1- La mujer soberbia  

2- Monedas de barro

3- El valle de los cerezos

4- La princesa y los arrendajos

5- Escritor desconocido

6- Secretos de estado

7- La primera escuela

8- El palacio de los granados

9- Un hombre malo

10- Un libro para la princesa

11- La moneda

12- Las uvas

13- El palacio de la niebla

14- Los dos amigos

15- La bruja del puente

16- Rezar al cielo

17- La joven desconocida

18- Noche de luna

19- Comiendo frente a la Alhambra

20- La niña del llanto

 

LA MUJER SOBERBIA

 

               Tenía poder aunque nunca había sido elegida democráticamente por nadie. Porque su poder se cimentaba en las riquezas que poseía, en las mansiones donde vivía y en las personas que a su alrededor le servían y adulaban. Y como usaba este poder no para hacer el bien a las personas y mejorar el mundo donde vivía sino para llevar a cabo cualquier capricho que se le antojara, un día dijo a sus secretarios:

- Ese hombre sabio que predica por el Albaicín y por los lugares de la Alhambra, no lo quiero.

- Eso lo sabemos nosotros, señora sin que usted nos diga pero este hombre es muy querido por muchas personas. Y lo quieren porque es bueno y siempre respeta y trata con la mayor dignidad hasta al más pobre de estos lugares.

- Y porque yo no soy como él ni hago lo que me pide, siempre me está criticando y diciendo a todo el mundo que soy una soberbia y dura de corazón y alma.  

- Pero le advertimos, señora, que de ningún modo deberíamos ir contra él porque muchos se nos echarían encima.

 

               Y la mujer soberbia, soltera, sin hijos, con grandes riquezas y un bonito palacio en la colina de la Alhambra, no presionó más a sus secretarios. Sí en su mente comenzó a maquinar y lo primero que hizo fue mandar a construir una especie de auditorio, grande y lujoso por donde hoy se encuentran las tierras del Generalife. Tardaron algunos meses en levantar esta construcción pero un día de primavera, ya estaba a punto para su inauguración. Dijo a sus secretarios:

- Este recito va a ser usado para cosas culturales y que lo disfruten todas las personas. Quiero amargarle la vida al hombre sabio y bueno que siempre habla mal de mí. Deseo acabar con él haciéndole creer a todos sus amigos que no es la persona buena que ellos piensan.

- Pues lo que usted diga y ordene, señora. Nosotros siempre estaremos de su lado.

 

               Y aquel mismo día ordenó que se invitara a un hombre joven que ella conocía y del que estaba ocultamente enamorado. Ordenó que se celebrara en su palacio una suculenta cena y este joven fuera invitado a la fiesta. Cuando la mujer estuvo al lado del joven, le dijo:

- Necesito a una persona que hable bien y pronuncie brillantes discursos para la inauguración de mi salón cultural.

- Pues nadie hay por estos contornos más culto, sabio y brillante que el hombre que usted sabe.

- Es que de eso se trata: quiero que tú le hables a la gente de una manera hermosa y profunda para que las personas retiren su cariño a ese hombre y empiecen a confiar en mí. Tu oratoria y sabiduría debe convencerles de la manera más auténtica.

- Pero usted sabe, señora que yo no tengo tanta cultura ni soy tan sabio ni mi corazón ama de la misma manera.

- Pues por mí, debes hacer lo que te estoy pidiendo.

 

               No tuvo otra alternativa el joven y al día siguiente, por todo el barrio del Albaicín, por toda la colina de la Alhambra y por toda la ciudad de Granada, se anunció la inauguración del salón cultural. Y en esta propaganda se anunciaba con toda claridad que el hombre culto y sabio que todos conocían, sería el encargado de pronunciar el discurso inaugural. Y se decía también que no había otra persona en el mundo más brillante y más respetado hasta incluso por los más pobre e inválidos. Y al saberse esto, tanto en el barrio del Albaicín como en la Alhambra y en Granada, unos a otros se dijeron:

- Pues tenemos que ir a ver y oír a este amigo nuestro tan bueno y sabio. Sus palabras, además de ser siempre las más bellas, dicen verdades tan grandes, que llenan de ánimo, iluminan mucho y dan valor y futuro a los más pobres y desvalidos. Como este hombre nunca hubo otro por aquí.

- Desde luego que de ningún modo podemos perdernos las brillantes palabras de este gran amigo nuestro.

 

               Pero la mujer soberbia, llevó a su palacio al joven gallardo, le entregó lujosas ropas y le dijo:

- Tienes que ponerte estos pantalones verdes, esta camisa roja, el gorro azul y blanco y este negro cinturón.

- ¿Y esto para qué, señora?

- Porque vas a ser el afortunado de pronunciar el discurso inaugural y por eso debes presentarte ante la gente, vestido con lo más elegante. Para impresionar y que todos acepten que eres mejor que el sabio que tanto admiran.

- Pero si ya le dije que yo nunca en mi vida he pronunciado un discurso. Será un fracaso porque ni tengo cultura ni poseo el don de palabra que sí tiene ese hombre que usted odia tanto.

- Lo harás por mí y recibirás una bonita recompensa a cambio.

 

               Al caer la tarde, las personas fueron llegando al recinto cultural. Todos entusiasmados por la oportunidad que se les había presentado para oír y ver al gran sabio y hombre bueno. Por eso, cinco minutos antes de comenzar el evento, en salón estaba rebosando. Y al llegar el momento, se hizo un gran silencio. Apareció en el escenario el gallardo joven vestido de la forma más estrafalaria y al verlo, un gran murmullo y revuelo se formó entre todos los presentes. Enseguida empezaron a levantarse y antes de que el joven pronunciara las primeras palabras, ya no queda nadie en el gran salón. Se acercó el joven a la mujer soberbia y le preguntó:

- ¿Qué hago yo ahora si todos se han marchado?

- Está claro que tu discurso inaugural ha sido profundo y brillante incluso sin que hayas pronunciado ni una sola palabra. Por eso la que te pregunta soy yo a ti: en vista del éxito de este evento ¿qué hago yo ahora con mi soberbia, con las personas que me odian, con el hombre sabio que tanto me critica y contigo?

 

               Años después, a esta mujer, se le veía pasear por algunos recintos y jardines de la Alhambra. Siempre iba sola, cabizbaja y como abstraída de la realidad que le rodeaba. Los que la conocían comentaban:

- Desde aquel día del discurso inaugural, esta mujer no es la misma. Algo profundo ha debido ocurrir en su corazón y la ha convertido en otra persona.

- Y es una pena porque ella era hermosa y tenía una luz y brillo en sus ojos que deslumbraba. Pero como a nadie cuenta nada, no sabemos qué le pasa.

 

               Llamó ella un día a uno de sus administradores y le dijo:

- Cualquier día de estos me muero y de mi corazón y mente no puedo apartar el pensamiento del hombre sabio y bueno. Por más que lo he intentado, de ningún modo he podido acabar con él. Es como si solo le importara ser honrado y hacer el bien y por eso no teme a nada ni a nadie. Y mucho menos le importa el dinero o la comodidad de suntuosos palacios.

Y al darse cuenta el administrador el gran disgusto y fracaso personal que la mujer alimentaba en su corazón, le preguntó:

- ¿Quiere usted que un día hable con ese hombre y le pida que venga a verle?

- Quiero que hagas eso porque presiento que cualquier día de estos, la muerte me visitará y me iré con la sensación de haber arruinado para siempre mi vida.

 

               Buscó el administrador al hombre sabio y bueno y al día siguiente vino al palacio de la mujer soberbia. La saludó con la mayor cortesía y sin más rodeos, ella le preguntó:

- Cuando dentro de unos días por fin la muerte me lleve ¿qué voy a encontrarme en ese otro mundo que tú dices existe y no se compra con dinero?

- Eso solo Dios lo sabe pero sí tengo claro que quien en esta vida no procede con amor y cariño a los demás, es probable que allí no encuentre un paraíso. No ha hecho méritos en esta tierra para conseguirlo.

- Y todas esas personas que tanto te quieren a ti y siempre a mí me han criticado ¿seguirán siendo mis enemigos después de mi muerte?

- Si usted no hizo nada bueno para consolar sus penas y dolores ni para aliviarlos algo en su miseria en los días de su vida en esta tierra ¿por qué ellos van a recordarla con cariño y para siempre?

- Y en los cuatro días que me queda de vida ¿qué puedo hacer para remediar este tan desgraciado entuerto?

- Algo podría usted hacer pero no es lo mismo proceder con miedo a lo que pueda encontrar después de la muerte que vivir toda la vida en la verdad, amando lo bello y siendo bueno con los demás.

 

               Tres días después de esta conversación, la mujer murió. Solo algunos la lloraron pero no por el amor que le tenían. Sus administradores la enterraron donde ella había construido el gran auditorio, por encina de los palacios de la Alhambra y frente al barrio del albaicín y luego comentaron:

- Nada bueno ni hermoso hizo en este suelo. El poco amor que tenía en su corazón lo gastó en sí misma y en su avaricia por los lujos y el dinero. ¿Cómo es posible que ahora Dios le regale y, para toda la eternidad, un paraíso lleno de luz y paz en algún lugar del Universo?    

 

 

397- MONEDAS DE BARRO    

                                            

               El invierno que ha pasado, ha sido muy lluvioso. Tanto, que el río Darro a lo largo de estos meses de invierno y primavera, ha bajado muy crecido y con mucha arena, rocas, árboles y monte. Por el camino que, desde el Puente del Aljibillo lleva a la Fuente del Avellano, se ha hundido un trozo de torrentera. Y la otra tarde, ahora ya verano muy caluroso, me dispuse recorrer este camino hasta el rincón de la fuente. Quería ver el trozo de torrentera hundido y quería ver la cueva donde vive, desde hace años, una joven extranjera.

 

               Pero justo al cruzar el Puente del Aljibillo, me tropecé con él. Un joven vestido todo de blanco, túnica azul y barbas negras que al encontrarse conmigo, mi miró, se paró, me saludó y me dijo:

- Por la Fuente del Avellano, ahora no hay agua. Han roto el grifo que hace unos años pusieron ahí y por donde la cueva de la joven extranjera, las zarzas han crecido y los caminillos están casi todos tapados por la hierba. Un gato gris y manso vive allí, como único amigo de esta muchacha. Es hermoso aquello por la libertad que transmite pero da pena y llena de tristeza las cuevas y las personas que las habitan.

- ¿Y la torrentera hundida?

- La están arreglando pero el río por aquí y con estos calores, ya ves como se encuentra.

Miró para el curso de las aguas, señaló con su mano y siguió comentando:

- Ahí hay dos muchachas sentadas al borde de la corriente jugando con sus perros, un poco más allá, han puesto un sillón en medio del río y uno toca la guitarra, aquí debajo del puente, dos jóvenes y una muchacha beben cerveza mientras miran a las aguas y en este lado del cauce, otras jóvenes toman el sol casi desnudas. Este río Darro y por aquí, ya no es lo que fue.

 

               Dejó de hablar por unos segundos y entonces aproveché para preguntarle:

- ¿Y qué fue este río Darro y cuándo?

- Por aquí mismo, por donde acabo de señalarte el espectáculo que ves, todo parecía un pequeño reino encantado, en los tiempos de los reyes de la Alhambra.  

- ¿Cómo por ejemplo?

- Dos niños, ella y él y hermanos, con frecuencia se venían a jugar a las pequeñas playas de arena que la corriente de las aguas por aquí habían labrado.

- ¿Y a qué jugaban?

- Su juego predilecto era coger pequeñas pellas de tierra mojada y hacer con ellas monedas redondas o cuadradas. Las ponían al sol para que se secaran y luego las iban guardando en una cueva chica que había al lado de la umbría de la Alhambra.

- ¿Y para qué querían ellos estas monedas de barro?

- Era su juego y por eso soñaban que un día todas estas monedas se les convirtieran en oro. Se decían mientras jugaban: “El día que estas monedas nuestras se nos conviertan en oro, seremos más ricos que todos los reyes de la Alhambra”.

 

               - ¿Y se convirtieron en oro en algún momento sus monedas de barro?

- Ellos soñaban esto y como se lo decían a las personas, un día, de la Alhambra bajaron dos guardias vestidos de negro y les robaron todas sus monedas de barro. Apenados y tristes lloraron ellos y acudieron a la madre para que les ayudara. Ésta les dijo:

- Vuestras monedas eran muy bellas pero vuestros sueños y juego son mucho más valiosos que esos trozos de barro. Por eso, no estéis tristes. Ellos se han llevado no se han llevado lo más valioso de vuestro tesoro. Así que seguí jugando por las orillas y playas de arena de este río.

 

               Y aquellos niños, por aquí continuaron con sus juegos durante mucho tiempo. Y todos los que pasaba, al verlos, decían:

- Nunca este río y por aquí ha sido antes ni lo será en el futuro más hermoso que con la presencia de estos niños, aquí y ahora, jugando sus juegos y soñando sus cosas.

Al llegar a este punto del relato, el joven de la túnica azul, quedó en silencio. Miró un momento para la Alhambra y a punto de irse, me dijo de nuevo:

- Si tú comparas lo que ahora mismo ves por las orillas y en las aguas de este río con el juego y la ilusión de aquellos niños, ¿te atreverías a decirme cual de los dos cuadros encierra más belleza y tiene más valor eterno?

No supe qué responderle. Se despidió de mí y al poco lo vi subiendo por la Cuesta del Rey Chico.

  

 

 

398- EL VALLE DE LOS CEREZOS

 

               Que la Alhambra hoy es un monumento grandioso, con mucha fama y muy visitada por los turistas, nadie lo duda. Que en tiempos pasados, cuando este monumento nacía, también fue algo hermoso y único, tampoco hoy nadie lo pone en duda. Pero que en aquellos tiempos, estos palacios y los reyes y personas que lo habitaron, fueron causa de muchas desgracias, guerras, batallas y muertes, también es cierto. Y que la Alhambra para ser alzada y llegar hasta nuestros días y tal como hoy la conocemos, se llevó por delante la vida de muchas personas y la destrucción de muchos paisajes y riquezas, es algo que no todos saben ni tienen en cuenta.

