazón, la misma. Sus errores, sus cosas malas no deben restarnos cariño hacia ella. Tu miedo es natural; también lo deben sentir ellos y otros muchos. Mas nuestro amor hacia ella es puro; permanecerá siempre; alegrémonos por ello.

 

En estos momentos Zarina nos llama.

- ¡La comida ya está!

Nos acercamos al fuego; nos reparte los peces asados en las brasas. Sentados frente al pantano nos los comemos. Zarina nos mira; sonriendo pregunta:

- ¿Cómo están?

- Te felicito; eres una gran cocinera.

Le dice el poeta. Acoge con gozo la alabanza. Esta mañana, en estos momentos está muy hermosa. Verla tan cerca de nosotros, tan entusiasmada en el momento, tan limpia, tan nuestra, casi tan sueño, es hermoso. Me doy cuenta de ello. Rompe el silencio el poeta diciendo:

- Escribiré un poema, tres, quizá un libro entero para hacer inmortal este momento.

Acaba su comida; se retira de nosotros. Entre los juncos, bajo la sombra, se sienta. Una hora más tarde Eva y yo lo buscamos.

- ¿Cómo va eso?

Le digo.

- Es inútil; no sale. Me arde la emoción en el pecho, siento tanto que podría escribir libros enteros, mas lo que me ha salido no sirve para nada. ¿Queréis que os lo lea?

- Te escuchamos.

- Pues allá va:

Y a continuación el poeta lee las siguientes frases o versos:

AAl frío rincón,

a nuestro amado rincón,

van llegando las gaviotas.

Ya el otoño está envejeciendo.

Se marchan los estíos

y con ellos las dulces noches de verano.

Ya llega el otoño con su traje de hojas recién caídas.

Aquí están ya desnudos

los árboles en medio de mis campos

que también están vacíos,

muertos y cenicientos

bajo el pálido rostro del otoño.

Los caminos

ya se llenan de hojas,

de fríos y de escarchas.

Adiós

digo al verano

desde mi atalaya

y la última ilusión de mi alma.

¡ Bienvenido seas otoño!

Intentaré amarte un poco

con mi poesía y mis sueños.

Intentaré escuchar el dulce

gemido

de las hojas cayendo hacia

el suelo,

hacia el encuentro de la

muerte.

Intentaré,

si es que puedo,

recoger el último latido de su vida

arropada de recuerdos.

 

Al acabar de leerlo el poeta nos mira; guarda silencio un minuto. Luego dice:

- No es bello. Sólo encierra una pequeña parte de lo que en realidad quiero.

Se levanta; mira a Eva; con el papel en la mano, mientras lo rompe, le dice:

- Te lo regalaría para que tuvieras un recuerdo mío pero no estoy contento con él. Ya escribiré algo expresamente para ti. Aunque esto, hoy viene a decirme una vez más que las personas no podremos encerrar ni sujetar nunca lo que el alma humana es capaz de sentir. Siempre la realidad de la vida irá por un camino y lo que el hombre ha trazado sobre la Tierra, por otro.

 

Algo más tarde abandonamos el pantano; bajamos hasta el arroyo. Aquí los eucaliptos son tan espesos, tan largas sus ramas, tan retorcidas y viejas que en pleno día bajo ellos la sombra es oscura casi como una noche clara. Un poco más arriba, en la pequeña llanura, nos tropezamos con la casa. Es el antiguo cortijo de las tierras donde ahora está la urbanización. El dueño lo abandonó hace tiempo, lo ha cercado con alambres y en su entrada ha puesto un letrero que dice: APROPIEDAD PRIVADA; PROHIBIDA LA ENTRADA y aquí lo ha dejado. Está casi cubierto por las enredaderas, las zarzas, los rosales. Los cristales de la ventana están rotos y las paredes desconchadas. La casa tiene como una pequeña torre y en lo alto una veleta de hierro rota y oxidada.

 

Aquí nos paramos; entramos a ella. Recorremos sus pasillos, sus salas. Mientras lo hacemos el cielo se cubre de nubes, sopla el viento, se torna oscuro. El viento es frío y por momento aumenta; los árboles se doblan furiosos. Pensamos que la tormenta puede desencadenarse en cualquier momento. El miedo a que la lluvia nos coja en mitad del campo nos anima a quedarnos dentro de la casa. En poco rato recogemos ramas secas en cantidad; en la chimenea de la sala encendemos fuego; junto a las llamas, alrededor, nos sentamos. Desde aquí oímos el viento silbar, la lluvia caer, los árboles gemir.

- Eternizaré este momento en un poema.

Comenta de pronto el poeta.

- Siempre estás igual, José. No acabo de explicarme por qué tanto cariño por los libros, los poemas. No cambiaré nunca de opinión respecto a que todo lo que ocurre en los libros son meros sofismas, tópicos, irrealidades. El mundo real es por completo distinto al que los artistas os empeñáis en pintar en los libros.

Le echa en cara Zarina.

 

- Eso es cierto y estoy de tu parte mas no de lleno. Si tú y yo hablamos de un libro cualquiera, una obra de esas mil que salen cada día y son éxitos por tres meses. Aquí sí sucede lo que dices. La gente al ir por las calles y pasar por delante de los escaparates repletos de libros, los miran indiferentes. Ningunos de estos libros significan nada para ellos ni para sus problemas ni amores.

Expone el poeta a lo que Zarina sigue argumentando:

- Y, además, escribir un libro para que luego se quede perdido como otros tantos más, sin ser leído, en cualquier lugar del mundo, pienso que es una tontería.

- Pero te sigo diciendo lo mismo; me hablas de ese libro que se escribe como entretenimiento, por hacer algo, para alcanzar fama, para ganar dinero, para quedar bien porque da categoría. No es esto lo que yo pretendo.

- ¿Cuál es entonces tu sueño?

- Anhelo encerrar el todo. Quiero dar forma al mundo que late en mi alma. Tengo necesidad, verdadera necesidad de dar vida a todo lo que pasa  por mi mente. Si todo ello al final forma un libro, me da igual. Mi deseo principal no es escribir un libro; mi necesidad, mi auténtica necesidad es dar a luz al mundo que corre por mi interior.

- A pesar de tus hermosas palabras no respondes a mi pregunta. Al final del todo habrías escrito un libro y éste iría a parar a los estantes de las librerías corriendo la misma suerte que los demás.

- ¿Crees tú que sería así?

- ¿Y qué habría en ello para que impidiera que no fuera así?

- Lo que ya te dije: Que yo o cualquiera como yo pasaría por las calles y aunque tu libro estuviera amontonado sobre las aceras no sería importante para mí. Mis sueños, mi dolor, mis sentimientos, siempre me importarían más.

- Ciertamente esto sería así ahora, diez años antes o diez años después para ti y para otros muchos pero este hecho no cambiaría la verdad.

- ¿Y cuál es la verdad?

- La verdad es que si en las páginas de este supuesto libro mío logro dejar lo que es intemporal, lo que es eterno, aunque se diera la paradoja de que mi libro lo apilaran en medio de la calle y nadie lo mirara ni lo leyera, aunque estuviera cerrado y te fuera indiferente total, en cuanto te acercaras a él y lo abrieras inmediatamente te ibas a ver viviendo entre sus páginas. A partir de aquí mi libro dejaría de ser algo lejano y frío. La vida cotidiana, tú, los demás y mi libro serían una misma cosa viviendo y respirando fuera del tiempo.

 

A estos razonamientos Zarina no responde. Ya es de noche. La tormenta está ahora mismo en todo lo alto de nosotros el viento gime dolorido sobre las ramas de los árboles. Ya hace u rato que llueve. En estos momentos brilla un relámpago; los cuatro miramos a la ventana. No pronunciamos palabra. Las llamas del fuego danzan alborotadas empujadas por las ráfagas de viento que penetra por la chimenea.

 

Avanza la noche. Estamos absortos en el ruido de la lluvia cuando sobre los cristales de la ventana oímos golpes. Nos miramos. Sentimos miedo. Brilla otro relámpago; sopla el viento; la ventana se abre de par en par, sus golpes retumban por la sala de la casa. Eva está asustada; también Zarina. Hasta nosotros no llega el viento que se cuela por la ventana. La ventana está al final de un pasillo largo. A un lado y otro de éste están las habitaciones. La sala de la chimenea ocupa otra dependencia al otro extremo del pasillo y separado de éste por dos puertas con sus tabiques. Sin embargo, las llamas del fuego siguen agitándose. Al reflejo de las amarillentas llamas nosotros miramos nuestros rostros. Ninguno queremos decir lo que pensamos.

 

Zarina se abraza al poeta y cogiendo a Eva entre sus brazos fuertemente asustada dice:

- No me juzguéis por una cobardica pero estoy preocupada. Hace tiempo que tengo la sensación de que algo superior a mí me persigue para cogerme y castigarme.

- No sé por qué hablas así. Lo que está ocurriendo no es nada más que una tormenta.

Le dice el poeta.

- Sin embargo, estoy asustada. Hace unas noches tuve un sueño raro que no puedo olvida. En él vi un campo con una casita junto a una vaguada. Cerca de la casa había un pozo y aunque nunca en mi vida había visto la casa ni había sacado agua del pozo en el sueño tengo la sensación de que estos lugares los conozco de siempre. En mi sueño me veo una tarde con mis amigos pasando un rato en este lugar.

 

Es una tarde de verano y hace calor. Ya que se está poniendo el sol salgo de la casa, me voy hacia el pozo. En el pozo hay un cubo con una soga, sobre el brocal un arco de hierro; en el mismo centro de este arco enganchada la garrucha por donde pasa la soga para bajar el cubo hasta el agua y subirlo. Tengo sed; me acerco al pozo, echo el cubo hacia dentro y sujeto la soga en mis manos.

El pozo tiene como cuatro metros de profundidad. Siento el cubo llegar al agua. Se vuelca, se hunde en el líquido. Tiro de la soga, empiezo a subirlo. Recién acabado de salir a la superficie siento un enorme golpe. Se produce un ruido tan fuerte que la tierra tiembla. Asustada suelto la soga y el cubo empieza a hundirse en el agua. En estos momentos miro hacia el interior del pozo. Justo ahora se produce un segundo golpe. También en estos momentos puedo ver como de la profundidad del pozo emerge un gran monstruo marino, raro y feo. Sobre su lomo viene un hombre montado. Al ver esto me asusto, echo a correr hacia la casa intentando gritar pero antes de alejarme del pozo el monstruo vuelve a zambullirse en el agua y ahora con tal fuerza que el líquido rebosa por el brocal salpicándome.

- ¡Socorro!

 

Quiero gritar mas las palabras no me salen. Sin embargo, sí corro desesperada hacia la casa. No puedo llegar a ella. Cuando llevo corrido unos diez metros voy a pasar por debajo de unas encinas. No llego a ellas. Debajo de estas encinas veo algo nuevo y extraño. Es un muchacho moreno, alto, que intenta dominar a un gran gato montés. Esta visión me espanta aún más. No sé de qué pero tengo la sensación de que en otros tiempos él había estado muy unido a mi vida. Ahora no puedo recordar cuándo ni por qué pero sí me es familiar y amado. Es como algo que pertenece a lo más íntimo de mi ser.

 

El joven pretende que el gato le obedezca y éste se le revela mostrándole las garras y los dientes. Para sujetarlo, por si acaso se le abalanza, el joven tiene en una mano un gran cuchillo y en la otra una extraña vara de hierro. Está por completo ocupado en este animal cuando me acerco a él. Al notar mi presencia deja su trabajo, me mira. Me siento atraído hacia él guiado por un instinto de protección y amparo. Pero al verme me sale al paso poniéndome el cuchillo a la altura del pecho y diciendo:

- ¡No te acerques a mí!

Me quedo parada. Ahora me doy cuenta, cada vez más, que él es algo muy unido a mi vida. En algún sitio lo he visto y amado pero no puedo recordarlo. Sin embargo, lo tengo impreso en mi ser casi como lo más esencial de mi alma. A su prohibición grito:

- ¡Por favor!

Ahora él con más fuerza me rechaza diciendo:

- No te permito que te acerques a mí. Estás poseída por el diablo. A partir de hoy he de rechazarte para que tu lepra no me corroa.

Aprieta fuerte, sobre mi pecho, la punta del cuchillo para que retroceda.

- Al menos explícame.

Le suplico.

- No hay nada que explicar. Sólo es que tú haces uso de tu cuerpo  que es sólo materia que va a pudrirse dentro de unos días. Tú eres espíritu e inmortal, mas esto no lo has tenido en cuenta jamás y por eso ahora tengo que defenderme de tu cuerpo como lo peor de todo. ¡Estás poseída por el diablo! ¡No te acerques! La fuerza del amor es para dar vida y no para apropiársela en beneficio propio. REVISA ESTO.

 

Al oírlo salgo huyendo hacia el pozo pero dejándolo a un lado. Un poco más abajo está el pantano. Veo una pequeña barca en su orilla, me subo en ella. Ni sé qué estoy haciendo pero deseo huir. Pongo el motor en marcha y cogiendo el timón empiezo a recorrer el agua metiéndome hacia el centro. Me parece que en cuanto alcance la otra orilla las cosas me van a ir mejor. No llego a la otra orilla. Ya que he avanzado un poco, de pronto aparece el monstruo, primero por la parte de atrás, por delante y por los lados. Sube a la superficie y se hunde amenazando destrozar la barca; mas no lo hace. Parece como si sus propósitos fueran dejarme sólo en el centro del pantano para siempre.

 

Al llegar aquí me despierto. Ahora, casi un mes más tarde de mi sueño, aún no he podido borrar de mi mente sus imágenes. Estoy asustada. Aunque me hayáis visto tan valiente estos días en el fondo de mi alma tengo mucho miedo. Es como si desde el más allá alguien me estuviera esperando para condenarme.

 

Zarina guarda silencio. Atentos hemos escuchado su relato; no hacemos comentarios. Sin embargo, su sueño nos produce un raro impacto dentro. En el campo sigue crujiendo la tormenta. De alguna manera su sueño ahora mismo está presente en el ruido del viento, en los relámpagos y la lluvia. Estamos asustados. Lo podemos leer en nuestras caras. De pronto, una luz intensa entra por la ventana, llena toda la casa crujen las ramas de los árboles, estalla la explosión dando la sensación de que la casa se hunde. El estampido se fragua en todo lo alto y luego se corre hacia los lados. La Tierra parece abrirse. Eva aprieta su mano conmigo. Arrecia la lluvia; el viento se lamenta al quebrarse en las ramas y las tejas de la casa.

