LAS CUATRO ESTACIONES

Del Último Edén  Del Libro "Las Cuatro Estaciones del Último Edén

 

 El contenido de esta página es parte del texto de un pequeño

       libro titulado:          "Las cuatro estaciones".           Si         

pincha en este enlace puedes verlo en la editorial y tienda online.   

                 El rincón verde

comienzo del verano

y mi duda

reunirte en dos palabras

y al poco de llegar

tendría yo que

nuestro río grande

a lo largo de la noche

de la misteriosa casa

de la nieve que

al verlos

del monte donde

y te digo esto

la otra noche

su decisión fue

a lo lejos apareció

se llega subiendo

sabía que el momento

un trozo más

el humilde encorvado

la tormenta ya ha

del manantial del pino

recuerdo aquel día

en la noche espléndida

en la mañana fresca

con tu tierno beso

la imagen que mis ojos

aquello era de verdad

te asomas al barranco

de la senda que sube

la recuerdo

y es que lo estoy viendo

cuando ya han pasado

de la llanura que grita

si me salgo del cortijo

y si me voy por la senda

si subo por la senda

si me voy por el camino

hoy es sábado

de estos quince días

de ese rodal de tierra

la fuente

en la curva del camino

y aquel jardín verde

me siento recogido

 

     Y gritarán las piedras.
A mis padres, con  mis amigos, los
pastores de la sierra de Segura,
humildes del valle y de corazón limpio.

       AL COMIENZO, la sierra estaba llena de arroyos claros que surgían de los manantiales en lo hondo de los barrancos y tapizada de bosques espesos que eran como sombras impenetrables por donde, en libertad, volaban y  corrían los animales  silvestres y las nubes grandes cubrían, sin interrupción, las altas cumbres donde  otras nubes blancas relucían al sol y en lo hondo de los valles, se remansaban los lagos de aguas purísimas manchadas sólo por el azul del cielo o la luna en las noches claras y por todos sitios, no existía nada más que silencios, el rocío temblando en la hierba verde,  el respirar de Dios, aleteando y recreándose en el mágico sueño del edén que en la sierra, latió al comienzo.
 

                Y como vio Dios que era bueno que el hombre también llenara y dominara este trozo del paraíso, un poco más acá de aquel comienzo y cuando todavía no estaban ni las carreteras ni los postes de la luz eléctrica y sólo existía un silencio grande que cubría los valles y una niebla tenue que lenta avanzaba por las cañadas y un gran puñado de arroyuelos que limpios caían por las laderas y  las riberas resplandecían de hierba húmeda y por las colinas se apiñaban los árboles milenarios y por las hondonadas se amontonaban las nieves y bajo su capa de escarcha dura, se recogían las lagunas de aguas inmaculadas y por entre los agujeros de las peñas, brotaban los manantiales y en los charcos remansados, color de cielo y trébol tierno, bebían los animales.

 

                Una de aquellas blancas mañanas, cuando el campo estaba en calma, casi de puntillas llegaron ellos y buscaron un rellano junto a las corrientes nítidas y donde el bosque tenía su claro y las rocas ofrecían un refugio, decidieron construir su nido y sólo tres eran: la niña color amapola y el hombre y la mujer y nada más llegar, revisaron el  lugar, se sentaron sobre la roca y mientras pensaban cómo y de qué modo levantaban la morada, la primera vivienda humana que tuvo forma en el rincón-paraíso de este concreto trozo de sierra, la niña se fue con su juego.

- Por el río subo haber si doy con la fuente.

Dijo a la madre.

- Y yo me voy por el bosque haber si encuentro un tronco recio que sirva para la viga de la entrada.

Afirmó el padre.

- Mientras, yo limpiaré de piedras la tierra para preparar el lugar.

Aclaró la madre.

 

                Y al poco, cada uno se ocupó en sus sencillas cosas y cuando ya caía la tarde,  la primera casa que se reflejó en las aguas translúcidas del gran río, se alzaba hermosa y nada espectacular: sólo cuatro palos, unas ramas cortadas en el denso bosque, tres piedras algo ordenadas, la cueva tallada en la roca y el resto, ellos tres: la niña con sus juegos, el padre en sus tareas y  la madre con sus quehaceres y a un lado y otro, el bosque lleno de seres vivos, los valles solitarios, las fuentes cantarinas y las nubes surcando el limpio cielo y así fue y surgió aquella primera mansión y aquellos fueron los primeros que  tomaron posesión de las riveras y  el dulce río que surge a la vida.  

 

                Y en cuanto ellos fueron un poco dueños del paraíso, uno de aquellos días, subieron por la ladera buscando el collado pequeño.

- En cuanto terminemos de coronar veréis el barranco que a ese lado se abre.

Decía el padre.

- Y el río ¿por dónde va?

Preguntó la niña.

- Frente a nosotros lo veremos cruzando el valle.

- ¿Y los charcos que decías?

- Ya pronto aparecerán porque, en lo hondo de  las tierras del collado que vamos a remontar, es donde se remansan.

- ¿Ahí brota el manantial que es fuente de la vida?

- Lo primero que se ve es el río cayendo y remansándose en los charcos y tiene más remansos que corriente y entre las piedras grandes, un trozo de cascada y por el lado de abajo, se extiende la arena y de un lado a otro se abre un lago limpio y ahí mismo, en el centro del charco, es donde brota el manantial.

- ¿Y a qué se parece?

- Yo sólo sé decirte que surge en borbotones redondos, como si estuviera hirviendo, cada vez más grandes y sin parar en ningún momento y por el mismo charco los borbotones se duermen y en olas arrugadas, las aguas se alargan hasta que rebosan y caen por la corriente del cauce que sigue bajando y en cuanto terminemos de subir y lleguemos al collado, ya veréis qué barranco y el río pasando  por su centro.

 

                Esto hablaban los tres aquella mañana mientras recorrían la tierra  subiendo por la ladera y apartaban el monte con sus manos porque no iban por senda alguna ya que todavía por la sierra, nadie había trazado caminos y al  rato, ya estuvieron sobre la ondulación del collado y el aire fresco que subía del río, los acarició y las profundidades de los bosques, los llenó de asombro y el barranco, por donde se remansaban los charcos claros  y el borbotón  surgía, era hondo y estaba lleno de silencios y el río lo bañaba por su centro y lo contemplaron durante un instante y luego siguieron bajando y como no  tenían caminos, trazaron varios zigzags mientras  descendían por la ladera y enseguida estuvieron en las orillas de las aguas.   

 

                Y sobre la arena, se quedan quietos y durante un rato observan el movimiento del venero y a sus pies rebosa el charco, un poco más abajo, la corriente se ciñe por entre las rocas y algo más adelante, ya surca el valle y tras los oscuros cerros del fondo, se pierde el río que según se aleja, cae más en picado buscando la parte baja del valle grande, por donde ya  no se ven nada más que sombras densas y lejanías borrosas que levemente dejan adivinar los grandes cortes de rocas en las laderas y los bosques más apretados a un lado y otro y más cerca de ellos y del charco donde surgen el borbotón, la tierra llana de las orillas del cauce, rezuma humedad y es buena tierra ésta y por eso ya la han observado despacio.

- Un día, nos pondremos a trabajar en ella y sembraremos las cosechas.

Dice el padre.

               

      - Pero ahora que ya estamos junto a las aguas, voy a meterme en el charco a coger los peces que por ahí nadan.

- Según se ve, es grande la profundidad del remanso y hasta anuncia que te hundirás en él y puede que de esas aguas no salgas más.

- Eso es lo que parece viéndolo desde fuera pero yo voy a meterme y ya verás que conforme vaya entrando, las aguas me empezarán a llegar primero por la rodilla, luego subirán hasta la cintura y cuando ya esté pisando el manantial, lo más que me cubren es hasta el cuello y hasta ese punto quiero llegar porque es donde los peces son más grandes y nada me pasará.     

 

                Y así fue  como casi sin esfuerzo, iban tomando posesión de la tierra y de los frutos que la tierra ponía ante ellos para que cogieran y comieran, aquellos hombres primeros que poblaron estas sierras.

 

                Y luego ya, más humanos comenzaron a llegar y buscaron los sitios buenos y allí donde brotaba un manantial y había un rodal de tierra fértil para cultivar, los hombres se fueron parando y construyeron, primero chozas en las mismas cuevas y luego rústicas casas de piedra y junto a ellas, levantaron tinadas paras las ovejas y cochiqueras para los marranos y trazaron sendas estrechas para ir de un barranco a otro y a las casas de sus hermanos y cuando pasó más tiempo, la sierra entera estaba llena de gente que eran pastores y carboneros y hombres que pescaban en los ríos y cogían bellotas en invierno y cuando ya los árboles, en sus huertos, fueron tantos, recogían uvas  y membrillos y nueces y cerezas y de todas clases de hortalizas e hicieron matanzas con sus marranos y gallinas y dominaron y amaron la tierra sacándole el sustento con el sudor de su frente y si no vivían felices del todo, sí se sentían en sus rincones propios y en el calor del chozo y junto a sus familias y su trabajo y sus nevadas grandes y sus gozos y penas y sin parar de ir y venir siempre con sus luchas y sus sueños enfrentados y abrazados, al tiempo.

 

                Pero más acá de aquel comienzo, llegaron los otros hombres que eran administración y como lo dominaban todo y amaban a la tierra de otro modo, allí donde sólo había pastores llenando, amando y cultivando los ranchales, tomaron cartas y dijeron que desde aquel momento, el monte y los manantiales y los senderos, estaban regulados por leyes y luego dijeron que no se podía cortar ningún árbol porque todo era propiedad de la Marina y en cuanto pasó el tiempo, muchos de los espesos bosques de la sierra, se quedaron despoblados y los primeros que habían llagado, sufrieron y fueron expoliados.

 

                Y algo más tarde que, fue cuando ya la sierra se quedó sólo con dos árboles y medio de aquellos grandes bosques que existían desde el comienzo, llegaron los de la otra cara de la administración que se llamaba patrimonio y donde los primeros habían cortado los robles, ellos plantaron pinos y más pinos.  Otra vez prohibieron que los pastores tomaran las tierras con sus ovejas y no pasó mucho tiempo y otra cara de la administración siempre nueva, llegó trazando caminos y construyendo fuentes de cemento allí donde desde el comienzo había brotado un manantial de aguas limpias.  Grandes casas de piedra donde al principio estuvieron las humildes chozas de los pastores y también prohibieron muchas de aquellas cosas, a los hombres que habían llegado primero y cuando ya parecía que la administración, esta y aquella y en silencio y siempre contra la paz y el rincón de los serranos del comienzo, tocaba fin, llegaron más y dijeron que los montes tenían que ser coto nacional y luego parque natural y también dijeron que, los pocos de aquel comienzo que aún quedaban junto a sus manantiales y sus huertos y sus rústicas casas de piedra, con sus ovejas y perros, fuera porque ya esto era otra realidad perfectamente regulada para otro mundo nuevo y que los caminos, muchos cerrados y otros carreteras y en lugar de ovejas, turistas en masa y en todo tiempo.

 

                Y lo que surgió con aquel silencio del comienzo y los humildes hombres que cultivaban sus tierras y eran buenos y tenían su gozo entre el agua pura de los manantiales y sus huertos, fue agonizando poco a poco en una lucha a muerte, lenta y dolorosa que quedó escrita sólo en el cielo y en la vida de cada persona de aquellos y en el silencio de su ancha tierra que, a pesar de los unos y de los otros, sigue siendo suya y así les pertenece aunque ni siquiera ya existan y ahora, día a día, se busquen sus recuerdos y las señales de sus casas y los huertos y los nombres y los sencillos caminos que iban de un barranco a otro llevando sueños a los hermanos vecinos  o pidiendo ayuda y luchando con el medio, allí, donde al principio estuvo Dios creando y dando vida y amando y bendiciendo porque vio que todo, en aquel primer día, era bueno.

 

                Nace el río Guadalquivir en la profundidad de las sierras, ahora parque natural, y cuando este se remansa por el valle, sesenta kilómetros tiene ya y ahí justo, donde las cristalinas corrientes cortan la cuerda larga para escaparse de las montañas que le han dado vida abundante, decidieron construir el muro del pantano y como al remansarse, las aguas cubrirían el fértil valle, pues la aldea quedaría inundada y con ella y las tierras, para siempre perdido un enjambre de caminos, cortijos, huertos,  rebaños de ovejas y también familias enteras y árboles.

 

                Pero antes de que las aguas cubrieran al valle y, en su centro a la aldea, decidieron expropiar las fincas, echar a las personas de sus rincones de siempre,  destruir las casas y borrar las huellas para que todo viniera a la paz y limpieza que necesitaba el embalse, mas el grito de los que se arrancaban, junto con los que se quedaban y murieron, llegó al cielo y mientras las tierras llanas se iban perdiendo para siempre bajo las aguas, un lamento quedó eterno emergiendo desde las profundas sierras y las purísimas aguas del llamado río Grande.     

 

        Comienzo del verano

                 ¡Y si era el verano! Pues ya verás tú: con los calores, sombras por todos sitios...  Álamos, los árboles que te he dicho antes, la frescura de los arroyos,  fuentes de aguas heladas por todos los rincones, en cualquier lugar podías sentarte a descansar. Las siembras ya estaban para segarlas y los segadores, entonces todo era a mano, segando a brazo partido. Llevaban las mieses a las eras, trillaban con los mulos, porque entonces no había las maquinarias que hay ahora y se hacía con los mulos y un trillo de los de aquellos tiempos, que era una tabla lisa con piedras incrustadas.

 

                Comenzaba la recolección de todo. Conforme maduraban las frutas se iban cogiendo y se preparaban las cosas para el otoño, encerrando los granos en los atrojes, la paja guardándola para los animales, las huertas en toda su madurez y como te he dicho tantas veces, no teníamos nada de fuera pero es que no nos hacía falta.  La tierra nos lo daba todo y en abundancia.

 

                En los veranos nos sentábamos en la puerta a tomar el fresco y allí cenábamos y los chiquillos jugando por las eras al esconder, a los corros y saltando a la comba, mis primas y yo... El verano, en mi paraíso perdido, yo ahora lo siento  como al sueño más bello que deja sobre el alma la dulzura más suave y, por ser tan inalcanzable, se convierte en puro dolor.

                                                                              

                  Ir al índice  Y MI DUDA, Dios mío, y mi miedo, que es dolor y sabiduría y al mismo tiempo, gozo que quema sin dar la muerte y temblor eterno, es si seré capaz y debo, expresar la verdad real que en lo más profundo me desgarra dentro siendo tan particularmente mía y, todo Tú en ella pleno, que quizá y, a pesar de todo, me falte valor para mostrarme sincero en esta empresa de sangre y llanto que ahora, por tu amor y su amor, comienzo.

 

                Porque cuando esta mañana son las ocho y estoy sentado en  la roca, frente al cristal del agua que por el arroyuelo se aleja y apenas hace un rato que el sol ha salido y el viento se lamenta al romperse sobre las ramas de las grises madroñeras, en mi rincón pequeño, en medio de este bosque húmedo y tan lleno de flores frescas, hoy tengo algo nuevo que decirte, que como siempre eres Tú pero hoy nuevo porque están estos campos que nos unen en una misma brizna y ahora llenos de sol recién nacido.