 

               Pero ocurrió así y de ello hay muchas referencias, algunas escritas y, las más significativas y valiosas, por completo ignoradas. Y un caso claro de lo que digo, estuvo en el desaparecido y hoy por completo ignorado Valle de los Cerezos. Lugar hermoso como pocos en este suelo al levante de la Alhambra y antes de las cumbres de Sierra Nevada. Donde el terreno se recoge entre dos largas cuerdas y era bañado por varios arroyos y cascadas que descendían desde lo alto. A media ladera, entre las tierras llanas y las partes altas, tenían ellos huertos. Bancales de tierras que hacía mucho tiempo habían sembrado de nogales y cerezos. Cultivaban también estas tierras con hortalizas y cereales pero lo que con más cariño cuidaban, eran los cerezos.

 

               Por eso estos árboles, algunos tenían troncos muy recios y grandes ramas y otros, cuando llegaba la primavera, se tupian de flores blancas y olorosas. Poco después y al comienzo del verano, estos árboles se cargaban de hermosas cerezas rojas que ellos cogían cada mañana y compartían luego entre sí. También las aves de estos lugares se comían parte de la cosecha y lo mismo otros animales. Pero a ellos no les importaba porque eran amantes de la naturaleza, de la libertad y del gozo que les proporcionaba el rincón donde vivían. Y, sobre todo, de sus hermosos bancales sembrados de cerezos. Por los caminos, para descender desde los bancales hacia las casas o para ir a los arroyuelos o cascadas, sembraron muchas higueras. Y estos árboles, también al llegar el verano, daban riquísimas brevas y luego, higos negros, rayados y blancos.

 

               Pero un día de primavera, justo cuando los cerezos empezaban a llenarse de frutos maduros, al salir el sol, desde las puertas de sus casas, ellos observaron algo muy extraño. Bañados por los rayos del sol, toda la gran ladera de los cerezos, se tiñó de color naranja oro. Luego estos colores fueron cambiando hasta transformarse en brillantes llamas rojas sangre y negras. Asombrados, algunos de los hombres se preguntaban:

- ¿Qué será lo que ocurre esta mañana en los bancales de nuestros cerezos?

- No lo sabemos pero es un fenómeno que nunca se ha visto por aquí.

- Y es hermoso el espectáculo al tiempo que resulta extraño y misterioso.

 

               Y aquella misma mañana y solo unas horas después del espectáculo de colores, aparecieron en el valle muchos soldados y generales. Acorralaron a las personas dueños de los cerezos y los asustaron diciéndoles:

- Los ejércitos y habitantes de la Alhambra, reyes, princesas y otras personas importantes, necesitan alimentos. Desde este mismo instante, este valle ya no os pertenece ni tampoco los cerezos ni sus frutas. Todo lo que hay por aquí, pasa a ser propiedad de los habitantes importantes de la Alhambra.

Y como aquellas pobres personas se asustaron tanto ni siquiera abrieron sus bocas para protestar o pedir explicaciones. Unas horas después, recorrían los caminos de aquel valle para irse lejos y dejar por allí no solo sus cerezos y manantiales sino también sus ilusiones y sus sueños.

 

               Durante un tiempo, personas de la Alhambra, recogieron frutas y hortalizas de aquellos terrenos. Para comérselas en los palacios y para alimentar a los soldados en las guerras. Pero según fueron corriendo los días, todo por aquel lugar iba quedando por completo abandonado. Se secaron los cerezos y las higueras, por los bancales crecieron abundantes y vigorosas zarzas y otra vegetación y las lluvias, las nieves y los vientos, fueron transformando aun más aquel precioso y recogido Valle de los Cerezos. Siguió avanzando el tiempo y como también en la Alhambra y alrededores, muchos morían y otros tuvieron que irse, lo del Valle de los Cerezos quedó cada día más y más perdido y abandonado.

 

               Hoy, de todo aquello, solo a través del tiempo emerge este sencillo relato. No para salvar nada ni para revivir el hermoso Valle de los Cerezos sino para dar testimonio de que la Alhambra, destruyó mucha belleza y quitó la vida a muchas personas pobres. Por eso decía al principio que la Alhambra hoy será un grandioso monumento para los turistas y otras personas pero en sus entrañas, tiene un mundo oscuro lleno de sangre y dolor. Y digo esto porque si aquel Valle de los Cerezos no hubiese sido arrasado del modo en que resultó ¿no habría existido allí durante mucho tiempo y puede aun todavía, un mundo hermosísimo, libre y puro? Algo que incluso superaría en dignidad y grandeza a los propios recintos de la Alhambra y a muchas de las personas que la habitaron.

 

               Porque los pobres, los que rezan cada amanecer al cielo para agradecer el aire que respiran y el agua de los manantiales, tienen grandes tesoros en sus corazones y poseen infinitas bellezas en sus alma. Y son los únicos que de verdad engrandecen todo lo que tocan y llenan de honor y pureza hasta los más pequeños rincones de este suelo.

 

LA PRINCESA Y LOS ARRENDAJOS

 

               Bajo la ventana de su aposento en la torre, crecía una higuera, un cerezo y un granado. Tres árboles muy hermosos que daban frutos en tres épocas diferentes del año. El cerezo florecía al llegar la primavera y solo unas semanas después, ya tenía cerezas maduras. La higuera daba sus frutos en verano y el granado, a mediados de otoño y en los primeros meses del invierno. Un poco más tarde, ya bien entrado en los fríos del invierno, maduraban las bellotas de la vieja encina que también crecía cerca de la higuera y del granado.

 

               Y ella, a la princesa del arrendajo que era como la conocían en la Alhambra, le gustaba y disfrutaba mucho estos árboles, a los pies de la torre y bajo su ventana. En todas las épocas del año, los árboles estaban llenos de multitud de pájaros. Gorriones, currucas, palomas, carboneros… y especialmente de arrendajos. Aves muy hermosas, con plumas azules, negras y grises y picos recios y que continuamente revoloteaban de acá para allá gritando. Sobre todo, cuando veía a los jardineros acercarse a los árboles para coger las frutas. No le importaba a ella los gritos de estas aves sino que le gustaba y hasta le producía cierta emoción. Por eso, nunca los espantaba ni los asustaba y con frecuencia les decía a los jardineros:

- Procurad no hacerles daños ni echarlos de estos árboles.

- Pero princesa, es que se comen todos los frutos mucho antes de que maduren. Y los más aprovechados y dañinos son los arrendajos.

- Pues son los que a mí más me gustan y por eso disfruto siendo su amiga.

 

               Se enteró el rey de esto y un año, antes de que llegara la primavera, dijo al jefe de los jardineros:

- Cuando este año los arrendajos hagan sus nidos en la encina al pie de la torre, a ver si podéis coger algunas de sus crías cuando todavía estén pequeñas.

- ¿Para qué las quiere usted, majestad?

- Quiero hacerle un regalo a la princesa.

- Pero si ella tiene bajo su ventana, todos los pájaros que hay por estos lugares.

- Pero yo estoy pensando en algo que puede ser muy interesante. Ti vigila bien y a ver si podemos coger una cría de arrendajos antes de que vuelen.

 

               Hicieron los arrendajos sus nidos en la encina, pusieron sus huevos, los incubaron y nacieron los polluelos. El jefe de los jardineros dejó que las avecillas crecieran y cuando ya estaban con sus cuerpos cubiertos de plumas, una mañana cogió el más grande y fuerte de la pollada. En una bonita jaula el rey se lo regaló a la princesa y ésta, se alegró algo pero no tanto como el padre había pensado.

- ¿Es que no te gusta?

Le preguntó el rey a la princesa.

- Me gusta mucho pero en libertad, como cada día los veo bajo mi ventana y por entre los árboles cercanos.

- Pero en esta jaula encerrado, podrás tenerlo en tu aposento, junto a las albercas y fuentes, en lo alto de la torre, por los jardines de estos palacios… y además, en esta jaula y sin libertad te sentirás más dueño de él.

- Ni los perros ni los gatos ni los pájaros, me gustan encerrados. Todos los animales de esta tierra deben ser libres como nosotros lo humanos. Pero ya que me lo has regalado, déjalo conmigo para que comparta con él algunos juegos y aprendamos mutuamente algo.

 

               Se llevó la princesa el arrendajo metido en la jaula y lo puso en la ventana de su torre. Le dijo: “Aquí seguirás cerca de los tuyos y no te preocupes, en cuanto puedas volar, los dos juntos haremos cosas muy divertidas”. Ella misma le daba de comer cada día y poco a poco lo fue soltando de la jaula. “Para que aprendas a ser libre y para que compruebes que yo no quiero ser tu carcelera”. Le decía. Lo llamaba y cuando ya comenzó a volar, iba y venía desde su ventana a los árboles y luego a su mano y el hombro. Dialogaba con él comentando: “También te enseñaré sonidos y palabras para que nuestros juegos resulten más interesantes”.

 

               Y un día, con su arrendajo en libertad, se fue por los jardines de los palacios. Se encontró con un muchacho algo mayor que ella, hijo de una familia de artesanos que vivía en la Medina. Le enseñó su arrendajo y le dijo:

- Podríamos irnos por la colina, más allá de estas murallas y jugar con él en las laderas que descienden para el río.

- Pues cuando tú quieras nos vamos.

Y sin pensarlo más, salieron por las puertas de la gran muralla y se fueron a los montes que hay por las parte altas del Generalife. Dijo el joven a la princesa:

- Déjame tu arrendajo que lo voy a soltar para que baje el río y vaya a las laderas de enfrente. Luego lo llamas a ver si vuelve.

Le hizo caso la princesa y al instante abrió la puerta de la jaula y dejó que el joven cogiera su arrendajo. Con cuidado y dándole confianza, el joven cogió el pájaro, lo asomó al barranco y le dijo:

- Surca el aire y enséñanos tus acrobacias.

Después de dudarlo un poco, el ave movió sus alas y lentamente se lanzó al vacío. Como una pluma sin peso, se dejó caer para el barranco y al verlo la princesa dijo.

- ¡Qué maravilla de vuelo! No hay nada más hermoso en este mundo que ser libre y surcar los espacios en busca de los sueños que llevamos en el corazón. Este arrendajo mío me está cada día enseñando eso. Es como mi guía hacia el aire y la luz que mi alma necesita. Porque, aunque tú no lo sabes porque nunca se lo dije a nadie, en la torre donde vivo encerrada cada momento ni soy feliz ni realizo el sueño que en mi corazón palpita. Si nosotros tuviéramos la capacidad de volar para surcar los espacios como este arrendajo nuestro ¿te imaginas lo emocionante que sería?

- Sería muy emocionante y algo más que un sueño bello.

 

               Se oyó en ese momento unos soldados que andaban buscando a la princesa porque al rey le habían dicho que se había escapado de los recintos amurallados de la Alhambra par irse con el hijo del artesano. Se presentaron estos soldados a la princesa y le dijeron:

- Tienes que volver con nosotros ahora mismo a palacios.

- Estoy jugando con mi amigo y el arrendajo que me regaló mi padre.

- Cumplimos órdenes del rey, tu padre.

- Pero ahora y de este modo no voy a dejar aquí a mis dos amigos.

- Es lo que el rey nos ha dicho y nosotros debemos hacerle caso. Así que princesa, se nos lo pones difícil, tendremos que informar de ello a su majestad.

 

               Quiso la princesa convencer a los soldados para que su amigo que viniera con ella pero no se lo permitieron. Tampoco le permitieron llamar y coger al ave que por los paisajes trazaba sus vuelos. Escoltada la llevaron a los palacios y cuando llegaron la presentaron al rey. Nada más verla, el padre le dijo:

- Tenías prohibido salir fuera de las murallas de la Alhambra, tenías prohibido juntarte con los hijos de los artesanos y te regalé un arrendajo para que lo disfrutaras en su jaula ¿por qué has desobedecido estas órdenes y te comportas de este modo?

- Mi amigo el hijo del artesano, es tan bueno que hasta quiere enseñarme algo nuevo que nunca nadie me enseño en estos palacios.

- ¿Qué es lo que quiere enseñarte este amigo tuyo?

- La gran belleza de mi amigo el arrendajo en vuelo y el libertad y el modo en que también nosotros algún podamos hacerlo.

- ¿Hacer qué?

- Aprender a volar y ser libre como los pájaros. Es maravillo y en ello hay una felicidad que tampoco hasta hoy he gozado nunca.

Y el rey pensó en ese momento que su hija estaba mal de la cabeza. Que no razonaba con lógica y por eso también pensó que debía tomar medidas seberas.

 

               Le ordenó que se refugiara en sus aposentos y lee prohibió que se viera más con su amigo el hijo del artesano. Mandó cortar los tres árboles y la encina que había bajo la ventana de su torre y dio órdenes para que los halconeros acabaran con todos los arrendajos que por la colina de la Alhambra había. Y el primero de los arrendajos que quedó sin vida fue el que la princesa había cuidado y tenía como a su mejor amigo. Apenada y muy triste, desde su ventana en la torre, cada mañana contemplaba los jardines y colina de la Alhambra. Y como no sabía nada de las aves abatidas por los halconeros, llamaba y llamaba a su amigo y éste no aparecía.

 

               Pasó el tiempo y la princesa se casó con un príncipe de otro reino lejos de Granada. Vivió algunos años, no tuvo hijos y nunca fue feliz porque se acordaba y acordaba de sus vivencias de pequeña y de los tres árboles bajo la ventana en su torre que habían sido cobijo de muchas aves libres y bellas. Murió un día esta princesa sin llegar a ser reina y la enterraron el algún sitio secreto de la Alhambra. Su amigo el artesano, ahora ya muy mayor, en una gran losa de mármol, esculpió este mensaje: “Quise aprender a volar contigo para irnos a mundo lejanos, para hacer de la libertad nuestro norte y guía. Tú, hoy por fin y como tu arrendajo, eres espíritu en el cielo, en algún lugar del Universo. Mi corazón de ti, estuvo siempre enamorado”. Colocó luego esta losa en la ladera donde muchos años atrás, su princesa y él, dieron libertad al arrendajo cautivo. Mirando al barrio del albaicín y al gran valle y aguas del río Darro.

 

               Y nadie supo cómo ni por qué pero según fue corriendo el tiempo, los jardines, huertas y bosques de la Alhambra, se fueron llenando de arrendajos. Se les veía al llegar la primavera, a lo largo del verano y comienzo del invierno. Siempre revoloteando y gritando como si buscaran o llamaran a alguien. Por eso algunas personas decían:

- Estas aves parecen que esperan que en algún momento se presente por aquí a jugar con ellos la princesa.