 

Ya de madrugada la tormenta se calma. Nos asomamos a la ventana. Comprobamos que los golpes sobre los cristales proceden de las ramas de los eucaliptos. También comprobamos que ha llovido abundantemente. Miramos el arroyo. Baja rebosando. El agua es de color marrón oscuro. Largo rato nos quedamos en la ventana sin dejar de mirar la corriente hoy tan hermosa, tan surgida así de pronto al despertar el nuevo día y llevándose sobre sus olas, un trozo del misterioso corazón que, con nosotros, late en el campo. No tenemos prisa por dejar de contemplar el arroyo. Él parece decirnos que esta noche ha ocurrido algo más, en este rincón, que caer la lluvia y soplar el viento.

 

Ya que sale el sol salimos de la casa, atravesamos la llanura, buscamos a las casas nuevas. Antes de llegar nos encontramos con varios del grupo. El de ojos azules dice:

- Todo el mundo está preocupado por vosotros. Íbamos a buscaros.

- ¿Y los otros?

Pregunta Zarina.

- Ya se han marchado a la ciudad. También tus padres y nosotros vamos a irnos dentro de un rato. ¿Qué ha pasado?

Zarina comienza a relatarle lo ocurrido en las últimas horas.

 

Dos horas más tarde, en la misma puerta de su chalet, la despedimos; también a sus padres y el resto del grupo. Besa a Eva, la abraza. Para animarla le dice:

- Vendré a estar contigo cada fin de semana, cada día de fiesta. Este año sí lo cumpliré. Te lo prometo.

La niña la besa emocionada. No habla; se pone triste. Ella, como en otras ocasiones, tiene la intuición de que su madre no volverá en mucho tiempo. Son muchas las veces que ha dejado de cumplir su promesa.

- Ahora esto es como un mundo de mil flores todas rotas en plena primavera.

Me dice mientras subo con ella de mi mano por la cuesta del huerto camino del cortijo.

- Se marcha para siempre aunque sea cierto que vuelva. Es inútil que la espere.

 

En cuanto llegamos al cortijo nos lavamos y Eva en su cama y yo en la mía, nos acostamos. Además de estar cansados también ahora estamos tristes. Es cierto lo que ella intuye. La despedida de los del grupo y Zarina nos deja desanimados, desconsolados, melancólicos. Es verdad que algo se rompe irreversiblemente sin esperanza de que jamás vuelva a nacer. Para sobrellevar este dolor es mejor que ahora nos acostemos, para que el sueño nos aleje de la realidad.

 

Mas no puedo dormir. La realidad me aprisiona llenándome el alma de congoja. Tan mal me siento que apunto estoy de levantarme e irme de este rincón otra vez. Por lo menos así me quito de encima tan insoportable momento. Al meditar en ello pienso que puedo volver a la cuidad, buscar una casa en ella, instalarme solo, prescindir de la gente, dedicarme a escribir mi libro. Pero para esto necesito ocho o diez millones. Mitad para comprar el piso y el resto para meterlo en el banco y de sus rentas ir comiendo. Mas aquí está también el problema. Ahora tampoco tengo este dinero. Sólo me puede llegar por las ventas de mi libro si tiene éxito o que me toque la lotería. Mas esto es casi utópico y, sin embargo, si tuviera este dinero abandonaría todo y me instalaría en la ciudad echándome a vivir a espaldas de todo y de todos. Ya cada día espero menos de la vida.

 

Al caer la noche bajo de mi cuarto. Compruebo que Eva sí duerme. La dejo en paz. Me voy al huerto. Mientras avanzo por el camino caigo en la cuenta de que ya el otoño está muy avanzado. Ha empezado el curso escolar en la ciudad. También noto que el campo se está llenando de honda tristeza. Ellos al irse han dejado aún más rota mi alma y la de la niña. En el huerto trabajo un rato dentro del invernadero. En cuanto oscurece lo dejo. No tengo ánimo ni para seguir viviendo. Todo es tan decepcionante, tan cruelmente amargo que sólo recibo castigo un día y otro. Sentado en la era esta noche elevo mi oración al cielo: AQue no vuelva más, Dios mío a besar a esta criatura. Zarina tiene su destino. Tiene ya seleccionadas las cosas entre las cuales reparte su corazón. Está marcada con el sello de la materia. Que no vuelva más a traernos dolor pero Tú, dale tu beso y que un día se la abran los ojos del alma y reciba la luz para que viva. Y a nosotros, danos tu mano y que en nuestro corazón nunca falte el amor incluso para los que nos desprecian.

 

Después me voy a mi cuarto. No duermo preso de pesadillas y nervios por la abulia. En cuanto amanece busco a Eva. Ha dormido pero tiene su cara llena de pena. Intento consolarla buscando que olvide a su madre. Me la llevo al huerto; trabajamos algo; me pide que le lea algunas de las páginas del libro. Al final comenta:

- Tú sabes escribir; es bello lo que me has leído por su sinceridad y sencillez pero ¿Lo acogerán con cariño cuando lo des a conocer?

- No lo sé Eva.

- Sería una pena que murieras de viejo sin haber visto el éxito de tu libro que es tu sueño.

- Sí que sería una pena, porque me gustaría tener el cariño de las personas que amo antes de irme de este mundo; me gustaría disfrutar de este mundo como lo hacen los demás y me gustaría alcanzar la paz y llevársela a los que tanto quiero. Me gustaría ser bueno con la fuerza que en mi corazón deseo.

 

Pasan los días. El primer fin de semana esperamos a Zarina. No viene. Mas sí viene Rafa. A la semana siguiente y a la otra también. Siempre nos habla del grupo, de Zarina.

- Se ha echado a vivir y se olvida por completo de vosotros. Nos dice. Eva lo siente. Cada día está triste y me pregunta sin descanso por qué las cosas son así. No sé qué decirle. Los chalets están solitarios. Cada tarde los miramos en silencio esperando que ella vuelva. Una de estas tardes, a las cuatro semanas de haberse ido, nuevamente llega hasta nosotros, no ella sino Rafa. Nos alegramos. Ahora ya le hemos cogido cariño y hasta pensamos que se está convirtiendo en nuestro mejor amigo. Todos los otros nos han abandonado y él no. Es el único amigo que nos queda del grupo. Mas Rafa, hoy, enseguida nos dice:

- Lo siento pero en esta ocasión no me voy a quedar mucho. Ha ocurrido algo y he venido a contároslo para que lo sepáis y después me iré.

- ¿Qué ha ocurrido?

Pregunta enseguida Eva.

- A partir de hoy no debéis esperar más.

- ¿Por qué?

- Entre los del grupo continuamente se habla de mí y de vosotros. Me acusan de que ya no soy el que era antes. A todas horas me dicen que vosotros me habéis cambiado, que pienso igual que vosotros. He llegado a hartarme; no quiero que me sigan viendo como una copia vuestra. A partir de hoy no vendré más por aquí. Les demostraré quién soy yo. Quiero que me vean tal como soy.

 

Al oírlo hablar así me apeno. Comprendo por una parte su problema con los del grupo y por otro lado desapruebo su resolución. No debiera hacer lo que se propone con nosotros; ni Eva ni yo somos culpables de nada y él lo sabe bien. Si lleva acabo su plan lo único que demuestra es su cobardía, su falta de personalidad. También pasa por alto el daño que nos hace y lo poco que nadie se va a beneficiar de esta ruptura. Sin embargo, veo que ni Eva ni yo somos mucha cosa para él. No debe querernos mucho ni tenernos en gran estima cuando así tan fácilmente puede prescindir de nosotros.

 

No hago ningún comentario. Rápidamente he descubierto cual es la opinión que Rafa tiene de las personas y su dignidad. Valora, como tantos otros, por los títulos, el dinero y la categoría social que las personas tengan y no por lo que las personas son en sí mismas. Siento pena por él. Rafa lleva acabo su decisión. Se despide de nosotros. Pasan los días. Cumple su palabra. Lo echamos de menos; lo sentimos.

 

Llega el invierno. Nada ha cambiado. El campo sigue solo; nosotros tristes, nuestras vidas cargadas de ilusiones tronchadas. Está próxima la Navidad. Una mañana llega hasta nosotros Griselda y su hermano. Nos cuenta que las cosas en el Valle van mal.

- Mi padre y los vecinos andan de juicios. Apenas tienen ilusión en cultivar las tierras, las familias están tristes, las cosechas abandonadas.

Nos dice Griselda. Este mismo día se marcha. Le prometemos venir a su casa por unos días en cuanto los fríos cesen y las lluvias se calmen un poco.

 

Al día siguiente el padre de Eva va al pueblo a comprar algunas cosas. Me pide que me encargue del rebaño de ovejas. Lo hago con gusto unido a la niña. Al apuntar el sol abrimos la puerta del corral. Siguiendo las ovejas nos vamos cerro abajo por el monte. Dejamos que la lluvia nos empape. Hoy no nos importa mojarnos ni arañarnos. Últimamente las cosas nos están yendo tan mal que ahora nos es indiferente las inclemencias del tiempo, el hambre o los cantos de los pájaros. Cuando las nubes nos arropan, sentimos en ocasiones, como si se rompiera la barrera entre el espíritu y la materia.

 

Bajamos cerro adelante. Dejamos que el viento nos azote. Oímos la ventisca estrellarse contra las rocas, oímos el ruido de la corriente cayendo al charco grande. Hoy, los dos estamos hondamente apenados. Mientras bajamos el cerro siguiendo a las ovejas le digo a Eva:

- Hubo un tiempo en que me divertía mucho oyendo el ruido de esta cascada estrellándose en el barranco y la voz del viento quebrarse sobre las rocas. Aprendí que tanto el viento como la corriente tienen sus melodías, sus acentos, sus canciones y lamentos.

- ¿Por qué no me lo enseñas? ¿Qué es lo que hace falta para aprender este lenguaje?

- Creo que lo esencial es amar mucho al campo; meterlo dentro del corazón.

- Me gustaría aprender de ti este juego.

- Hoy es un día hermoso para ello. Y como tú bien has dicho, tiene que ser como si fuera un juego.

 

Esta mañana el cielo está oscuro. Da la impresión de que ya no va a amanecer nunca más. Es como si se hubiera hecho de noche para siempre. Cojo a Eva de la mano. Dejamos la loma; bajamos hasta el charco. Cerca de la corriente, en mitad de la lluvia nos sentamos sin prisa. Las gotas frías caen dulces y agradables. Nos mojan; nos empapan; las amamos, las metemos dentro de nuestro corazón. El barranco está oscuro, el silencio del campo es potente. También lo amamos; lo abrazamos en nuestra alma. Sentimos la ciudad, su gente, su ruido, su poder, lejos. Como algo irreal. Poco a poco vamos adentrándonos en la lluvia. Poco a poco vamos sintiendo el alejamiento de las cosas que nos rodean. Nos parecen poco importantes, casi absurdas. Pensamos en el grupo, en su gente. También nos parece lejano, frío, sin profundidad ni trascendencia.

 

El lenguaje de la lluvia nos va calando. Sentimos como si algo hermoso saltara desde nosotros a las nubes o al revés y nos trajera un río de nueva vida. El alma se nos llena de emoción. Nos arde la paz en el corazón, nos inunda un hondo bienestar. Captamos la pequeñez y el latido de todo cuanto nos rodea. Miramos sin prisa el río, las nubes. Sentimos el gozo y la emoción correr dentro de igual forma que el agua del arroyo. Nos crece el alma. Es como un globo cuando se infla. Eva me dice:

- Creo que algo va a romperse.

- Lo siento como tú. Si la llama que nos arde dentro no se detiene puede romperse algo dentro de nosotros en cualquier momento.

 

Y de pronto sentimos la ruptura. Es como una explosión sin ruido dentro de nuestros espíritus. Comenzamos a nadar en otra vida; en otro estado sin espacio ni tiempo. Nos miramos sin abandonar la quietud. No decimos nada. Hemos llegado a la felicidad; hemos alcanzado a oír la diferencia de tonos y melodías entre la ventisca, la lluvia y el viento. ¡Es delicioso! Gustamos mil cosas nuevas.

- Lo definiría como la verdad pura, la vida, Dios.

Me vuelve a decir Eva.

- Creo que es así: Es Dios. En estos momentos es como si tuviéramos el universo entero dentro de nosotros dándonos vida y fundidos por completo con nuestras almas. Se podría definir como la perfección; el estado exacto y real del amor, de lo esencial. Ahora mismo vivimos y respiramos dentro de un nuevo corazón.

 

Nuestro sueño, nuestro éxtasis dura como media hora. En este tiempo hemos dejado de percibir la realidad eterna. Estamos por encima de ella. Mas pasado un rato, media hora, una hora u hora y media, poco a poco volvemos a sentirnos los mismos de siempre. Nos damos cuenta que estamos sentados bajo la lluvia junto a la corriente encima de una roca. La oscuridad sigue densa; la lluvia cae, el viento sopla; sin embargo, ahora ya todo tiene un acento nuevo.

- Desde hace mil años sobre estos montes ha caído la lluvia; desde hace mil años sobre estos cerros ha soplado el viento, han corrido los arroyos, ha crecido el monte. Quizá otros mil años más siga lloviendo sobre estos campos en medio de esta soledad y este silencio; quizá nunca nadie se pare a contemplarlo como nosotros hoy; quizá nunca nadie vuelva a venir por estos barrancos pero nosotros hoy hemos descubierto que tras las gotas de lluvia y el silbido del viento hay una gran puerta que conduce a un hermoso paraíso. Esta puerta está cerrada y es invisible para mucha gente, mas ella, mientras allá en la ciudad los humanos se construyen sus casas, se divierten, escriben papeles y amontonan dinero y títulos, está aquí y existe. Ella guarda tras sí lo mejor de cuanto el alma puede soñar.

- Ahora comprendo.

Responde ella.

- Y sobre todo ahora ya sabes que en cuántos días de lluvia, de sol y viento, se derramen sobre estos montes, sea hoy, mañana o mil años más tarde, hay un misterio, una belleza, un corazón latiendo por cuyas venas corre una vida que nos pertenece y es superior a la que ahora respiramos.

- ¡Gracias por enseñarme estas cosas!

 

Algo más tarde bajamos por el río; seguimos el rebaño. Al caer la noche volvemos al cortijo. Estamos mojados, cansados. Somos felices en algunos rincones del alma. En otros, sigue aullando el dolor; sigue quejándose el alma por la ausencia de Zarina, de Grisel, de Nieves. Por la noche, cuando voy a despedir a Eva a su cuarto, le digo:

- ¿Tienes algo que decirme?

- Lo de esta mañana era como tú decías: Un juego pero maravilloso. No se me borrará jamás. Creo que a partir de hoy las personas, las cosas, los árboles y todo cuanto me rodea, me parecerá distinto.