 

                Toda la noche he estado atravesándolos y Tú detrás de mí o no sé si yo detrás de Ti, apartando el monte para buscar la senda que se está perdiendo y pálida tu cara en la presencia de las sombras y tu silencio. Tantos días en estos campos siguiendo tus huellas, perfume que anhela el alma del amado, sin la ciudad y su panorama gris cemento con tanto ahí enredado,  es algo grandioso en mi vida, desde aquellos tiempos.

 

                Y podría decirte muchas cosas. Como que ayer, al llegar del río, donde nos bañamos en aquellas mil mañanas de primaveras, a las sombras de las encinas viejas, me senté contigo y largamente, en el silencio, hablamos de la eternidad y el amor que nos corre por el corazón. Un pequeño barranco hice en la tierra excavando con mis dedos mientras te miraba en las hojas que el viento movía, en el río que corre y en la sierra siempre limpia y verde y, a voz en grito, de Ti hablando

y también podría decirte lo de cuando por la tarde, el sillón sobre la hierba y la sombra de las madreselvas.  Allí mismo estuviste junto a mí y me hablaste y al final me dijiste que tienes tu alma llena de amor para conmigo y que estás enamorado del mundo y los seres que creaste y al oírte, volví a ser el mismo.

 

- Y ahora sí creo, que estoy loco por vosotros. De todas maneras, aunque tú percibas que algo muy extraño pueda resultar de este amor que le tengo, no te preocupe, no digas nada de ello y deja que pase el tiempo.

 

                Te escuché sin apenas comprender y luego te dije que quizá por esto, algún día tendrá que pasar algo. Sí, algún día puede que pase algo pero ahora estás aquí: en el frío viento que sube del valle y me roza en la cara y duermes grandioso metido en tu saco de azucenas blancas o quizá no duermas, porque justo ahora mismo te he oído en el trino del ruiseñor que revolotea por la espesura aunque no se oye ningún otro sonido excepto el del arroyuelo que corre y dos pajarillos más que saltan de un quejigo a otro árbol.

 

                Y aquí, en el suelo, casi acurrucado en tu calor, he dormido esta noche y ahora aquí, tan cerca de Ti que te rozo y te respiro, te escribo para que me recuerdes y así la memoria de este encuentro, sea eterna y te digo que me gustaría verte más nítidamente y sé que ahora sí puedo porque en esta sabiduría, ya me has hecho progresar algo y por eso creo que  sólo tengo que levantarme de esta roca, abrir la puerta que se cierra en mi alma y mirar hacia los azules puros del valle y ya está. ¿Que dónde encuentro yo mi felicidad?

 

                Lo inmediato es que dentro de un momento voy a golpear con mis dedos las perlas de rocío que cuelgan de las hojas de hierba para que las flores se despierten a este nuevo día y después te voy a llamar y entonces, voy a verte dormido, lleno de belleza tierna, sonriendo y, de entre tanto floreciendo a la vez que noblemente jugando, en un rincón pequeño de este edén tuyo, un día cualquiera por la mañana temprano y  quizá luego, te lleve hasta el charco transparente para que te laves, como si fuera un encuentro de verdad y un despertar mágico dentro de la dimensión de lo eterno y, por mil millones de noches, soñado.

 

                ¿Que desde dónde hablo de Ti?

Ahora, que  todo está en silencio y el bosque duerme y  Tú también mientras, la luz del sol va llegando y yo, recién venido de las llanuras del valle, por las sendas que se borran, estoy sentado en la roca que baña el agua de tu arroyuelo y la sierra al frente, eterna, limpia y verde y gritando que lo importante es que estás y no eres violento por  desfallecimiento sino por el vigor y la verdad y lo claro.   Por eso, ahora que la mañana es tan pura y los dos estamos solos frente al campo ¿por qué no me dices quién eres y quién soy en este encuentro tan silencio y tan fieramente proclamado?

 

   Ir al índice     REUNIRTE EN DOS PALABRAS tanto y tanto, ya me gustaría y también  poderte coger en el remolino que la corriente deja según pasa y meterte dentro de mí para que vieras, aunque sí lo sabes.

 

                Ahora, temprano, porque todavía no ha salido el sol, no estoy a la intemperie sino en la iglesia que las hojas de bosque derraman por la ladera y  tengo mi alma tan llena de paz, que corriendo por ella, te siento dulce, más amigo hoy que ayer y también de los otros y claro: esto ni tenía que decírtelo pero es que ¡si Tú supieras, si supieras cuánta belleza entra por mis ojos y mi corazón saborea!

 

                Cuando ayer, hora a hora me sentía alejarme de Ti atravesando esos otros campos que me son raros, cuando por la noche todavía seguía alejándome y cada vez más las cosas me empezaron a ser extrañas, desde mi asiento y  mudo y a veces con mis brazos cruzados y a veces con ellos lánguidos y cayendo sin peso, todo el rato perdida la mirada  camino arriba por entre las nubes, cuando ayer esto sucedía ¡qué dicha! Y siento que  ni estoy a la intemperie ni en el vacío porque me llenas y me rebosas con tu beso.

               

                Ir al índice  Y AL POCO DE LLEGAR aquí, una tarde, hacía mucho frío y habían limpiado el monte, cortando madroñeras y robles y por ahí andaban quemando las ramas y lo vi desde mi rincón pequeño y entre otras cosas, me entraron ganas de irme con ellos y bajé por el camino que bordea la fuente grande y al rato ya estaba a su lado y calentaba mis manos en las llamas alargadas y entretenido con los que por allí también jugaban.

 

                No lo busqué ni lo esperaba pero de pronto, noté que Tú estabas, porque mi alma se quedó parada y fue tu cara, la singular belleza que de ella mana, la forma de estar  y en aquel momento o tu mirada, lo que me dejó concentrado todo en tu figura y te observé despacio y por el interés que dentro me despertabas, ya sabía que te había elegido entre mucho, en este suelo.

 

                Y algo después, aquella tarde te marchaste y mis ojos te siguieron hasta que te perdiste en la curva del camino, entre los jardines de las amapolas rojas y al poco, se hizo de noche y luego pasaron dos días más y todas las mañanas, a las nueve en punto, yo me ponía frente al camino por  si te veía  llegar porque   mi alma tenía interés en volverte a ver de nuevo y también por las tardes, cuando se ponía el sol y luego al medio día, te busqué y esperaba impaciente que asomaras, con tu aroma y tu beso.

 

                Y le pregunté, muchas veces, al que cuida de las ovejas por si te había visto y  muchas otras veces me fui pasando por el campo hasta el arroyo de la cascada blanca y me senté al borde del camino a esperarte, por si aparecías,  charlar contigo pero transcurrió el tiempo y ni una sola vez te vi.

 

                Y quizá no te vuelva a ver con el traje y el resplandor de aquel día y como dentro de poco voy a marchame de este rincón y seguro que no regresaré más a él, te morirás Tú, se morirán los pinos viejos que arropan con sus sombras la curva por donde te perdiste y quizá nunca sepas que una tarde, cuando te vi por primera vez, me llenaste de gozo el alma y tampoco, puede, que llegues a saber que te estuve esperando durante mucho tiempo y esta mañana, he dedicado un rato a pensar en Ti y para decirte, que te recuerdo y te quiero, aunque sólo fuiste como la luz de un relámpago pero dejaste herida que no paran de sangrar y conmigo llevo.

 

                Ir al índice  TENDRÍA YO QUE saber escribir bien y no como lo hacen esos autores de famosos libros ni tampoco como aquellos inmortales poetas sino que a mí me gustaría saber escribir con pequeñez, con ese lenguaje del aire que pasa y del silencio que duerme sobre el paisaje cuando sale el sol cada mañana o así parecido al gorgojeo de los gorriones que se alborotan por entre los árboles, antes del amanecer.

 

                Porque desde mi rincón pequeño, el de las plantas verdes delante del arroyuelo limpio, me atrevería contar algo de las  mil cosas que, poco a poco, cada día voy viendo como por  ejemplo, hoy observo que ya no revolotean las golondrinas sobre el cielo azul del marco de luz en la llanura y es porque se está acabando el verano y como a las golondrinas y a los vencejos no les gusta el frío, porque no son de estas tierras, se han marchado y esto indica que ha llegado septiembre y volverán las nieblas porque ya han vuelto las nubes y desde este rincón pequeño las estoy viendo pasar con sus tonos oscuros y con sus arrugas deshilachadas y  sus gotas cristalinas y ya andan inquietos los ciervos por el valle y al fondo, la sierra, eterna, limpia y verde.

 

                Entre tanto y los silencios que me ahogan, creo que lo bueno empieza ahora porque creo y siento que de todas las épocas del año, el mes más hermoso, es septiembre y sobre todo para una sierra tan grande como ésta y que tan sola y vacía, parece, a lo largo de todo el verano, aunque no sea así pero llega septiembre y se ven tonos amarillos y ocre, por aquí, por allá y miro y me voy dando cuenta de estos matices y  de otras  muchos que en mi se van durmiendo.

 

                Y es que el rincón pequeño es como un  gran balcón desde donde se ve medio mundo y, además, como por este espacio corre mucha vida a lo largo de las horas, aún se observa, se siente, se palpa, bastante más de lo que se ve y se sabe y por eso decía antes  que me gusta, cantidad lo que en estos días estoy descubriendo y digan lo que quieran pero septiembre es bello por  las lluvias que de nuevo se ponen en marcha y el sol que se torna naranja, al apagarse por las tardes y los silencios profundos que arropan esta casa vieja, grande y sin techo a la que desde hace tanto vuelvo y cada tarde, ahora y cada mañana después y siempre con el único deseo de  sentir tus pasos, estar contigo y gustarte y verte y con el alma ardiendo y atenta para recoger las cuatro cosas esenciales que son necesarias y quiero, para que cuando ya me vaya del todo, por aquí, quede algo de sus huellas y de mi aliento.

 

                Ir al índice  NUESTRO RÍO GRANDE, el que atraviesa tu sierra bella y roza mi rincón pequeño, anoche seguía corriendo limpio y hasta parece que me esperaba y me fui por los campos, cuando todos dormían, menos Tú y él, y llegué hasta el borde mismo de sus aguas y en el charco transparente, donde jugamos cuando  niño, me paré y me puse a buscarte por si quería decirme algo o simplemente me esperabas.

 

                Y lo primero que vi, quizá lo único, lo que con más fuerza brillaba, por su tremenda transparencia, fue lo que tanto aquellas tardes a los dos nos gustaba: la luz hecha viento, fundida con el agua, las piedras temblando en el fondo, por donde el charco se derrama, el vado pequeño y por allí ellos: nuestros amigos, los humildes, los que en silencio tanto te quieren y casi no hablan para no herir el rumor de las hojas que se mueven.

 

                Pasaban, como en aquellos tiempos, las aguas claras de nuestro río grande y buscaban los caminos que ahora se borran y hasta la cintura ellos se mojaban, dándose ánimo para no hundirse y tanto, unos a otros, se ayudaban, que cruzaban y se iban pero allí se quedaban, eternos, siempre atravesado las limpias aguas, fundiéndose con las piedras que en el fondo bailan, contigo y las melodías de nuestro río de plata y bello.

 

                Ir al índice    A LO LARGO DE LA NOCHE me ha arrullado la corriente y como las aguas pasan casi rozándome, avanzan por entre la espesura y la oscuridad y sólo de vez en cuando, el viento se ha unido a su coro de notas pero ni el aire cálido, con sabor a eterno, que siempre mana de tu valle, logra hacerme olvidar, porque aquí estuviste, compartiendo juegos, por entre el verde de los pinos aunque esta noche son nuevos estos lugares.

 

                Al salir el sol oigo a las ovejas que subiendo por el río, ya se van por la ladera y algo más tarde me siento en el peñasco de mi rincón pequeño y miro hacia el valle y veo el cielo limpio, algunos pajarillos cantan y miro al cerro de enfrente y lo veo  todo cubierto de monte oscuro y espeso y la sombra de la mañana se derrama sobre el misterioso bosque donde  también hay enebros, sabinas y madroñeras y más allá, la sierra, limpia y verde.

 

                Y la sombra, mezclada con la bruma y esta añoranza en mi alma, lo hace frío, solitario, bello y doloroso y un poco más abajo se funde el arroyo con el río grande y como Tú no estás o si estás, no te ve mi alma, por eso lloro.   

 

                 Ir al índice   DE LA MISTERIOSA CASA de piedra, construida  al comienzo del arroyo, cerca del chorrillo, en la pequeña  pradera y al abrigo de las nieves, metida entre las colinas y  coronadas de  pinos, tengo una imagen viva que me rezuma con el sabor de los manantiales más puros porque se funde con las rocas de las laderas y se pierde todos los años bajo la nieve del invierno y aparece con la primavera y durante el verano, vigila  al arroyo que desciende y a veces, sobre la cumbre y el silencio celeste de las rocas blancas, se mecen majestuosas cinco nubes negras.

 

                Al verlas, siempre pienso que eres Tú que llega para irte de paseo por tu sierra y por esto y otros mundos que se hacen sueño donde el sol derrite a la nieve para convertirla en esencia de agua virgen, de la hermosa casa de piedra, tengo una imagen que me arde en el corazón. Me arde  y me duele con el fuego que no destruye y sí quema y por eso te decía que de la misteriosa casa de piedra, ¡Dios mío, lo que yo sé y me hierve por las venas!

 

               Ir al índice   DE LA NIEVE QUE por la cumbre,  años y meses atrás he visto caer y luego extenderse como una sábana que cubre el suelo, de los barrancos redondos, de las praderas y arroyuelos que salen de los manantiales, del silencio y la oscuridad de la montaña, también guardo un recuerdo que me hiere y sabe a miel y de aquí que una vez más tendría que enredarme y como los veneros, por las entrañas de la sierra, perforar el núcleo del silencio y purificarme para luego aparecer gritando.

 

                De la nieve por las cumbres, mezclada con los rebaños de ovejas y la soledad de los pastores, del balido de los corderos y la hierba verde de las cañadas, del frío de las noches y los caminos empedrados de escarcha, del rocío y las tormentas por las cuevas y majadas,  de la primavera y las aguas limpísimas que la nieve deja, ¡Dios mío, lo que yo sé y cómo también ahora me aprieta en la garganta!

 

      Ir al índice     AL VERLOS, aquella tarde, comprendí que reflejaban otra verdad rotunda: Venían de vuelta y atravesando  veredas, buscaban las montañas verdes, donde en verano tienen sus pastos y sus ovejas tomaban las llanuras, las cañadas y las fuentes y como la emoción de la tierra amada les palpitaba en el alma, varios se adelantaron, avanzando a un ritmo mayor que el del rebaño.

 

                Al final de la llanura se vieron solos y entonces el pastor los llamó desde lejos y les dijo que no:

- Si corréis tanto no veréis lo que pasa en el rebaño y se andáis menos y os quedáis atrás, será tarde cuando descubráis lo que ha pasado por eso os digo que hay que ir por el camino al ritmo que marquen los animales para verlos siempre y estar presentes en el momento justo porque el buen pastor se mueve con el ritmo que avanza con el día, lento y profundo pero preciso y verdadero y por eso es tan rotundo.

 

                Aquella tarde, al verlos, comprendí que eran casi la verdad perfecta que Tú nos anunciaste y los que conocen a sus ovejas y se ajustan a ellas sin pretenderles llevar a otro ritmo distinto para no adelantarse ni quedarse atrás y ellos son tus humildes del valle, amigos míos por sus almas limpias  ¡cuánto saben desde su estar callado, sus praderas verdes, la música del agua y la soledad del sol que les besa!    