 

 

               Hoy, después de tanto y tanto tiempo, los arrendajos siguen volando por los bosques y jardines de la Alhambra. Y donde más se ven y en casi todas las épocas del año, es por las partes altas del Generalife, biblioteca y aparcamientos. Siempre revoloteando de acá para allá y siempre gritando o llamando no se sabe a quién.  

 

400- ESCRITOR DESCONOCIDO

 

               Los dos niños, convencieron a la maestra para que cogiera el libro y lo leyera. Y al día siguiente, nada más llegar a clase, le preguntaron:

- ¿Le ha gustado a usted el libro que le dimos ayer?

- Tanto que hoy vamos a comentarlo. Es un libro hermoso y muy, pero que muy interesante.

- Pues nosotros conocemos al hombre que lo ha escrito.

- ¿Es de este barrio o vive por aquí?

- Ni una cosa ni la otra pero sí que es un hombre bueno y ahora se está muriendo de viejo.

 

               Pidió la maestra a los niños que se leyeran el primer capítulo del libro.

- Y mañana, me traéis un trabajo, bonito y claro, de este libro.

- ¿Qué clase de trabajo, maestra?

- Lo que a vosotros os guste o encontréis más interesante en el capítulo del libro que tenemos entre manos.

Poco después, todos los niños se fueron a sus casas y al día siguiente, en cuanto llegaron, dijeron a la maestra:

- El libro que usted nos ha recomendado, el lo más hermoso que nunca hemos leído.

- ¿Y habéis hecho el trabajo?

Rápidos todos los niños pusieron sobre la mesa de la maestra lo que habían escrito y ésta, se puso a leer al azar y por encima. Después de unos minutos, alzó su cabeza, miró a los niños y les dijo:

- Esto ha salido muy bien. ¿Cómo lo habéis conseguido?

- Solo hemos sido sinceros con lo que en el libro hay escrito.

 

               Y los dos niños levantaron la mano. Los miró la maestra y les preguntó:

- ¿Qué tenéis que decir?

- Solo preguntarle si usted conoce más libros de este autor.

- Vosotros me dijisteis ayer que sois amigos del autor. Yo ni siquiera sabía que tenía este libro escrito.

Se miraron los niños entre sí y sin pronunciar palabras, estuvieron de acuerdo en lo que pensaban. Por eso, nada más terminar la clase, salieron y rápidos recorrieron la estrecha y larga calle hacia el río Darro. Al llegar al Puente del Aljibillo, se lo encontraron aquí sentado. Miraba, mudo y quieto, las aguas del río y la figura de la Alhambra sobre la colina y miraba a las personas que por delante del puente pasaban. Lo saludaron los niños y sin más rodeos le dijeron:

- Venimos a darte una muy buena noticia.

- ¿De qué se trata?

- En la clase, todos hemos leído tu libro y de él, hemos realizado un trabajo. Y todos coincidimos que no hay libro más bello en el mundo que éste tuyo.

 

               Mudo y pensativo miró el hombre a los niños y pasado unos segundos les preguntó:

- ¿De qué libro mío estáis hablando?  

- De este que tenemos aquí.

Y le mostraron el libro diciéndole:

- Así que anímate porque por fin eres famoso y la historia te recordará como al escritor que más bellas cosas escribió de la Alhambra, del río Darro, del Albaicín y de Serra Nevada.

Y aun más pensativo y mudo, el hombre siguió mirando a los niños. Pasado un buen rato habló de nuevo y les preguntó:

- ¿Y si os dijera que el libro que me estáis mostrando no está escrito por mí?

Muy sorprendidos los dos niños se miraron entre sí, miraron para la Alhambra y también después de un rato, dijeron:

- Sabemos que lo que dices no es cierto y también sabemos que tienes escritos más libros. Queremos que nos los prestes para leerlos y hablar a todo el mundo de ti y de tus libros. Y hacemos esto porque estamos convencidos de que lo mereces. Eres bueno y sabio y escribes cosas hermosas para los demás.

 

               Se levantó el hombre de donde estaba sentado, caminó dirección a la Cuesta del Rey Chico, miró para el camino que lleva a la Fuente del Avellano y al darle el sol en la cara, en sus mejillas brillaron dos lágrimas. Le siguieron los niños, se le pusieron delante y como suplicando le dijeron:

- ¡Por favor, no te vayas sin darnos algunos de tus libros! Se lo hemos prometido a la maestra y ella está muy interesada porque dice que tus escritos enseñan cosas muy bellas.

Y les dijo el hombre:

- Escribí mis libros a lo largo de mi vida y mi única pretensión siempre fue explicarme a mí mismo mis sueños y lo que me rodea. Sé que de nada me sirve la fama ni en esta vida ni en el cielo que espero. La única ganancia que deseo con todo esto es elevarme cada día un poquito más hacia las estrellas que decoran el firmamento.

 

               Sin saber qué hacer ni qué decir los dos niños miraban al hombre y siguiendo los impulsos de sus corazones, otra vez argumentaron:

- Pero si en tus libros hay cosas hermosas y buenas que pueden servirnos para hacernos mejores ¿por qué no deseas compartirlos?

- Decidle a la maestra que en la vida, cada persona ha de encontrar y realizar su sueño por sí misma. La búsqueda de este sueño y la lucha por conseguirlo, es lo verdaderamente bello.

Señaló el hombre en la dirección del Camino de la Fuente del Avellano y tragando saliva, pronunció estas palabras:

- Vosotros, volved otro día, cuanto tengáis tiempo y queráis. Al final de este camino, hubo en otros tiempos una fresca fuente muy hermosa y, un poco más arriba, había unas cuevas escavadas en la ladera. Desde allí se ve todo el río Darro, el barrio del Albaicín y la colina de la Alhambra. En una de estas cuevas que os digo, vivió durante muchos años una joven extranjera. De ella y de estos lugares, quisiera contaros una historia que quizá os guste mucho y sirva para entender lo que os estoy diciendo. Volved otro día.

 

SECRETO DE ESTADO

 

            El gran rey de la Alhambra, llamó al joven al salón de su palacio y le dijo:

- Se trata de un gran secreto de estado y, como confío en ti, quiero encomendártelo.

Intrigado y sintiéndose alagado por el rey, enseguida el joven le preguntó:

- ¿Qué asunto es el que su majestad tiene entre manos?

Y el rey, lentamente y con detalles, le explicó lo que tenía en mente. Al final le confesó:

- Y si todo sale tal como me gustaría, serás recompensado generosamente.

- Gracias, majestad por confiar en mí y, aunque lo que me pide es alto arriesgado y no grato a mi conciencia, le serviré a usted fielmente.

 

               El joven, hijo de una familia de artesanos con vivienda y taller en la Medina de la Alhambra, se puso en acción aquel mismo día. Vigiló por pasillos, salones, aposentos y jardines, al que el rey quería quitar de en medio porque creía que conspiraba contra su poder. Y en un descuido que este hombre tuvo cuando recorría unos pasadizos bajo las murallas, el joven lo atacó por detrás, le clavó un puñal en el pecho y acto seguido le cortó un mechón de pelos y una oreja. También le arrancó los amuletos que colgaban de su cuello y rápido fue a buscar al rey para darle la buena noticia y mostrarle las pruebas. Enseguida éste lo recibió sin disimular su contento y en cuanto descubrió que el joven había llevado a cabo lo que le hubo ordenado, le dijo:

- Bien hecho, amigo fiel. Ahora vete a tu casa y que nadie se entere de nada. Ni siquiera los de tu familia. Recibirás la recompensa en el momento oportuno, según he acordado contigo de palabras.  

 

               Se fue el joven a su casa y ni siquiera a sus padres dijo nada del asunto. Sí ilusionado esperaba recibir el pago que el rey le había prometido. Pero éste, en cuanto el joven salió de los palacios, llamó a unos de sus generales y le dijo:

- El joven, hijo de la familia de artesanos, anda conspirando contra mí y mi reino. Hay que quitarlo de en medio sin que nadie se entere.

- ¿Y qué quiere usted que haga, majestad?

- Debe morir envenenado cuanto antes. Te encargo este caso a ti porque confío en tu honor, lealtad y valor.

- No se preocupe usted, señor, llevaré a cabo lo que me pide y con la mayor discreción del mundo. Solo usted y yo sabemos este secreto que afecta a la seguridad de su corona y de su reino.

 

               Y el general, que era amigo de la familia de artesanos, enseguida hizo llegar al joven lo que el rey urdía contra él. Sin decir nada a nadie, a la mañana siguiente, el joven se vistió de mendigo y salió del recinto amurallado de la Alhambra. Camino por el barranco del Rey Chico, buscó una cueva por las laderas del río Darro y aquí se refugió. Enseguida llegó la noticia al rey de su desaparición y rápido llamó al general y le dijo:

- Bien por tu buen trabajo. Que nadie se entere que este joven ha muerto envenenado y en cuanto pase unos días, serás por mí generosamente recompensado.

 

               Tres días más tarde, el general aparecía ahocado en una de las torres de la Alhambra, con un letrero en el cuello que decía: “Ha sido ejecutado por haber traicionado el reino”. Sentado en su trono en el lujoso salón de los palacios, este rey meditaba: “Así de esta manera y poco a poco me voy quitando de en medio a todos mis enemigos y a los que conspiran contra mí y el reino de Granada. Hay que gobernar con mano de hierro y apartar de mi camino a todos aquellos que pretendan arrebatarme el trono”. Llegó a oídos del joven la noticia de la muerte del general y refugiado en su cueva de mendigo, se decía: “Definitivamente este rey de la Alhambra, se ha vuelto loco. Con tal de mantenerse en el poder, no le importa quitar de en medio a todo el que crea conspira contra él. No es este el comportamiento honesto de un rey ni es esta la forma de gobernar un reino”.

 

               Y arrepentido en su corazón por haber servido a un hombre tan malo, rezaba al cielo y buscaba la manera de llevar a cabo algún plan para acabar con el rey malvado. Vestido de mendigo, por las veredas del río Darro, bajaba a Granada y al barrio del Albaicín a pedir limosna y luego regresaba a su cueva para quitarse un poco el frío y el miedo y de este modo iba soportando su miseria. Los que se lo encontraban por las calles y caminos, decían:

- No sabemos qué habrá ocurrido en la vida de este hombre pero sí desde luego alguien o algo le ha hecho mucho daño. ¡Qué pena que ocurran estas cosas entre las personas!      

 

   

 

402- LA PRIMERA ESCUELA

 

               En qué lugar del Albaicín estuvo, hoy casi nadie lo sabe. A lo largo de mucho tiempo y despacio yo he recorrido cada calle y plaza de este barrio y ni una señal encontré de esta casa. Pero sé que el edificio existió y que, durante bastante tiempo, fue vivienda y también escuela. “La Escuela del Joven”, que era como en aquellos tiempos los vecinos y muchas personas del Albaicín, la llamaba.

 

               Los padres, cuando todavía era pequeño, hicieron un esfuerzo para que el hijo aprendiera a leer y escribir. El viejo sabio del río Darro fue el maestro y, entre otras cosas, le enseñó a ser amable con los demás y a compartir con ellos sabiduría, pan y techo. Por eso el hijo, cuando ya estaba para cumplir los veinte años, dijo un día a su padre:

- Como somos pobres no sueño tener una casa propia para mí pero sí me gustaría poseer un lugar donde enseñar a leer y escribir a los niños pobres de este barrio.

- Pero hijo mío, tú mismo lo estás diciendo: somos tan pobres que la humilde casa que ahora tenemos es gracias a que yo mismo, ayudado por tu madre y tu esfuerzo, la construimos. De adobes de barro y paja y con techo de monte y juncos es nuestra humilde casa.

- Es que podemos convertir, parte de esta pequeña casa nuestra, en la escuela que te estoy diciendo.

- ¿Y cómo piensas tú que podemos hacer eso?

- Si me das permiso y estás de acuerdo con lo que te digo, déjame y ya verás como logro hacer real este sueño.

 

               Le dio permiso el padre y aquel mismo día habló con los jóvenes del barrio y, al caer la tarde, desde el río Darro subieron agua, arena, tierra y piedras y se pusieron a construir los cimientos. Por el lado de arriba de su humilde casa y pegado a ésta para aprovechar las paredes. Fabricaron muchos adobes de barro y fueron a las montañas y cortaron palos y los acarrearon para usarlos como vigas en el techo. Y sin descanso, trabajaron a lo largo de varias semanas. Para darse ánimo, el joven decía a sus amigos:

- Nada puede ser más importante y beneficioso para nosotros y las personas que vengan después, que saber leer y escribir. El conocimiento de las cosas y de la vida, nos hace libres, nos eleva al cielo y nos convierten en personas nobles.

 

               En solo unos meses, la obra estaba terminada. Y la bonita estancia de adobes de tierra y techada con ramas de árboles y retamas, se veía unida a la humilde casa. Dijo entonces el joven al padre:

- ¿Tú ves como con buena voluntad y empeño, las cosas se consiguen?

- Lo estoy viendo, hijo mío pero a partir de este momento ¿qué harás con todo esto?

- Mañana mismo lo verás.

 

               Aquel mismo día recorrió el joven todo el barrio del Albaicín invitando a todos los niños para que al día siguiente fueran a la escuela. Y al día siguiente, no solo los niños sino también muchas personas mayores, se presentaron junto a la humilde casa y al ver la constricción, en las laderas del Albaicín, frente a la Alhambra y no lejos del río Darro, dijeron:

- Esta es la primera escuela que se pone en marcha en este barrio. Y todo se debe al empeño de este joven competente. ¿Cuánto vas a cobrarnos por enseñar a leer y escribir a nuestros niños?

Y muy diligente el joven dijo a todos los presentes:

- La cultura, ni se compra ni se vende. Enseñaré gratis a leer y escribir a vuestros niños con una única condición.

- ¿Qué condición es esa?

- Que ellos, cuando sean mayores, devuelvan a los demás lo que han recibido de nosotros en las misma condiciones y si es posible, con creces. Solo de este modo haremos un mundo cada día un poco más hermoso y seremos más libres, buenos y fuertes. Personas sabias y honestas y que sepan enamorarse del brillo de las estrellas, es lo que realmente hacen falta y no guerreros ni guerras ni gobernantes opresores.         