- ¿En qué lugar encaja tu madre?

- En el mismo: Dentro de mi corazón pero más hondo y a la vez más lejana. Descubro que hay como un abismo infinito imposible de unir jamás.

Al oír sus palabras tengo como una iluminación. Descubro que la experiencia que hoy acabamos de vivir viene a avalar, tanto a Eva como en mí, muchas cosas. Cosas poco amadas en Zarina y otros, poco presentes en sus vidas pero reales y de importancia absoluta. Descubro que en cierto modo no soy tan desgraciado como a primera vista pudiera parecer. Sin quererlo, sin buscarlo, me he convertido en un observador del mundo, de sus personas y sus asuntos. No estoy dentro del orden establecido por los humanos ni me he acomodado a sus cosas. Ando fuera de los senderos clásicos por los que ellos caminan y como consecuencia, liberado de sus ataduras, compromisos, claudicaciones, entregas. Soy un observador, un espectador del gran teatro del mundo; de sus personajes, sus actores, sus tramoyas.

 

Eva me pide que me acerque a su cama. Lo hago. Me coge la mano, me mira y me dice:

- ¿Y sabes, además, que pienso ahora?

- No lo sé; dímelo.

- El Principito, ese muchacho del cuento que el otro día me leíste, no es ficción, no es fantasía. Hoy, allá, junto a la corriente, lo he visto caminando por entre las nubes. Es real; el Principito existe y ahora me gustaría volverlo a ver de nuevo.

 

Un poco más tarde Eva se duerme. Al día siguiente a primera hora decidimos ir a la casa de Grisel. Mas estamos en esto cuando ella llega en compañía de su hermano. Nada más verla noto su desasosiego, su inquietud. En lo hondo de su alma hay algo que le tiene preocupada. Sin embargo, no lo saca en su conversación. Hoy está nublado; hace bastante frío. Por la parte de arriba del huerto encendemos una candela. Aquí estamos calentándonos durante mucho rato. Ya está próxima la Navidad. Las encinas tienen sus bellotas gordas, negras. De la encina que hay en la entrada del huerto cogemos un buen puñado. Sin embargo, en estos momentos recuerdo que las mejores bellotas de todas las encinas de la finca las da el árbol que hay junto al camino donde empieza la llanura. Me pongo de acuerdo con Griselda y su hermano y nos vamos hacia este lugar. La niña no nos acompaña. Se queda junto a la candela. Antes de retirarnos nos dice:

- Asaré estas bellotas y en cuanto volváis nos las comeremos.

- Está bien.

Le digo aprobando su decisión. Nos alejamos; se queda sola. Durante rato se entretiene partiendo las bellotas, poniéndolas sobre las brasas, sacándolas cuando ya están asadas.

 

Una hora más tarde la sentimos dar voces corriendo desde el huerto hacia donde estamos. Suspendemos el trabajo; se aproxima; ya que está cerca dice:

- Las bellotas están asadas. Las he dejado cerca del fuego encima de la tierra para que estén calentitas cuando lleguemos. Vamos ahora mismo.

Cargamos con los frutos que ya hemos recogido; la seguimos. Mas al llegar al fuego nos encontramos con una sorpresa: Las bellotas no están. Nos miramos sorprendidos. De pronto junto al arroyo descubro la burra blanca comiendo hierba.

- ¿Piensas lo que yo Eva?

Le pregunto.

- ¿Qué ha sido ella?

- Sin duda.

La niña nos mira un poco decepcionada; se ríe diciendo:

- ¡Me las pagarás!

Se sienta junto al fuego. Le ayudamos y asamos nuevas bellotas. Nos las comemos. Mientras las saboreamos y nos calentamos con las llamas hablamos de mil cosas. Eva saca en su conversación, una y otra vez, lo de irnos a vivir al Valle de los robles junto a Griselda.

- Es un sueño que tiene que hacerse real. Los cuatro podemos formar equipo. Si nos lo proponemos podremos desarrollar un ideal, una fuerza de vida capaz de influir en los pensamientos, ideas y costumbres de los que ahora dominan nuestra ciudad y nuestra región. Debemos pretender una revolución; enarbolar los valores de las cosas desde el ángulo que nosotros tenemos aprendido. Sabemos que ellos nos dominan, nos aprisionan, nos implantan su voluntad y sabemos que su voluntad está movida por el interés, el egoísmo, lo material.

 

Le digo a Griselda como explicación a lo que Eva a dicho. Hoy Griselda está afectada por el problema de la urbanización en su Valle. Se le nota que no está muy segura que las cosas salgan como yo las sueño. Teme. Sin embargo, la idea de la casa junto a la suya le parece hermoso. Griselda me aprecia. Casi desde que la conocí confía en mí.

Sigue lloviendo. La neblina cubre los cerros del otro lado del río, la llanura entre el huerto y el río. También los chalets, la casa de piedra y el cerro redondo al norte. Hace frío. El huerto, cincuenta metros más abajo de nosotros, está sumida en el silencio y arropada por las nubes. Bajo el techo del invernadero, ahora ya terminado, crecen las hortalizas, las flores, las frutas.

- En cuanto a lo de la revolución, cuenta conmigo, aunque tengamos que emplear toda nuestra vida en ello. Estoy de acuerdo en que si nos lo proponemos seriamente podremos llegar lejos y es necesario.

Me dice Griselda. Al caer la tarde, antes de irse, me pide que le deje algunos de mis escritos.

- Quiero conocer a fondo tus pensamientos.

Me alegra mucho oírle esto. Le doy lo que me pide. Algo después se despide de nosotros pidiéndonos con insistencia que vayamos pronto a su casa. Se lo prometemos. Mientras se aleja la miro. Ahora, cada día me agrada más todo lo suyo.

 

Unos días más tarde al cortijo llegan los aceituneros. Ya es la época de la recogida de la aceituna. La cuadrilla se compone de veinte entre hombres, mujeres y algún joven. El día de su llegada es para nosotros un día de fiesta. Primero el tractor los trae desde el pueblo, en el patio descargan los bártulos, los suben al segundo piso que es donde vivirán todo el tiempo que dure la recogida de la aceituna. Nos mezclamos con ellos, les ayudamos a subir las cosas, a llenar los colchones de paja en los almiares, a limpiar y ordenar la sala donde por las noches se sentarán alrededor del fuego, contarán chistes y jugarán a sus juegos. Para todos los que vivimos en el cortijo la llegada de estas personas es una auténtica novedad. Enseguida nos hacemos sus amigos.

 

Pasan los días. Zarina no da señales de vida. Por la mañana, justo el veinticuatro de diciembre, Eva al despertarse, me dice:

- ¿Por qué no le escribimos una carta?

- Si tú lo quieres por mí ahora mismo.

- Pues siéntate y coge papel.

Le obedezco. Diez minutos más todo estoy esperando sus palabras.

- Escribiré lo que me digas.

- Empieza: AQuerida mamá: Hoy te recuerdo y estoy sentada en mi cuarto frente a mi ventana desde donde se ve la llanura. Desde que te fuiste ni la llanura es bella ni el cielo tiene el mismo color ni yo soy feliz. Todo está más solo y triste. Me paso el día recordándote. A cada minuto espero verte asomar por el camino hacia mi encuentro. Por esto ahora pienso que nada puede haber en este mundo más importante que mi cariño por ti, mi tristeza y estas largas horas de espera. Por favor, ven algún día a estar un rato conmigo. Te recuerdo, te quiero, sueño contigo. Tu hija que no te olvida: EVARINA

 

Dos días más tarde cruzamos la llanura, atravesamos el Valle de los robles, llegamos a la casa de Griselda. A su padre le damos la carta para que la eche a correos en cuanto vaya al pueblo. De paso aprovechamos y nos quedamos con Griselda y Óscar. Recorremos el Valle, charlamos, junto a las rocas de la ladera nos sentamos. Desde aquí buscamos el lugar donde construiremos la casa. La llenaremos de jardines, de árboles. Imaginamos la ventana, la puerta, el camino de la entrada, las tierras que cultivaremos a sus alrededores, las noches sentados junto al fuego de la chimenea escribiendo nuestros libros, corrigiendo, dándoles a leer, a los demás, nuestras ideas nuestros pensamientos, nuestros sueños, todo nos parece maravilloso, lleno de vida, cargado de libertad y belleza.

 

Al final de la tarde Griselda nos dice:

- Leí lo que me dejaste.

- ¿Y qué?

- Me agrada mucho porque en casi todo me identifico contigo.

- ¿Dónde encuentras el valor?

- Es genial ese pensamiento tuyo de querer romper con lo establecido y avanzar hacia nuevos horizontes. Tu ansia de libertad, tu deseo de traer nuevas cosas al mundo, nuevas formas de vida, me gusta. Tu inquietud es para mí lo más bello de cuanto encierran tus páginas.

- Gracias, porque tu opinión me orienta.

Griselda sí empieza a conectar con mi mundo interno.

 

Regresamos a la casa al caer la tarde. Como es Navidad cantamos villancicos, hablamos de mil cosas. Los padres de Griselda nos acogen con amor. A media mañana, al día siguiente regresamos al cortijo del huerto. No sabemos por qué pero hoy estamos contentos. La carta, la construcción de la casa, el interés de Griselda por lo que escribo, todo este conjunto nos animas, nos llena de ilusiones. Llegamos a la urbanización de los chalets. Al entrar, al lado norte nos paramos. Advertimos que aquí están construyendo un nuevo chalé; es exactamente junto al borde del río y no parece un edificio pequeño sino todo lo contrario. Nos paramos. Durante largo rato observamos despacio todo cuanto aquí ocurre.

- ¿Será el comienzo de la invasión del Valle?

Me pregunta Eva.

- Parece que no pero ¿quién puede saberlo?

Ciertamente la casa está al borde de la llanura más bien adentrándose en ella.

 

Una grúa larga se mueve de un lado a otro transportando materiales; dos hombres llevan maderas en los carrillos, varios más caminan entrando y saliendo con tierra y cemento. En el lado Sur un hombre vestido con traje y corbata da órdenes, un coche lleno de muebles, varias señoras señalan a una de las ventanas. Las observamos detenidamente. No decimos nada. Sabemos y en parte intuimos, que son las ocupaciones normales de las personas que habitan en el planeta Tierra. Esto es lo cotidiano, lo que ellos llaman, plenamente convencidos, la realidad de la vida. Sin embargo, en estos momentos, ni para Eva ni para mí, las cosas son así.

- Lo veo y me parece un puro sueño.

Me dice Eva.

- Tienes razón. Es como un sueño lleno de belleza donde los personajes hablan, se mueven, trabajan creyéndose algo y son puro sueño.

- Y lo que no acabo de comprender es que aquí, en la construcción de esta casa, empleen todas sus horas e ignoren la belleza de una puesta de sol o el gozo de contemplar el campo.

- En esto te doy la razón.

Le digo. Hoy, nos sentimos invadidos por un gran sentimiento de romanticismo, de nostalgia.

- ¿Nos acercamos y hablamos con ellos?

- Debiéramos hacerlo; sería divertido pero creo que no nos entenderían.

 

Pasado un rato; nos alejamos del edificio; cruzamos el río; bajamos por el cauce y en la curva, al final de la llanura, nos tropezamos con el rincón de las tres encinas. Al verlo enseguida recuerdo a Griselda. Miro a Eva y le digo:

- Un día jugando llegamos hasta este lugar. Era casi final de primavera y como el sol empezaba a calentar nos paramos bajo estas encinas y aquí nos quedamos mucho rato. Las encinas están al borde del pequeño barranco por donde corre el arroyo precipitándose desde una altura bastante grande.

- En aquellos días el arroyo llevaba mucha agua. Para mí, sentarme aquí y observar su corriente, oír su ruido, respirar el viento frío que subía por el barranco desde el río, tener ante mis ojos la ladera de enfrente con su monte y la hierba verde cuajada de flores, con Griselda a mi lado, era delicioso. Aquel día nos quedamos y al rato de estar aquí a ella se le ocurrió una idea: Excava en la torrentera un sillón para sentarse. Me lo dijo y no tardé en unirme a su proyecto. Media hora más tarde la obra estaba concluida. En el sillón se sentó y muda estuvo contemplando la corriente durante mucho rato. Luego, cada vez que nos acercábamos por este sitio, en cuanto divisaba las encinas, salía corriendo y ya no estaba tranquila hasta que no se veía sentada en su sillón. Me hacía feliz aquel juego; me llenaba de gozo verla sentada. Siempre sonreía y me decía: AMe gusta mucho este asiento y este lugar.

 

Esta tarde, muchos años después de aquel día, el sillón aún está aquí. En cuanto nos acercamos Eva y yo nos quedamos mirándonos. No decimos nada. En silencio, recordamos a Griselda. La emoción me embarga. Miro hacia el arroyo y le digo a Eva:

- Hasta me parece ver la expresión de belleza eterna que adquiría su rostro. ¡Si supieras cuantas y cuantas veces abracé su pequeño cuerpo entre sueño y juego!

Eva no dice nada. Nota que me he puesto algo triste. También se contagia de mi nostalgia. Con viva fuerza deseamos en nuestros corazones que Griselda se presente.

- Es como si aquí el tiempo estuviera parado. Ella está; nos mira, nos sonríe, habla, es feliz; siempre lo fue y siempre su cara estuvo llena de brillo. Hasta el viento que sube arroyo adelante sigue llevándose sus manojos de cabellos hacia la llanura.

- Casi parece esto ¿Verdad?

Exclama Evarina.

- Mas estamos viendo que no es así. Hoy ella no está. El sillón permanece vacío, mudo, extraño a nuestra presencia y emociones.

- Sin embargo, pienso que es mejor que ni lo toquemos. Ni siquiera debemos quitar la hierba que en él crece.

- Sí, es mejor esto. Parece que si guardamos hacia él este respeto, esta admiración en consideración a que aquí estuvo, parece que actuando así es como si aún siguiéramos respetándola, como si le obligáramos a que no se olvide de nosotros; a que siga aquí eterna para siempre.

La niña guarda silencio. Al rato me dice:

- Ahora entiendo mejor lo que tú dijiste una ocasión

- No recuerdo.

- Tu tesis defendía que se puede amar y permanecer siempre en ese amor con la misma fuerza del primer día.

Le confirmo esta reflexión. Después, nos ponemos a buscar leña igual que cuando Griselda estaba. Encendemos fuego. Hoy hace frío. Nos sentamos alrededor de las llamas. Sentir el frío junto a una lumbre en medio del campo se ha convertido para nosotros en algo casi tan necesario como respirar. Ya que pasa un rato la niña me dice:

- ¿Dónde estará?

- ¿Quién?

- Me refiero a mi madre.

- Ni siquiera puedo imaginarlo.