 

                 Ir al índice  DEL MONTE DONDE nace el río que conozco, entre las raíces de plata del pino que lo regurgita, de la sombra densa que se esconde en el rincón, donde los enebros se amontonan y los narcisos crecen a puñados, del chorrillo que cinco metros corre, regando berros y salta tres rocas antes de fundirse en el cauce mayor, de la pendiente de la ladera y el barranco alargado, siempre húmedo y en invierno con niebla, de este lugar pequeñito, oculto a los ojos de tantos pero tan inmenso y con tanta belleza, de este trocito de tierra fértil, con paredes de rocas sangre, protegiéndolo al sur y también con praderas llenas de hierba, ¡Dios mío, cuánto también sé y cuánto mi alma lo recuerda! ¡Cuánto en mis noches lo sueño y mi espíritu lo abraza y lo besa y se funde y es tierra con tu sierra!

 

                 Ir al índice  Y TE DIGO ESTO, porque a pesar del tiempo, no se me borran en el alma. Los veo en mis sueños y aunque ya el cortijo no existe, ni las huertas, ni la fuente ni las ovejas pastan por las tierras, siempre bellas del barranco, los tengo vivos y como trozos perfectos que salieron de tus manos para completar los paisajes que por aquí pusiste, y aunque ahora hayan desaparecido, quedan, grabados en alguna región imperecedera y permanecen con la luz de aquellos días y latiendo con la fuente y el viento y también en mi recuerdo.

 

                Claro que los veo  todavía subiendo por la senda, atravesando la asperilla donde el arroyo se cierra, trabados en las ramas de las parras, cortando los racimos jugosos, amasando la harina para el pan y ya con el horno encendido, sentados frente a las llamas que en la cocina danzan bellas, mientras en la noche, fuera en el campo, cae la nieve y corren los arroyos.

 

                Siguen y son ladera y aunque aun tienen frío y esperan, como pertenecen al grupo de los humildes y por eso amigos en lo más hondo de mi corazón, sus almas son la esencia de este pequeño rincón mío que Tú me has dado y un poco la meta de mis sueños y la fuerza de lo que nunca podrá apagarse.

 

                 Ir al índice  LA OTRA NOCHE los vi caminando: siguen pasando  por la vereda estrecha, que tallada en las rocas, atraviesa el tajo donde el río se angosta. ¿Era la última tarde? ¿Fue la primera mañana? ¿Es esta aurora que nace? ¿Es la noche que tras el monte espera? Tú sí lo sabes pero yo ¿Dios mío? La única verdad que palpo viva, es que me queman   con el dolor de lo que permanece fiero y no acaba sino con la muerte y tu real presencia.  Como si fueran los únicos que ni el tiempo destruyen, junto con el eco de sus pasos, el color sangre de las rocas y el río que brama cual herida fiera.

 

                Avanzan juntos, como siempre, y llamándose “hermanos”.  ¿Suben  a las praderas? ¿Van al manantial de las aguas asombrosas? ¿Recorren en valle tras sus ovejas? Quizá van con sus mulos cargados con la harina del trigo que en el molino han triturado  las piedras y pueden que vayan al pueblo a comprar aquello que no les da su sierra, que regresen de ir a la boda de algún otro hermano, de la fiesta, de la lucha con los olivos, de regar la huerta que en el “piazo” chico empapa las aguas del río o de recoger las cerezas, que en la cañada, el sol ya ha convertido en sangre añeja.

 

                ¿Claro? Sólo a ellos pasando por su senda, con el perfume concentrado de todas las madreselvas y Tú que no paras de darle su abrazo y sólo esta noche, con su figura limpia, lo que me duele dentro y esta espera y sólo esto, Dios mío, tengo claro y a ellos perforando el tiempo y a tu amor que me quema y quema.

 

                  Ir al índice  SU DECISIÓN FUE nítida y la razón tuvo que ser profunda: en pleno vigor de su vida, en libertad, cortó el hilo que la alimentaba. Otra cara de la gran verdad que Tú me muestras.  ¿No quiso manchar  su corazón limpio? ¿Le quitaron tanto y tanto le cerraron los caminos?

 

                Al lado suyo estaba yo cuando caía la tarde. Me habló de su casa en el cerro, de la familia, la cosecha y los animales. Me habló de su alma, del rincón donde se los encontró y las palabras que le dijeron, de la realidad nueva que a partir de aquel momento, como una espada amenazante, se instaló en su vida.

- Me han dejado sin caminos por donde ir, sin tierras que sembrar, sin luz en mi mente y sin gusto por respirar. ¿Dime tú qué hago?

 

                Lo acompañé un poco más mientras subía y cuando me separé, lo animé a mantenerse fuerte, porque Tú estabas de su lado: él era de los débiles, de los humildes, sin casa ni techo, de los de corazón bueno y alma transparente.  Pero nada más alejarme, sentí el golpe rocoso y el desgarro del grito de la muerte.

 

                Al volverme, lo vi tendido, palpitando todavía y caliente, con los ojos fijos en las nubes y ya inerte, como las rocas caramelo de las montañas donde tiene sus raíces y su corazón valiente. ¿Qué podría yo decirte? ¿Qué pasó y pasa por mi mente? Que fue una decisión libre, llena de amor y valiente y aunque se rompió, humillando su mente, nadie más que Tú, Dios mío, y él, que enseguida brotó en fuente, ganasteis en la lucha aunque os quebró la muerte.

 

                  Ir al índice  A LO LEJOS APARECIÓ la tormenta, repleta de nubes negras amenazantes y relámpagos fieros. En un instante, en forma de caños de viento,  dobló a los pinos,  en truenos espantosos retumbó por los barrancos, en cascadas de granizo, nieve y lluvias, se derramó en las cumbres y en vellones de niebla ceniza, rodó por las laderas, cubriendo a los arroyos y a los rebaños de ovejas. Vente mi niña aquí entre mis manos, que en las matas espesas estamos a salvo.

 

                Le dijo el padre al tiempo que corría llevándola abrazada cual trozo de su alma, pretendiendo que las gotas no la mojaran. Pero el diluvio fue tan de pronto y tan intenso, que en unos minutos, sus caras se hicieron charcos y sus manos y pies, ríos y cascadas. De los enebros, donde se refugiaron, las ramas saltaron, los cauces bajaron plenos, las piedras de las pendientes se hicieron añicos por los aires, las vaguadas se llenaron, la sierra se anegó y tanto las aguas  la cubrieron, que la niña exclamó:  No sé cómo nos iremos de aquí si la tierra es un mar, con tanto escurrir, y tanto temblar.

 

                Pero a la media  hora, ya no caían granizos. Tres minutos después se apagaron los truenos, al rato pequeño se desinfló el viento y a la hora en punto, se abrieron las nubes. Brillantes aparecieron las praderas llenas de hierba recién mojada, las ovejas por ahí comiendo, los charcos relucientes y por encima de la oscuridad, el sol y el azul del cielo.  Al sentir el gozo, después de temor, el padre dijo: Ves como te decía que la tierra no es un lago, sino  el amanecer  con Dios y tú a mi lado. 

 

       EN EL RINCÓN verde,

arriba, a la derecha,

donde vuelan las palomas

y sus nidos tienen,

guardo mis secretos más puros

entre las emociones más bellas

y la luz más celeste.

 

      Arriba, donde el rincón verde,

entre las ramas espesas,

las zarzas y las fuentes,

tengo mis sueños durmiendo

con mis noches de nieve,

esperando que en la hora oportuna,

Tú llegues.

 

      Por el rincón verde,

donde en mis noches de frío

mi alma se mece,

a escondida y en la sombra,

mi cuerpo se extiende

cual mariposa en vuelo blanco

y así se entretiene.

 

    Lo del rincón verde,

donde se concentra la luz más hermosa

que estos montes tienen,

es el lugar de mi espera,

mi beso en tu frente,

en vuelo nocturno de viento

buscando verte.

 

      Lo del rincón verde,

me late ahora con gozo

y tanto me crece

en este amanecer dulce,

que de Ti me hiere,

en esta mañana de plata

que llega y no viene.

 

      Entre las palomas que arrullan

por tu rincón y mi anhelo verde,

tengo mi alma volando

y volver no quiere,

porque cuanto sueña

en Ti lo tiene.   

  

     No es fantasía sin flores

lo del rincón verde,

es donde Tú te amontonas

gritas y duermes,

donde mi alma te estrecha,

abraza y bebe.

 

     ¡Oh Dios, cuánta espera

y esta aurora que hierve!

Déjame, por fin, dormido

y que ya no despierte

en este tan dulce sueño

de nuestro rincón verde.

 

      EL RAYO DE SOL

que por entre las hojas limpias

me llegaba, libre y bello

y aunque era débil, calentaba,

ya no lo tengo.

Se me ha ido hace un rato.

Ahora siento frío en su lugar

y por eso tiemblo.

 

                Miro a la tarde

y lo que busco, no encuentro,

porque la luz que se ha ido,

no es la del sol,

tampoco la del día,

sino la que da calor dentro.

La que han visto mis ojos,

tu puro reflejo.

 

    Comprendo yo esta tarde

que aunque mi rincón es pequeño,

es tan grande y profundo

que ni cabe en mi pecho.

¿Que te pregunte

por qué me falta aliento

en este mar de aire puro?

Hasta esta mañana

un  rayo de sol me alumbraba

y ya no lo tengo.

 

      AHORA, EN ESTE MOMENTO,

se ha nublado el cielo.

Miro hacia el valle

y sobre el fondo del bosque

veo la lluvia caer.

Huele a tierra mojada,

hay oscuridad en el monte,

sopla el viento

y en el aire frío que corre

me llega tu beso.

 

  LOS FRAGMENTOS que de Ti tengo,

me golpean en la noche

cuando creo que duermo,

en la aurora, al abrirse virgen,

con cada día nuevo,

en la mañana, que en  rocío

impregna mi cuerpo,

al medio día, con la siesta

donde a Ti me entrego,

al caer la tarde,

en trabajo o paseo,

y cuando ya las sombras me cubren

y mis ojos cierro.

Los fragmentos que me gritan de Ti

en cada momento,

son tantos y con tanta vida

que aunque quisiera,

callar no puedo.

 

    Su vieja casa entre el monte

rota por el tiempo,

con tres paredes caídas,

un techo, puro agujero,

la entrada sin su puerta,

zarzas en el granero,

vigas podridas de lluvias,

chimenea sin fuego,

ventanas secas y rotas

por donde a placer, pasa el viento.

Su vieja casa en el monte,

un trozo de Ti pequeño,

por donde los dos aun respiramos

aunque tanto esté ya muerto.

 

                Los humildes del Valle,

mataron sus corderos,

para la fiesta de la aguas limpias,

donde tanto silencio,

en noches de estrellas plata

y palacios de hielo.

Montaron mesas de pino

y los que de fuera vinieron,

se apropiaron los platos grandes

con los sitios primeros.

Cuando de puntillas llegaron,

los humildes, dueños verdaderos,

ya no encontraron sitio

ni tampoco comieron.

 

                Fragmentos que de Ti

por mil lugares, tengo,

gritándome callados,

que silenciar no debo.

 

                Más fragmentos tuyos

por el río los llevo,

en la manada de vacas

que conduce el vaquero.

Saltan, corren y mugen,

por los charcos y fresno,

dejando el aire sembrado

de pisadas frías y momentos bellos.

En la corriente y lagos

que de Ti son espejo,

beben y se bañan,

cruzan arroyuelos,

comen la hierba

bajo los majuelos

y con la tarde y la sombra,

se pierden a lo lejos,

por donde el río se aleja

y nadan los recuerdos.

 

     Presencias que gritan

y son grande ecos,

retumbando en mi alma

que se funde con ellos.

 

    OTROS LIMPIOS FRAGMENTOS,

que también me palpitan

y me saben a besos,

los sembró la tormenta,

aquel día de los truenos,

en aquella tarde de lluvia,

del rincón de los sueños.

 

    EL PUERTO DE LA LUZ,

en las montañas del tiempo

y que anoche, mientras dormía,

vi en mis sueños,

me palpita ahora

tan dulce y fresco,

que por él me he quedado

teniéndolo  en mi pecho.

 

     El puerto de la luz,

que no es tierra ni viento,

ni cumbres con rocas blancas,

ni caminos que en silencio,

vayan y lleven a los montes

que bajo el sol conocemos,

me late ahora terrible,

con el sabor de lo eterno.

Aunque por él me he perdido,

todo en él ahora me encuentro.

 

    El puerto de la luz,

que sin forma ni cuerpo,

sólo se parece a los otros

en que es más perfecto,

por entre el silencio grande

de las noches, en mis sueños,

lo hemos coronado limpio.

¡Qué gozo al verlo!

 

    El puerto de la luz,

donde tu edén y yo duermo

con los bosques irreales,

no tiene más tierra y dueño

que Tú, rey de las aguas limpias

y yo, el del rincón pequeño.

 

    Por donde se encuentra la luz

que contiene y es el puerto,

de placer llenas mi alma

en la noche mientras sueño.

 

     ¿Qué más quieres que te diga?

Que gracias,

que te quiero,

que en el puerto de la luz

me esperas y te espero.

 

    Ir al índice   SE LLEGA SUBIENDO por la senda vieja que va por el arroyo, escondida bajo el monte y se sale a la curva grande  y remontando un poco, asoma a la cascada.  Continua por el cerro, empedrado de rocas rajadas, atraviesa otro bosque de encinas viejas y ya remonta a las tierras llanas. A los lados brotan los manantiales, y en el centro, el quejigo clavado en las rocas. Desde aquí se ve pero aún está más arriba. La senda, mucho más rota, se pierde por la izquierda, en la ladera que sigue ascendiendo. Sale al collado y a la derecha, también al frente pero arriba, ya se ve la cumbre. Blanca sobre el azul del cielo al fondo y por encima, las nubes.

 

                Desde aquí ya queda cerca. Se llega por el lado que mira a la tarde y sin senda. Metido por el monte, pisando piedras cada vez más agrestes y tragando aire con olor a sierra. Unos metros más, al final de la cuesta, se abre la llanura pequeña y se ven las palomas. Se ven sus nidos llenos de polluelos y se siente el arrullo atravesando el viento.

 

                Este es el rincón donde tengo mis sueños, donde él me llevó aquel día de invierno porque tenía interés en que lo viera. Me convenció sin que se lo pidiera y desde entonces, más vivo allí que en otro lugar de la tierra.   

 

              Ir al índice    SABÍA QUE EL MOMENTO tenía que llegar y aunque era cierto, no quería creerlo. Durante mucho tiempo, he cerrado los ojos no queriendo pensar porque intuía que iba a ser doloroso. Pero hoy ya tengo aquí la realidad.

 

                Me ha mirado, nos hemos dicho dos palabras y como mi corazón ha comenzado a temblar, he escuchado en silencio buscando su verdad. Me ha dicho que no volverá, que puede que eche ovejas, que para el año próximo no regresará, que ve mucha envidia, que la lucha es desigual, que es como es y que la falsedad no cabe en su ser.

 

                Ni siquiera he podido decirle lo siento, lo comprendo, estoy contigo, te quiero aunque le he dado mi corazón, mi abrazo en el viento, mi ternura, mi amor.  Y después le he dicho que consigo se lleva mi yo todo pleno. Que a partir de ahora soy un poco menos, que estoy triste, que lloro y muero. Que se queda conmigo en esta ausencia dolorosa donde su figura palpita y no permitiré que se me borre.