 

 

EL PALACIO DE LOS GRANADOS

 

               En lo más alto de la loma, no lejos del río Genil y frente por completo a Sierra Nevada, se le veía hermoso. Blanco y oro y por eso, al salir el sol cada mañana, brillaba como una bandera incandescente, en todo lo alto de esta loma. No lejos y a sus espaldas, se alzaban las torres de la Alhambra y, desde la misma puerta, ladera abajo hacia las aguas del río Genil, caía el verde bosque de granados.

 

               A la derecha, según se miraba para las nieves de la sierra al frente, se veía una pequeña llanura salpicada de encinas. Era aquí donde nacía el arroyuelo. En un venero de agua muy clara y fresca que se derramaba por el cauce en busca del río, escoltado por fresnos, adelfas, juncos y mastranzos. A un lado de este pequeño y bellísimo arroyuelo, quedaba el trozo de ladera sembrado de naranjos, romeros, tomillos y orégano. Y al otro lado de este cauce, todo el terreno se veía cubierto de granados. Pequeños árboles de troncos retorcidos y con ramas bajas que al llegar el verano, se llenaban de multitud de flores rojas aterciopeladas. Un poco al final de este trozo de ladera, se veían los almendros. Un bosque también muy tupido que, antes de llegar la primavera, todos los años se llenaba de millones de flores blancas y rosadas. Algo mágico que no se veía en ningún otro rincón de Granada ni del mundo entero.

 

               Y menos se ha visto nunca en ninguna otra parte del planeta tierra, el tupido sembrado de orégano que emergía por toda esta ladera. Por entre los naranjos, los almendros y granados, brotaban estas matas al llegar la primavera y, ya en pleno verano, se engalanaban con mil diminutas florecillas blancas llenando el aire con su agradable esencia. Por eso, el bellísimo palacio de los granados, se le veía tan misterioso y relucía como la nieve y como el oro. Y más aun, cuando florecían los almendros o abrían sus rojas flores los granados.

 

               Y era precisamente en estos momentos cuando ella, una muy hermosa princesa que solo algunos conocían, se le veía pasear por esta ladera. Montada siempre en un caballo blanco y vestida de azul violeta, recorría los caminos que iban por entre los naranjos en flor y por entre los granados teñidos de sangre fuego. Cuando la veían algunos de los pastores que por allí cerca guardaban sus rebaños, decían:

- Además de hermosa y misteriosa, montada en su caballo blanco y envuelta en su traje azul violeta, dicen que es una mujer muy buena.

- Y debe ser cierto porque ya solo observar su palacio desde la distancia y ver toda esta ladera tan llena de magníficos árboles, impresiona y hace soñar sueños fantásticos.

- Pero precisamente porque nosotros somos pastores y ella es princesa, nunca tendremos la suerte ni de ver su cara ni oír su voz.

- Aunque su perfume, cada día el aire nos los regla cuando florecen los almendros, los granados, tomillos y romeros o las pequeñas matas de orégano.

 

               Solo esto sabían ellos de este palacio y de la princesa que lo habitaba. Y al parecer, eran muy pocas las personas de aquellos tiempos, que sabían de la existencia de este palacio y de la presencia en él de la princesa del vestido azul violeta. Hoy en día, después de muchos, muchos años, ni siquiera se adivina el lugar donde se alzaba el palacio de los granados, no lejos de la Alhambra. Sí sé yo dónde se encuentra la ladera que cae hacia el río Genil, aunque ya en ella no hay ni naranjos, almendros o granados. Solo tomillos, romeros y pequeñas matas de orégano.         

 

 

UN HOMBRE MALO

 

               Todas las tardes se sentaba en el Puente del Aljibillo. Para tomar el fresco en los calurosos días de verano, mientras meditaba y miraba a las personas que por aquí pasaban. La música de las aguas del río Darro, le acompañaban de fondo, en los momentos de sus oraciones al cielo, siempre compungido y triste: “Dios bueno, amigo y compañero desde que me trajiste a este suelo, líbrame de este hombre malo. De qué modo, yo no lo sé pero líbrame de él y que no me haga más daño ni con su lengua ni comportamiento soberbio. Líbrame de él, te lo ruego”.

 

               Era ya mayor y su trabajo estaba al lado al hombre malo que intentaba apartar de su vida. Los dos vivían en la misma casa y trabajaban en un pequeño taller propiedad de un hombre bueno. Tan bueno que a los dos hombres que tenía a sueldo en su alfarería, les había pedido que cada día hicieran un buen rato de oración, antes de comenzar la jornada. Y el hombre malo no solo hacía su rato de oración sino que se daba golpes de pecho, se ponía de rodillas y suplicaba y luego juntaba las manos implorando bendiciones. Pero mientras hacía estos gestos, en ocasiones hasta grotescos, de reojo miraba al compañero y como descubría que éste no hacía lo que él sí, en cuanto se encontraba con el dueño, le chismorreaba:

- Que no es bueno porque para rezar ni se pone de rodillas. Ni siquiera hace reverencias ni juntas las manos para recibir las bendiciones del cielo. Ni es respetuoso con lo sagrado ni expresa su fe en Dios tal como está mandado.

Escuchaba el dueño a este hombre beatón y guardaba silencio. Y como el hombre bueno seguía comportándose según su corazón le pedía, al día siguiente, el mala persona, buscaba otra vez al jefe y le alcahueteaba:

- Debe usted averiguar si es o no inteligente porque en el trabajo, también hace las cosas muy lentamente y a su manera y no tal como siempre se han hecho.

 

               De nuevo este hombre bueno, guardaba silencio y en su corazón se decía: “Éste, cada día me trae algún cuento de su compañero, acusándolo de todo aquello que no encaje en su forma de pensar y ver la vida. Y ya me he dado cuenta que lo que pretende es ganarse mi favor y que me ponga en contra de su compañero. Es típico chivato que busca agradar al jefe para quedar siempre bien ante mí. No quiere el bien para este compañero suyo sino que sea castigado por su forma de pensar y hacer y ver las cosas”.

 

               Y al hombre mayor, objeto de las continuas críticas de su compañero, se le encogía el corazón y en su soledad lloraba, pidiéndole al cielo que lo librara de la mala persona que tenía a su lado. Por eso, una tarde cuando estaba sentado en el Puente del Aljibillo, se acercó al sabio de la casa del río, lo saludó y le preguntó:

- ¿Usted cree que Dios puede bendecir y estar de acuerdo con aquella persona que cumple escrupulosamente con todos los ritos pero luego habla mal y busca hacer daño a su compañero?

Y el sabio le dijo:

- Dios no puede bendecir eso porque él quiere, antes que nada, que las personas procuremos amarnos y ayudarnos unos a los otros. Hablar mal del compañero y procurar ponerle zancadilla para buscar el favor del jefe, es miserable, propio de personas mediocres, hipócritas y rastreras. 

- Y el día que este compañero mío muera y yo también ¿Dios va a permitir que los dos estemos en el mismo lugar junto a Él?

- De ninguna manera.

- Entonces ¿qué debo hacer yo para no sufrir más las malas artes y envidas de este hombre mediocre y chivato que tengo a mi lado?

- Reza al cielo y pídele que te libre de él, tu enemigo. Dios sabe cómo hacerlo y de qué modo dar a cada uno lo que merece.

 

               Y por esto, cada tarde después de su trabajo en el pequeño taller, el hombre bueno recorría las calles del Albaicín bajo y se venía al Puente del Aljibillo. En silencio y solo, aquí rezaba acompañado siempre por el rumor de las aguas del río Darro. En su corazón susurraba: “Dios bueno y amigo mío desde pequeño, líbrame de la envida y maldad de este hombre malo que tengo cada día a mi lado”.

 

405- UN LIBRO PARA LA PRINCESA

   Fragmento de mi libro: Arroyuelo Limpio

 

               Todas las tardes salía de la Alhambra montada en su caballo. A galope recorría los caminos dirección a Sierra Nevada y se adentraba en el bosque. Por las praderas tupidas de hierba dejaba su alazán y ella recorría una estrecha senda de unos cien metros de larga, remontaba la pequeña torrentera y cuando llegaba al rincón, un pequeño rellano muy alzado sobre el río y al borde de un farallón rocoso, se paraba. Lentamente aquí se acomodaba en la hierba y frente al río y al horizonte lejano, se ponía a soñar. Siempre en silencio, siempre sola y siempre sin prisas en las tardes frescas, olorosas y llenas de sol primaveral. “El rincón de la princesa”, le había puesto ella por nombre a este lugar.

 

               Cerca, casi siempre pastaba un pequeño rebaño de ovejas. Nunca había visto ella al pastor y por eso, ni siquiera sabía de quién era este rebaño ni si alguna persona lo cuidaba. Pero el pastor, un joven alto, recio, de melena larga y muy corpulento, sí hacía ya tiempo que había visto a esta princesa. Primero descubrió un día a su caballo comiendo hierba en las praderas del río y luego la vio a ella. Y lo que hizo fue ocultarse por entre el monte para que ella no lo descubriera. Desde un rincón no lejos de donde la princesa soñaba mirando al horizonte, se ponía a observarla siempre en silencio y en todo momento muy oculto. En su corazón se decía: “Tengo que procurar que no me descubra para que no se asuste. Es tan bella, joven e irradia tanta poesía que solo poderla ver, es un gozo inmenso. Además, como yo soy pobre y ella princesa, si me presento y me doy a conocer seguro que me desprecia. ¿Qué princesa del mundo en algún momento ha querido ser amigo de un pastor? Seguro que ninguna y ésta mucho menos. Por eso, observarla desde la distancia sin que se dé cuenta ni nada sepa de mí, es lo mejor que puedo hacer. ¿A qué pastor del mundo se le presenta en su vida una suerte como ésta?”

 

               Y como según la iba observando cada tarde en su corazón crecía un amor oculto por la joven, uno de aquellos días se le ocurrió algo. En unas pieles de cordero que tenía muy bien curtidas, comenzó a escribir versos. Sencillos poemas que le salían del alma y le ayudaban a expresar sus sentimientos y a confesar a su princesa lo que ella le inspiraba. Escribió, el primer día, uno o dos poemas en la pequeña piel curtida de cordero. El segundo día escribió más y así, en unas cuantas tardes, juntó seis o siete pequeños pergaminos con versos inspirados por la princesa y para honrarla a ella. Se dijo: “A lo mejor no son muy buenos estos versos míos pero como es mi sinceridad lo que en ellos dejo reflejada, puede ser que algún día a la princesa le gusten. ¿Pero cómo hago para regalárselos y que no me descubra ni llegue a saber que cuando viene a este rincón cada tarde la observo sin que lo sepa?”

 

               Se entero el padre, rey en los recintos de la Alhambra, que su hija princesa cada tarde se iba las montañas sola y montada en su caballo. Pensó enseguida hablar con ella y prohibirle que siguiera acudiendo a estos lugares pero luego reflexionó y por las noches meditó mucho el tema. Se decía: “Si le prohíbo que se vaya sola en su caballo a las montañas, me convertiré en un padre represor pero si no le digo nada y ella sigue con estas cosas, muchos me van a criticar y hasta me dirán que soy un inconsciente por dejar que la princesa sea libre y ande a su aire por esos lejanos paisajes. Argumentarán que esto no es propio de una princesa de la Alhambra ni tampoco un rey se comporta de esta manera. ¿Qué hago que sea bueno para ella y yo quede como un padre inteligente y de corazón noble?

 

               Siguió dándole vueltas al tema el rey hasta que una tarde, cuando la princesa cruzaba los salones de los palacios en compañía de unas amigas, se acercó a ella y le dijo:

- Luego quiero hablar contigo.

Se le quedó mirando la princesa y enseguida le preguntó:

- ¿Te preocupa algo, papá?

- En mis aposentos te espero y te cuento las cosas.

Y sin más el rey se fue a sus aposentos y la princesa siguió con sus amigas. Solo unas horas después la princesa llamó a la puerta del aposento del rey y éste le pidió que pasara. Algo preocupada y haciendo una pequeña reverencia al rey, se acercó a él. Éste le indicó que se sentará y lo escuchara.

 

               Frente al rey su padre, se sentó la joven y el monarca sin más rodeos enseguida dijo:

- Tus paseos por las montañas y sola, me tienen preocupado. ¿Qué es lo que buscas por esos lugares?

Temerosa la princesa rápida también preguntó al rey:

- ¿Es que vas a castigarme?

- No está en mi corazón el deseo de castigarte pero dime ¿qué es lo que buscas por esos lugares de las montañas y siempre sola?

- Padre mío, lo que busco yo no lo sé pero mi corazón apetece mucho y se alimenta gozosamente cada vez que con mi caballo voy a esos rincones.

- Pero hija mía ¿qué es lo que hay en ese rincón que dices allá en las montañas?

- Ya te he dicho que yo no sé lo que hay ahí pero sentarme en aquel pequeño rellano tapizado de hierba, con el río a mi derecha y las cascadas cayendo a los azules charcos de aguas transparentes, me llena de un gozo inmenso. Creo que no hay en el mundo un paraíso más espiritual y bello que este. Por allí el silencio es total, el aire puro y acaricia como si fuera el más delicado amigo. Los colores del cielo emocionan hasta el embeleso y la limpieza de los bosques transportan a mundos jamás soñados. Yo no sé padre lo que tendrá aquel rincón pero le aseguro que no hay ni palacios ni jardines que puedan igualarse a eso. No me prohíba, por favor, que deje de ir a ese rincón de las montañas.

 

               Se rascó el rey con sus dedos levemente la cabeza, meditó unos segundos y luego dijo a la princesa:

- También ya te he dicho que yo no quiero prohibirte nada pero debes comprender que los que viven en estos palacios, los que nos rodean y otras personas del reino, no ven con buenos ojos lo que haces tú. Ya andan por ahí diciendo que tu comportamiento no es propio de una noble princesa ni tampoco el que yo te lo permita.

- ¿Y qué va a hacer entonces su majestad conmigo?

- En este momento, nada. Lo que pretendía, hablar contigo de esta aventura ya lo he hecho. Puedes retirarte a tus aposentos y déjame solo. Quiero seguir meditando a ver si encuentro una solución concreta para este sueño y comportamiento tuyo.