Y al pronunciar esta palabra pienso que ahora mismo puede estar riendo con sus amigos, fumando sus cigarros, leyendo los mil carteles pegados en las paredes donde se anuncia tal o cual fiesta, cruzando las calles una y otra vez a lo largo del día por una u otra causa, por su mundo, por su ciudad fría, oscura y confusa.

 

Cae la tarde; avanza la noche. La niña se tumba sobre mis piernas; contempla muda las estrellas, brillan hermosas en el cielo. Deseo adivinar lo que hay en el corazón de esta pequeña criatura; también sus pensamientos. La lumbre arde junto a nosotros. Tumbada en la tierra con la cara frente al cielo y sus ojos abiertos es casi media noche cuando me dice:

- ¿Sabes una cosa?

- ¿Qué es?

- Estoy buscando el planeta del Principito entre esas estrellas. Creo que lo he reconocido. ¿Te lo señalo?

- No.

- ¿Por qué?

- Porque esto es un secreto tuyo. Guárdalo en tu corazón y no me lo descubras nunca.

- Como quieras.

 

De fondo se oye el chaqueteo del agua bajando por el arroyo, el roce de las hojas de las coscojas entre las rocas, el canto del mochuelo.

- En estos campos, en medio de la noche, si no canta el mochuelo es como si faltara algo.

Le digo.

- Y también los ladridos de los perros allá en la majada o el viento rompiéndose en las encinas.

 

Al oír sus palabras la abrazo fuerte. Se acurruca en mi cuerpo. Pongo mi brazo izquierdo en forma de almohada y en él apoyo mi cabeza; palpo entre mis pelos y de pronto me llevo una sorpresa: En el lado izquierdo de mi cabeza, entre los cabellos, me tiento un bulto. Enseguida reacciono A¿Qué es?. Me ha salido reciente y no me duele. Pienso que puede ser un cáncer; me entra miedo; no le digo nada a Eva. Me propongo en mi interior no decírselo. He de guardar el secreto en mi corazón igual que ella ahora guarda el suyo.

 

Avanza la noche. No hablamos de nada más. De madrugada nos dormimos. Cuando despertamos el fuego casi se ha extinguido, el sol luce en mitad del cielo, los campos están llenos de luz. Al medio día regresamos al cortijo. A partir de hoy la monotonía se sucede para nosotros en estos campos. Corren los días. Llega febrero, marzo. Los fríos empiezan a retirarse, las lluvias escasean, la hierba comienza a cubrir la llanura, en los arroyos, por las noches, cada vez menos, se cuaja el agua en los charcos, desaparecen las agujas de hielo que durante el invierno han colgado de las ramas de los árboles, ya no hay heladas blancas al amanecer por la mañana, ahora es el rocío el que tiembla y llena de cristal la llanura cada amanecer.

 

Zarina no ha venido en todo el invierno; tampoco ahora viene. No sabemos nada de ella. Ni siquiera ha contestado nuestra carta. Sin embargo, seguimos esperándola. Cada fin de semana nos preparamos y nos ilusionamos por si llega. Después, cuando vemos que no llega, nos entristecernos. Eva, cada vez que la llevo de paseo por el campo, me dice:

- En estos paisajes ahora sólo falta una cosa.

- ¿Qué es?

- La presencia de mamá. Me gustaría besarla y tenerla aquí conmigo.

 

Y mamá, la muchacha buena con sonrisa alegre yo me la vuelvo a imaginar caminando de acá para allá, presumiendo de su belleza, confusa, dolorida, incapaz de sentir lo bello y perdida entre la masa de su ciudad.

 

A mediados de marzo una mañana Eva no se levanta. Cuando voy a despertarla para llevarla conmigo me dice que hoy no tiene ganas de pasear. Metida en la cama se queda todo el día. Ni siquiera tiene ganas de hablar. Al día siguiente tampoco se levanta. Pierde el apetito, la sonrisa, el gusto por contarme sus cosas. Junto a ella me quedé durante el día y mucho rato de la noche. Al tercer día vuelvo a escribir a Zarina. Le cuento que Eva está enferma. Espero recibir carta o que venga. No es así. Pasan dos semanas; Eva se anima un poco. La animo para que se levante. Me obedece mas no con el mismo entusiasmo que otros días. Sin embargo, vuelvo a jugar con ella atravesando la senda hasta el río y siguiendo la sombra espesa de los álamos que ya de nuevo están verdes. Están verdes y floridos los campos, los almendros de la ladera y la colina al otro lado del río blanquean limpios por entre el monte. Los naranjos del huerto han abierto sus flores pequeñas. Su olor se esparce por el campo. Ha llegado la primavera. Las oropéndolas cantan, las tórtolas cruzan el cielo, junto a los arroyos crece la hierba verde, las zarzas estiran sus tallos, el brezo y el durillo se apiñan en la corriente, por entre su espesura saltan los mirlos, junto a los charcos más oscuros y escondidos entre las rocas crecen solemnes y majestuosos amplios helechos. Eva y yo nos sentamos entre ellos a la sombra del cerro. Sentimos el frescor, la corriente viva y limpia, el viento en calma. Es delicioso. Todo es delicioso. La primavera está brotando vigorosa, cándida, sencilla, limpia.

 

También paseamos por el campo, por la orilla del río, por la ladera de los cerros. Nos acordamos de Zarina, de Grisel. En silencio, siguiendo a Eva. Sueño en la persona que por fin un día me dé su cariño y me haga su amigo. Ahora, la luz del campo, los colores de los montes, el fresco de las tardes me hace sentir la vida con más fuerza. El campo se nos mete por los ojos hasta lo más hondo. Notamos la ausencia de las personas queridas. En el corazón hay un pellizco mitad dolor, mitad gozo, mitad ilusión y el resto muerte.

 

Ahora, pasear por estos rincones, oír los trinos de los pájaros bajo el azul del cielo, sentir el susurro de la corriente, dejar el alma volar tras las nubes todo esto ahora despierta el amor. Nos hace desear el cariño de los amigos ausentes. ¿Por qué no están? ¿Por qué ella, Zarina, Grisel, sólo son recuerdos impidiendo nuestra contemplación perfecta del campo, sus horas y sus silencios?.

 

Sentados en la ladera que da al río por la parte de atrás del chalé de Zarina Eva me habla una y otra vez de su madre. No comprende por qué la olvida de este modo. Estamos en esto y en la observación de cuanto respira en la llanura cuando de pronto descubre algo nuevo junto al Valle de los robles.

- ¡Es otro chalé!

Exclama la niña señalando con su mano.

- Sí; es otro chalé. Han comenzado a construir otro edificio y éste está dentro de la llanura del Valle.

- Me temo que el Valle ha sido vendido.

Guardo silencio; también ella. Pasado un rato lo rompe diciendo:

- Debemos ir un día de estos a ver a Griselda.

- Iremos mañana mismo.

- Sí, será mejor.

 

Por la noche Eva tiene extrañas pesadillas; apenas duerme. Se acuerda de Zarina, de Griselda del Valle. Me llama para que le haga compañía. Me cuenta lo que ve en sus sueños. La escucho. Saco conclusiones. Ya que empieza a amanecer se queda dormida. Descansa casi hasta medio día. Hoy es dos de abril. La primavera viste con toda su fuerza de esplendor los campos.

 

Eva se despierta a la una de la tarde; no se levanta. Me llama; subo a su habitación.

- ¿Qué quieres que haga por ti?

- Que me des compañía.

- ¿Qué sucede?

- Estoy apenada. El campo que hoy me entra por la ventana me es extraño como ningún otro día.

La miro. Luego me acerco a la ventana. En el ambiente descubro algo de lo que ella me dice. Desde el huerto de los granados, el arroyo, toda la pradera hasta el río y la colina alargada reina un silencio profundo y misterioso. Sobre la loma al otro lado del río se mece una hermosa corona de nubes entre blancas y negras. Al descubrirla siento un hondo estremecimiento. Estas nubes son un símbolo que tienen que ver con Eva y Zarina. Avanzan lentas sobre el azul del cielo hacia la llanura. Las miro durante rato. No le digo nada a Eva, sin embargo, pienso que debe verlas, mas al volverme hacia la cama y buscarla con mis ojos me encuentro con algo que me sorprende. Eva está tendida en la cama con los ojos abiertos mirando al techo silenciosa. Sus blancas sábanas le cubren todo el cuerpo. Sólo se le ve la cara. Al verme tuerce un poco su cabeza hacia la pared. Me acerco, me siento en el borde de la cama, abrazo su cara para besarla y le pregunto:

- ¿Qué es lo que te pasa?

- Pienso en mamá. Sé que ya no vendrá; sé que ella, a pesar de llevar bondad en su alma y tener a Dios consigo no es feliz. ¿Dime por qué no me quiere?

- No lo sé.

- Me hice tantas ilusiones y la quiero tanto que de nuevo no sé que pensar.

 

Al acabar de pronunciar estas palabras se cubre su cara con las manos; oigo sus quejidos dulces y dolorosos. Lentamente por sus mejillas empiezan a correrle las lágrimas. Su pena me conmueve. Con esta vez son ya muchas las veces que la he visto llorar y casi siempre bajo el recuerdo de su madre. Para mí ahora sus lágrimas son trozos pequeñitos de sueños rotos brotando desde la flor de su alma. Es una oración al cielo y a la vez una súplica a su madre para que vuelva y la abrace.

 

Apenado por su dolor me pregunto por qué su madre la abandona ¿por qué decide que muera?. Es tan inocente, tan dulce, tan pura que nadie tiene derecho a condenarla de nada. Esta criatura sólo ha amado. ¿Qué tiene, para Zarina, de hermoso, su ciudad, sus amigos, sus fiestas, sus risas, sus paseos, sus diversiones que no lo tenga esta niña mil veces aumentado?. No acabo de entender qué es lo que sucede en Zarina.

 

Pienso que dentro del alma Zarina o tiene un motivo potente y misterioso dominándola y haciéndola actuar hacia una perfección desconocida o dentro de ella reina la confusión, la oscuridad, el desorden. Mas ante esta reflexión me digo que si dentro de ella hubiera un motivo que la impulsara hacia el bien por caminos nuevos ¿por qué rechaza el amor de su hija? Si Zarina llevara dentro la luz ¿cómo es que Eva y yo no la hemos visto?. Ahora ya sé que sólo hay una sola verdad; también sé que todos los que estamos dentro de esta verdad no seremos extraños nunca unos a los otros. Mas si lo de Zarina no es una fuerza nueva empujando hacia Dios por caminos también nuevos ¿Qué es entonces lo suyo? ¿Acaso sólo un cuerpo de carne lleno por dentro de fuerzas que sólo buscan lo material, lo que muere para siempre en una muerte sin sentido y sin fin en el caos de un universo de soledad y frío? Si esto es así ¿por qué no sale a la luz claramente y deja de engañarse y de engañarnos?.

 

En estos momentos ni siquiera en sus amigos puede apoyarse para decir que las cosas son de este modo o de aquel. También ellos, en cierta medida, hacen y dicen lo que ella. ¿No resulta de aquí que la gente en la ciudad se han unido unos a otros para no sentirse solos y apegar así la voz de su conciencia?. Contemplo el campo; observo las lágrimas de Eva cayendo por sus mejillas y ellas me mueven a hacerme estas preguntas. La abrazo en mi pecho; la beso, le seco las lágrimas. Para animarla me asoma a la ventana.

- Fíjate que hermosas están esta mañana las higueras.

Se acerca a mí; dirige sus ojos hacia al huerto.

- También sus hojas anchas y verdes hablan de la primavera. Estas higueras viejas formando filas apretadas sobre la pared del huerto cuantas veces nos han dado su sombra este verano y el pasado; cuántas veces también ellas han sido testigos de nuestros juegos durante el invierno.

Exclama Eva. La miro algo sorprendido; sus palabras me suenan a lamento; a despedida.

- Ahora esta mañana están verdes otra vez dispuestas de nuevo a traernos sus frutos y dejarnos mirar los pájaros saltando por entre sus ramas.

 

Un poco más abajo, junto al camino que atraviesa el huerto hasta el estanque y la alberca, también esta mañana crecen los lirios apretados en manojos espesos bajo los rayos del sol. Los de color blanco crecen más cerca del camino y son más abundantes que los morados. Los rosales sembrados por Eva y por mí al final del huerto empiezan a estirar sus tallos. Ya en sus ramas se adivinan pequeños capullos; se abrirán pasados unos días. En la loma cantan las tórtolas; el cerro, al otro lado del huerto, blanquea de flores de jaras. Las mariposas van y vienen de un lado para otro. También están verdes los granados y los demás árboles del huerto. Hasta el agua de la alberca hoy es más limpia y alegre.

 

Contemplando este espectáculo y comentándolo se nos pasa el tiempo. Al final, Eva se sienta en la cama; me cuenta una de sus pesadillas con Zarina. La escucho atento cuando de pronto sentimos un ruido que no es conocido. Miramos; vemos un enjambre de abejas cruzando el remolino por encima del huerto. Las observamos durante un rato.

- ¿Te acuerdas la primavera pasada?

Me dice Eva.

- Sí que me acuerdo.

- ¡Qué bello fue aquello!

 

La primavera pasada cruzó por allí un enjambre como este; vino a pararse justo en los peñascos de la puerta del cortijo. En este lugar estuvo un día. Al día siguiente Eva y yo fabricamos una colmena con varias tablas. Al otro día por la mañana nos liamos calcetines viejos en las manos, nos tapamos la cara con un plástico transparente, rociamos con vinagre el interior de la colmena y con un palo empujamos el montón de abejas hacia el interior del cajón. Ellas no se fueron. Pusimos la caja entre las matas junto a la pared del huerto. Días y días nos pasamos cerca de nuestras abejas viéndolas trabajar. Por la pequeña rendija entraban y salían sin parar. Muchas de ellas llegaban con sus patas tan cargadas de polen que apenas podían andar. Algunas veces nos preguntábamos si estarían grandes los panales que fabricaban dentro. Hasta que un día, después de que se marchitaron las últimas flores de las patatas de riego sembradas en el huerto, decidimos abrir la colmena y coger un poco de su miel.

 

- ¡Qué buen rato pasamos aquel día viendo la miel chorrear, deleitándola, corriendo de acá para allá, huyendo de las abejas!

Comenta Eva.

- Sí que fue un rato de verdad hermoso.

Y miramos tristes hacia el huerto. La colmena sigue en el mismo sitio y en ella entrando y saliendo las abejas. Ahora, esta colmena con el recuerdo de Zarina, nos hace sentir nuevamente la sensación de lo inevitable. Algo muy soñado y hermoso parece anunciar su muerte de una forma definitiva.