 

                Hace un momento ha estado aquí, más que a despedirse a decirme que se va. Me ha dejado su grito por el silencio, fuera del sitio donde encuentro mi calma, hundido y triste.  Y es que la verdad es así de rotunda: este trozo que otra vez pierdo, eres Tú que te arrancas de mí quitándome vida para darme el cielo. Esto lo sé pero Dios cuánto dolor tengo.    

 

                Los vi cruzando la llanura. Al frente, los álamos. Más al fondo, la casa de piedra, el río, la pradera, el pino recio de la cumbre donde mana la fuente y el barranco de donde la vida llega. En forma de huracán, desde lo hondo empuja la ráfaga de viento y como un torpedo, en sus cuerpos se quiebra.

 

                Uno de los álamos, el viejo y  de raíces profundas, color plata el tronco y ramas bellas, abiertas al infinito, se dobla. Cruje con el quejido de la muerte y partido cae sobre la corriente limpia. Ellos, al verlo, quietos se quedan y como noto que también en sus almas se rompe, además de un amigo, un compañero y una pieza importante del rincón del que son y forman parte, los miro fijo. Buscó de qué manera decir algo y al no encontrar palabras, quiero preguntarle qué ha pasado.

 

                Sin que sea su voz, del silencio o casi del viento, escucho: “le tengo cariño al bosque de los álamos, por la sombra tan fresca que da en verano, por la lluvia tierna que resbala en sus tallos y por los copos de nieve que al venir volando, se paran en sus ramas y ahí se quedan trabados. Pero aunque era el más viejo, parecía bien sano. ¿Por qué de este modo  y así tumbado, termina su vida el rey de este prado?”

 

                Su pregunta, que al mismo tiempo es respuesta, también en mi sangre se clava gritando. Desde entonces, no me voy de esta llanura y aunque cuando ando y ando, no paro de observar el río, la casa que se muere de vieja, siempre me encuentro perdido. Sin palabras, sin camino y hasta sin saber de qué color es ahora el viento y el infinito.

       

                Lo que he visto, es como un mundo sin forma ni materia. Sin camino, sin tierra, sin espacio. Desde mi sueño, a través del tiempo y acompañado por la lluvia de la felicidad total,  he coronado la cuesta y me he encontrado en el centro del irreal puerto de la luz. Lo he palpado y no ha sido con los ojos materiales de mi cuerpo, sino con los del alma.  Al saborearlo con el paladar del espíritu, he sentido que este lugar es el espacio donde tiene que encajar la palabra. Y tengo conciencia que la frase ha de ser pequeña y exacta. Donde en miniatura quepa la plenitud viva, sin que pierda matices la belleza, la verdad o la hondura. Porque la palabra lo es todo, en su esencia más pura y donde la verdad, junto con la belleza, se estanca en sus lagos reales.

 

                Estando en este vivir, adquiero conciencia de que el puerto es mi meta, el gozo que me ensancha pleno y donde, una vez coronado, al respirar, me relleno y sacio en todos los poros del cuerpo y del alma. La imagen o la emoción intangible que por las venas de mi espíritu corre, es el resumen de mi ser total. El original de donde saldrá la pequeña copia, reducida, casi en miniatura pero en ella condensada la esencia y la sustancia de cuanto soy y siento. Donde, en recipiente chico, se contiene la semilla en su  plenitud.    

 

                Ahora, cuando llega el día, desearía no venir a la realidad. Pero la luz de esta nueva aurora me ha despertado con la imagen y el gozo inundándome total. En mi sueño lo he visto y como has sido Tú el que me lo has mostrado, además, lo he vivido y con la intensidad de la vida palpitante.  Por eso he sentido gozo real al tiempo que he tocado con mis manos y he visto con mis ojos. Una experiencia total que no tiene hermana ni se parece a las de la tierra. Lo sé ahora, porque tan fuerte ha sido la emoción, que cuando en esto momentos llega el día, lo que hubiera sido bello, es no haberme despertado, otra vez, a esta otra verdad.

 

               Ir al índice   UN TROZO MÁS de la realidad de cada día es, ahora aquí, su pan redondo. Pan que alimenta y huela a leña, como el de aquellos días y en el cortijo entre los míos y la tierra amable, cuando la sierra era una casa grande.  Pero éste de hoy, al mirarlo en este momento, además de recordarme el camino, la era y ellos luchando con la tierra, me sabe a pérdida y de ahí me surge el dolor, aunque sea gozo en lo irremediable.

 

                No me lo ha dicho pero yo sé que ayer lo amasó con sus propias manos.  Sé, como si lo estuviera viendo, que salió al campo a por ramas secas, las metió en el horno y allí las dejó hasta que las llamas las consumiera y las paredes de piedra se caldearan.  En el calor de aquellas cenizas y las últimas brasas, puso el pan redondo y cuando ya estuvo cocido, lo sacó, dejó que se enfriara y luego lo preparó para traérmelo. Se puso en camino y después de atravesar media sierra, lo depositó en mis manos como el mejor regalo, como el  presente más limpio porque le sale del corazón. Sin pronunciar palabras me ha dicho que es para mí, que coma porque es pan bueno. Después me ha  besado y antes de darme cuenta, ya iba de regreso caminando en busca de su lugar.

 

                 Sé que ni siquiera lo ha advertido pero sin pretenderlo y queriéndome demostrar su cariño, me ha llenado de tristeza. Aquí me ha dejado pan del bueno con el que alimentar mi cuerpo pero al darme el beso, se arranca de mí. Ha quitado su figura de mi presencia y como enseguida noto que empieza a correr el tiempo, siento el vacío de la pérdida. Acuden los recuerdos y con ellos, el dolor.  El pan suyo, tan recio y con tanto sabor a lo que fui de pequeño, puede quitarme el hambre pero y lo que se ha llevado al irse y sé que nunca más volverá ¿qué o quién me lo devuelve o lo sustituye en este pecho mío? ¡Oh, mi Dios, Tú y este rincón amable, donde tan larga es la espera! ¿Por qué no son las cosas de otra manera?

 

              Ir al índice    EL HUMILDE ENCORVADO, baja por la senda buscando el hortal donde quiere llenarse de barro, como cuando fue niño. Mancharse de tierra mojada y salpicarse con el agua de las acequias, mientras riega los tomates y limpia de hierbas malas, las patatas, que es lo que le gusta.  Le gusta también sentarse a la sombra de la noguera, que según dice, sembró el abuelo de su abuelo. Y eso se nota a simple vista:  La noguera, más que un árbol, es todo un bosque de tan grande,  verde y  fresca.

 

- Porque es que hay gente que sólo viene por aquí a ver el arroyo con su corriente y los pinos meciéndose al viento y de ahí no pasan. No pueden o no saber  avanzar más.

- ¿Y cuál es el problema?

- Es como si se quedaran en la mitad o comienzo del camino. Más allá del vestido que las cosas tienen en el lado de fuera, existe otra belleza: la luz de las cosas por dentro.  Si no se pasa del vestido que cubre, se pierde lo mejor de la vida.

 

                Le pregunté si era por eso por lo que no podía vivir en la ciudad y me dijo que después de haber probado el sabor del bosque regado por la lluvia o la nieve, los silencios de la montaña en las noches de frío y el reír alegre del manantial de las rocas, no es posible vivir en la ciudad plenamente. Ni siquiera cuando se llega a viejo y ya las fuerzas fallan, al subir por las sendas que se pierden.  

 

                El humilde de corazón limpio, se lo pasa bien al calor del cortijo de la umbría.  Hasta que se muera, seguirá regando las tierras de su huerta. Le gusta mancharse de barro y agua, sentir el viento rozar su cara, regalar su alma con el rumor de la corriente del río, el canto de los pajarillos y cuando el sol calienta, le gusta sentarse en la sombra de la vieja noguera.

 

              Ir al índice    LA TORMENTA YA HA pasado y ahora el campo huele a tierra mojada. También a pasto húmedo, que es sólo un pequeño matiz del primero. ¡Qué bonito se ha quedado el campo tan lleno de charcos turbios, arroyuelos menores y las rocas manchadas de lluvia!

 

                Me entran ganas de sentarme en la piedra que se alza en el centro de la corriente.  Después que se ha ido la tormenta, dejando agua tibia hasta en los más pequeños recovecos, nuestro arroyo limpio, me corre por el corazón.  Su agua achocolatada, por la tierra que arrastra, brinca por las piedras, cae al charco, vuelve a chorrear, se desliza hasta la espesura de las madroñeras y la siento tanto que es como mi propia alma que se me sale del pecho y se hace corriente para irse contigo. Su chapoteo atraviesa el viento y aunque parece dolor al tiempo que dulzura, al rozar el espíritu, es otra realidad más grande.

 

                Sin embargo, no bajo por la corriente para sentarme en la piedra a pesar de lo mucho que me apetece. Llego a la senda y como voy buscando los trozos de Ti, que en forma de ensueño la tormenta ha dejado, con mis manos aparto las madreselvas.  Me asomo a la llanura y veo la casa al fondo. Frente a los cerros del río. ¿Estará la abuelita jugando por allí? ¿Y la niña de espuma con su padre de roca?

 

                Sobre la casa, rotas paredes de piedra que se desmoronan con la lluvia, aplastada entre las encinas y los barrancos a los lados, se cierne la niebla.  Se cuela por entre el tono gris de la espléndida mañana y da la sensación, si me paro y la miro, como si estuviera llena de vida. Como si alguien muy grande arropara estos campos  para hundirlos en el tiempo y hacerlos brotar, después, en otro lugar y con otra forma. No por otra cosa sino porque parece que tanta belleza, no pertenece al planeta Tierra.

 

                Sin embargo, el campo sigue exhalando su perfume a tierra mojada y el arroyo parece como si brotara desde mi corazón y al alejarse, entre su corriente, se llevara enredada mi alma.  

 

               Ir al índice   DEL MANANTIAL DEL PINO y las rocas doradas, tengo tan bello recuerdo, que no se me olvidan. Nos fuimos  desde la llanura de la luz y cuando llegamos al puñado de rocas amontonadas bajo el pino que mira la gran montaña, nos paramos. Teníamos varias razones para hacerlo:

 

                Aquellas rocas parecían puestas allí expresamente para nosotros. Tú lo habías hecho y para darte gracias, también fue por lo que allí nos quedamos. Justo al borde del barranco, casi tocando la gigante cumbre, por momentos más blanca y verde, arropadas un poco por las ramas del pino que tiemblan doblándose en la dirección del viento, junto al color más bello para rocas tan rodeadas de nieve por un lado y tan arropadas de verde, por otro. Estaban puestas allí para  sentarse en ellas frente al infinito azul de la cumbre.

 

                La otra realidad era el manantial: brotaba justo al lado, un metro por debajo, en la misma ladera que sostenía a las rocas. La nieve era un gran montón pegado a los pinos y la hendidura de la tierra. Ya calentaba el sol y al fundirse ésta, el líquido limpio se filtraba y entre las piedrecillas, medio metro más abajo, resurgía en venero.

 

                Con las manos excavamos en el mismo sitio donde los hilillos brotaban y construimos una fuente a nuestra medida. No tardó el agua en ser transparente porque al no dejar de brotar, enseguida se llevó la tierra fina y dejó sólo piedras lavadas. Un juego parecía aquello allí:  tan en la cumbre, donde tanta soledad y el durísimo paisaje. Si por el lugar no respiraba ningún ser humano ¿por qué  sutileza tan fina y donde casi nadie puede gozarla? Fue lo que nos preguntamos.

 

                En la fuentecilla bebimos, mojando las manos mil veces, llenamos las cantimploras y todavía perplejos, allí nos quedamos un rato más. Sentíamos que rozábamos casi en el final, aunque no era así porque  la grandiosidad de la cumbre que nos miraba, nos lo decía. Mientras nos íbamos, acordamos no comentar nunca a nadie dónde se encuentra el manantial del pino que mira a la cumbre. Te vimos tan cerca y nos sentimos tan bien, que tuvimos envidia y temor a perderte.

        

                 Ir al índice  RECUERDO AQUEL DÍA, aquel trozo de sueño, en aquella mañana luminosa siendo todavía pequeño: Durmiendo se había quedado al resguardo de la roca junto a la sabina.  La nieve se había derretido y la llanura se vestía de primavera.

 

                 A lo largo de la mañana, las ovejas han pastado en la pradera verde que es como un campo grande. Desparramadas, blancas por entre las piedras, moviéndose a ratos, buscando las matas tiernas y acostadas en la tierra, en otros momentos. Se alza  el sol y el calor aprieta como en las mejores horas del verano. Cuando   el día llega en su centro, el rebaño se mueve  buscando  la sombra de las viejas encinas.  Los otros corderos, los que por las rocas lisas de la cañada,   saltan en el juego de espuma que saluda a la vida,  también dejan su recreo y cada cual se une a su madre.

 

                Al abrigo de la roca gorda, al calor del sol y al fresco de la hierba, el más pequeño se ha dormido. La oveja lo busca y mientras recorre la llanura sembrándola de balidos  roncos, el humilde del Valle, lo advierte. Conoce el rincón donde se aplasta porque mientras la mañana ha ido llenando de sol los campos, sin prisa, sus ojos han mirado y por eso sabe que pegado a la sabina duerme placentero, acurrucado, silencioso, blanco cual vellón de nieve que es primavera con el prado en flor. Al verlo ahora, hasta  el pastor se queda parado y a descubrirlo tan dulce, duda  despertarlo.   

     

                Todo es tan sencillo, tan lleno de inocencia, que mueve al respeto.  Hasta dar cierto miedo andar por la hierba no sea que lo frágil se quiebre, y se rompa el momento.

 

                  Ir al índice   EN LA NOCHE ESPLÉNDIDA, cuando la luna brilla y el viento pasa cálido, los vi que llegaron al rincón. Bajaron por la ladera y junto a la encina grande, la de las bellotas gordas y dulces, detienen sus pasos. A palos derriban los frutos, llenan medio saco, lo esconde en las matas que rodean  a las piedras, y siguen bajando al encuentro del arroyo.

 

                Las otras tres encinas  crecen en el rodal de tierra que pega a la corriente.  También de bellotas buenas y tantas tienen este año, que sus ramas se doblan y como ya están negras, saben a miel.  Se mueven aprisa porque saben que si los coge el guarda se las quitará y hasta, como aquel otro día, los llevará al cuartel.  Uno de los tres se sube al árbol, agarra las ramas, las zarandea y las bellotas caen a chorros.  Los otros dos las recogen del suelo y las echan al saco que en nada de tiempo ya tienen lleno.

 

                Cargan con él, suben la cuesta, recogen el que en las matas tienen escondido y siguen subiendo cada vez con más prisa y miedo.  Al rodear el cerro, dan con la senda que viene de entre el monte de la parte alta y se alarga por el barranco dirección a donde los arroyos se juntan.  Ahí mismo y entre las zarzas, encuentra el burro color ceniza que momentos antes han dejado escondido. En su lomo cargan los sacos y todavía con miedo y más silenciosos, se alejan  del bosque sintiendo que hasta este momento no los ha descubierto el guarda.

 

                En la noche espléndida de luna de plata, la senda se ilumina mientras cruza la llanura y allá, al fondo y bien lejos, el pueblo se adivina. Sus corazones palpitan y sueñan que al día siguiente en el pueblo venderán las bellotas gordas de las encinas viejas y con el dinero, comprarán un pan redondo para comer y quitarse el hambre.  