 

               A la tarde siguiente, la princesa no salió de los recintos de la Alhambra montada en su caballo. En los aposentos de su torre se quedó encerrada y desde una de las ventanas que daba a las cumbres de Sierra Nevada, a lo largo de toda la tarde estuvo mirando. Con su pensamiento puesto en los paisajes, los bosques, praderas, ríos y montañas que los días antes y muchas veces había recorrido montada en su caballo. También tenía clavada en su mente la imagen del recogido rincón verde junto al acantilado y a solo unos metros del río, las cascadas y los charcos. No sabía por qué pero su corazón estaba triste y por eso, ni el airecillo que entraba por su ventana ni el revoloteo y trinos de los pajarillos por entre los jardines de la Alhambra, le alegraban.

 

               Se nubló mucho el cielo aquella tarde, llovió mansamente pero sin parar durante algunas horas y luego se levantaron muchas nieblas por los barrancos de ríos y arroyos que caían desde las montañas. No hacía frío ninguno a pesar de que todavía relucían las nieves en las partes altas de las cumbres más elevadas. El joven pastor que a escondida escribía versos para la princesa, como otros días, esta tarde también la esperaba. Resguardado en la pequeña covacha del lado de arriba de la repisa donde la joven solía sentarse a meditar y soñar sus sueños. Como la lluvia caía y las nieblas se alzaban silenciosas y espesas, el joven pastor se decía: “Mi corazón presiente que hoy no va a venir por aquí la hermosa de mis sueños. Quizá le tenga miedo a esta lluvia y niebla o quizá hoy no encuentre interesante estos lugares”.

 

               Entre unas piedras hizo un pequeño fuego, sacó de su zurrón los trozos de pieles de cordero curtidas y repasó algunos de los versos que en ellos tenía escritos. En otros trozos de pergaminos escribió nuevo versos y mientras lo hacía pensando en ella, por momentos también notaba que la tristeza se iba apoderando de su corazón. La tarde se apagaba poco a poco, comenzó a sentirse el frío, las nieblas se fueron espesando y la princesa no aparecía por el lugar. Se recogieron las ovejas en el corral cerca del río y el joven pastor abandonó la covacha cerca del mirador de la princesa.

 

               Cuando un poco después llegó a su cabaña de piedra no lejos del gran charco azul al final de la cascada del río, de nuevo sacó de su zurrón los trozos de pergamino escritos. Con una vieja navaja de acero, recortó los bordes de estos pergaminos y luego procuró que todos quedaran más o menos con el mismo tamaño. Los colocó sobre la repisa de piedra que había a la derecha de la chimenea donde ardía la lumbre y antes de acostarse en su cama de monte, tomó medidas con una cuerda de esparto. Se dijo: “De este grueso tronco de fresno, puedo sacar perfectamente las dos tablas que necesito. Mañana las modelo con mi navaja y luego tallo en ellas las palabras que ya tengo pensado”.

 

               A lo largo de todo el día siguiente y durante un par de semanas, trabajó ilusionado y sin descanso. Tanto en las dos tablas que había sacado del tronco del fresno, de la misma medida y tamaño que los pergaminos donde tenía escrito los versos como en estos trozos de pieles curtidas. Siguió también escribiendo versos en estos pergaminos y por momentos comprobaba que el regalo que soñaba para su princesa, crecía y se perfeccionaba. Se decía: “Ya tengo casi terminado este sincero y Benito libro mío. Pero mi princesa no aparece por aquí desde hace muchos días. ¿Qué le habrá pasado y cómo podré yo entregarle este regalo si en ningún momento vuelve más por este lugar?”.

 

               La primavera llegó casi a su centro y una mañana de brillante sol y cielo azul intenso, presintió en su corazón el joven pastor de las montañas que su princesa aparecería. Ilusionado subió desde el río, con su zurró a cuesta donde guardaba y transportaba la obra que había escrito para ella. Se acercó a la repisa donde muchos días atrás había visto a su musa meditando y gozando del silencio y la música de las aguas del río. Descubrió que todo por aquí estaba por completo tapizado de hierba con muchas florecillas abiertas y decorado a los lados con rosales silvestres y madreselvas. Buscó un par de piedras gordas y apropiadas, se situó en el centro del rellano, frente al río y donde había visto que se ponía la princesa, sacó de su zurrón los pergaminos, ahora ya cosidos unos con los otros con finas cuerdas de esparto y protegidos con tapas de madera y colocó el bonito libro sobre las piedras. Abierto hacia él, frente al acantilado rocoso que se alzaba a sus espaldas y mirando al río y a las cascadas.

 

               Se dijo, al contemplar el bello libro de pergaminos de cordero y protegido con las tablas que había sacado del tronco del fresno: “Este es el sitio ideal para colocar el regalo de mi princesa. Tal como en este momento lo he puesto y lo veo, es como quisiera que ella lo encontrara el día que de nuevo venga por aquí. Para que se lleve una bonita sorpresa y luego goce leyendo los sinceros versos que solo para ella he sacado de mi corazón. Que compruebe que la quiero y echo de menos como nunca nadie lo ha hecho en este suelo”.

 

               Tan embelesado estaba y lleno de ilusión contemplando el regalo que iba a hacerle a su amada que ni siquiera se dio cuenta que sus ovejas se alejaban por la ladera de enfrente. Tampoco caía en la cuenta que su sueño era pura fantasía porque en el fondo él era simple pastor de las montañas y ella, la dama de su corazón, una elegante, culta e inaccesible princesa de la Alhambra. Tanto su corazón estaba ilusionado que en ningún momento caía en la cuenta de lo imposible y fantasioso que era su sueño. Pero precisamente por esto, porque en el fondo su corazón estaba enamorado y el alma toda se le había convertido en un mar de ilusión, era por lo que la realidad se le había transformado en el más bello de los paraísos.

 

               Miraba al libro con pasta de madera y hojas de pergaminos abierto sobre las piedras frente a las cumbres de Sierra Nevada y esperaba que en ese momento se presentara su princesa. Sintió de pronto relinchos de caballos y luego oyó murmullo de voces humanas. Salió un poco de su sueño y al darse media vuelta para ver quienes subían por las sendas, cuando junto a sí descubrió a tres recios hombres. Vestían ropas guerreras y en sus manos empuñaban espadas con las que amenazaban al joven diciendo:

- ¡Ya eres nuestro!

De piedra se quedó el joven. Miró lleno de miedo y aunque quiso decir algo, ni una sola palabra pronunció. Aterrado dejó que los extraños hicieran a su antojo. Y estos, lo primero que hicieron fue coger el libro que sobre las piedras había puesto el joven, se lo mostraron abierto en sus manos al tiempo que le preguntaban:

- ¿Y esto qué es?

- Algo muy especial que yo mismo he hecho para una persona única.

- ¿Y nos puedes decir quién es esa persona?

- Yo no la conozco ni sé cómo se llama ni tampoco sé dónde vive.

- ¿Y cómo puede ser tan especial para ti esta persona si ni siquiera sabes quién es?

 

               No respondió el joven a esta pregunta. Permaneció pacífico esperando que los forasteros pusieran punto y final a lo que pretendían. Y al instante vio como uno de ellos cerró el libro, lo guardó en las alforjas que colgaban del lomo de uno de los caballos, los tres se alejaron del joven y cuando ya daban media vuelta montados en sus caballos y se despedían del muchacho, le dijeron:

- Por ahora solo nos llevamos este libro tuyo, regalo especial para una persona desconocida. Se lo entregaremos al rey de la Alhambra y le hablaremos de ti y él nos dirá si tenemos que volver para darte algún recado.

 

               Cuando llegaron a la Alhambra, enseguida entregaron el libro al rey. Éste lo recibió satisfecho y al instante se fue a sus aposentos para estudiar despacio lo que en el libro había escrito. Lo leyó con interés a lo largo de todo el día y parte de la noche y a la mañana siguiente, lo primero que hizo fue llamar a la princesa. En solo unos minutos la princesa se presentó en el despacho de su padre el rey y éste rápido le preguntó:

- ¿Qué sabes de este libro?

Al ver el libro sobre la mesa, abierto por el centro y mostrando uno de los poemas que el pastor había escrito, sin titubear la princesa respondió:

- No sé nada, padre, de este libro porque es la primara vez en mi vida que lo veo. ¿Quién te lo ha regalado?

- Lo hemos encontrado justo en ese lugar que a ti te gusta tanto en las montañas lejos de la Alhambra.

- ¿Y quién lo ha puesto allí?

- Eso es lo que yo quiero que me digas y también deseo que mi informes del joven que en aquel lugar lo tenía.

- Pues ya le digo padre que de ninguna cosa ni de la otra sé nada.

- ¿Me ocultas algo?

- El cielo sabe que no. Todo lo que estoy diciendo es cierto.

 

               Y en ese momento la princesa sintió en su corazón un gran deseo de conocer lo que en el libro había escrito. Pensó pedírselo prestado al padre pero no lo hizo por temor a que éste pensara que sí estaba implicada en ello. Miraba al libro, miraba al rey y sin poderlo evitar imaginaba los lugares que tantas veces había recorrido montada en su caballo. El rey su padre de nuevo dijo:

- Hija mía, yo no sé qué voy a hacer contigo. Y lo que en el fondo mi corazón me pide no quiero llevarlo a cabo porque tengo el presentimiento de que me ocultas algo importante. No puedo confiar en ti plenamente pero eres mi hija y deseo darte una oportunidad.

 

               Se llenó de miedo la princesa al oír estas palabras y aunque deseó otra vez defenderse, no pronunció palabra notando la severidad del padre. Sin embargo sí preguntó:

- ¿Y qué tiene su majestad pensado hacer conmigo?

- Lo estoy meditando. Pero por ahora, en estos momentos, voy a dejar en tus manos este libro. Regresa con él a tus aposentos, medita las cosas y mañana por la mañana hablamos.

Dio el rey el libro a la princesa, ésta salió de los aposentos reales, se fue a las habitaciones de su torre y aquel día y a lo largo de gran parte de la noche, se lo pasó leyendo los versos que había escritos en las piezas de pieles de cordero. Luego, antes de acostarse, se preguntó una y mil veces: “¿Qué hará mañana mi padre conmigo? ¿Me pedirá que destruya este libro y también me seguirá prohibiendo que vuelva a mi rincón pequeño allá junto al río? ¿Y si me pide solo una cosa a cambio de que descubra el autor de libro? Pero es que yo no lo conozco y ahora, después de haber leído estos versos, mi corazón me grita que debo protegerlo. ¿Cómo podré yo pedirle esto a mi padre sin que él piense lo que ya me ha dicho, que lo estoy engañando?”

          

               Rezó la princesa al cielo mientras en su cama intentaba coger el sueño con el libro de versos entre sus brazos. Y entre oraciones, temores y la incertidumbre de lo que pudiera pasar al día siguiente, una y otra vez repasaba en su mente el título del libro. En la elegante y muy bien tallada tapa de tabla de fresno, el autor había grabado el siguiente título: “Un libro para la princesa, arroyuelo limpio”. Y en las tres o cuatro primeras páginas de pergaminos en piel de cordero, ella había podido leer los siguientes versos:    

 

 

1- Temblando estaban las estrellas,
el campo mojado y el arroyo pleno.
Subí, sin ruidos, por la tarde,
pisando el manto verde y bebiendo de su aroma
y a su centro celeste le pregunté:
- ¿Dime si la has visto?
¡Oh, tierra y tú, cuerpo mío que pesas!
Si todo estoy en ella y ahora no la encuentro
¿Por qué no me dejas morir?
Otra tarde y su ausencia,
más trozos insondables,
¿Para qué los quiero?

               2- A las tres de la tarde,
cinco de ellos van por las sendas.
Paso, desde el sol, llevando un manojo de frío
en mis carnes, y no me ven.
Tampoco los que suben ni los que bajan.
Cruzo el silencio, camino de una rosa que me llama
desde el prado donde mana el aroma de la hierba
y nace el río diamantino,
allá, detrás del monte, donde el sol duerme y tú con él,
y estoy solo. Sigo solo.
Son las tres de la tarde
y aunque gritan, para que se les oiga más que a ti,
mientras cruzan los caminos que se borran,
nada me une a ellos y sí a la flor azul de las altas cumbres
y sus hojas de hierba
que solitarias tiemblan junto a la corriente
anunciándote sencilla
y proclamando su belleza.

               3- Me lo pregunté aquella tarde
en ese rinconcillo verde
de hojas anchas y brillantes,
donde el aroma es más puro
y junto a tu arroyo limpio.
- Sé que alguien me ama
con ese amor y pureza que deseo ¿Eres tú?
Viento adelante te vi caminando
sobre la placidez profunda de tu esencia
que ni se turbó.
- Antes de que nacieras
ya te estaba amando.
Fue tu respuesta y no la he olvidado.
Apenas hacia viento y los montes
casi dormían suspendidos
en el azul que le regalaba el cielo.
¿Por qué para hablarle al corazón
siempre lo haces entre el bosque?

               4- como en aquellos días
anoche lloré por ti.
En lágrimas recorrí la tierra
y después el cielo.
Luego me dije: “¿Dios?
ni sentirla gozo ni dolor,
simplemente sentirla,
así es mi amor”.

               5- Así que cuando caía la tarde,
asustado estaba y el alma triste.
“Protégeme, que me refugio en ti
porque mi vida y mi suerte están en tus manos”
te grité desde mi dolor y en el silencio,
no tardé en oír tu voz:
“No temas, yo estoy contigo”.
Ya por la noche te soñé arroyuelo limpio
atravesando el bosque y al amanecer
sentí la libertad
por donde el aroma de la hierba
emborracha sin querer.
Ahora sólo me queda decirte:
Gracias Dios míos porque una vez más
me has librado.
¿Cómo, a partir de ahora, podré yo olvidarte?

               6- Está comprobado, te quiero.
Te transformo en sueño
y voy y vengo contigo
desde las montañas a los valles,
desde mi casa a las cumbres,
desde tus ríos a los montes
y a los prados limpios del verde azulado,
a las estrellas, siempre contigo
latiendo sobre mi corazón
y no te olvido.

               7- El viento y la lluvia,
el tiempo y la tarde,
las matas de hierba
que en esencia laten,
¡Cuantos mundos en tan poco espacio!
Y ahí está lo que deseo decirte
y sólo tú sabes.