 

Al caer la tarde Eva sale de la cama. Le siento en su mecedora verde. Cruza sus manos sobre las piernas mirando hacia la llanura; no dice nada. Yo mismo le doy de merendar; le leo algún cuento; le abro la puerta a sus amigos los hombres del cortijo que vienen a visitarla.  De nuevo al día siguiente y al otro se queda en su habitación. Al cuarto día, al caer la tarde a las cuatro y media o las cinco, hora ésta en la cual comenzamos nuestros juegos los días en que está animada, le digo:

- ¿Por qué no te entusiasmas y nos damos un paseo?

- Podría hacerlo pero no tengo ninguna ilusión. No hay nada que me atraiga bastante como para conseguir que me levante de esta cama. Aquí estoy calentita; me siento descansada. No me preocupa nada en especial. Por lo menos aquí ahora me siento mejor que en ningún otro sitio.

 

Al caer la tarde viene mucha gente a visitarla. Los que trabajan en la finca, las familias que viven en el cortijo al otro lado del río. Cada uno le trae alguna cosa. Frutas, flores, un jilguero. La hermana Esperanza la acompaña en todo momento. También el padre en cuanto regresa de la majada se viene a su habitación. La hermana Esperanza no se cansa de repetirla que debe animarse y salir a respirar el aire. Eva la mira; no dice nada. Comprende pero en su alma hay algo que a nosotros se nos escapa.

 

Bien entrada la noche me pide que la ponga en su cama. Eva duerme en una pequeña cama de madera construida expresamente para ella por un amigo del que hace las veces de su padre. Su cama es tan bella como la de una princesa. La hermana Esperanza le ha construido una colcha de hilo azul con grandes flores. Junto a la cama también tiene un asiento de madera y una alfombra color oro. Su habitación siempre huele a limpio, a roble, a pino. La familia que la tiene acogida son pobres, apenas tienen para comer y vestir pero en cuanto a la niña la tratan con el mayor cariño.

 

Esta noche duerme bien. Se encuentra mejor al día siguiente pero no desea salir de su habitación. Hoy la miro y veo que su cara no ha perdido el color, su sonrisa es algo más triste pero sus ojos brillan lindos y limpios. También sus manos, su cuerpo, toda ella es igual de hermosa y agradable.

 

Al cuarto día, apoyada en mi hombro, consigo sacarla de su cuarto. En el patio vuelve a jugar. El patio del cortijo está todo lleno de macetas, de arriates sobre la pared. Ella siente un cariño especial por estas plantas. En el mismo centro del patio está la maceta más grande; en ella crece una palmera. A su alrededor están los helechos de hojas largas, las hortensias, las begonias, las azucenas. Al lado sur, pared adelante, crecen los arriates de esparragueras, los colios, los ficus, los jazmines. Al lado norte, también sobre la pared, ella cuida varias macetas alargadas como geranios y otras plantas pequeñas muy verdes que dan flores rosadas y chiquitas. Los que trabajan en el cortijo nos han dicho ya varias veces los nombres de estas flores pero siempre se nos olvidan; sólo sabemos que proceden de la India. Mas las plantas preferidas de Evarina son las kentias de hojas largas y finas.

 

En esta misma pared, casi en el centro, crece un precioso árbol; un almendro, cuyos frutos redondos y negros Eva coge todos los años ya entrado el otoño. El almendro tiene las hojas ásperas y ella, siempre que riega el patio, le gusta enchufar la manguera hacia las copas del árbol. Le encanta rociarlas del líquido y luego verlo gotear; sobre todo en las tardes calurosas del verano. Algunos días el chorro de la amargura se convierte en surtidor que se eleva resto hacia el cielo hasta la altura de casi cuatro metros. Al final el chorro se abre y cae a lo ancho del patio en forma de cascada. ¡Cuántas y cuántas veces, ella y Zarina, han jugado con esta lluvia!. En ocasiones hasta ponerse chorreando. Junto al tronco del almendro crece la dama de noche. Cuando abre las flores en las noches de verano, su perfume entra hasta los últimos rincones del cortijo.

 

Jugando, regando, tocándolas, oliendo las flores hoy Eva se entretiene. Cuando ya ha regado todas las que hay en el patio nos vamos por detrás del cortijo que es donde crecen los rosales. Todo el rato estoy junto a ella. Es feliz con su manguera en la paz y silencio de la tarde. De vez en cuando la miro detenidamente. Por momentos quiero creer que no pasa nada. Cualquier día de estos Zarina puede aparecer; también los del grupo. Podemos volver a ser amigos, a compartir la vida, a estar juntos. Si esto sucede las cosas pueden cambiar. Este pensamiento me anima; contagio a Eva mi ilusión.

 

Por la noche, mientras estoy en la cama se me ocurre una idea. ¿Por qué no vamos a visitar a Griselda y de paso nos acercamos a la capilla que han construido en los chalets y rezamos un poco? Me entusiasmo. A primera hora del nuevo día la llamo; le expongo el plan, le gusta; nos preparamos. Salimos del cortijo cuando aún el sol no ha apuntado. Caminamos despacio hacia la urbanización. En los chalets ya viven algunas familias. La capilla está construida en mitad de la loma, en una pequeña torrentera entre olivos y chumberas. Atravesamos el campo. A estas horas huele a fresco, a flores. La llevo cogida de la mano procurando que no tropiece ni se canse. Siento su corazón latir; siento su calor, su cariño. Hoy la quiero más que nunca.

 

Hora y media después de salir del cortijo llegamos a la capilla. Está abierta; entramos. También por dentro está limpia, lleno de flores el altar. Los de los chalets la cuidan al máximo. Al pisar la estancia nos sentimos emocionados. Avanzamos. Todo está en silencio. En uno de los bancos nos sentamos muy cerca el uno del otro. En silencio rezamos. Tenemos muchas cosas que nos preocupan, muchas cosas que nos gustarían que se arreglaran. Por espacio de una hora permanecemos mudos frente a la imagen del sagrado corazón. Por la mente de la niña y por la mía pasan muchas cosas; el grupo, sus problemas, Zarina, Griselda, mi libro, los padres de Eva, los míos, las familias del Valle de los robles, mi trabajo, el huerto. Ahora, desde hace unos días el dueño del huerto anda algo raro conmigo. Me ha dicho que aunque mi trabajo rinde sus frutos no acaba de satisfacerle que haga las cosas cuando yo quiera y que nunca esté disponible en el momento en que él me necesite. Además, en varias ocasiones he repartido frutas y verduras entre los aceituneros y entre la familia de David cuando éste vivía. No le agrada que yo disponga de esta fruta por mi cuenta.

- Me pertenecen porque las trabajo.

Le dije, a lo que me contestó:

- Mas el dueño soy yo. Las tierras donde se crían son de mi propiedad.

 

A raíz de aquí entablamos una larga conversación. Al final no llegamos a ningún acuerdo. Para él sólo existe su punto de vista y como es el dueño, tenga o no razón yo, no está dispuesto a aceptarlo. Sé que las cosas irán por donde él quiera. En realidad tiene la fuerza y puede prescindir de mí si lo desea. Por eso en este momento, aquí en la capilla, acudo a Dios. También tengo la sensación de que el proceder del dueño, el de Zarina, el de sus amigos y el de los dueños del Valle de los robles, está fuera de la aprobación y bendición del Altísimo. Veo que aquí y allí hay muchas cosas que se están haciendo fuera de la justicia, la moral, la honradez. También Eva se da cuenta de esto y sufre. En silencio, junto a mí, pide a Dios que se arreglen las cosas y no nos hagan sufrir más. Nuestra oración es sincera. Lo estamos pasando mal por culpa de las personas que nos rodean y sabemos que ellos tampoco son malos.

 

Cuando ha pasado como  hora y media nos levantamos. Tenemos la sensación de que Dios nos ha escuchado; salimos fuera. La mañana, el campo, el viento, las flores, el azul del cielo, todo cuanto nos rodea es para nosotros ahora más hermoso; nos contagia más gozo. Cerca de la capilla, bajo los olivos, entre la hierba, nos sentamos. A nuestros pies queda la llanura, las ovejas pastando en ella, la urbanización. El campo está florido, lleno de mariposas, cargado de perfume.

 

Durante rato Eva me habla, me mira, al mismo tiempo, con sus manos arranca pequeñas flores. Está sentada en la torrentera algo más arriba que yo. Estira sus pies; con su vestido roza mi cuerpo. ¡Qué hermosa está hoy y cuánto cariño siento por ella!  En estos momentos los dos nos sentimos importantes, buenos, felices. Movida por esta felicidad Eva me dice:

- Es indudable que el mundo y la vida es sencilla y hermosa.

- Sí cuando las cosas en el corazón ocupa el lugar que les corresponde. Si dentro hay luz y claridad el motivo central, la respuesta esencial estará clara. Todo será sencillo aunque el dolor exista; esto es algo que va unido al misterio de la belleza, del amor y de la muerte.

 

Pasado un largo rato, satisfechos de respirar la mañana entre la hierba, nos levantamos. Descendemos la ladera; nos dirigimos hacia el Valle de los castaños. Ahora ya tenemos ganas de ver a Griselda. Atravesamos la urbanización, pasamos junto al edificio que están construyendo; por el camino que sube por el río  entramos al Valle. Nada más acercarnos oímos ruidos de máquinas; las descubrimos enseguida. A quinientos metros del río, partiendo el Valle por la mitad hay varias máquinas construyendo una carretera. Ya han trazado un gran trozo desde el lado del puente hacia lo hondo del Valle. Al descubrir esto nos preocupamos. Seguimos adelante. Según nos acercamos a la casa de Griselda vamos viendo que las casas del Valle están abandonadas. No vemos a nadie conocido. Cerca de la carretera han derrumbado algunas de las viviendas. A veinte metros de la Casa de Griselda han trazado el camino. Para ello han arrancado encinas, han roto huertos, han cegado pozos. A distancias no muy grandes han puesto carteles, anuncian la venta de terrenos para parcelas.

 

En la misma puerta de la Casa de Griselda vemos a un grupo de hombres. Clavan uno de estos letreros. La casa está cerrada. Sola. A la pregunta de Eva uno de estos hombres responde:

- Esto ya no pertenece a los que vivían en el Valle.

- ¿Adónde se han ido?

- Ayer mismo cargaron sus muebles en un carro. Les oímos decir que iban para las Navas de Tolosa.

La niña me mira.

- ¿Por qué no nos lo habrán dicho?

- Probablemente no les habrá dado tiempo.

 

Me sigue mirando apenada. Observamos la casa. Su silencio ahora nos trae sentimientos tristes. Estamos por acercarnos y entrar; mas ahora no nos sentimos seguros en este lugar. Tememos que nos regañen, que nos manden irnos lejos de aquí. Los edificios de este rincón ya tienen otros dueños. Cojo a Eva de la mano. Seguimos subiendo el trazo de la carretera hacia la catarata al final del Valle. A nuestro paso vamos descubriendo nuevos edificios a un lado y otro de la carretera; unos ya casi terminados y otros aún en sus fases de comienzo. En el arroyo hay varias máquinas más y varios hombres que las manejan. A uno de ellos le preguntamos; nos responde diciendo:

 

- Aquí vamos a construir una presa para poner una central eléctrica a fin de dar luz a toda la urbanización.

- ¿Y allí al fondo?

- En ese rincón un lago artificial para que los que vivan aquí puedan practicar el deporte náutico, la pesca y la natación.

Durante rato observamos despacio un rincón y otro. Sentimos que ahora ya este Valle, estos paisajes, este cielo, nos lo han robado. Ya no es nuestro. Por los jardines de la casa donde vivía Griselda se pasean varios hombres. Charlan llevando en su mano un manojo de planos. Por la senda que sube a la orilla del arroyo, hacia donde construyen la presa, se acerca un hombre. Viene vestido con traje negro, sombrero clásico, bastón, pipa y en la mano izquierda sostiene la correa de un perro lobo. El que ha hablado hace un momento con Eva vuelve a decir:

- El que sube por el río es el promotor de la urbanización de este Valle. Es el más rico de la provincia.

 

El nombre de este señor me suena. En los cortijos, en el pueblo, en la ciudad he oído hablar de él. Tiene fama de explotador humano. Posee muchos millones, fincas, empresas. Según dice la gente sólo busca ganar dinero, divertirse ignorando a los demás. Nos alejamos del lugar antes de que llegue. Pasamos por donde teníamos proyectado conseguir la casa. Aquí han montado las cocheras de las maquinarias, los almacenes de materiales.

 

Salimos del Valle en dirección del cortijo algo después del medio día. Antes de llegar al río y tomar la senda Eva me dice:

- Me ha pasado igual que con Tere.

Me quedo mirándola. No sabía que conociera a alguien que se llamara con este nombre. Sorprendido le pregunto:

- ¿Hablas de Tere Raya?

- Es una muchacha que vivía conmigo en el cortijo. Ella estaba aquí cuando mi madre me dejó en la finca. Se llama así como has dicho.

- La conozco. ¿Es la hija del antiguo encargado?

- ¡Exacto!

- Ella ya estaba aquí cuando mis padres fueron despedidos de la finca. No llegamos a ser buenos amigos. ¿Qué le pasó?

- Un día, cuando yo estaba para cumplir los ocho años, sus padres se fueron a la ciudad. Decían que ya estaban hartos de campo y que deseaban que su hija estudiara. A pesar de que me quería mucho se fue y me dejó sola. Desde entonces no he vuelto a saber de ella.

- Yo sí la he visto; vive en la ciudad y es muy amiga de una sobrina mía. Conozco a Cristina, M0 Carmen, Rafi, Loly, en fin, todas las que salen en la pandilla de mi sobrina. De Tere, por ser amiga de mi sobrina y porque a mi sobrina la quiero mucho y me llevo muy bien con ella, sé muchas cosas. Recuerdo que ella, una Navidad, estuvo en el pueblo de mi sobrina. Nos contó una hermosa historia vivida contigo. La he oído varias veces hablar de ti.

- Ella casi me crió. No me explico como pudo dejarme aquí y no venir a verme ni siquiera un día.

- Puedo hablarte de ella si quieres.

- No por favor, hoy no. La sigo queriendo en mi corazón pero hoy no quiero que me hablas de ella. Estoy cansada.

Mientras caminamos hacia el huerto vamos sintiendo la sensación de que nada podemos hacer para cambiar el curso de lo que ahora está ocurriendo en el Valle. Ellos son más fuertes porque tienen el dinero. Planifican y por encima de todo sus planes se llevan a cabo, se hacen reales aunque para ello muchos tengan que ser humillados. Nos sentimos pequeños, impotentes, insignificantes, dominados.