 

                  Ir al índice   EN LA MAÑANA FRESCA de la primavera que llega el arroyo bajaba repleto y a estas horas, de algodón mullido, más que otras veces. La hierba, por la torrentera de  las encinas oscuras, crece  espesa y tan alta se mece que las ovejas se  pierden entre las matas verdes. Antes de  salir el sol ha caído el último chaparrón y por eso el campo, además de brillante y el bosque espeso recién mojado,   es pura ola de perfume tierno.

 

                En el año que corre, las lluvias han sido abundantes, los frío  moderados y la primavera generosa como hace mucho tiempo no se conoce.  La humedad que fluye y el viento que pasa no dejan de acariciar el terciopelo de los bosques renovados, las praderas que cubren el barranco y las cumbres a lo lejos. El rebaño pasta por ahí: bastante perdido en la espesa hierba, a media ladera entre el arroyo de las aguas limpias y comiendo de los tallos jugosos que tan abundante son. Algo más tarde, cuando calienta el sol, se ocultan por las sombras gaseosas de las encinas redondas y cuando llega el pastor, al ver lo que ve, se sienta y frente al barranco se queda quieto.

 

                Lo mismo que de las fuentes, en esta primavera de la abundancia, del corazón le rebosa  el gozo y  los últimos años que tan buenos han sido. Lluvias y más lluvias y las praderas, en silencio,  tupiéndose de hierba, el arroyo saltando lleno hasta los bordes, las  encinas repletas de ramas con tallos nuevos, la ladera sin dejar de escurrir agua en forma de cristal y los manantiales reventados como pocas veces.  Esta primavera, el rincón no es tal sino  un sueño plagado de  vida que hierve joven  hasta la sensación de la plenitud más redonda.

 

                Sentado frente a la corriente y con su rebaño por las sombras  densas, se palpa dichoso porque en  la mañana fresca de la primavera que llega, entre sus brazos trae, como una rosa abierta que florece, el mejor espectáculo de agua, vida y verde.

 

                  Ir al índice   CON TU TIERNO BESO, me despierto al nuevo día envuelto en la húmeda luz que empieza a llenar los espacios. Siento el mar del silencio acariciar, con sus labios de algodón, el paladar de mi espíritu y noto las manos del viento  rozando los párpados de mis ojos que se abren.

 

                Oigo la aurora cautelosa y la lejanía de lo que ni siquiera siento y me percibo dulce. Hasta lo más hondo, todo lleno del calor placentero que entre tus manos tengo y de la música que canta y expande nuestro arroyuelo.

 

                Es el momento mágico de este encuentro, tan lleno de paz en sombra para el alma, que hasta quisiera se detuviera y no fuera más adelante.  Que de este sueño que empiezo a sacudir, nunca despertara ni el día abriera más sus pétalos de flor. Me advierto tan satisfecho, aquí contigo y en este segundo exacto que con el nuevo día Tú me regalas, que ni moverme quisiera. Ni un sólo paso desearía ahora dar, ni una palabra más pronunciar, ni recorrer algún trozo nuevo del camino, ni beber en más fuentes tuyas por estos campos. Es tan especial tu segundo, echo luz que se abre al viento, cuando ahora al nuevo día me das tu beso, que  sólo con el sabor dulce que transmite, todo lo tengo.

 

                Que eres Tú en este día que nace y tan intenso y bello desde mi alma se despereza, ni lo dudo. Te siento bueno y regalándome tan a puñados, que beber y gustar cantidad tan grande, ni me da tiempo. Eres Tú, y como cualquier hálito tuyo es tan pleno, rotundo, inmenso, que sacia y basta, en este despertar sereno, y con esta luz que volando llega, lo tengo todo y no quiero más que tu tierno beso.

                 

                   Ir al índice  LA IMAGEN QUE MIS OJOS vieron, aquel amanecer azul que me hablaba de Ti, rebosante de vida aún por aquí la tengo, en medio de estos campos tan todo calma, y se consume conmigo en este recuerdo aunque ya hasta las sombras de los cerros tengan otras esperanzas y yo, ande de nuevo recogiendo.

 

                  El trozo de tierra alargado que se escapa por el borde del río, y que desde toda la eternidad, ha sido escenario de mis juegos blancos, es verde-oro cuando se pone el sol. Esto lo recuerdo porque desde mi chozo de paja, en lo más alto del cerrillo, mirando a las aguas de la corriente y la profundidad del valle, lo estoy  viendo. Las ovejas pastan en él mientras el humilde encorvado lo surca, ya entre las sombras de la noche que van arropando la figura de la gran sierra.  Se queda en silencio, y temblando en mis ojos, y los tres,  acurrucado en mi pecho, en la espera,  como tantos días a lo largo de tantos años.

 

                Pero amaneció y todo fue como en un mal sueño, con el valle roto y en el lugar de la pradera verde con su fino rocío de cada mañana, una casa grande, con muchos cristales, tejas color caramelo y paredes blancas que en nada se parecen a la nieve de mis juegos. Según me despierto, desde mi chozo de paja y sobre la cama de monte cortado en la cañada, lo miro despacio y te busco a Ti para que me expliques,  porque me cuesta creerlo pero no me equivoco:  miro y estoy viendo que ya no tengo prado y ha sido de noche, para que no sienta el ruido de las máquinas ni vea la tierra que rompen. Mañana, ¿le tocará a mi chozo? Me pregunto asustado, al tiempo que  a lo lejos, como si ya se fuera,  camina lento el humilde encorvado.

                Y mientras tanto que despierto y sigo mirando, para al fin creerlo, ya me estoy viendo en aquella otra casa tan lejos, que ni cielo tengo ni tampoco río para soñar mientras  me duermo.  

 

                Esta es la imagen que mis ojos vieron, aquel amanecer azul que me hablaba de Ti y hoy se consume conmigo en este recuerdo.

 

                  Ir al índice  AQUELLO ERA DE VERDAD bello, con tantas estrellas por arriba, la luna detrás de las nubes y de los campos manando las melodías.

 

                Mi llanura grande se extiende al norte de la casa vieja y por la ladera sur, el morro de la gran cumbre. Aquella casa ya no tiene habitantes y los dos sabemos que ahora se desmorona en la soledad del monte. Pero cuando por la llanura yo corría de pequeño y jugando con los pastores me iba hasta los hortales para coger tomates rojos, que después de partidos y con sal, sabían a manantiales limpios, la casa vieja era un hervidero de vida.  Detrás de ellos aprendí a sembrar las tierras y cuando la primavera se hacía presente y las sementeras estiraban sus tallos, la llanura que rodea a la casa que ahora es pura ruinas, parecía un vergel.

 

                Para cuidarla, para mimarla, para llenarla de amor y que los animales salvajes no se comieran aquel trigal, que ya maduro y molido el grano, era el pan de los habitantes de la casa y el pienso de sus animales, ellos dormían todas las noches junto a las sementeras. Casi siempre con ellos me iba y lo que más me gustaba era acurrucarme al  calor del humilde encorvado que conoce el fresco de los valles y la sombra de los barrancos.

 

                Al ponerse el sol, cogía su manta de piel de oveja curtida y por el lado que pega al manantial, con hierba recogida del borde de las acequias, construía su cama y la mía. Sobre las hojas verdes extendía la piel de oveja, con la lana para arriba y alguna vez, en la misma orilla de la sementera.  Lo que más me gustaba era meterme dentro del espeso trigal y esconderme entre la espesura y su perfume húmedo.

 

                Tumbado frente a las estrellas, en la alta noche y la llanura, envuelto por el silencio que desde la cumbre chorreaba y abrazados por el viento que no dejaba de pasar, recuerdo que en aquel rincón se oía el latido de la sierra. El croar de las ranas en los charcos de la fuente, el siseo de la sementera mecida por la brisa, la música del arroyuelo yéndose por la llanura, el grillo bajo los manzanos, el canto del cárabo, el ir y venir de los animales salvajes acercándose a beber a la fuente y hasta el mochuelo cada vez que atrapaba un ratón.

 

                Teníamos que agudizar el oído por si los animales se acercaban a la sementera pero recuerdo que aunque nos cogiera durmiendo, se oía todo. Un gran concierto. Un concierto único con todas las melodías concentradas y en el mejor de los auditorios.

 

                Yo lo recuerdo y aquello era de verdad bello, con tantas estrellas por arriba, la luna detrás de las nubes, tan grande aquel campo y aplastado en la noche, sin dejar de oírse sonidos únicos y Tú entre ellos, siempre caminando y dando vida.

 

                  Ir al índice  TE ASOMAS AL BARRANCO y lo primero que ves es la gran poza azul-viento que se remansa plácida en mitad de la ladera. Parece un lago y si te fijas bien da la sensación que ni tiene agua de tan limpia. Hasta se ven las rocas de los bordes y las que por el fondo lo empiedra. Te crees que es poca cosa pero en cuanto empiezas a mirarlo yo no puedes escaparte de su magia. Te cautivan sus plácidas aguas, tan cristalinas entre rocas salpicadas de monte y árboles y más abajo, el oscuro barranco.

 

                Te cautiva el río que desciende por la ladera, siempre saltarín, más limpio que la laguna y tan alegre, que ni parece río sino puñados de viento escapados de la gran sierra y mientras corren por el cauce se persiguen en un juego inocente. ¡Qué bello el caño de agua derramándose sin parar desde la fantasía de la laguna y Tú nadando!

 

                Te asomas al cerro y ves la senda que baja por entre los árboles viejos con ramas relamidas por la nieve, negras y ásperas de tantos inviernos colgados en ellas. Ves la sombra y el tono oscuro derramándose sobre el paisaje y ves la hierba creciendo, en rodales, a los lados. Hasta te retrae bajar a la laguna por no pisar la senda. Parece tan frágil, con su silencio de siglos, que no quisiera ser yo el primero en pisar, romper y tal vez, alterar para siempre el paisaje tan virgen que ellos dejaron por el lugar.

 

                Y lo que parece es que por aquí, desde el comienzo de los siglos, no ha pasado ningún ser humano. Los que me pertenecieron, siempre iban de puntillas para no dañar y eso fue lo que a mí me enseñaron. Por esto, ahora,  no quisiera ser el primero para que después vengan otros y suceda lo que en tantos  paisajes.

 

                Me dijeron los míos, y eso Tú lo sabrás bien, que de niña la abuelita del Valle sí anduvo por esta senda y se bañó en la laguna. Que jugaba con la  corriente del arroyo de la derecha y que unos de sus juegos era buscar piedrecitas pulidas por el río. Era un profundo placer ver su frágil cuerpo moviéndose por entre la arena, la luz y el misterio de la ladera con su bosque y la corriente del agua.

 

                Que aquello era un sueño dulce con un tan profundo regusto de dicha que hería el alma. Y ahora que lo recuerdo y lo comento, digo que no me extraña porque hay que ver qué barranco aquel, con su laguna en mitad, su bosque y el agua color viento.

 

                  Ir al índice  DE LA SENDA QUE SUBE la pendiente y después de pasar por delante del cortijo, baja por las junqueras y se mete en el río, no me olvido.  La recorrí tanto cuando aún ni andar sabía, que ahora la llevo en mi alma, y en la distancia y sueños, la sigo pisando.

 

                Arranca de la llanura grande por el lado derecho del cortijo y después de subir empinada, gira y asoma al  collado. Nace aquí el arroyo de las junqueras y pegado a él, hondonada abajo, desciende. A la mitad, entre el collado y el río, por el lado derecho, queda la casa y más abajo los manantiales, las junqueras verdes y la vereda atravesándolos.        

 

                Se besa con el río justo donde éste se encuentra con el arroyo. Por aquí lo atraviesa y bien que lo recuerdo de cuando en aquellos días, todavía iba de sus manos. Hasta la cintura me llegaba el agua, al cruzar el arroyo y luego el río.

 

                Por el lado izquierdo del tercer cauce, la senda sube, siempre rozando la corriente y cuando ya remonta a los valles de las cuevas, otra vez cruza el agua y se viene a las casas de las rocas.  Hoy ya no están allí pero en aquellos tiempos, bien recuerdo lo grandioso del rincón: lleno de gente, los animales pastando, las chimeneas con sus chorrillos de humo subiendo desde el barranco, los niños jugando, las huertas repletas de cosechas frescas y el agua.

 

                La corriente del arroyo, los manantiales cayendo, los charcos azules, las acequias, los hortales empapados, las fuentes, las cascadas y las corrientes grande. Donde muere la senda y comienza el barranco que anidaba a los cortijos y llenaba de tanta agua el arroyo, se acaba el mundo y nada la vida. 

 

                Por allí me sorprendo en las noches frías, y aunque la corriente, con su fantasía de luz, sigue limpia, ellos son  ausencia. Sólo Tú permaneces  paseándote, acogiéndome cuando llego y prestándome tu interés para repasar las cosas que se lleva el tiempo. De la senda que sube la pendiente y después de pasar por delante del cortijo, baja por las junqueras y se mete en río, no me olvido.

 

                  Ir al índice  LA RECUERDO, como si la estuviera viendo,  todavía niña y ya enfrentada a la briega  de escalar el puerto de la vida. Luchando con la tierra, aprendiendo los caminos detrás de ellos en las mañanas de luces soñolientas, entre viento hielo, campos blancos tupidos de romero y chuzo de cristal colgando de las rocas. 

 

                Otro de tantos días pero de primavera y al salir el sol, se le ve irse  tras las ovejas, con la azada al hombro, los pies descalzos, chorreando de rocío, hierba verde y tierra helada, mata de  pelo rubio llenándole las espaldas, donde la luz que nace y su sueño, se enreda y juega.  Cara de rosa recién despertada a la aurora y manos pequeñas de princesa sin castillo o quizá con él pero de viento, sobre la soledad de las cumbres. Como si la estuviera viendo:   

 

                Recorre el trozo de senda que lleva a la huerta  que desde el arroyo se curva un poco y cae al otro barranco, más cerca de donde se pone el sol.  Pisa la acequia que rebosante, lleva el agua a los surcos de los tomates, clava la azada en la tierra y abre la brecha para que ahora empape los terrones donde crecen las patatas. Salta y se moja y se mezcla con el barro al tiempo que su cuerpo se empapa de sudor caliente y su cara terciopelo, se tiñe de sangre y mana fuego. Como si, por un instante, invierno y primavera se fundieran en los rayos nuevos del sol que nace y el perfume del campo que despierta.

 

                Su gata blanca y  canela, amiga en juegos y compañera entre rocas plata y la eternidad de los días, se restriega contra las piernas, el palo de la azada, salta, tropieza en los brazos y cae a la reguera. Se empapa de agua con barro y aunque sacude, llenando de cieno los verdes tallos del maíz, tiembla chorreando mientras busca el sol caliente en la tierra seca.

 

                Como si lo estuviera viendo: el cortijo, su casa y nido plácido al calor de la lumbre y los suyos, junto al manantial, el trozo de tierra llano, encinas corpulentas, junqueras atusadas por las vacas,  hozada de cerdos y la chimenea manando humo. Como un palacio de sencillas piedras pero asomado al balcón del barranco por donde se aleja el río mientras canta, y más al fondo, la raya azul del infinito recortada sobre las cumbres.

 

                La tengo viva, como si no hubiera pasado el tiempo: todavía era niña y ya se le veía gran reina, adornada de  joyas bellas.  Frágil y preparada para enfrentarse a las tormentas, al silencio y la primavera con su magia de flores. La abuelita, de pequeña, ya era recia lucha al tiempo que juego dulce.    