               8- Lo veo en tu arroyuelo
y lo siento latir dentro de mi alma,
en mi yo potente,
pero no encuentro la palabra
para que lo sepas.

               9- Eso quiere decir que la realidad es una,
la tierra y tú sois otra
yo, en cuerpo, no os rozo en nada,
y la que tengo dormido
sobre mi corazón y las nubes,
ni al mundo pertenece.

               10- Por un instante me paré y te miré fijo
en el agua limpia del arroyuelo yéndose.
Pasaron tantas ráfagas de vida,
de luz y de flores
por mi mente
que por veinte millones de veces
me volví ahogar en tu existencia.

               11- Tardes llenas de frío y lluvia
derramándose sobre tus bosques
y como por sus cumbres voy caminando,
ellas me arropan contigo y tú estás ahí:
cerca, en ríos de sangre bajando
desde las nubes a la tierra,
arropándome y salvando.

               12- ¿De ti? Siempre me acuerdo:
Por las tardes cuando paseo por la viña
y brota el viento del mar,
por la mañana desde la iglesia
y cuando miro las olas blancas
desde el azul profundo.
De nuevo por las tardes sentado en mi mundo
escribiéndote en versos
al son de los gorriones que cantan.
Por la noche cuando duermo y en mitad de ella
me despierto contigo.
Más tardes y más temprano,
al principio y al final, en medio
y no sé en cuántos sitios más,
siempre me acuerdo de ti
y aunque lo quiera
no te puedo olvidar.

               13- Me quedé parado
mirando pensativo irse la corriente.
Quizá no lo sepa,
sí, quizá no lo sepa y te llevo en mi corazón
o puede que el que no lo sabe
soy yo.

               14- Asomado a mi ventana
te beso en mi espíritu,
cierro mis ojos y siento que nada siento.
Por eso quisiera quedarme dormido
en este sueño.

               15- Yo me quedé
con ese hermoso saber que vendrías
pasado un momento.
La tarde avanzaba, también el reloj.
Poco a poco me fui llenando de luz
y ahora, aún siento la emoción
de aquel momento.
Lo hiciste tan grande
que se me salió del pecho.

               16- Miro hacia fuera, por mi ventana,
el día tiene su cara cubierta con un velo gris brillante.
Su tacto es fresco, huele a pureza,
a inmensidad, y tú,
acabas de romperme el corazón de carne
que siempre he tenido.
Ahora, él eres Tú y Tú eres
lo que flota desde el infinito
hasta el centro mismo de mi alma
que es mi sueño
y mi esperanza.

               17- Me gusta sentirte simplemente junto a mí,
en tu silencio contenido y el verde de la lejanía.
Por el placer que experimento
cada vez que lo vivo
sé que es amor.
Todo sencillo y encerrándolo todo,
o al menos yo, es así como lo siento.
Así eres tú.

               18- ¿Y sabes por qué?
Porque aunque sólo sea breve,
me has rozado y tiemblo
y asciendo dulcemente
agarrándome al último rayo de luz
que el día deja.
Ahora puedo volar porque tengo trozos de ti
sobre la hierba del campo,
el cristal del agua
y el edén de mis sueños.

               19- El sol blanco que da color a tu bosque
y tú que eres vida en lo que late,
me habla de amor en un vuelo callado
hasta las nubes.
Esta historia nuestra que es real
y esta tarde junto al arroyuelo adorándote inmóvil
sobre las olas perennes de tu ausencia presente,
este misterio oscuro a estas horas
y contigo atravesando mi aliento,
cuando soy tan tuyo
y el tiempo se derrama en forma de lluvia.
Inmaculado beso de azul eterno en mi alma,
no te olvides ni me olvide yo
que una tarde
me amaste en tu corazón y ahora ahí
me refugio y me duermo para no despertar
hasta que tú no lo quieras.

               20- ¡Este silencio,
tan de pronto y tan silencio!
Y es que nadie, nadie en esta tierra
se ha dado cuenta que te estoy amando
pero una estrella de tu cielo y yo,
lo sabemos.

               21- Puse mis ojos sobre ti
y derramé en tu figura blanca,
parte de ese inmenso mar,
que atascado está en mi alma
desde que supe de tu belleza.
Allí, algo quedó sosegado y eterno
colgado del sol.
Y lo digo
porque de este modo
me lo hiciste sentir.

               22- ¿Qué ha pasado esta noche?
Hizo mucho viento y ahora se mueve con timidez
y las hojas tiemblan como si fueran lágrimas
recién lloradas.
Quédate, quédate y no te marches
porque tampoco sé qué pasará mañana.
Quizá sólo sea sueño y delicias
paseándome desnudo por tu perfume.
Quédate ahora que todo se agolpa
en una misma llaga
y no sé si tendré fuerzas
para soportarla.
¡Tú a través del tiempo
y estas impetuosas corrientes!
No me será posible, por más que lo quiera,
echarte fuera de mí.
Tu hermosura me quema tanto
que ya no es posible, ya no es suficiente
sentirla unida a la mía.
Por eso, quédate por lo que ocurra
y el frío que tengo
en esta noche que se anuncia
tan larga.

               23- ¿Qué me quiere, que te quiero?
Será sólo que todo es así:
algo de vida y mucho de sueño.
Yo también estoy parado en la senda que llevo
por el camino hacia la luz y el tiempo.

               24- Sobre el rumor del arroyuelo que pasa
a cada instante me pregunto:
¿Quién te puso en mi alma en el lugar que ocupas
o por qué me regalaste el cielo
y te viniste a vivir a él?
¡Oh tú! La de esencias puras
como esas tardes profundas
de melancolía y agua!
A ti que eres pequeña como la inocencia,
tierna como la brisa, color de nieve por dentro
y ahora andas por mi vida trazando caminos
para que te sueñe y sueñe,
a ti porque lo encierras todo y en ti todo acaba,
me uno
porque me abrazas
y me quieres.

               25- Pero tú,
belleza inmaculada, símbolo de blancura
amada, besada, sentida, abrazada en mi mente,
¿Verdad que nunca me veré
babeando por la brisa de la tarde?
Que no lo haga para que nunca manche nada.
Eres el modelo de mis anhelos
y si te rompo ¿qué haré?
Imposible para mí alzarme y seguir viéndote
lo que ahora. No quiero olvidarlo
porque dejaría de tener vida.

26- Sé que todo queda grabado
en las blancas páginas del tiempo,
como un trozo de vida sin límites.
¡Oh tú, luz de flor! Cómo deseo
no morir nunca para quedarme eterno contigo
y todas tus cosas
con lo que me has hecho gustar
en el espíritu.

               27- Tan noblemente estás
y entras por mis ojos, en este arroyo claro,
tocándote en mi corazón,
que eres pureza bañándome
y hasta me parece sueño
sobre el tiempo, en mi mente.
Eres tú
y lo sé.

               28- ¡Aquella tarde
paseando por las praderas de tu bosque,
todo era tan sencillo y dulce!
Quizá ahora, me dije,
que siento mis dedos acariciar tu rostro
y mis manos rozar tu cara,
quizá ahora sí pero dime:
¿Por qué guardas silencio
y ni el tiempo se detiene
cuando hoy siento
que más allá no hay más?
Si no estás
¿Qué puede haber?

 

406- LA MONEDA

 

               Cuando sus amigos le preguntaban:

- ¿Y qué beneficio obtienes tú siendo positivo a todas horas?

Siempre les respondía:

- El mayor beneficio de todos en esta vida que es, tener la conciencia en paz y contagiar tranquilidad a los que me rodean.

- Pero, con aquellos que te critican, te calumnian y te humillan ¿cómo es posible ser amable y positivos y además, premiarlos con sonrisas?

- No es fácil y bien lo sabéis vosotros pero yo lo consigo ignorando sus insidias y teniendo siempre claro que mi actitud positiva, es de valor eterno. Los que critican y hacen daño a los demás por envidia o para imponerse, nunca tendrán paz en sus corazones y serán podredumbre muchas de sus palabras y hechos.

 

               Vivía el hombre en el Albaicín bajo, frente a la enorme colina de la Alhambra y al borde de las aguas del río Darro. Era ya algo mayor y solo una pequeña casa poseía, en la que se refugiaba cuando regresaba del trabajo. Y cuando en este lugar se encontraba, sin más compañía que la Alhambra en la colina, el rumor de las aguas del río y las noches estrelladas, a su manera oraba a Dios y decía: “Que nunca yo salte con violencia y ataque a los que me persiguen o critican. Prefiero tener mi corazón en paz y sentirme bueno y en armonía con el universo, antes que saborear el amargor de la venganza o el desprecio”.

 

               Su trabajo consistía en ayudar a los que lo necesitaban para alguna cosa. A veces recogía arena del río y la llevaba a donde algún vecino hacía obras. Otras veces, labraba la tierras de los huertos y en ocasiones también transportaba frutas y hortalizas de las personas que se lo pedían. Y como todos sabían que era un hombre no solo bueno sino muy amable y positivo, muchos querían tenerlo a su lado.

 

               Y sucedió que un día de verano, regresaba él de su trabajo dirección a su casa cuando vio que en una pequeña plaza, un vecino del barrio vendía sandías. Al pasar cerca, el vendedor le dijo:

- Sandías como estas de dulces y buenas, no las has comido tú en tu vida. Te vendo ahora mismo una.

Traía en hombre una pequeña moneda en sus manos que momentos antes le habían dando por el trabajo que terminaba de hacer. Miró a la moneda y le preguntó al vendedor:

- ¿Cuánto vale la sandía que me estás mostrando?

- Justo la moneda que llevas en la mano.

- Pues dámela y toma la moneda a cambio.

 

               Le alargó el vendedor la sandía y el hombre extendió la mano con la moneda para dársela. Al cogerla, el vendedor simuló un accidente y tiró la moneda al suelo. Salió la pequeña pieza rodando y unos metros más abajo la recogió otro hombre que subía por la calle. El hombre dueño de la moneda pensó que se la devolvería pero el que había recogido la pieza dijo:

- Hoy estoy de suerte. Ya tengo una moneda más en mi bolsillo.

Lo miró el dueño de la moneda y le dijo:

- Con esta moneda, fruto de la ganancia de mi trabajo a lo largo de día, estaba pagando la sandía que le he comprado a este vecino.

- ¿Quieres decir que te estoy robando?

Preguntó muy enfadado el hombre que había recogido la moneda. Y al darse cuenta el hombre dueño de esta pequeña fortuna y descubrir la mala actitud del que había recogido la pieza, devolvió la sandía al vendedor y le dijo:

- Estará muy buena pero hoy no puedo comprártela. Otro día será.

Le entregó el fruto, dio media vuelta, caminó por la calle y cuando llegó a su casa, abrió y entró dentro. El vendedor de sandías y el que había recogido la moneda, lo miraban mudos y quietos y cuando lo vieron meterse en su casa, dijeron:

- Definitivamente este hombre no está cuerdo.

 

 

               Y ya refugiado en su casa el hombre de la paz y hechos positivos, miró para la Alhambra y luego para el cielo que comenzaba a llenarse de estrellas y en forma de oración susurró: “Dios, aunque intenten reírse y burlarse de mí y humillarme, que no pierda yo nunca la paz en mi corazón ni deje de ver a las personas y al mundo en positivo. Tener mi conciencia tranquila me hace sentirme en la verdad y con una felicidad que no podrá ser nunca comprada ni con todo el oro del mundo”.      

 

407- LAS UVAS

 

               En el alma y mente de todas las personas, siempre hay imágenes únicas. Cuadros de paisajes, escenas de animales o retratos de personas que en un momento dado aparecieron en nuestra vida y eternas en el corazón se quedaron clavadas con la misma pureza y frescura del instante en que lo vivimos. Es lo que misteriosamente sucedió y aun ocurre con la niña de las uvas.  

 

               Vivía en el barrio del albaicín y era la alegría de los padres. Hija única que estaba a punto de cumplir los diez años, cuando ocurrió la historia que voy a narrar. El color de su piel era blanco con tonos de miel, sus ojos negros como el azabache, tenía la cara algo redonda y el tono de su pelo era el de los atardeceres en Granada: oro fuego un poco claro. Su padre trabajaba en las huertas y jardines de la Alhambra y la madre cuidaba de ella, de la casa y hacía otros menesteres. Los vecinos constantemente le decían:

- Como tu niña, nunca hubo ni habrá otra en este barrio nuestro ni en Granada.

- ¿Qué es lo que tiene mi niña?

- Que es hermosa como ella sola y dulce como el más delicado de los sueños. ¿La casarás algún día con un príncipe de la Alhambra?

- Ni ella ni yo nunca hemos soñado tal cosa. Solo Dios sabe lo que ocurrirá cuando pase el tiempo.

 

               Ayudaba al padre a coger flores de los jardines de la Alhambra y también recogía frutos para las princesas de estos palacios. Ayudaba a la madre cuando en el río Darro lavaba la ropa y jugaba con sus amigas por las calles del barrio en las claras tardes de primavera o verano. Y a ella, una de las cosas que más le gustaba, eran las uvas que daban algunas de las parras en las casas del Albaicín y también las que daban las cepas que en la Alhambra el padre cultivaba. Un joven que vivía en el mismo barrio, muy humilde y decían los vecinos que con alma de poeta, mostraba mucho interés por la pequeña y se interesaba mucho en las cosas que hacía. Por eso un día supo de su gran aprecio por los racimos de uvas. Y desde ese momento, buscaba la manera de ofrecerle algunos racimos de uvas únicas. Se decía: “Tienen que ser uvas gordas, doradas como el color de su pelo y dulces como el brillo de sus ojos, sonrisa y cara”.

 

               Corrió todo el mes de agosto y se acercaban los primeros días del otoño. De la viña que un amigo suyo tenía por las partes altas del río Darro, un día el joven cogió los mejores racimos de uvas. De color dorado, muy gordas y ya bien maduras. Se puso, a la mañana siguiente, cerca de la casa de la niña de pelo con tonos atardeceres en Granada y a su lado colocó la barja de esparto repleta de los racimos de uva que había cogido en la viña del amigo. Miró para la Alhambra, para las casas del barrio y para el lugar donde muchas tardes jugaba la pequeña de ojos negros y se dijo: “Hoy es el día perfecto para que aparezca ella y se pare a mi lado a charlar conmigo. Nunca hubo por aquí momentos tan mágicos como los que vibran en el ambiente esta mañana”. Seguía con sus ojos clavados en la puerta de la casa de su amiga y, al poco, la vio caminando calle arriba. Se paró al llegar a él, miró la cesta llena de racimos de uvas y le dijo:

- No he visto en mi vida uvas más buenas que estas. ¿Me das algunas?