 

A primera hora de la noche junto al cortijo reina un gran silencio. El cielo está sereno, los grillos cantan, la temperatura es templada, el perfume de las flores se extiende por el campo.

 

Esta noche Eva se ha acostado temprano. En cuanto hemos regresado del Valle se ha lavado, ha cenado y se ha ido a la cama. También yo me voy a la habitación. Ya en la cama medito detenidamente lo que hemos visto y vivido hoy. No siento ni alegría ni dolor; tampoco quiero sacar conclusiones. Es casi media noche cuando me empiezo a quedar dormido. El silencio es denso, la paz profunda. De pronto, como en sueño, oigo aullidos tristes y lúgubres. Me sobresalto. No estoy seguro si lo he soñado o lo he oído de verdad. Presto atención. Enseguida se repiten. Son reales. Vienen de la majada y proceden de los perros mastines que cuidan las ovejas.

 

La red de las ovejas esta noche está en la falda del cerro donde se levanta la casa de piedra. De lo más alto del cerro es de donde proceden los aullidos. No paran durante más de media hora. Me digo que estos lamentos anuncian algo; hasta me parece captar el mensaje aunque no acabo de saber. Me acuerdo de Eva. Siento miedo, aunque no de los aullidos, sino por algo oculto que como un misterio late en ambiente. Me entran ganas de subir a su cuarto pero cuando voy a hacerlo los extraños lamentos dejan de oírse.

 

Sigue avanzando la noche envuelta en su silencio. Permanezco en mi cama despierto esperando oírlos de nuevo. No es así. La noche vuelve a su calma. Siguen cantando los grillos, brilla la luna, exhala el monte su aroma. Cerca se oye el siseo de las hojas de los eucaliptos. Pasado un rato aumenta y también sobre el tejado, el rozar las tejas, el viento susurra. En poco rato aumenta el murmullo de las ramas. Ahora, progresivamente los grillos van dejando de cantar. La paz del campo va turbándose con el ruido de las ramas de los álamos y las encinas.

 

Pasada una hora el campo se llena de fogonazos de relámpagos; por los barrancos retumban los truenos; la luna se oculta entre las nubes; aumenta el viento; la tormenta se acerca cada vez más. De pronto estalla y la lluvia empieza a caer. Llueve con fuerza sobre los eucaliptos, el huerto, el cortijo, los montes. Me asomo a la ventana. El campo se ha cerrado en oscuridad, agua, viento, truenos. De nuevo vuelvo a pensar en Eva. Subo a su cuarto. Está despierta; llega la hermana Esperanza, su marido. Estamos sentados junto a su cama comentando la tormenta cuando en la majada oímos un gran barullo de ladridos, balidos y sonar de cencerros.

- Son los lobos.

 

Anuncia enseguida el marido de la hermana Esperanza. Precipitado sale del cortijo; me vuelvo en el impermeable y lo sigo. Antes de llegar a la majada sentimos el estampido de la red. Las ovejas llenan el campo corriendo de un lado para otro; los perros ladran persiguiendo a los lobos; crujen los truenos; la lluvia cae a torrentes. El pastor lanza sus voces llamando a los animales, intentando asustar a las alimañas, pidiendo ayuda a los hombres del cortijo.

 

Cuando voy cruzando el arroyo hacia la majada caigo en la cuenta de que Eva se ha quedado sola; puede asustarse. Me vuelvo para atrás. Al entrar a su habitación la veo levantada; liada en su impermeable.

- ¿Adónde vas?

Le digo.

- Quiero ayudar en lo que sea.

- La noche no está para que salgas fuera.

- Acompáñame tú y déjame ir por favor!

 

No le insisto. Ella ama el campo, es amiga de la lluvia, del viento, del  frío, de la noche. La arropo en su impermeable, la abrazo, salimos fuera, nada más llegar al patio nos cae encima la lluvia en forma de torrente. No se desanima. Alumbremos con nuestras linternas, salimos al campos. Por el cerro, por la ladera, por el arroyo se oyen las voces de los gañanes buscando a las ovejas; los aullidos de los perros; los balidos y cencerros de las ovejas. La lluvia sigue arreciando y los truenos estallan sobre los cerros.

 

Estamos aturrullados; ni siquiera sabemos qué hacer ni a donde ir entre la oscuridad, el desorden, la ventisca. Desde la majada el padre de Eva lanza varios cohetes con el propósito de  que a sus explosiones los lobos huyan. Los perros ladran en el barranco, al otro lado del río sobre la loma, por entre la umbría. Atravesamos el arroyo. Eva se mezcla con los hombres del cortijo, se aleja de mí. Atraviesa el campo decidida y se va derecha hacia donde siente balar algún piquete de ovejas. Igual hago yo y los demás. Al cabo de un rato logramos reunir casi todo el rebaño junto a la red. Casi a todos se nos han apagado las linternas. Sigue soplando el viento, llueve fuertemente. En cuanto me encuentro con los hombres les pregunto por Eva.

 

- Yo la vi pero no sé para dónde se fue.

- Igual me pasó a mí.

Llega a nosotros el padre de la niña. Tampoco él sabe por donde está.

- Tenemos que buscarla.

Anuncia preocupado. Doy voces llamándola pero mis voces son arrastradas por el viento y entre la lluvia se quedan ahogadas. Alrededor de la red, junto a las ovejas, nos juntamos. Estamos decidiendo cómo distribuirnos por el campo para salir en su busca cuando vemos una luz que baja desde el cerro por el lado de la casa de piedra. Oímos cencerros balidos de ovejas. Al brillo de uno de los relámpagos vemos con claridad la figura de Eva.

 

Ha ido tras un piquete de ovejas, las ha apaciguado, las has sujetado y ahora las trae hacia el corral. Brillan los relámpagos y a su luz seguimos viéndola bajar por la pendiente. Su linterna aún luce perfectamente. Trae el vestido chorreando, el viento lo arrastra hacia lo alto del cerro. Avanza hacia nosotros por entre la oscuridad. La miramos algo sorprendidos. Lo que estamos viendo nos resulta extraño. Es misterioso su andar, su moverse bajo la lluvia, su sonrisa, su seguridad, la luz de su linterna. A todos se nos ha apagado y a ella no. Le luce firme y la lleva de un lado para otro alumbrando a las ovejas.

 

Llega a nosotros. Nos encuentra a todos juntos esperándola y al mismo tiempo mirándola sorprendidos. Une serena su pique al rebaño, se viene a mi lado. Al acercarse me dice:

- Me parece que han matado unas pocas. Saben escoger los momentos.

No le respondo, me acerco, la tomo de la mano, estrujo sus cabellos con mis dedos. Están empapados; le caen lacios por la cara; trae los pies llenos de barro, arañazos, acaba de exponer su vida por salvar unas ovejas que ni siquiera les pertenecen. También su padre y los otros hombres del cortijo.

- Vamos; regresamos a casa. Ya los lobos se han ido y las ovejas están en su red.

Atravesamos el campo; entramos al cortijo. Preparo el fuego; junto a él la siento, seco sus manos, su cara. Algo más tarde la acuesto. Se duerme media hora después.

 

Al día siguiente me levanto sobre las diez. Aún duerme tranquila. No la despierto, la tormenta ya ha desaparecido. Solo algunas nubes sueltas van por el cielo. Salgo del cortijo. En compañía del padre de Eva recorremos el campo. La ladera está embarrizada, el monte tronchado, las piedras rodadas. Por entre las matas, aquí y allá, encontramos las ovejas degolladas. Están tendidas en el barro, la lluvia, la hierba. Todas tienen el cuello partido. Las recogemos, las arrastramos hasta el camino amontonándolas. Terminamos a media mañana; las contamos. En total han matado veintidós entre corderos y cabras.

 

Pasan dos días, por la tarde, a primera hora, el cielo está bellamente cubierto de nubes. Son las mismas que hace unos días coronaban la loma al otro lado del río. Blancas como bolas de algodón, esponjosas, ribeteadas de encajes, color plomo y oro por dentro. Al igual que aquel día avanzan hacia el valle cubriéndolo de sombra.

 

Las que van por el lado del Valle de los robles son distintas. Parecen islas tupidas de bosques y flores. Se aprietan nerviosas queriendo ocupar cada una el mejor sitio en el cielo. Hoy es veinte de mayo. Ni Eva ni yo hemos olvidado que dentro de cinco días es la feria de la ciudad y que también este día cumple los años Zarina. Salimos del cortijo; subimos por la ladera. Mientras caminamos vamos observando las huellas que las ovejas dejaron en su estampida, la noche de la tormenta. Como la tierra estaba chorreando en algunos sitios hay verdaderos surcos producidos por las pezuñas al clavarse en la tierra. En la curva, por encima del huerto desde donde se divisa toda la llanura, nos sentamos. Durante largo rato hablamos de Tere, de mi sobrina, de Pedrito, la pandilla de Tere. También comentamos lo de la noche de la tormenta, lo de aquellas tardes sentados junto al río, lo de la noche de estrellas tumbados al borde del pantano, lo de la tarde que subimos por el cauce por entre los juncos. Mientras hablamos las nubes, las hermosas y extrañas nubes que esta tarde cubren el cielo, siguen avanzando hacia el Valle. Por mi parte estoy intranquilo; cada vez las veo más nerviosas. Tengo un raro presentimiento.

 

Ya que llevamos mucho rato sentados frente al Valle Eva dobla su cabeza sobre mi hombro. Se recuesta en mi pecho. La abrazo con cariño.

- ¡Qué hermosos fueron aquellos días sentadas junto a ella en los bancos verdes del patio!. Ahora vuelvo a entristecerme. En todo lo que he vivido con ella hay un placer muy distinto a los demás placeres. Nada podrá hacerme tan feliz nunca.

Me dice. La miro. Penetro su sentimiento. También yo estoy apenado por lo mismo.

- Es cierto Eva. Zarina no se ha dado cuenta de lo que tú eres. Se le ha escapado el valor que encierras; por eso siempre pensó que si se quedaba contigo no iba a ser feliz del todo porque le quitarías libertad. En esto se ha equivocado. El placer, la felicidad está en amarte a ti. Quizá este sea el castigo que Dios permita que se imponga ella misma: No llegar a sentir nunca el auténtico placer de las cosas sino a medias y casi siempre el placer que produce la materia y no el espíritu.

Guarda silencio. Seguimos mirando a las nubes. Pasado un rato dice:

 

- ¿Sabes lo que me sucede desde la noche de los lobos?

- No lo sé.

- Desde aquella noche tengo dentro de mí una sensación rara. Me acuerdo de ella y todo el grupo y me parece como si hubieran transcurrido ya siglos y siglos desde aquellos días. Los veo en un horizonte lejano; apenas me afecta nada de lo que dijeron, sintieron o hicieron. Me siento lejana a ellos y sus cosas. Como si entre su espíritu y mi espíritu hubiera mucho tiempo por medio y formando una muralla, entre este tiempo, mil universos fríos llenos de lluvias; veranos secos y desolados y muchos otoños tristes y melancólicos. Es como si no fueran personas. Están lejos de mí, muy lejos; borrosos en mi alma, fríos y secos en mis sentimientos. Ni los conozco a pesar de haberlos visto en algún sueño pero nada más. Es como si fueran trozos de papel que el viento arrastra hacia los confines del universo sin que importen a nadie. Son frutos de una ilusión y nada más. En fin, tendrías que estar dentro de mí para que comprendieras cómo es este sentimiento mío.

- Casi lo comprendo. Tu impresión pertenece a la escala de lo elevado en grado casi perfecto. Sé que ahora mismo estás lejos.

 

Desde donde estamos sentados se ve el río. Justo en la curva donde se junta el arroyo que pasa rozando el huerto, por el río, esta tarde, desde el primer momento en que Eva me habla, se mueve confusa una gran bandada de gaviotas. Su presencia nos sorprende. Nunca, en todo el tiempo vivido en estos campos, hemos visto por aquí gaviotas. Sin embargo, ahora mismo la bandada baja río adelante siguiendo la corriente. Revolotean en remolinos subiendo hasta la copa de los fresnos y bajan hasta rozar las espumas de las aguas al saltar por los peñascos. A su paso siembran el campo de granizos. Son tristes, alegres, melancólicos, oscuros. Miro a Eva. Leo en su rostro que ella sí sabe lo que sucede. El mundo se convierte en símbolos ante nuestros ojos.

 

Distraídos en lo de las gaviotas estamos cuando de pronto nos damos cuenta que llueve.  Sobre su cara caen varias gotas. Su cara está caliente, roja, con manchas de lágrimas en las mejillas. Las nubes se han tornado negras y cubren todo el cielo. La luz del sol ha disminuido. La llanura, la urbanización, la colina, la finca con su huerta, los bosques de álamos, los eucaliptos, todo está envuelto en una oscuridad que nos parece extraña. La lluvia aumenta. En cuestión de minutos se convierte en ventisca y el campo se oscurece aún más. Las nubes se amontonan en el Valle. Algunas cubren los árboles. No hace frío. Las gotas que caen sí están frías pero el aire es cálido y suave.

 

- En medio de estos campos uno tiene siempre la sensación de ser un granito de arena en el centro del Universo. Los montes te rebasan, las nubes te coronan, el horizonte te anonada. Sobre uno siempre se cierne la sensación de pequeñez. A mí esto es lo que continuamente me está remitiendo a Dios y a creer  en Él.

Me dice. No hago ningún comentario a sus palabras. No nos movemos de donde estamos sentados. Nunca le hemos temido ni a la lluvia ni al frío ni a la noche. Enseguida nos ponemos chorreando. Eva llora, está en mi pecho recostada inmóvil y mira la lluvia romperse en los peñascos. El campo se llena de una gran polvareda fina y blanca. Las adelfas tiemblan al paso del viento y bajo la lluvia, la corriente salta aprisa, las oscuras ramas de las encinas chorrean agua, la tarde se ha dividido en tantos tonos como sueños, penas, alegrías e ilusiones hay en nosotros.

 

Sumido, aprisionados por la belleza de cuanto me rodea estoy cuando me doy cuenta que Eva empieza a temblar. De pronto me dice:

- Tengo frío. Apriétame fuertemente contigo.

Al oírla un extraño presentimiento me recorre el corazón. Pienso que ella en estos momentos ha recibido el calor de un beso de algo que se acerca a nosotros a través de las nubes. Sus lágrimas calientes, la lluvia de pronto y en plena primavera, su cara sonrosada, su temblar sin apenas hacer frío... Entiendo que ella quiere decirme:

- Ha llegado el momento. Abrázame para que una vez más me convenza de que no todo es malo en esta Tierra.