 

                  Ir al índice  Y ES QUE LO ESTOY VIENDO: la llanura alargada, el bosque de encinas grises, la sombra espesa, la tierra húmeda, las hojarascas pudriéndose junto a los troncos, el viento quieto,  fría la oscuridad y por el suelo rodando las bellotas.

               

                Las ovejas penetran desde el lado de la ladera, invaden la tierra llana y sin pararse, alcanzan el cerrillo, se esturrean por la hierbecilla que las ramas del bosque arropan, buscan los frutos que ruedan por el suelo, entre las hojas secas, y ansiosas los devoran. El pastor que las quiere, también recoge y amontona las que puede y  llamando a la que ha parido esta tarde y a la que ya está vieja, se las da en la misma mano. Cerca corre el río, a la derecha y un más abajo, en sus charcos grandes que rebosan, se refleja la gris figura del brumoso bosque de encinas apretadas y viejas.

 

                Como en un sueño, según estoy mirando, se me borra la imagen y se pierde el encinar de las bellotas gordas. Surge una casa grande de paredes blancas y muchos cristales que dejan ver el horizonte. Le rodean los caminos, no de tierra sino cemento y por ellos, un caballo tordo con montura de cuero, trota.  Veo a mucha gente, que no conozco, montados en su lomo.

 

                Por la senda que viene de la fuente donde las zarzas crecían densas, veo escaleras de piedra labrada, protegidas con barandas de hierro. Saltando, como si todas vinieran de los bosques libres, mil ardillas en chorro grande, salen y  a la voz del que monta el caballo, se reúnen y lo siguen dóciles, camino de espectáculo. Ardillas bellas color caramelo y miel que no llegan desde sus bosques verdes, sino de la jaula de alambre donde beben agua en platos y comen pienso.

 

                Por el otro camino que sube, trota el caballo rodeado de  la piara de animales domesticados y al fondo, el escenario. Las piscinas, paredes blancas, muchos cristales que dejan ver la llanura sin hierba y el agua que ya no va por el río ni sabe a nieve. Miro detenido y lo sigo viendo: mi bosque de encinas donde cogía las bellotas gordas, mi pastor, sus ovejas, su prado verde regado por el río de viento, los tengo en mis sueños pero ya no se mueven ni respiran por el rincón donde fuimos libres y sentimos frío,  hambre y dolor.   Bien lo recuerdo y los juegos que de Ti aprendí cuando comenzaba a mover mi lengua.

 

                  Ir al índice  CUANDO YA HAN PASADO tantos años desde  que se fueron de la sierra, se le sigue viendo ausentes y al hablar con ellos, tristes. Lo mismo que yo en mis sueños, se preguntan:

 

                ¿Cuándo iré de nuevo a mi tierra? ¿Cuándo volveré yo por allí para recorrer sus caminos, abrazarla desde la cumbre, amarla desde sus prados, sentir sus maternales latidos, oler su perfume de hierba?  Y siempre les retumba el amargor de la lejanía, de lo ausente, de lo perdido, de lo irrecuperable y lo mismo que a mí, la noche le repite: “Que ya no volverás, aunque vayas alguna vez. No será lo mismo ir de visita o de turista, que ser, estar y pertenecer a ella”.

 

                El cortijo, el fuego en la cocina, el frío de la noche, el viento en las nogueras, las estrellas sobre cielo tan limpio, la nieve por los calares, las nubes en la cumbre... el otro fuego en las tertulias con los hermanos y en la era, en la puerta de la casa, junto a los caminos. Desde aquí tan lejos ¿cómo voy a ser yo aquel?  Hasta que muera, palpitarán conmigo en el recuerdo, regado con el dolor que mana de su ausencia.  

 

                  Ir al índice  DE LA LLANURA QUE GRITA quietud y su nombre se encuentra escrito en el rocío que tiembla, no puedo callar: Cuando la nieve cae cubriendo la pradera, y las fuentes que amo, se llenan de silencio, me salgo al campo por entre la hierba y contigo y los copos, organizo mi juego.

 

                 Primero, la llanura se cubre diez centímetros y ya empieza la emoción de la belleza. Me entran ganas de pasarle la mano para acariciarla porque de tan tierna hasta quisiera comérmela.  Llega el viento, que ni se nota y los trozos de algodón que revolotean, se amontonan junto a las piedras, pegado al fresno, al borde del arroyo, en el tronco del quejigo y en la hierba pequeña. Cuando acuerdo, ya no veo la pradera y al poco, el suelo tiene casi medio metro de nieve.

 

                Sigo en mi juego, dividido por el llano, la ladera,  la cumbre,  los barrancos y no me da tiempo a concentrarme en tanto, ni en ta variadas forma con tan dulce deleite.  El viento pasando sin moverse entre tantos copos, tu fluir potente pero sin que se oiga, el vibrar del agua buscando los cauces. Quiero andar y me doy cuenta que es el momento en que no se puede ir por la sierra cuando la nieve es tanta. Pasa una hora, un día, tres semanas y mientras tanto me digo que es el invierno con sus noches largas vestidas de hielo y melancolía.

 

                Pero pasa más tiempo y cuando llega la primavera y el sol calienta, la nieve se derrite y a los pocos días, brota la hierba. Salgo a mi prado, que es mi llanura cuyo nombre se puede leer en el rocío que tiembla, para de nuevo verte con la nieve que se va y enseguida inventamos otro juego. Ahora, lo que más embelesa es el agua transparente en hebras finas que se hacen arroyos al caer por la ladera. Todavía puedo encontrar algunos rodales de nieve que se deshacen en cuanto el sol los calienta un poco más tarde.

 

                Me siento frente a mi llanura mirando al paisaje y todo es como una magia que cautiva: deseo irme por entre la limpia hierba, tan fina, tan tierna, tan perfumada, tan bella. Quisiera revolcarme por ella, tocarla, acariciarla, rozarla por mi cara y hasta mascarla en mi boca. También deseo irme con el canalillo de agua que se despereza fresca, recién fundida de la nieve que el sol calienta. La miro y la luz parece jugar con ella. Los rayos dorados la besan como si también quisieran bebérsela o purificarla otro poco antes de que se haga río. ¡Qué traje tan bonito se pone mi llanura, cogida de la mano de la soledad entre las miradas del silencio, cuando cae la nieve y al llegar la primavera!

 

                Aunque no quiera, siento que la vida despierta y la emoción, en mi pecho, le saluda. Nace con una fuerza nueva que en nada se parece a los otros días y momentos. Se oye el latido fino, robusto y puro del corazón de la sierra, el palpitar de la sangre nueva y corriendo por las venas de las hojas verdes y se te oye a Ti que llegas, sin que en ningún momento te hayas ido.

 

                Si yo me voy por la ladera y donde la cumbre roza el cielo, me paro en la llanura de las dolinas, la que también es belleza y su nombre reluce entre las estrellas ¿qué quieres que te diga?  Que en la pendiente de la tierra que cae hacia el centro del embudo, todavía mucha nieve, brilla. Que es una buena y limpia pista para tirarse y rodar por ella.  Y si me animo y me lanzo, nunca llego al final. Tropiezo con los enebros, me enredo en las sabinas, me topo con las rocas, me engancho en las zarzas y aunque me levante y de nuevo lo intente, no consigo deslizarme por la nieve del modo en que yo quisiera.

 

                Me araño, se me hielan las manos, me echo a rodar y doy tumbos como una bola de nieve, me canso y al final me digo que no importa: me lo paso bien en este juego con el  sol, mi llanura sin nombre, el blanco manto que piso, la soledad y Tú entre nosotros. Me digo, para animarme, que lo importante es la emoción y pasar el tiempo entretenidos con las cosas que me regalas.

 

                Pero como no dejas de invitarme y llenar mis ojos con la belleza mágica de tu mundo en y mi llanura, me animo de nuevo y me subo a donde comienza la pendiente que todavía tiene nieve. Abro mis brazos, sueño que voy a volar desde aquí hasta la cumbre más cercana y luego por toda la sierra, y puede que más y me echo a correr pendiente abajo.  Se me hunde la nieve, se me quiebra el aire, no encuentro mis alas y como mi cuerpo es carne que tiende a la tierra, a ella vuelvo y la beso, en un brazo tremendo.

 

                Tendido en el suelo entre la nieve fría, de nuevo me encuentro, diciéndome por qué todavía no puedo ni volar como sueño ni beber de la fuente que en mi pecho llevo ni jugar por mi llanura el juego que quiero.  Cuando la nieve cae, frente a ella me siento, recordando aquellos días de nuestro juego-sueño. Todo era belleza y por eso te espero. 

 

                  Ir al índice  SI ME SALGO DEL CORTIJO y me voy por el lado de los corrales donde duermen las ovejas, me pongo en camino por la senda que pasa rozando las cuatro fuentes: El manantial de las piedras redondas, entre las zarzas, donde cogía moras negras en las tardes calurosas. La fuente de los jabalíes, en la llanura donde encendía lumbre para asar bellotas y quitarme el frío, en las tardes de invierno,  el venero de la huerta donde tuve el nido de mochuelo, con los tres polluelos, entre las piedras del majoleto y la fuente de los álamos donde aquella tarde me sorprendió la tormenta negra que me puso chorreando.      

 

                Si me voy por la senda, en compañía de mi perra Bolera, los arrendajos que chillan y las nubes blancas, y al llegar a la llanura donde mana la segunda fuente que apenas tiene agua, me paro junto al pino redondo que tanto me gusta. Miro su tronco  y después su arboladura y como veo que muchas de las ramas de la copa, ya están secas, otra vez acaricio su tronco y me pongo a subir.  Porque necesito leña para la candela de la chimenea en mi cortijo y estas ramas muertas me la van a dar sin que tenga que ir más lejos.

 

                Si me agarro fuerte a las ramas verdes que todavía el pino tiene, aunque me cueste mucho, asciendo por el tronco y en cuanto alcanzo las sin vida, las doblo hasta que crujen.  Las voy tirando al suelo y como tengo que subir a la misma copa, en cuanto parto la última  que ya no tiene sabia, me quedo sentado en el tronco que se curva.

 

                Descanso y al contemplar, me doy cuenta que desde donde estoy, descubro tanta perspectiva que veo medio mundo: Completa  toda la llanura, con la fuente que apenas mana, las ovejas que pastando suben desde el arroyo de los espárragos, las encinas negras que cubren el cerrillo y se pierde hacia el río, las zarzas oscuras donde anidan las urracas, el cortijo al otro lado del arroyo con la senda que sube y la ladera que baja desde el collado de las eras.

 

                Si me quedo mirando y espero que el pastor se acerque por si tiene que aclararme a dónde debo ir hoy a llevarle la merienda, en cuanto se pone debajo del pino me observa y después de saludarme me dice que ahora es el momento. Que hable con solemnidad, desde mi gran tribuna verde, y le diga a la gente la gran realidad de las cosas que sueño.

 

                Si me animo y me creo que es verdad, que muchas personas me escuchan sentadas por el suelo, en la hierba, porque estoy diciendo palabras bellas colmadas  de cosas importantes y llenas de pensamientos profundos, y cuando ya me he satisfecho, me bajo del pino de las ramas secas y regreso a mi casa, con el haz de leña en mis hombros, seguido de mi perra blanca. Si todo esto hago en esta mañana luminosa de primavera bella, ¿a ver quién se entera, a parte del pastor, mi perra de agua y los arrendajos que chillan?

 

                Y cuando pase el tiempo, por ejemplo: cien años ¿a ver quién sabe o acaso recuerda que aquel día perdido, yo me fui por la senda para coger leña del pino que se seca y de paso hablarle a la gente de las cosas importantes que ellos desean? ¿A ver quién se entera si no eres Tú, yo y esta primavera?            

 

                  Ir al índice  Y SI ME VOY POR LA SENDA que desde el chozo de monte, en el puntal de la peña, sube por el arroyo de los juncos, pasa por la fuente de los álamos que se marchitan remonta la pendiente donde crecen las encinas de las bellotas gordas y después de atravesar el puerto de la entrada al edén, se pierde en la lejanía de los montes oscuros y el cielo azul- negro, subo por el camino de cortijo de las eras.

 

                 Si al llegar a la fuente de los álamos que tiemblan, me sorprende la racha de viento que precede a la gran nube densa y me da un empujón que casi me tumba y un susto tan grande que se me para el corazón, y en este momento el álamo viejo que ya se seca, se retuerce, cruje, se dobla violento y al final se quiebra.

 

                Si miro y ya lo veo tronchado en dos, sin vida y cruzado en el arroyo la parte de arriba como si ya no sirviera y el pedazo de tronco que se  une a las raíces,  apuntando al cielo  como si quisiera implorarte o pedirme ayuda, perdón o clemencia. Si miro y no acabo de creerme lo que a partir de ahora es el rincón, que  ni parece el mismo porque el álamo recio, fuerte, hermoso y repleto de hojas verdes, ya no está.

 

                Si ahora sigo la senda pero ya no tengo ganas de subir al puerto ni de ir al cortijo de las eras para juntarme con el pastor que por aquel lado tiene las ovejas. Si me paro y me siento y despacio observo lo que el viento ha hecho con este álamo tan fuerte, aquí en el barranco de las madrigueras y a pesar de tener la realidad nítida frente a mis ojos, no me lo creo porque me siento triste,

 

                ¿A ver quién se entera de que aquí esta mañana, el álamo hermoso que parecía una primavera, lo ha roto la tormenta? ¿A ver quién se entera y cuando pase el tiempo, a ver quién lo recuerda de no ser Tú, yo y esta fuente seca?   

 

                  Ir al índice  SI SUBO POR LA SENDA que va trazando zigzag ladera arriba y después de coronar el collado donde el viento  arrecia mucho, me tropiezo con las ruinas de las casas que se desmoronan y al ver las piedras y la llanura, me acuerdo de ellos, su soledad, la monotonía y la paz plena.

 

                 Si me creo que allí todavía siguen las tres familias con su poco de tierra de riego, algunos animales que echan por el monte, trabajo para hartarse de sol a sol porque no saben lo que es el paro, y aunque ni  pan, ni dinero, ni televisión ni neveras, tienen,  sí conocen por experiencia que su lucha callada y dura con la tierra es el trozo más importante y la felicidad más completa. Si veo, al apuntar el sol, las cuatro casas llenarse de vida, los zagales guardando las vacas, ladera arriba en busca de las praderas, los hombres por los huertos sembrando las patatas, las madres preparando la masa del pan y los niños jugando por las eras, recogiendo leña del monte que no les pertenecen pero sí quieren o junto a los mayores aprendiendo el trabajo para la vida que les espera.

 

                Si los miro clavado frente a ellos y sin que les pregunte me dicen que ahora les duele la  ausencia del padre que  ha muerto tres días después que la madre, una tarde de invierno y muchas nubes por las cumbres. Si me alejo caminando en busca de los manantiales de las partes altas  y al volver mi vista para atrás, veo la noche cayendo y ellos reuniéndose  por entre las tres pobres casas y luego junto al fuego de la chimenea, donde se sientan, se miran y no dicen nada aunque en fondo sí sean felices.

 

                Si antes de alejarme todavía los miro otra vez y me atrevo a preguntarles, y me dicen que en el trabajo callado y oculto es donde  encuentran sus fuerzas, el amor sincero que los mantiene unidos, su entrega la faena de todos los días de sol a sol  y ningún secreto más. Si me siguen diciendo que se sienten satisfechos porque en su rincón nadie sabe lo que es  no tener trabajo y por eso entre sus manos tienen el gozo que pocas otras personas alcanzan aquí en esta tierra. La satisfacción de tenerlo todo aunque sólo posean nada más que un poco de pan, tierra virgen y agua fresca para regar las habichuelas y por encima, hacia la cumbre y las estrellas, soledad.