Y sin pronunciar palabra, el joven extendió su brazo y en la palma de la mano, le ofreció un delicioso racimo de uvas al tiempo que le decía:

- ¡Cógelas!

Toda decidida, la niña cogió el racimo de uva, le dio las gracias al joven y siguió caminando calle arriba. A cada paso que daba, arrancaba un grano del racimo de uvas y se lo llevaba a la boca.

 

               Según se alejaba despacio, el joven la miraba, por completo extasiado en la belleza que la muchacha irradiaba. Su blanca piel con tonos miel, su dorado pelo, su menudo cuerpo y algo regordete y la inocencia que desprendía, se clavó en el corazón de joven. Por eso, como al viento y al cielo, susurró: “Solo por permitirme el cielo ver y vivir esta escena, creo ya tengo más que colmados todos los días que en este lugar viva”.

 

               Pasó el tiempo, los dos jóvenes se hicieron mayores, se casaron cada uno por su lado, tuvieron hijos y cada uno vivió su vida. Ella no fue nunca princesa en los palacios de la Alhambra pero en el barrio, en aquel rincón de los niños, desde aquel día de los racimos de uva, algo muy dulce y bello quedó y aun hoy permanece fresco. La escena aquella del racimo y la niña alejándose de espaldas mientras se comía las uvas, se ha quedado por aquí como estampada en el viento. Como un trozo de eternidad que supera en belleza, frescor y dulzura a la Alhambra que mira desde la colina de enfrente, a todos los reyes que ocuparon esos palacios y a todas las personas que viven y pasan por estos lugares del albaicín.  

                       

                                             Cuando cada año llega el otoño

y en las parras maduran las uvas,

como de lo más hondo,

del tiempo y el cielo más puro,

su recuerdo surge silencioso.

La Alhambra y el albaicín

 

guardan en sus almas este sueño hermoso. 

 

408- EL PALACIO DE LA NIEBLA

               XVIII- Siendo yo todavía pequeño, ya de joven y ahora de mayor, pasé y sigo recorriendo con frecuencia este camino. Y cuando era pequeño, las primeras veces que pasé por aquí, me impresionaba mucho el palacio sobre esta alta cumbre que se nos va quedando por la derecha. Desde aquí se veía con claridad, la prolongada escalera de piedra que asciende por la montaña, la misteriosa casa blanca ya en lo alto y al final de la escalera y luego la gran fachada del palacio también de piedra color caramelo. Solo esto era lo que desde esta senda se veía. Porque el resto del enigmático palacio, el cuerpo que tenía a continuación de la fachada, siempre estaba tapado por la niebla. Ni siquiera en los días más soleados lograba ver yo de este palacio más trozo que su fachada de piedra, la casa blanca por delante, el rellano donde terminaba la escalera y esta larga escalera agarrándose a la ladera de la montaña.

 

               Y como al pasar por aquí me impresionaba tanto la visión de todo lo que le he dicho, una vez y otra preguntaba a mi padre:

- ¿Qué es este palacio en lo más alto de la montaña, siempre tapado por la niebla, en silencio y de aspecto tan gigante y misterioso?

Y recuerdo que mi padre, siempre respondía a mi pregunta diciendo:

- Yo nunca he podido saber lo que es este palacio y, menos aun, el misterio que encierra. Según he oído, en este lugar lo construyeron hace mucho tiempo, personas relacionadas con la Alhambra y que lo habitaron durante algún tiempo.

- Y ahora mismo ¿quién vive ahí?

- Tampoco lo sé, hijo mío. Y, aunque también he preguntado a mis conocidos, ellos tienen menos información que yo.

- Y si un día de los que pasamos por aquí, cogemos esta escalera y nos encajamos en aquel edificio blanco que se ve en el rellano de la puerta del palacio ¿qué pasaría?

- A lo mejor no pasa nada pero, por si acaso, mejor es no llevarlo a cabo.

 

               No me dejaban tranquilo las palabras que salían de la boca de mi padre. Por eso, cada vez que seguía pasando por aquí en su compañía y cuando él ya murió, siempre intrigado, miraba y miraba para la fachada de este palacio. Hasta que un día, una tranquila mañana de primavera, vi algo que me llamó mucho la atención. Por este lado derecho de la escalera y aquí donde el terreno ya es llano, una mujer muy bella recogía flores. Vestida con traje largo como de seda y color azul blanco. En su brazo derecho portaba una muy bonita cesta de mimbre y en ella iba echando las flores que de aquí de allá recogía. Al verla tan hermosa y como fundida con el verde del paisaje y las mil florecilla que con la primavera por aquí habían germinado, me oculté un poco tras el tronco de algunos árboles y, desde la distancia y en silencio la observé muy interesado.

 

               Era de estatura alta, con pelo largo y negro, de cuerpo delgado, cara redonda y manos finas como los pétalos de las flores que iba recogiendo. Caminaba muy despacio por entre la hierba y algunas matas de monte bajo y por momentos me deslumbraba más y más su limpia y fresca belleza. Porque ante mí, el cuadro resultaba fantástico: solitaria en medio de este florido trozo de tierra, con la soberbia imagen del palacio en todo lo alto, la escalera remontando por la ladera, el bosque de árboles a mi derecha y esta senda cayendo por el barranco hacia el valle del río, todo esto me parecía como la visión de un sueño. Esperé paciente, muy concentrado en la elegante figura femenina y después de un rato y ya con muchas flores en su cesta, se vino para este lado de la izquierda. Por entre la hierba y algunos arbustos, mientras seguía cortando las flores más frescas, avanzó hasta que se me perdió como detrás de la montaña que sostenía al misterioso palacio.

 

               Durante unos minutos, seguí oculto en los árboles, intentando adivinar quién era y por qué andaba por aquí cortando flores y luego me fui, llevándome estampada en mi mente la bonita imagen de esta joven. Por eso, cuando unos días después volví a pasar por este mismo sitio, lo que más deseaba era volver a ver. Y tanto lo deseaba que venía dispuesto presentarme ante ella, saludarla y preguntarle. Me decía: “Lo primero que voy a preguntarle es si vive en el palacio de la niebla. Y en caso de que me diga que sí, la segunda pregunta que le haré es si ella es princesa, reina o dueña de este palacio”.

 

               Y aquel día, también por la mañana pero ya con el sol muy alzado, venía yo pensativo y rumiando lo que ya le he dicho cuando, unos metros antes de llegar a la escalera, lo vi. Un hombre joven, con un zurrón a sus espaldas, subía por ese barranco que vemos al frente, a este lado de la escalera. Y me pareció que salía o del rellano en los primeros peldaños de la escalera o como de alguna galería o cueva que por ahí existiera. Al igual que el día de la mujer de las flores, detuve mis pasos, me oculté un poco entre las matas de retama y lo observé muy interesado. Me dije: “Creo que ese joven también tiene algo que ver con el imponente palacio en la cumbre de la niebla. Y por lo que veo, también como la mujer de las flores, viene por aquí buscando algo. Aunque sea solo por curiosidad, me interesa averiguar de él todo lo que pueda”.

 

               Después de unos minutos y cuando ya se alejaba siguiendo el arroyuelo de este barranco, abandoné los arbustos que me protegían y con mucho cuidado para que no me descubriera, comencé a seguirlo. Procurando no acercarme mucho y, al mismo tiempo, teniendo cuidado de no perderlo de vista. Por una empinada veredilla que discurre pegada al arroyuelo de este barranco, remontó a toda prisa. Sujetando con su mano derecha el zurrón que llevaba a las espaldas. Como si diera la impresión de que este bártulo pesaba mucho y para que no se le cayera, lo sujetaba con fuerza. Cuando terminó de remontar, lo perdí de vista durante unos minutos porque los troncos de algunos árboles, me lo taparon. Aligeré mis pasos, remonté a toda prisa y al llegar a lo alto, con mucho cuidado, me fui asomando. Lo vi enseguida, ahora bastante cerca de mí. Se había parado y charlaba con otro hombre que al parecer había bajado por el lado de la montaña que desde aquí no vemos. Había descolgado su zurrón de las espaldas, lo tenía en el suelo y muy cerca de sus pies, lo había abierto y de ahí había sacado un puñado de monedas. Las vi claramente porque en ese momento, los rayos del sol incidían desde el lado del levante y al caer sobre las monedas que el joven mostraba en sus manos, éstas relucían con un brillo vivo y dorado.

 

               Tapándome con lo que podía, me aproximé por entre los troncos de árboles y lentiscos y cuando ya estuve a solo unos metros, oí que el joven de las monedas decía al que había llegado por el lado oculto de la montaña:

- En estos momentos, no tengo más dinero para darte. Lo siento.

- Pues ya sabes que te doy solo una semana de plazo.

- Y si en este tiempo tampoco puedo reunir lo que me falta ¿qué hacemos?

- Por mi parte, lo tengo muy claro. Tienes que pagarme todo lo que me debes y entonces, serás libre y dueño de lo que te he vendido.

- Pero y si no consigo el dinero que falta ¿por tu parte no podrías esperar unos días más?

- Lo que acordamos, eso se mantiene sin ningún cambio.

 

               Y el hombre del zurrón, vació en el suelo todo el contenido de la bolsa. Las monedas sonaron como melodías desafinadas y desprendieron varios destellos dorados. El hombre que había llegado desde el lado oculto de la montaña, se agachó, se llenó los bolsillos con las monedas y al poco, se alejaba hacia el lugar oculto que le he dicho. El del zurrón, cabizbajo y con cierta expresión de tristeza en su rostro, cargó con el morral vacío y se dispuso para regresar por el mismo camino que había recorrido solo unos minutos antes.

 

               Me mantuve inmóvil oculto detrás de los árboles y cuando vi que se perdía hacia el rellano de la escalera, salí de mi escondite y me fui para el lado del levante. Mientras me alejaba de ese lugar, dejando el palacio a mis espaldas, me preguntaba por la identidad y presencia en ese rincón tanto del hombre del zurrón como del que había recogido las monedas. Y como en ese momento me intrigaba aun más que los días anteriores lo que por estos sitios estaba viendo, me dije que tenía que volver y seguir averiguando qué era lo que por aquí pasaba.

 

               Y volví. Una semana después y también una mañana, pasaba yo otra vez por esta senda dirección al barrio del Albaicín y hacia el valle del río Darro. Traía en mi mente la idea fija de este palacio entre niebla y de la montaña que en todo lo alto lo sostiene. Y al llegar al rellano de donde arranca la escalera, vi de nuevo algo que me intrigó. Hoy, donde aquella mañana a la mujer recogiendo flores, descubrí a otra figura femenina que también andaba buscando cosas por aquí. Iba de un arbusto a otro y de mata en mata buscando pequeño frutos rojos que recogía de aquí y allá y echaba a una cesta de mimbre. No me descubrió ella a mí pero como yo sí tenía interés en su presencia y en lo que hacía, la observé durante unos minutos hasta que vi que se fue derecha a la escalera. Dejé que remontara y, después de un buen rato y cuando ya estaba en todo lo alto, tomé una decisión. Sin pensarlo mucho, comencé a remontar la escalera, muy despacio y procurando no ser visto.

 

               Mi corazón temblaba por el miedo que sentía al ser descubierto. Por eso, justo cuando ya me quedaban dos peldaños para encajarme en el tramo final, me paré porque sentí hablar. Miré para mi lado izquierdo y en la misma puerta de la pequeña casa que había en la fachada del gran palacio, vi a un hombre sentado en una mesa de madera. Escribía y frente a él, dos mujeres jóvenes, lo miraba y le preguntaban:

- ¿Qué poema vas a escribir hoy?

- El más bello que nunca nadie haya escrito en Granada.

- ¿Y nos lo vas a dedicar a nosotras?

- Seguro que sí.

Y vi que las mujeres, las dos muy bellas, se reían y, en el fondo, parecían sentirse alagadas. Me fije bien y descubrí que estas dos mujeres eran las mismas que había visto recogiendo flores y la que unos días después, buscaba frutos silvestres.

 

               Vi, en ese momento, salir humo de lado derecho donde al fondo y muy lejos se observaba Sierra Nevada. La gran columna de humo se alzaba como de un pequeño barranco y se fundía con las nubes de niebla. Caminé un poco hacia este lado, procurando no ser descubierto ni por el escritor ni las dos mujeres y al poco, vi la lumbre. Una gran fogata que ardía entre unas gruesas piedras y a la que echaban ramas secas un par de hombres. Entre ellos comentaban:

- Esto va a ser lo nunca visto en los paisajes que rodean a la Alhambra.

- Y hay que procurar que nadie descubra nuestro plan y que de ésta, no quede vivo ni el gato que corretea por los pasillos del palacio.

 

               Cerca de la lumbre, uno de los hombres, descuartizaba varios corderos. Intuí que unos momentos antes los había matado, luego les habían quitado la piel y ahora, los iban colgando en las ramas de un árbol seco y de este modo y ya sin piel, iban cortando trozos de carne y los ensalzaba en palos de adelfas, aun verdes y con la corteza quitada. Al ver esto me pregunté: “¿Sabrá este hombre que las adelfas son las plantas más tóxicas que se crían por estos lugares?” Yo sí lo sabía porque mi padre me lo había dicho muchas veces y desde que apenas comencé a hablar. Por eso también, al ver lo que este hombre estaba haciendo, pensé que toda la carne se estaba llenando de veneno. Me dije de nuevo: “Cualquiera que se coma esta carne, puede acabar muerto. ¿Sabrá este hombre lo que está haciendo?”

 

               Y vi que fue poniendo, junto a las llamas y sobre las brasas de la lumbre, los trozos de carne ensalzados en los palos de adelfas pelados. Decía, según iba colocando en la lumbre esta carne:

- Ya verás qué sabrosa y cuanto va a gustarle en cuanto la prueben. La más rica carne de cordero criado en estas montañas y asados en el fuego de leña en medio del campo.

- Una vianda exquisita como no hay otra en el mundo.