La aprieto fuertemente contra mí. La alzo en mis brazos, me levanto y desciendo el cerro hacia el cortijo. Mientras bajamos su temblor aumenta. Me mira entre asustada y feliz. En sus ojos se mezclan la lluvia y las lágrimas. Desde ellos me dice:

- No tengas prisa. Ahora ya no hay que ir a ningún sitio. Tampoco tenemos nada que esperar ni que buscar. Todo está aquí con nosotros.

- Sabes bien que yo no tengo ni prisa ni miedo porque todo lo tengo teniéndote a ti.

- Me sigue dando gusto sentir la lluvia. Me agrada ver los granados, las encinas, la hierba con sus flores pequeñas, las higueras, los rosales que sembramos, los lirios y las jaras sobre el cerro.

 

Arrecia la lluvia, la oscuridad se espesa. Apenas veo a diez pasos. En estos momentos siento que todo el mundo se acaba en nosotros mismos; dentro de nuestras propias mentes. Al otro lado de las nubes que nos rodean no existen ni ciudades, ni coches ni edificios ni gente. Todo está dentro de nosotros. Siento que ella es tan grande como la más grande de cuantas personas pasaron por esta tierra. Estamos dentro de Dios y por encima de Él sabemos que ya no hay nada más.

 

Aumenta la fuerza del viento. Eva me dice:

- ¡Espera!

La miro fijamente al tiempo que la pregunto:

- ¿Qué pasa?

- No me lleves todavía a casa. Siéntate conmigo bajo los eucaliptos y quedémonos un rato más. Esta lluvia con su viento y la niebla blanca hoy me gusta más que otros días. Déjame bajo estas ramas para que como aquel día oiga sus canciones.

 

Me la llevo hasta la pared. Encima de ella nos sentamos dejando que nuestros pies cuelguen levantados dos o tres palmos del suelo. Mira serena hacia el barranco. No habla. Las gotas se rompen furiosas sobre las hojas de los árboles. El viento sopla dolorido y misterioso. El momento es hermoso. Contempla el juego de las hojas, la lluvia, las nubes. Noto que se queda aquí. Se va con la tarde, con las nubes que pasan. Tengo la sensación de que ya no está junto a mí. Tengo entre mis manos su cuerpo pero ella se ha ido. Es agua con la lluvia, viento con el viento, nube con las nubes. Ya es la luz en las estrellas, perfume en las flores. Mas de pronto adquiero conciencia de que resulta al revés: Es el universo entero el que está dentro de ella. Es ahora centro de la vida y amor puro y de lo eterno.

 

Dejo que pase el tiempo. No la distraigo. Mas pasada media hora el viento deja de soplar. Comprendo que ahora sí puedo hablar.

- ¿Ahora sí?

Le pregunto.

- Ahora sí.

Me responde. Me pongo de pie. La vuelvo a coger en mis brazos. Atravieso el patio, subo las escaleras, la siento en su mecedora. La hermana Esperanza, que nos estaba esperando y nos buscaba, le pone su pijama, la meto en su cama, la arropo, le da su consuelo. La niña le coge la mano y le habla diciendo:

 

- ¿Qué le pasará a mamá? ¿Por qué no es capaz de gustar lo hermoso y bello que encierra la música de las fuentes y la luz de las primaveras?

Y la que es madre sin serlo, le responde:

- Tu pregunta no está exactamente bien hecha. ¿Que el alma de mamá no es capaz de gusta esta música? Eso lo dudo.

- ¿Por qué?

- La educación de mamá es superior a la tuya y a la mía. Se ha criado en la ciudad en medio de mucha gente y cosas. La sensibilidad de su espíritu es mucho mayor que la nuestra. La capacidad de concentración y de saborear las cosas en Zarina, es mayor que en nosotros. Incluso estoy convencido de que su potencia de amar supera a la nuestra.

 

Un tanto sorprendida Eva la mira y distrayéndose de la música que le trae el viento apoya su mano en la de la madre y le pregunta:

- Si las cosas en mamá son como tú dices ¿qué es lo que le pasa entonces?

- Creo que lo que le pasa es lo siguiente: mamá, toda ella entera, está como un campo de trigo cuando empieza a crecer. En él se intuye, se ven muchas cosechas buenas; promesas alagadoras que van a traer gozo pero estas pequeñas matas de trigo que apenas cubren la tierra con un verde incierto, pueden traer también decepción en lugar de alegría. Si las heladas las queman, si el sembrador no las cuida, si la hierba salvaje las asfixia, este campo de trigo no dará el fruto que un principio había prometido.

 

Y aquí está la verdad: mamá ahora sólo es un campo de trigo empezando a brotar. Una promesa que tiene en sí todo lo necesario y en abundancia para convertirse en una preciosa realidad. Todo en ella está perfectamente ordenado para que dé un fruto hermoso. Es más: yo diría que todo en ella ha sido creado por Dios y puesto en su lugar con un enorme cariño. ¿Llegará a ser campo de trigo con espigas doradas cuajadas de fruto?  Vuelvo de decirte que tiene todo lo necesario para dar una cosecha rica.

 

Pero fíjate que no me resisto a decirte lo que ya te comenté en otra ocasión: no todas las personas que mamá encuentra en su camino van a ayudarle en su crecimiento recto. Tampoco todas tienen sus deseos ordenados ni sus mentes claras como para ayudarle y descubrir lo que mamá lleva en su alma. Porque enamorase es fácil para cualquier persona pero mantenerse enamorada toda la vida hasta salta a la eternidad y con obras puras y excelsas, esto es más difícil.

- Según tú, entonces mamá es superior a nosotros en muchas cosas.

- La gente de la ciudad con sus estudios y demás, Eva, son superiores a los que vivimos en el campo como tú y yo. Ellos estudian, ven cine, leen muchos libros, tienen tiendas y conocen mucha ciencia. Todo esto debería darles una gran superioridad sobre los que vivimos tan lejanos de la civilización y del progreso. Fíjate que te estoy diciendo que debería tener mucha superioridad sobre nosotros. Lo cual quiere decir que no siempre es así. Sin embargo, debería serlo como en el caso de mamá.

- Y el caso de mamá, según dices, es que ella puede seguir creciendo y aunque está rodeada de tantas personas y cosas, puede quedarse como el campo de trigo: seco por las heladas, pálido por la falta de agua y sin fruto. ¿No es esto?

- Tiene el peligro que le suceda eso.

Guarda silencio.

 

Me busca con sus miradas y me dice:

- A ti voy a revelar un secreto.

- Te escucho.

- Tú tienes derecho a saberlo: durante mucho tiempo has sido mi buen amigo. Me has dado mucho cariño y me has enseñado bellas cosas. Entre ellas la existencia de Dios. Me has ayudado a conocerlo, a tenerlo conmigo, a jugar con El y a quererlo. Ahora sé que Dios es algo muy grande pero al mismo tiempo sencillo y cercano. Alguien que no infunde miedo sino cariño y que está en mí igual que en aquellos que tienen mucha cultura y son ricos. Tú me has enseñado todas estas cosas y yo las he aprendido sin error ni oscuridad y por ello te estoy muy agradecida.

 

Desde que llegaste a estos campos y te quedaste conmigo has sido bueno y me has dado mucha felicidad. Tenía que decírtelo para que lo supieras y, además, tenía que decirte otra cosa. ¿Quieres oírme un rato más?

- Quiero oírte todo el tiempo que tú desees ¿Qué es lo que deseas decirme?

- Que ahora prefiero irme.

- ¿Adónde quiere irte?

- Al no tener el cariño de mamá conmigo y para vivir siempre privada de su amor, prefiero antes irme de aquí.

- Pero ¿a dónde quieres irte?

- Al cielo. Deseo morir e irme con Dios y dejar este mundo si es que siempre he de vivir sin su cariño. Y yo sé que esto va a ser así. Se fue de mí el mismo día en que nací y aunque la he esperado y la espero, no volverá a mí nunca. Siempre estaré sin su cariño y te lo digo de veras: así de esto modo no quiero vivir. ¿Me puedes comprender?

Guardo silencio y en mi alma lloro y para mí y sin voz, exclamo: ADio mío qué tremendo.

Su temblor no desaparece. Al poco de estar en la cama mira amablemente por la ventana. Brilla la luz de un relámpago. Mueve su cabeza hacia un lado. Me alarga la mano y me dice:

- Dile a mamá, cuando la veas, que la quiero.

Me mira a los ojos. Los tiene rojos. Le aprieto la mano. Percibe el mensaje. Noto que ahora ya apenas tiene fuerzas. Vuelve a hablar diciendo:

- Todo el tiempo me pregunté si el error estaba en el fondo o en la forma. La forma puede servir pero el fondo no. El error de fondo es grave.

- ¿Puedo hacerte una pregunta?

- Sí.

- ¿Cuál ha sido tu gran sueño?

- Lo sabes bien. Me hubiera gustado tener muchos amigos para construir con ellos otro mundo mejor que este. Si me hubieran acogido creo que no los hubiera defraudado; mas creo que nadie necesita de mí. Hacer un mundo hermoso donde el amor a las personas y a Dios, fuera la columna central, este ha sido mi sueño.

 

Suelta mi mano. Cierra sus ojos. Deja de respirar. Sobre su blanca sábana se queda dormida llena de belleza.

 

Son las seis de la tarde. A partir de este momento la lluvia empieza aflojar; quince minutos más tarde todo está sereno. Despejado de nieblas, sin lluvias, apenas sin nubes. El canto de los arroyos  destaca  potente y nítido; suenan hermosas sus mil melodías. Las reconozco. Son las mismas que aquel día Eva y yo oímos en el arroyo.

 

Las nubes negras se alejan. Dejan al descubierto otras de color plomizo. Sobre la loma el sol rompe un agujero en ellas. A través de él brotan los rayos y llenan de blancura y fuego la llanura. El haz luminoso es brillante y sin color. Fijo en él permanezco un rato; después vuelvo mis ojos hasta Eva. La toco con mis manos. Ya no habla, ya no sonríe, ya su cuerpo está lleno de frío. Ahora es silencio con todos los silencios que ha compartido conmigo.

 

Está muerta. Se ha ido de mi lado y  a mis ojos no asoma ninguna lágrima. Mas poco a poco el dolor va llegando; empiezo a sentir su ausencia. Todo es sencillo como los días pasados, como ella, como nuestros juegos. Nació en mi alma de una ilusión, germinó hasta hacerse vida, ahora está tronchada entre ruinas y escombros. Así de sencilla es la realidad que ahora tengo ante mis ojos. Se va para que todo siga siendo amor y, además, puro.

 

Doblo mi cabeza sobre su cuerpo frío y como en aquellas noches de estrellas junto al río ahora le digo: AYa sí tengo ganas de llorar aunque no me salgan las lágrimas. Recostado en ti voy a llorar hasta que me consuele. Luego me levantaré y seguiré andando aunque no tenga fuerza ni ilusión. Creo que has triunfado porque tenías el corazón puro. Nunca tuviste hambre de otras cosas; has comprendido la vida sin necesidad de vivirla.

 

Aquí ahora llorando sobre tu pecho frío soy feliz un poco. Me falta otro poco para serlo plenamente, tú lo sabes. Me has dejado solo frente a ellos y su ciudad. Sé que me esperan días malos. Tengo miedo. ¿Qué será de mí? Estoy abrazado a su cuerpo hasta bien entrada la noche. Por mi mente pasan mil recuerdos, mil sueños, mil esperanzas. En algún momento siento desprecio contra la gente del grupo y Zarina. Estoy convencido que ellos, con su indiferencia y su actitud egoísta, han causado este dolor a Eva. No puedo amarlos ahora ni pensar en ellos sin sentir indignación. Evarina es inocente, pura, hermosa. Ha sido nuestra falta de amor lo que le ha dado la muerte. Esto no puede ser bueno.

 

Al oscurecer el campo se llena de una gran calma. De las nubes grises que se han amontonado bajo el cielo azul empiezan a desprenderse copos blancos. En todos mis años de vida he conocido nieve en este rincón; sin embargo, hoy, desde primeras horas de la noche, la nieve cae dulce sobre la llanura, el huerto, el cortijo. Ni siguiera me extraño; lo veo natural. Esto tiene que suceder en este momento aunque sea primavera y los campos estén llenos de flores. En silencio voy observando como los montes se van cubriendo de blanco. Paseo por la habitación. Me dan compañía los que hacen las veces de padres, los gañanes, los amigos del cortijo vecino. Todos menos Zarina o quizá ella también.

Ya de madrugada, sentado sobre su misma cama, me quedo dormido. Un montón de pesadillas pasan por mi mente. De entre todas una se me queda grabada con fuerza. Un día, la cabra rubia que Eva amaba, parió. Escondido entre el monte se queda su cría. La buscamos durante varios días y no la encontramos. Una tarde, tres semanas después, el rebaño pasa por la ladera del río; entre el monte sentimos balar a la madre y al hijo. Eva y yo salimos corriendo y lo vemos. En un pequeño claro de jara la madre amamanta a la cría. Al vernos corre, le crecen alas, abraza a su hijo, da un salto hacia el barranco y sale volando. Planea ladera adelante siguiendo la corriente del río; luego hacia atrás, asciende hacia arriba, se pierde tras la colina entre las nubes, los árboles y las mil nieblas blancas. La miramos absortos. No comprendemos qué pasa. Mas dentro sentimos como si algo muy hermoso y querido se alejara de nosotros para siempre.

 

- ¿Hacia dónde se va?

Nos preguntamos. La respuesta parece sonar dentro de nosotros mismos. No están lejos. Sabemos que el haberse ocultado detrás de la colina sólo es un símbolo. Ahora en mi sueño, relaciono este símbolo con la muerte de Eva. Más allá de lo que aparentemente parece haberse ido para siempre queda algo muy importante que permanecerá eterno.

 

En cuanto amanece el cielo se queda limpio de nubes. Ya no nieva. Sobre el campo se extiende un gran velo blanco. Por encima de la colina sigue cerniéndose la misteriosa corona de nubes. Al salir el sol se enciende como ascuas. Su belleza me quema el alma. A primera hora de la mañana el padre de Eva, acompañado de uno de los gañanes, va al pueblo para arreglar lo del entierro. También quiere poner un telegrama a Zarina y su familia anunciando lo ocurrido. Regresan a primera hora de la tarde con el ataúd sobre uno de los mulos del cortijo.