 

                Si remonto un poco más y al mirar otra vez ya no los  veo ni a sus casas ni a sus animales porque desde hace tiempo, las paredes se han caído y las zarzas crecen donde estaban las cocinas, y aunque sea maravilloso y un servidor lo haya palpado con sus propios ojos y sentido en lo hondo de la verdad, ¿dime Tú, quién los recuerda ahora? Y cuando pasen cien años más ¿a ver quién sabe que por aquí vivieron ellos si no es porque Tú y yo, que los queremos, los mantenemos vivos en nuestras almas?       

 

                  Ir al índice  SI ME VOY POR EL CAMINO ancho que atravesando la llanura hermosa corona el collado de las tierras rojas y desciende por la ladera del monte espeso, donde se destiñe y cae la casa chica de piedra, y se mete en las tierras llanas del gran valle, al llegar al puente del río que viene del cerro redondo, me paro y observo el agua saltando por el cauce y yéndose hacia las profundidades de los barrancos de la izquierda.

 

                   Por la derecha y atravesando las tierras llanas de la vega viene el tramo más joven de este río, recién salido de los manantiales de la ladera del cerro redondo. Al frente me queda el eje central de la amplia vega, con las aldeas blancas, los huertos, los caminos que los visitan, los prados llenos de ovejas y al final del todo, la lejanía azul del horizonte descansando en la espesura de los grandes bosques de pinos recios.

 

                A la derecha, entre el eje central del valle y el tramo mayor del río que se aleja, arriba y descansando en la ladera del collado blanco y bajo la peña verde, la aldea hermosa besada por el sol que al nacer le da de frente y también repleta de vida pero quieta aunque engalanada y esperando el momento.

 

                Si desde el puente del camino ancho del río que riega la vega y se pierde por el lado en que me late la vida, miro y ordeno, advierto que lo que más se ve es la aldea nieve que descansa y se derrama en la ladera, bajo la magnífica peña verde y la solana sembrada de huertos. Se ven sus calles estrechas surcadas por los que van al campo o vienen de las ovejas, las puertas de las casas recién regadas, las macetas verdes colgando en las ventanas, apoyadas en las aceras o sobre las paredes de las fachadas y a lo largo de las calles estrechas que se cruzan y se pierden en el campo.

 

                Se ven las paredes blanquísimas de cada casa, las calles empinadas y bellamente adornada que suben al collado por donde la peña se agarra a la cumbre, las nogueras grandes, junto a los arriates de rosales, sembrando de sombra y verde las puertas de las casas y arriba, más pegado a la majestuosidad de la peña, la casa limpia entre las bellas donde viven los dos con sus hijas gemelas. La yegua en la puerta y ya aparejada, las aguaderas puestas, dentro las barjas con la comida para el día, el cabestro y ellos preparados para salir e ir a la siega.

 

                Si desde el puente que da paso al río claro que repleto baja repartiendo sabia por la vega, sigo mirando,  los veo subir por la calle empinada, salir por la parte de las tierras del collado de la peña, meterse por la senda que escoltan  los almendros y al poco, penetrar en el trozo de tierra sembrada de trigo que blanquea.  Los veo amarrar la yegua, colocar el hato bajo la sombra de la noguera, preparar las hoces, los dediles, los sombreros y al rato, ponerse a segar la sementera. Los veo llevando los haces a la era, extender la parva, enganchar el trillo a la yegua y bajo el sol dorado que ya pica, dedicarse a la faena de la trilla.

 

                Cerca, sólo unos cuantos metros de la era donde ya ellos  están aventando las mieses para separar el trigo de la paja, crece el cerezo y en su sombra se ponen las gemelas para descansar un poco al tiempo que se limpian el sudor y respiran el aire fresco que mana de la vega. Y como por entre las hojas verdes todavía tiemblan las cerezas de la cosecha presente, porque el cerezo en estas tierras es más tardío que en otros lugares, las cogen ellas y mientras descansan de la trilla bajo las ramas del  viejo noble, saborean el agridulce zumo de las perlas rojas que este año todavía se mecen entre las ramas tiernas del árbol que regala vida.

 

                Si ahora, esta mañana, me voy por el camino que cruza el puente y me llego hasta el rincón del trigo de plata, la era de viento y el cerezo de  perlas sangre, donde toman la sombra y cuya fruta blanda al viento tiembla, con mi presencia ¿a ver qué traigo por aquí que no tengan ellos?  Y cuando pasen cien años más ¿a ver quién se acuerda de este cerezo, su sombra y la yegua, de no ser Tú, yo y el latido eterno que mana de esta tierra?

 

                  Ir al índice  HOY ES SÁBADO y ahora que acabo de despertarme, quedamente miro soñoliento a ver por dónde y cómo viene el día. Todavía es temprano porque no se ven claramente las encinas de la ladera ni los álamos de la fuente que mana bajo la peña “colorá” ni la profundidad del valle por donde suben las ovejas.  Sólo se distingue claro la raya del horizonte que por encima de las cumbres grandes, viene asomando. El resto del campo, con las fuentes que brotan, las ramas de los bosques que tiemblan al viento, los arroyos que corren y los pajarillos que cantan, todavía duermen un poco como yo: entre dos velas mientras va llegando el nuevo día.

 

                Desde mi tienda plantada en medio del campo, como sabes, al lado mismo de este arroyuelo nuestro, frente al valle y cara al día que se alza por detrás de las cumbres que me muestran el horizonte blanco, miro quieto, observo, gusto y siento sin tomar ninguna decisión. Las perdices cantan algo más abajo y tan aprisa que parece que están deseando que el día llegue para venirse por la hierba de la llanura y bañarse en el chorro que baja de la fuente.  Nunca sé si cantan porque desean otra libertad a la que ahora mismo tienen o si cantan porque es su tiempo o es que ellas deben cantar en cualquier momento, siempre que comienza a rayar el día nuevo.

 

                La aurora que llega no habla, sólo arropa con su silencio y sin pedir permiso se mete dentro del alma para sorprender a los sueños que todavía no han regresado de sus mundos de colores ni de los campos de batalla. Abro mis ojos sin apenas ganas y cuando vuelvo a ver que aún el día viene bajando por el camino viejo que le entra al valle desde la solana del monte espeso, quiero seguir durmiendo pero ya no puedo. Mi pensamiento acaba de tocar diana y en la puerta está golpeando con la prisa del que tiene poco tiempo y antes de irse quiere dejar cada una de las cosas en el sitio que les corresponde, ordenadas y claras.

                  Hoy es sábado, un largo día bello, que viene cargado de grandes y vivos trozos de corazón y alma y por eso, a pesar de tanto y entre tanto, estoy durmiendo. Quisiera despertarme y al mismo tiempo no lo quiero. Quiero hablar contigo y decirte lo que, según va llegando el día, estoy viendo y siento y aunque lo primero es ordenar el camino y encontrar la palabra, también quiero no despertar de este sueño bello.

 

                Es hoy un sábado que entra sereno y por ello ya no dudo que Tú estás ahí, dándole cuerpo pero como lo palpo tan cargado y ahora no sé por dónde entrarle para cogerlo, por esto me despierto con la duda que tengo.

 

                II Entre otras realidades, debo enfrentarme, y ya he dicho que no quiero, al campo de batalla de donde acabo de venir ahora mismo. Del rincón que bien los dos conocemos y ellos por allí luchando, he visto tanto, que al menos tres cosas tendría que decir para aclararlo pero dos de ellas las voy a dejar en espera del día nuevo.

 

                La otra gran verdad que a lo largo de la noche ha luchado conmigo solo, con ellos y estos campos, es la que Tú ya sabes: la que más duele. Te la digo para así ir ordenando las cosas: ahora quieren vender estos campos nuestros.  Ya han vendido algunos de los trozos que más queremos y como les ha gustado porque algo ha salido según sus deseos, van a seguir adelante y parar sólo cuando ya no tengamos ni una fuente limpia donde beber al volver de nuestros paseos.

 

                Anoche me los encontré subastando los caminos viejos que desde hace tiempo se borran y como no estoy entre ellos ni tampoco puedo hablar, me cogieron en medio y cuando quise acordar ya me quemaba el fuego.  Me dijeron que estaba estorbando y que si no me quitaba de allí y de aquí, irían contra mí. ¡Ya ves Tú yo quién soy y lo que pinto entre ellos y sus asuntos! Si no fuera por Ti, este arroyuelo que me has prestado, la aurora que cada día me regalas y el sueño con el que me remonto sobre el valle, los caminos y las fuentes ¡ya ves Tú quién soy yo, lo que puedo y lo que tengo!    

   

                Pero anoche, mientras me venía de los campos, me metía en mi tienda montada en el rincón que por unos días también me has prestado, y me acurrucaba al calor de mi propia alma y entre las sábanas limpias y perfumadas de tu cariño, oí lo que decían: venden el valle con el río entero, sus charcos azules, los álamos verdes y las praderas de la hierba. Venden los arroyos que bajan por la ladera, las fuentes, los manantiales, las sombras de las encinas, las cuevas con su hiedra verde y la soledad de la llanura que tenemos a media cumbre. Venden los caminos viejos con los recuerdos y el eco de los pasos que sabemos, el viento que acaricia suave, el canto de los grillos y el brillo de las estrellas. Venden las ovejas con su pastor, las ruinas de los cortijos, el fresco de la sombra de las nogueras y los chorrillos de agua que las riegan.

 

                Tú fíjate: lo venden todo cogiéndonos a nosotros en medio y hasta sin pedirnos permiso. Y claro: por esto y algo más, es por lo que estoy hecho un lío y necesito preguntarte: ¿Tú no eres dueño absoluto de las joyas que venden? Y te pregunto más: ¿No eres Tú Autor y Creador Supremo? A mis hermanos los pastores y a mí, ¿no nos regalaste este sin par edén tuyo? ¿No te oí decir que la fuente, junto con el arroyo, las zarzas y los ruiseñores que cantan al alba, nos pertenecen por la ley del amor? ¿No oí que hablando con los pastores libres, les decías que la pradera de la hierba verde, los tornajos donde se remansa el agua, la soledad de los campos, la sombra de las carrascas y hasta el silencio y la nube de los truenos y granizos, les pertenece porque Tú se lo regalaste? ¿No has dicho Tú esto y más cosas que escritas están y ahora quiero callarme?

 

                Pues si es así: ¿por qué lo quieren vender hasta  con nosotros incluidos y sin pedir permiso? Todavía metido en mi tienda, mientras veo que el nuevo día va llenando con su claridad los campos, sigo quieto. Acurrucado al calor de tu cariño y la música que me llega del arroyo que aquel día me regalaste.

 

                III - Los que se acercan hacia el valle y vienen aún por los siempre viejos y nuevos caminos que pasan por donde el río se angosta, ni siquiera se les ve con claridad porque la luz del sol que nace, es poca.  Suben siguiendo a sus ovejas que avanzan lentas y  cansadas, ya muchas  cojas,  y llegan con la ilusión latiéndoles porque pisan las tierras que les pertenecen, su cuna, su casa y el aire que al respirar ensancha el alma. Ellos son los pastores de las tierras altas que vuelven con sus rebaños, el hato de pan duro, los perros ovejeros, las miradas siempre puestas en los borregos que retozan y entre los días y las noches, en el pecho latiéndoles la esperanza. Creen que en las llanuras de arriba, donde siempre brotan los manantiales caudalosos y  la hierba tiñe el paisaje de hermoso verde,  la primavera se derrama grande, cogida de la mano de tardes  de lluvias fabulosas.

 

                Una manada se esparce por los primeros pinos de la llanura del valle mientras la otra todavía anda salvando las rocas difíciles por donde va el camino.  En cuanto terminan de cruzar el cañón del río, en la casa vieja que llevan dentro y desde hacen tanto, conocen, se van juntando. Con la  emoción de los recién llegados a la tierra prometida que mana leche y miel, echan sus primeras miradas al valle y enseguida comprueban que por aquí tampoco ha llovido mucho este año y se dicen que en cuanto llegue el mes de agosto tendrán que alimentarlas con pienso. Quinientos borregos, más las que son parideras, los carneros, las que ya están viejas, el sol quemándolos, la soledad,  la briega callada y un verano tan seco, en la planicie árida de los campos que aplastan, ¡qué tremendo Dios mío! Pero, aún así, ¿por qué y cómo van a perder la esperanza?

 

                Desde mi lugar recogido en este despertar sereno de una mañana de sábado claro, los estoy viendo, sin que ellos lo noten y sé que vuelven. Dentro de un rato, en cuanto el nuevo día termine de remontarse un poco, comenzarán a subir por la ladera donde al otro lado ya se encontrarán con sus casas. Y desde este despertar, en el que me fundo sin despertarme del todo, a la realidad del día que llega, me acurruco en las sábanas perfumadas de tu amor, como queriendo huir, y te vuelvo a preguntar: ¿podrán ellos, rumbo al hogar que les espera y sabe a miel, avanzar por los caminos de siempre?  Si ya están cortados y sin quererlo se meten en las tierras que han dejado de ser suyas aunque les pertenecen ¿podrán ellos seguir atravesando los campos con sus rebaños de ovejas en busca del hogar que acoge y las llanuras que sueñan?

 

                Y si desde el rincón que me abriga y todavía este sábado, el sol no ilumina del todo, los veo llorar impotentes, como aquel día en el puerto que conozco, dime Tú, Dios mío, ¿debo yo intentar hacer algo por ellos? Y si debo ¿dime qué, cómo y cuándo? Puede que no sea del todo conveniente pero quizá este sábado que tan dulce se presenta en esta mañana joven que no quiere acabar de nacer, quizá es mejor que siga en mi cama y de mi sueño no despierte.    

 

              Ir al índice  DE ESTOS QUINCE DÍAS que no ha parado de llover y la llanura de nuestro valle, con su viejo camino, los arrieros durmiendo bajo las ramas del quejigo de la curva, sus burros  en el prado, la casa de paredes de piedra, ella y la hija que se marcha a la ciudad y el hijo que cuida las ovejas, el alimoche entre las gallinas y las hormigas trazando caminos por la hierba   ¿qué quieres que te diga? Que estoy un poco extrañado porque nunca antes, por estas fechas, ha llovido tanto como ahora.  La lluvia cae sin parar durante el día  y la noche y es tanta que por momentos tengo la sensación que no va a cesar nunca más. Que se cierra  para siempre en un diluvio como el de aquellos tiempos y cualquier tarde, mientras espero, llega el fin. Sólo a ratos, y estos cortos, sale el sol por algún roto de las nubes pero no tarda en ponerse otra vez oscuro y la lluvia vuelve, monótona pero fija, a lo largo de otra noche y otro día.

 

                Amanece el día sexto y el cielo cubierto con más nubes espesas, negras y repletas de agua que no deja de caer sobre el valle, la llanura nuestra por donde el arroyuelo ya corre más lento buscando el río,  las laderas al otro lado, las cumbres y este barranco por donde salta el pequeño arroyuelo.  Es como un inmenso mar de cristales pequeños, tupidos y persistentes que continúan convirtiendo la llanura en pura laguna que  rebosante chorrea.  Hace un  momento ha vuelto a salir el sol y como el cielo sigue encapotado, las sombras densas de los nubarrones oscuros, se  proyectan en los paisajes y todo se  tiñe de gris, además de la humedad y los charcos que se amontonan en las llanas tierras. Pero enseguida las  espesas nubes, a torrentes siguen derramando sus gotas frías.