 

A estas horas apenas ya hay nieve. Sólo en las faldas de la umbría y bajo las rocas de los cerros. Otra vez el campo se ha vestido de verde, de flores, de aromas. Antes de que se ponga el sol, con el ataúd sobre el mulo y dentro el cuerpo de Eva, atravesamos la llanura, subimos la cuesta al otro lado del río, seguimos la carretera que viene desde la ciudad al pueblo y al oscurecer, en el cementerio dejamos el cuerpo de la niña. Yo mismo rozo la hierba de su tumba, levanto la losa, ayudo a descender el ataúd, lo cubro con tierra, pongo sobre ella un ramo de flores arrancado del huerto; los gañanes la cubren de ramas de madroños, de durillo, de romero. Rezamos la última oración, regresamos al cortijo. Zarina no ha venido; tampoco sus amigos. Por la noche sentado en su cuarto, mientras lloro, escribo, con el pensamiento puesto en su tumba, un poema. Dice así:

 

A vosotras,

voces sangrientas de mis flores

pedestales de luna fría

en medio de mis campos,

ahora solitarios, clavándome el corazón;

a vosotros,

abismos de cristal pulido

navegando por el río,

la hierba,

el silencio,

la noche y el temblar de las

hojas

a vosotros,

cuchillos de silencio mudo

empujándome sin vida hacia el vacío;

a vosotros,

seres que pobláis el universo

y lucháis dentro de mí haciéndome

savia y vida y ni un beso me dais;

a vosotros,

ríos limpios

que me atravesáis crueles sin

que os pueda besar;

a todos los que voláis por los

 invisibles mundos que me dais

luz y ahora sois ella sobre

el campo;

a vosotros os pido que no la

lloréis.

No ha muerto.

Duerme sobre las flores

esperando nuestro abrazo.

 

Después de escrito lo leo. No me gusta; no me consuela. Ahora comprendo lo que dijo aquel día nuestro amigo el poeta. Tenía razón: Las palabras son incapaces de expresar el dolor que hay en el corazón. Son torpes y más aún, en manos de quien no tiene el arte de saberlas usar. De este arte también ahora me doy cuenta que carezco. Soy poeta por dentro; tengo el alma en vilo, ahogada de ideas, imágenes y gritos pero no acierto contarlo con palabras para que otros lo puedan saber. Mi poema no sirve. Dice otra cosa de lo que es la verdad y, además, fuera de tono.

 

Paseo por la habitación, bajo al patio; observo la luna; brilla llena de silencio como si nada hubiera pasado. Salgo al campo; ando a través de él sin rumbo fijo. Me noto vacío, sin interés por la vida. Con su muerte de nuevo vuelvo a morir. ¿Qué soy ahora? ¿He hecho real algunos de los nuevos sueños? ¿Qué ha pasado? No he dejado de ser bueno; sigo teniendo claras las ideas en mi mente; sigo queriendo amar a los otros; sé en qué punto exacto estoy. ¿Qué ha pasado? ¿Para qué ha servido tanto amor?

 

Junto al río me siento, la recuerdo. Veo su cuerpo paseando por el campo, oigo su voz, su sonrisa. Sigo. Subo hasta lo alto de la colina. Miro a la oscuridad de la noche. Ando loma adelante hacia el valle de los robles. Vuelvo a bajar. Atravieso la urbanización, cruzo el río, paso por delante de la casa de recreo de Zarina. Está en silencio. Muerta en la noche. Llego a la curva por encima del huerto. Vuelvo al mismo sitio. Ahora me digo que recorro un día y otro el mismo camino en forma de círculo. No tengo meta en ningún sitio. Recuerdo las palabras de Eva: ADentro está todo. Medito esta idea. Ahora lo comprendo.

 

Me siento desgraciado, inútil. Ahora también me abandona Eva, Zarina, su grupo Griselda. Ya avanzada la noche, bajo los árboles me duermo. Sueño con ella. Es un día hermoso de sol blanco, es por la mañana. Estamos en el cortijo recién levantados. Nos lavamos en la palangana. La hermana Esperanza nos trae la toalla, nos prepara el desayuno. Salimos a la llanura de los eucaliptos. Al llegar a la era Eva me dice:

- Ahora estás triste porque crees que ya no estoy contigo.

- Y es verdad.

- Si no fueras bueno, si estuvieras equivocado, claro que me habría ido para siempre.

- Quieres consolarme diciendo que soy importante y tú sabes que lo que busco no es precisamente eso.

Guarda silencio. Nos acercamos al cerrillo. Debajo de las encinas, en la sombra, veo un pequeño avión.

- ¿Qué es?

Le pregunto.

- Lo he traído conmigo para jugar porque nuestros juegos fueron hermosos. Por ellos nos unimos y nos amamos. Por ellos seremos amigos para siempre.

- Sí pero ¿qué quieres que haga con esto?

Me coge la mano y me dice:

- Vas a hacer de piloto. Me sentaré junto a ti y sólo te acompañaré.

 

La obedezco. Abro la puerta del pequeño avión. Tomo asiento junto a los mandos. Ella lo hace pegado a mí. Me indica lo que debo hacer. El avión empieza a moverse. Al salir de la era comienza a elevarse por el aire pero sin ruidos porque todo es un sueño y dentro del mundo de lo que es espíritu puro. Todo es suave y natural. Como cuando uno en sueño vuela por las noches por encima de las cosas  sin peso ni obstáculos que le sujete.  Empezamos a estar a veinte, a treinta, a cuarenta metros por encima de los eucaliptos, el huerto, el barranco. Miramos entusiasmado el paisaje renovándose por momentos bajo nuestros ojos. Son los mimos campos y lugares pero hoy completados desde una perspectiva nueva. Estoy asombrado por la diferencia que encuentro en todo lo que ahora mismo veo.

 

Los campos, los cerros, los arroyos tantas veces amados y contemplados por mí, hoy aun siendo los mismos, son distintos. Sin embargo, sé que en ellos nada ha cambiado. Sólo nosotros los estamos viendo bajo un prisma nuevo. En una de las vueltas, pasamos rozando las crestas de los cerros junto a los tres arroyos. Es emocionante ver, desde esta altura, las encinas y el monte creciendo en la parte más alta del cerro. Tiene un interés nuevo. Pero aún es más bello lo que descubro a otro lado del cerro. La ladera que baja desde la cima hasta los arroyos, al verla desde este nuevo ángulo, me impresiona de bella y extraña. Igual sucede con los arroyos. Rozamos las copas de las adelfas, entre ellas descubrimos la corriente saltando por las piedras, los charcos, las viejas higueras entre las rocas, las matas de lentisco.

 

- ¡Cuántas mañanas y tardes tenemos derramadas entre estas higueras! ¡Cuántas horas silenciosas en la soledad y tranquilidad de estos campos!

Exclamo de pronto.

- Sé lo que sientes y es normal.

Me dice.

- Quiero hablarte y no sé por dónde empezar.

- No te esfuerces, ahora ya lo comprendo.

Opto por callar y seguir sentado junto a ella mientras ahora vamos hacia las casas nuevas que les sirven de recreo. Hacia la curva por encima del huerto. Descubro a lo lejos la ciudad. La veo pequeña, aplastada junto a la vega del río.  Sus blancas casas parecen juguetes, sus calles negras son como sendas de hormigas en el centro de un gran bosque. Siento que ahora nada significan ni las personas que se mueven y respiran en este rincón ni sus cosas ni sus sueños. Ni siquiera las veo. Ahora tengo que hacer un esfuerzo para seguir creyendo que ellos son importantes.

 

- ¿Y sabes por qué?

Me pregunta Eva adivinando mi pensamiento.

- Dímelo.

- Porque tu corazón no está apegado a nada de esto. En ese rincón y entre ellos, no tienes raíces, no tienes a nadie que especialmente te quiera. Todos son iguales para ti.  Hijos de un ser supremo y sólo ante sus ojos, son lo que son y no hay más. Grandiosos pero en la otra realidad que es la que pertenece a la escala de lo superior.

- Porque ahora ellos, su ciudad y sus cosas, me parecen como un sueño, como algo irreal, como algo posible y lejano pero no concreto ni presente.

- Es lo que sentí la última tarde que estuve a tu lado.

- Pero lo que me sucede ahora es que todos mis principios, mis ilusiones, mis creencias y mis sueños, se resquebrajan. Es como si tuviera que empezar de nuevo.

- Fíjate que es sólo  las cosas que son materia, lo que parece haber resultado falso.

- Y también es verdad: son los cuerpos de las personas, los coches  de su ciudad, las casas. En cambio, la belleza que hay en estas personas, es la misma. Todo lo que hay en la dimensión de los sentimientos y del espíritu, sigue estando en mí vivo y fuerte.

- Es curioso y agradable ¿verdad?

- Sí  que es.

 

- Aprende de aquí que en el suelo de los humanos hay dos mundos mezclados entre sí y por completo diferentes: el de la materia y el del espíritu. El primero, pasado el tiempo, se transformará y nada quedará siempre en la misma forma. El segundo no cambiará jamás y sí permanecerá siempre eterno e inmutable aún después del fin del mundo.

- ¡Fascinante descubrimiento!

- Tú lo habías soñado, lo habías intuido desde siempre.

 

El avión gira sobre el monte.  Veo la llanura, el cortijo, el huerto,  el pantano donde dormimos aquella noche, la vaguada de los robles,  la casa de piedra, la de los eucaliptos donde pasamos la noche de la tormenta. Esta última está perdida entre la espesura de los árboles.

- ¿Cómo sientes ahora este rincón?

Me pregunta de nuevo.

- Lejano y frío.

- Si nos remontamos más hacia el cielo, aún lo verías más lejano y te sería más indiferente.  Las cosas no están fuera de nosotros sino que las llevamos dentro.  La finca con sus campos, sus  árboles,  su río y sus flores, sólo es proyección de lo que hay en tu alma.  Si nos alejamos de ellas seguirían haciéndose pequeñas hasta perderse entre las demás cosas amadas. Sin embargo, dentro de nosotros, permanecerían igual.  Todo permanecería fresco, perenne y cerca. Es aquí donde las cosas existen y no en otro lugar.

Guardo silencio. Dejo que el avión descienda hacia la llanura. Pasamos rozando el cortijo. La casa blanca de los eucaliptos viejos con el patio y sus flores se me aparece pequeña y silenciosa. Como algo que ya no es mío. Aterrizamos por detrás, en la era. Al tomar tierra junto a los eucaliptos, el sueño se desvanece. Me despierto y Eva no está. Sí en cambio, la curva, los campos, la casa, el huerto, los granados.

 

Ya el sol luce en mitad del cielo y llena de luz los paisajes. Desciendo la ladera. Entro en el cortijo. Me acerco a los que hasta hoy han sido sus padres. Están tristes, desconsolados, se han quedado solos. Siento compasión de ellos, les doy compañía e intento animarlos. Pero ella, la que es madre sin serlo y tiene el corazón grande como un mar inmenso, se me acerca dándome su cariño y llena de amor me dice:

- Sabemos que tu dolor es más intenso.

Y la miro y no hablo aunque sí quiero abrazarla y preguntarle por lo que me quema dentro, cuando otra vez me sale al paso diciendo:

- Sabemos que lo tuyo es más tremendo.

Y entonces le pregunto:

- ¿Acaso sabéis vosotros que hace mucho tiempo yo nací en este cortijo y que durante muchos años corrí por estas tierras y jugué mi juego con las corrientes de las aguas limpias que van por el arroyuelo?

 

Y ella, que es madre sin serlo y sabe amar y callar y hablar en su

momento:

 

- Y sabemos que fuiste pastor con tu padre por las tierras de este Valle bello y que mucho antes, lo habían sido tus abuelos y sabemos que cuando aquel día os tuvisteis que ir porque lo despidieron, llegamos nosotros a ocupar vuestro puesto y desde entonces, bien que sabemos que aquí os dejasteis el corazón, las raíces y el alma y el mundo entero y desde aquel día fatal que ahora es recuerdo, tú vives aquí y  allí y no vives en ninguna parte y por eso has vuelto.

Y la miro con lágrimas en los ojos y estoy apunto de pronunciar la palabra Ate quiero, cuando de sus labios oigo de nuevo:

 

- Y por saber sabemos, cómo en aquella ciudad murió tu padre de pena y algo después tu madre también voló al cielo y tú y tus hermanos, os quedasteis esturreados por aquel mundo de asfalto y cemento y como no podías respirar, porque erais de este campo y de la luz que aquí juega con el viento,  te hiciste rebelde bajo el sol y te volviste por la tierra donde estaban tus recuerdos pensando y soñando que aquí ibas a encontrar el paraíso que fue tu cuna en aquel tan dulce tiempo y ahora, fíjate lo que tienes ante tus ojos y has visto y estás viviendo.

Y otra vez la miro llorando y le voy a decir que calle y que la quiero cuando me interrumpe diciendo:

- Y es que tu Valle, que también es mi Valle y más de ella que de ninguno y en él  los tres, el corazón tenemos, nos lo han roto ¿verdad? Y nos han quitado la vida y  han manchado las aguas y los caminos y el suelo y ahora que una flor había germinado sobre tantos escombros, también se la lleva el cielo y te lo digo para que  sepas, que por saber, fíjate si sabemos.

Y ella guarda silencio y yo sigo al lado de los dos con más ganas de llorar y de gritar y de recibir y dar un beso.

 

Y al caer la noche, escribo en el libro:

 Hoy, lo que más me ciega los ojos del alma y el paladar de los recuerdos que tan en lo sublime me abraza y quema, es la briega de la madre buena caminando delante y cargada con la obligación de su tarea siempre ardiendo de amor en su dulce mente y detrás de ella, pisando la tierra que cruje de hielo y se muere de soledad y llora del beso que Tú le das, la niña hermana que siempre aparece como si fuera  de espaldas para que ni el sol ni el aire le roce la cara ni le manche la esencia de la sonrisa que aquel día le regalaste y por amor le pertenece.

 

Y al llegar, las dos, justo al rodal de la tierra que es cimiento y pradera en la puerta del puerto de la hierba verde, la multitud le espera y al verlas, la saludan y les hablan y la besan y ellas les dicen, llenas de la esperanza que, entre las ramas de las encinas, tiembla:

- Adelante, hermanas, que al otro lado del puerto, inmensos se extienden los campos tupidos de hierba brillante y los remansos azules llenando las corrientes y a la derecha y a la izquierda, hermanas mías del alma, se oye la música que baja de las fuentes y un poco más adelante, por donde la oscuridad de los barrancos oculta a los montes, no se ve pero se siente, el gozo de lo sublime que es el corazón mismo del paraíso que nos llamas y nos quiere.

 

 Y desde aquí, el rincón pequeño que me arropa y contiene y fue su cuna y su sueño y de mi alma, el centro, después de tanto tiempo y esta espera sin fin, me sigo diciendo que la visión del puerto de la hierba verde y ella caminando, es como una luz profética que se me clava en el corazón y me alumbra, indicando el camino de la eternidad, donde ya duerme y me espera, con tu verdad celeste y su tierno juego.


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