 

                El camino de los arrieros, que viene desde la angostura del río y recorre el valle,  se le ve solitario y el quejigo donde  siempre se detienen a pasar la noche cuando suben por la llanura, se pierde entre las mil gotas de agua y la niebla. Los burros no pastan por el prado y en la noche, mientras los arrieros duermen, no rebuznan ni se van por otras dehesas. Hace ya tiempo que por el camino no pasa nadie y hoy menos que otros días. 

 

                La casa pequeña de las dos ventanas, la entrada chica y la higuera en la puerta, se le ve cerrada y aunque si se oyen dentro, la madre hablando con la hija y el muchacho, algo enfadado que  sale y se va tras las  ovejas, tampoco se les ve. Hace tiempo que la joven recogió sus cosas, recibió, en la mano, unas monedas de la madre, se puso en camino y por la senda que recorren los arrieros y entra valle arriba, se fue a la ciudad en busca de otra vida mejor ¿más bella? Por la puerta se quedaron las gallinas picoteando y buscando cigarrones o grillos por entre la hierba y entre ellas, el alimoche manso que un día el joven recogió herido en los acantilados de las cumbres altas. Tampoco hoy cacarean las gallinas ni canta el gallo de la cresta roja, al lado de la fuente, subido en la piedra.

 

                En el puntal del cerro que baja hasta el río por donde crece el quejigo donde duermen los arrieros en las noches de estrelladas, el muchacho joven, hermano de la niña que se ha ido a la ciudad buscando fortuna, debería dar vueltas siguiendo a las ovejas, acompañado de su perro mastín y el pastor mayor pero no se le ve y en su lugar y el de las  ovejas, sí se amontona  soledad, el camino lleno de charcos,  la lluvia cayendo a torrentes y borradas las huellas.

 

                Las hormigas que tanto pueblan las tierras ricas de esta llanura nuestra, no van hoy por sus sendas de plata entre las hojas verdes de la hierba fresca. No suben por las piedras tapizadas de musgo ni pueblan los troncos de las encinas viejas, siempre cargadas con semillas, cigarrones muertos, mosquitos de entre los juncos del arroyo o alguna rana seca.  Las hormigas hoy se ahogan en sus galerías subterráneas en espera de que acampe y el sol caliente la pradera. Por los orificios de sus hormigueros, mana el agua que ya escupe la tierra y por las sendas lisas que tienen siguiendo la ladera, corren chorrillos delgados que buscan el arroyo de las aguas serenas. 

 

                De la ladera que me queda frente al rincón escondido, caen las cascadas repletas, pequeñas, más grandes, turbias, brillantes y saltan por las piedras de las rocas alargadas, se estrellan contra las matas de sabina, se pierden por entre la greñura del bosque a mis pies y desbordadas se vuelcan a los arroyuelos que reventando se despeña en busca de los cauces mayores. Por el lado de abajo de las paredes  rocosas y  las rocas que por el monte ruedan sueltas, ya brotan cien manantiales primerizos que salen por cualquier madriguera de conejos o rajas en las piedras. Son como ríos subterráneos que revientan por donde pueden y en el momento que menos lo esperas.

 

                Miro a la llanura y por ella veo los cuervos siguiendo a las cabras monteses que en papados unos y otros, caminan cansinos, perezosos, indecisos, sin saber a dónde ir ni qué hacer. Se les ve moverse a pasos lentos, con los pelos y las plumas chorreando y avanzando con pesadez, agotados ya de tanta agua. Por debajo de ellos y algo más lejos, se mueven las urracas saltando por las piedras y buscando alimentos sin fuerzas ya para sacudirse el agua que tanto les chorrea.  

                          

                Mientras la noche corre, estoy atento porque me gusta oír lo que pasa en el mundo  que me rodea y en primer plano se oye despeñarse nuestro arroyo con un sonido nuevo cada día, cada hora y hasta cada instante.  La cantidad de agua que por él baja y su color, cambia de continuo. Más grande ahora, algo más moderado dentro de un rato, tranquilo y con tonos viento, cuando cae la tarde pero siempre robusto, grandioso y lleno.

 

                Más lejos, en segundo plano, se oye el bramido de  las otras corrientes, la del arroyo que baja del paraje donde ella tuvo su casa y cultivó las tierras para alimentarse de tomates, patatas y algunos caracoles, la del otro cauce que se  junta al de ella por donde  las peñas tajadas y luego caen por la cascada larga, siempre blanca y grandiosa.  La del río, que aunque más al fondo, el rumor de su corriente, su música, su melodía nueva y siempre vieja, su invitación de amigo bueno, su quejido, su dolor de muerte y llamada afable, en la noche me llega  recia, cascabeleo, señorial,  tenor, potente.

 

                ¿Oír la noche? ¿El redondo silencio enredado en el  lenguaje misterios, dulce y agrio,  de la lluvia, el arroyo y la sombra nocturna...?  De estos quince días sin parar de llover, el bosque del barranco  casi perdido en la nieblina, la llanura que tanto queremos  por lo que tan hondo llevamos y ahora tanto manar ausencia, el camino grande por la curva de los granados y las nogueras viejas, las zarzas creciendo en las eras y por donde estuvieron las casas y las piedras rodando ¿qué quieres que te diga? Que eres Tú que caes en lluvia y estás tan cerca que me estrujas con tu mano el corazón y lo esponjas y me besas y aunque es verdad que mil cosas faltan, estás aquí con ellos, con migo y con la tierra.

 

                 Ir al índice  DE ESE RODAL DE TIERRA negra que se esturrea en lo más alto del cerrillo, lleno de cardos borriqueros y ortigas de hojas anchas que tiemblan al paso del viento y pican si las toco, ¿qué quieres que te diga?

 

                Porque fue ahí, Tú bien lo sabe y yo lo vi, donde, sentados cerca del último montón de carbón sacado de la última encina de la tierra, aquel día los vimos por última vez, saboreando  juntos su último trago de vino casero, bebiendo el último sorbo de agua de la fuente, asando el último trozo de tocino en las ascuas del tronco de la encina   y comiendo el último trozo de pan que dos día antes habían cocido en el horno de leña de la puerta de la casa.

 

                Del rodal de tierra negra, restos del carbón que salió de la encina gorda y vieja y que en lo alto del cerrillo, abona vastas hierbas ¿qué quieres que te diga? Que a pesar del tiempo, me  sangra como las ascuas de la carbonera, aquella última tarde cuando los despedimos y que desde entonces sigue en silencio y, muda espera a que me acerque y de ella coja un puñado, que la bese y conmigo me la traiga para recuerdo perenne. Pero aquel momento, sus caras, sus figuras, sus huellas aquí grabadas en mi corazón ¿cómo las borro?

 

                Ir al índice   LA FUENTE, principio de la llanura hermosa y donde el cerro redondo acaba, la tarde, el correr del agua y ellos ahí sentados ¿crees que se me olvidan? Las ovejas que pastan y con el ritmo del día  que se va, avanzan dirección a donde sale el sol. Remontan el collado, por el centro y siguiendo la cara que la montaña ofrece al valle de las aldeas, atraviesan los pinares y continúan remontando. Con la tarde que se va coronan las sendas  altas de la cumbre y buscan las tierras llanas donde duermen cada noche.  En lo más elevado, casi a dos pasos entre las estrellas y el cielo y dominando el valle, las aldeas, la extensa llanura hermosa, los pinares a lo lejos, las otras cumbres, las soledades, los caminos secos y los ríos que corren llenos.

 

                  Los cencerros y los balidos de las madres buscando  los corderos, los pasos temblorosos de la niña que las sigue, mitad ya pastora en sus sueños y la otra mitad aprendiendo la verdad de la tierra, el monte que las roza, las peñas, la hierba verde y la llanura que tan llena de primavera, no se pierde nunca de vista ni se aleja, sino que se le ve ahí mismo, a los pies mientras se asciende a la cumbre y siempre es seria. Bañada de rocío al salir el sol y hermosa,  sembrada de luz a lo largo de todo el día, llena de perfume a la hora de la siesta y vestida con su gala más grandiosa al caer la tarde.  

 

                La fuente en la ladera, el sol que cae y por encina de donde mana, la pendiente, los piornos, las mil piedras sueltas, el rodal de nieve todavía blanca, los majoletos, la otra fuente más pequeña, las flores solitarias que entre las piedras, se abren libres,  llenando de color y olor la aridez de la montaña y arriba, al final del todo, la cumbre, los azules brillantes y limpios, el cielo y al otro lado y más abajo, las aldeas.

 

                La fuente en la ladera, el agua corriendo limpia, los álamos temblando al paso del viento frío de la tarde, clavados solemnes, esbeltos y recios en la tierra al borde de la alberca, el arroyo chico con su brecha en la pendiente y entre la hierba alta que la fuente riega, los pastores sentados al calor del último rayo de sol que el día deja, las ovejas que pastan, llenando la pradera y mientras suben a la majada de la cumbre, ellos  charlan. 

 

                Su voz de montes espesos, primaveras reventadas, arroyos colmados de espumas, charcos y cascadas, sus manos ásperas de enfrentarse a la vida desde que supieron andar y cada día con la lucha callada, la briega que ennoblece y riega de sudor la tierra, sus caras arrugadas de tanto rozarlas  los amaneceres de hielo, las mañanas de escarchas, las siestas de luz y fuego, las tardes de nieves blancas, los anocheceres de rocío y niebla y la soledad de los campos, las montañas, la luz blanca reverberando en las rocas plata y la monotonía de las horas largas.  Sus ojos transparentes de brillo inmaculado que trasluce el beso largo del silencio, el juego de las estrellas, el canto de los grillos, los caminos que se pierden y se enredan detrás de los rebaños, las flores en las vaguadas y sus borregos: copos de nieve que retozan y no paran, soñando, como ellos, en la gran mañana.

 

                La fuente, los pastores, las ovejas, los álamos, la tierra, las horas monótonas y el viento que pasa, el temblar de la niña que los sigue y sus perros grises, en la tarde que se aleja y esta caricia amable que siento por mi alma, ¿no eres Tú que te abres y en melodía dulce me hablas y me hablas, me gritas, me quemas, cantas y  juegas en la llanura por la hierba y retozas y besas y les dices y me dices que nos amas a pesar de tanta nieve, tanta soledad, tanta dureza, tanto esperar que sea mañana?

 

                Los pastores, las fuentes que manan, las tardes, la música del pájaro que salta, el agua que corre y este débil dolor que dentro me agarra ¿no eres Tú, Dios mío, que a pesar de todo, nos quieres y nos abrazas?    

         

                  Ir al índice  EN LA CURVA DEL CAMINO viejo que tanto hemos recorrido y que ahora ya no es nuestro, donde el arroyo se cruza y estuvieron las encinas que se llevaron por delante, todavía sigo entretenido con mis juegos. Deslizándome por la torrentera desde el tronco viejo del quejigo que se tuerce para el charco estrecho, donde al otro lado se esconde el agujero que tanto fue cama y lecho de los jabalíes y cobijo amable de los mochuelos.

 

                En la curva del camino viejo que tanto hemos recorrido  y que después de tantos años, tan claro aún recuerdo, se encontraba la piedra gorda que miraba y se asomaba a las aguas de este arroyuelo. La que fue nuestro escondite, atalaya, mirador, amiga, asiento, compañera y mudo testigo de nuestras algarabías y sueños y conoció del latido, entusiasmo y dolor de los arrieros que bajaban de los cortijos de las cumbres e iban a los que por las llanuras ya murieron.  La piedra gorda que desde aquellos años aquí conmigo llevo dentro y guardo con el cariño del primer recuerdo que de Ti, en esta tierra, tengo:  

 

                Te lo digo, aunque Tú ya lo sabes, sólo para desahogar un poco mi pecho: la roca grande que para nosotros fue todo un mundo bello, ya no está ni el quejigo ni el lugar donde hacían sus nidos los mochuelos. Ayer tarde, cuando se ponía el sol, yo vi con mis propios ojos como a barrenazos la rompieron porque estorbaba para que pase el camino nuevo, que valle arriba, vienen trazando desde hace tiempo. 

 

                  Ir al índice  Y AQUEL JARDÍN VERDE que al lado derecho del valle, Tú me regalaste y recorríamos cuando yo  pequeño y por donde tanto me gustaba perderme, en busca todavía no  sé, de qué dulce sueño, por entre  las madroñeras espesas, durillos altos y bellos, encinas como montañas y arrayanes y brezos de flores blancas, y madreselvas que densas arropaban troncos añejos, tiñendo de oscuridad la tierra, de perfume el recio viento, de manto verde toda la sombra y agua de manantiales con sabor a cielo fresco.

 

                Aquel jardín tan primoroso que tenía su comienzo en el collado de en medio y bajaba por la ladera toda llena de romeros hasta el mismo río grande que corta el valle por su centro, subía por el lado derecho hacia la fuente de los fresnos y terminaba justo arriba, en los estrechos de los arroyos nobles que descienden de los huertos de nuestros pastores amigos, que ya tampoco tenemos. Aquel jardín con sus sendas tan llenas de ovejas blancas y tantos y tantos arroyuelos, tantas orquídeas doradas, tantos pájaros con sus vuelos y las tardes con el sol cayendo y las mañanas de hielos.

 

                Aquel jardín con su pradera pequeña, el cortijo,  las higueras y por el barranco los majuelos, no sé cómo ha pasado pero ya tampoco lo tenemos: la otra noche lo vi  convertido en humo negro que se alzaba desde el valle entre columnas de fuego. 

 

                  Ir al índice  ME SIENTO RECOGIDO entre las matas del espacio  pequeño que aquel día me diste y donde, entre tanto, vivo y duermo y cuando ahora, este amanecer, abro mis ojos y despierto miro por el hueco que las rocas, el pino y el cerro que al fondo me tapa el cielo, veo que asoma la débil luz de otro día con que me premias, y aunque eso sí, lo siento bello, algo me asusta, sin que seas Tú, y tengo miedo.

 

                La nube blanca que alargada, ancha y en forma de escalones hacia la cumbre de lo lejos, al besarla el sol que nace la torna en oro y fuego, la niña de espuma que hace un rato ha bajado al río y en la arena ha cavado un agujero que llena de agua con sus manos y ahora busca peces y ranas para atraparlos y ahí meterlos, la carreta que chirría cargada con los maderos que han cortado por el bosque y tirada por los bueyes lenta baja por el camino viejo, la casa aplastada entre las zarzas con su camino de humo blanco  alzándose por el viento hasta perderse y fundirse con la niebla húmeda, cual día de invierno, la viejecita que en su cama de madera seca, se apaga con el tiempo sin decir ni amén pero sí hermosa por dentro porque te quiere y te siente Padre bueno, nada de esto ni otras muchas cosas me dan miedo.

 

                Sé que no estoy solo y como tengo que comer, andar por los caminos, vestirme, hablar, decir lo que siento, tocar y coger aquello que necesite, rozarme con otros, responder de lo que me encargan y si es posible, devolver el doble y perfecto y aunque no quiero sino besarlos, pedirle perdón en cada momento para que se sientan dignos y nunca puedan decirme que los molesto, no sé qué me pasa pero ahora esta mañana, en mi corazón tiemblo y no eres Tú ni los humildes sino ellos, los que me dan miedo. 


Aviso legal | Política de privacidad | Mapa del sitio
© José Gómez Muñoz. "El Último Edén"