En la puerta del palacio, donde el poeta escribía y las mujeres se dedicaban a lo que ya he dicho, comenzaron a colocar mesas al aire libre. Al poco, en estas mesas, se sentaron las dos mujeres, el escritor y varias personas más que salieron del palacio. Entre estas personas, vi al hombre del zurrón que había transportado las monedas que le comenté y luego vi a uno que parecía rey o príncipe y a la joven que destacaba entre todos por su elegante y lujoso traje de seda verde azul y una pequeña corona muy reluciente sobre su cabeza.

 

               Del palacio también salieron otras personas portando vasijas que colocaron encima de las mesas. Se sentaron unos y otros y la mujer del traje de seda lujoso, la colocaron en el centro de una de las mesas alargada. El que parecía rey dijo:

- Hoy es el cumpleaños de la reina de este palacio y por eso vamos a celebrarlo a lo grande. Podéis empezar a saborear estos exquisitos alimentos que, dentro de un rato, viene la mejor carne de cordero asado en lumbre de las montañas.

Dijo la mujer joven de la corona reluciente:

- Huele a gloria el aire que viene de la lumbre donde se asan los corderos. Seáis todos bienvenidos y gracias por vuestra compañía.

 

               Desde la lumbre, los hombres que asaban la carne y alimentaban a las llamas, comenzaron a transportar trozos de palos de adelfas repletos de carne de cordero ya dorada por las brasas del fuego. Los fueron poniendo en las bandejas que había sobre las mesas y enseguida los comensales dieron comienzo al banquete. Los hombres de la lumbre seguían dorando más y más trozos de carne y, mientras iban y venían, se miraban y reían. Porque, al poner la carne asada en las bandejas de las mesas, sobre la vianda iban echando como una salsa al tiempo que decían:

- Es la mejor salsa natural hecha en estos reinos de Granada. Nosotros mismos hemos buscado los frutos y plantas en las montañas para reforzar con el mejor sabor a esta rica carne de cordero asada.

 

               Y los comensales, al probar las doradas y humeantes chuleas, comentaban:

- Desde luego que está muy rica esta fresca carne de corderos criados en estas montañas y asada y sazonada de la manera más natural.

Pero sucedió que, a la media hora más o menos del comienzo de la comida, unos y otros empezaron a sentirse mal. A los primeros les dolía la cabeza, a otros, les empezó a doler el estómago, algunos decían que se estaban mareando y la princesa y el rey, se levantaron de las mesas y entraron corriendo por la puerta del palacio. Detrás de ellos se fueron los invitados, dejando abandonado por completo todas las mesas y los alimentos sobre ellas.

 

               Vi, en esos momentos, correr barranco arriba a los hombres que alimentaban a las llamas y asaban las carnes de corderos. La lumbre comenzó a quemar la carne que aun se asaba en los palos de adelfas y el humo, una gran columna blanca, densa y maloliente, se alzó y comenzó a cubrir las paredes y recintos del palacio. Como un mar de niebla espesa, mientras dentro se oían gritos, voces y lamentos. Temiendo que alguien me descubriera y me apresara, yo también me alejé rápido de donde estaba escondido y me fui a mi mundo. Al día siguiente, al otro y al otro, cuando volví a pasar por aquí, me paré en este mismo sitio y vi el palacio aun tapado por una densa cortina y que en esta ocasión, no era humo sino niebla. A nadie vi por estos lugares ni en aquellos días ni en lo que siguieron hasta el día de hoy. Y aunque luego sí pregunté a unos y a otros por el misterio de este palacio y lo que con mis propios ojos había visto, ninguna persona supo darme razón nunca de nada.

 

               Cuando el viejo pastor terminó de contar al científico esta historia, tal como estaba parado en la senda y frente a la montaña del palacio de la niebla, se quedó quieto y en silencio. También en silencio miraba el científico, después de haber escuchado con mucho interés el relato del pastor. Intentaba ahora encontrar explicaciones a lo que estaba viendo y acababa de oír y por eso, pasado un rato, rompió el silencio del pastor preguntando:

- ¿Y qué fue lo que ocurrió a partir del final de aquella envenenada comida?

Y el pastor le confesó:

- Después de unas semanas, durante un tiempo, yo no volví más por aquí. Después de lo que vi y cuando me contaron lo que ya le he dicho a usted, me quedé tan impresionado que sentía temor solo pensar en estos lugares. Era muy desagradable y tenía un trasfondo amargo y desolado lo que ocurrió por estos sitios por eso quería borrarlo de mi mente.

 

               ¿Por qué sabe usted? Yo he sido pobre a lo largo de toda mi vida y nunca tuve la oportunidad ni de estudiar ni de conocer mundo ni tener amigos poderosos. Pero en mi corazón y alma, siempre he tenido muy claro y he sabido valorar, apreciar y separar las cosas hermosas de las que no lo son. Y lo mismo digo de las personas y sus comportamientos. Por eso siempre, desde que era pequeño, rehuía y aun lo hago, porque me repugnan, las venganzas, intrigas, violencia y toda clase de comportamientos que lleven consigo acciones malas y obscenas de unas personas para con otras. No es propio de seres inteligentes y casi sublimes, como somos todos los humanos, hacernos daño entre sí. Y menos aun es noble y bello, ejercer la violencia sobre otros, denigrándolo o impidiendo que realice sus sueños, para obtener algún bien para sí. Por eso le decía y ahora repito que, durante mucho tiempo y aun todavía, me daba miedo pasar por aquí e imaginar las tragedias que dentro de ese palacio pudo ocurrir.

 

               Pero aun así, pasado no mucho tiempo de aquellos corderos envenenados, el palacio de la niebla en lo alto de la montaña, se quedó vacío. Por lo visto, nadie quería vivir aquí y como sus propietarios sí eran personas muy importantes en los recintos de la Alhambra, desde allí organizaron comandos de soldados que empezaron a recorrer todas estas montañas en busca de los hombres que, en la lumbre, envenenaron las carnes que ya sabe. Fue aquello el comienzo de la desolación que hemos venido viendo y le he contado con detalle por los lugares que hemos atravesado.

- ¿Y fueron esos destacamentos de soldados enviados desde la Alhambra, los que envenenaron las aguas de Fuenteliria?

 

- Es algo que tengo pensado revelar a usted cuando por fin concluyamos el recorrido que estamos haciendo. Será entonces el momento en el que podrá encajar las piezas de todo lo que hoy estamos viviendo. Ahora, sigamos bajando por esta senda hacia el valle del río Darro y al encuentro del barrio del Albaicín. Ya nos queda poco y también la historia va llegando a su final.

 

409- LOS DOS AMIGOS

 

               Al amanecer, el joven amantes de los libros, la naturaleza y la poesía, salió de su casa, cruzó el Puente del Aljibillo, subió por el barranco del Rey Chico y, en el lugar acordado, se encontró con su amigo. El hijo de uno de los nobles de la Alhambra, casi de su misma edad y muy aficionado a la caza y luchas en las batallas de las guerras. Al encontrarse con él, lo saludó y sin más le dijo:

- Traigo conmigo todo lo necesario para acampar una noche en el rellano del río que te dije.

- Por mi parte, también lo tengo todo preparado. Si estás dispuesto, emprendemos el camino.

 

               Y desde una de las puertas de la muralla de la Alhambra, se pusieron en marcha dirección a Sierra Nevada. Salía el sol por lo alto de estas cumbres en ese momento y por eso ya todos los paisajes se veían iluminado con las primeras luces de un caluroso día de verano. Caminaron en silencio durante un rato, mientras atravesaban los jardines y otros espacios cerca de las murallas y palacios y cuando ya tomaron por la senda del arroyo de las aguas claras, el joven del Albaicín dijo a su amigo:

- Vengo bien preparado para dialogar contigo del tema que sabes.

- ¿Y qué es lo que vas a pedirme?

- Cuando mañana, al amanecer, estemos en el collado y mientras te muestro lo que pretendo, te lo digo.

- De verdad que me tienes intrigado porque ni siquiera sospecho qué es lo que te tienes entre manos.

- Tú tranquilo que no planeo intrigas contra nadie ni nada ni tampoco urdo proyectos de los que sacar beneficios.

- Confío en ti y por eso me presto gustoso a lo que ahora estamos viviendo.

 

               Al llegar a un arroyuelo de aguas muy claras, se pararon, bebieron y lavaron las manos, cruzaron luego la corriente y siguieron. Hora y media después, llegaron a la pequeña llanura cerca del cauce. Aquí se pararon, soltaron sus equipajes, comieron algo y antes de que la tarde cayera, montaron una pequeña tienda de campaña. Justo donde la llanura se refugiaba cerca de la corriente y frente a las altas montañas y el profundo tajo de las rocas en el río, algo más arriba. Preguntó el joven de la Alhambra:

- ¿Por qué te gusta tanto este lugar para pasar la noche?

- Te lo voy a decir dentro de un rato, desde el corazón de la noche y mientras observamos el cielo estrellado.

 

               Unas horas después, recostados sobre el pasto seco de la pradera, envueltos por el rumor de las aguas del río y mientras observaban las estrellas en el firmamento, el joven de la Alhambra dijo a su amigo:

- A esta llanura, mi amigo el pastor de las montañas, traía cada día su rebaño. Para que las ovejas y los corderillos comieran la rica hierba que estas tierras dan. Y aquel día de primavera, estaba él sentado justo donde nosotros ahora soñamos. Miraba las aguas de este río, meditaba y se complacía en sus lustrosos y pacíficos animales cuando por detrás, se acercaron tres hombres. Lo cogieron por el cuello, lo tumbaron en el suelo boca arriba y le dijeron:

- Si luchas y te revelas, ahora mismo eres hombre muerto.

Ni respirar podía mi amigo y mucho menos era capaz de articular palabra. Pero aquellos hombres, después de maltratarlo durante un buen rato, lo alzaron y lo pusieron sobre el tronco del árbol que tenemos cerca. Dos de ellos cogieron varios corderillos del rebaño, allí mismo lo degollaron, le quitaron la piel, hicieron fuego, los asaron y se los comieron frente a mi amigo preso y muerto de miedo.

 

               Luego aquellos hombres se fueron dejando a mi amigo y a su rebaño por aquí. No tenía fuerzas él ni para seguir a sus animales y volver a la majada. Al día siguiente, después de toda la noche atormentado y sin poder dormir, sí se le vio caminando por las veredas de las partes altas. A donde vamos a subir mañana al salir el sol y desde donde te contaré y remataré la historia que de este amigo mío te estoy contando,

Guardó silencio el joven del Albaicín. Ni siquiera se atrevía a formular una pregunta de lo impresionado que le había dejado el relato que acababa de oír. Y, el amigo que tenía al lado, tal como estaba frente al cielo estrellado, también continuó callado.

 

               Poco después, a los dos los venció el sueño y al amanecer, los despertaron el ruido de algunos animales silvestres. Rápidos se levantaron, recogieron las cosas, se pusieron en camino y salía el sol cuando llegaban al collado, lugar desde donde se veían las cumbres de Sierra Nevada, el gran río cayendo ladera abajo y la colina de la Alhambra muy a lo lejos. Dijo el joven del Albaicín:

- Hasta este mismo sitio llegó caminando aquella mañana mi amigo el pastor, compungido, acobardado, triste y por completo deprimido. Desde aquí observó la Alhambra que estás viendo allá a lo lejos y se dijo: “Solo dos caminos tengo ahora mismo en mi vida: uno, revelarme a ir hasta aquellos lugares donde se refugian los que ayer me atacaron y mataron mis corderos, enfrentarme a ellos y vengarme. Pero si hago esto, mi corazón se llenara de odio y ya no tendré paz en todo lo que me queda de vida. Y el segundo camino…” Y en aquel mismo momento, desde estas alturas al borde del desfiladero del río, el cuerpo de mi amigo el pastor, se vio caer por el aire. Entre las rocas y las aguas en lo más hondo, se rompieron sus carnes y sueños y por ahí quedó para siempre.

 

               Tampoco en estos momentos el joven de la Alhambra hizo ningún comentario. Miró en silencio al gran tajo rocoso abierto por la corriente del río, miró luego para las cumbres de Sierra Nevada y, durante un buen rato, contempló en silencio la silueta de la Alhambra a lo lejos. Y ahora sí le preguntó a su amigo:

- ¿Y solo para enseñarme estos lugares y contarme la historia de tu amigo me has traído aquí?

- En parte, para esto y en parte, para hacerte dos preguntas.

- ¿Qué dos preguntas?

 

               El joven del Albaicín sacó de su bolsillo un puñado de hojas de papel en forma de libro pequeño, se las mostró a su amigo y mirando para la colina de la Alhambra, le preguntó:

- ¿Qué crees tú que es mejor en esta vida, enfrentarse a los enemigos, combatirlos y acabar con ellos por el odio y la venganza, hacer lo que hizo mi amigo o escribir las cosas y dejarlas recogidas en forma de poemas o relatos en este libro?

Dudó el joven compañero durante un buen rato por la extraña pregunta que le había hecho el amigo y luego preguntó a éste:

- ¿Y la segunda pregunta?

 

- Es muy sencilla y me interesa mucho tu respuesta: si mi amigo hubiera sabido leer y escribir ¿qué solución crees tú que le hubiera dado a su problema?  

 

 

 

410- LA BRUJA DEL PUENTE

 

               Cuentan que se ganaba la vida hablando a las personas de cosas tenebrosas. De noches oscuras y sin luna, de tormentas trágicas, de fantasmas vestidos de negro y grandes lanzas de hierro y de personas crueles, feas y violentas. Y dicen que vivía en uno de los puentes que en tiempos lejanos, tenía el río Darro, más o menos por donde hoy se encuentra el Paseo de los Tristes. Sin casa alguna, sin amigos ni marido ni hijos y se alimentaba de lo poco que le daban algunas de las personas que ella escogía para adivinarle el futuro.

 

               Y dicen que cada mañana, al salir el sol, abandonaba el puente donde se refugiaba, caminaba por algunas de las calles cercanas al río, miraba siempre para la Alhambra y observaba a las personas que por estos lugares iban y venían. Con la intención en todo momento de encontrar algún incauto que tuviera problemas de amores o soñara en grandes fortunas y mejoras en su vida. Les hacía creer que poseía poderes ocultos y que tenía en sus manos el don de adivinarlo todo. Por eso, cuando iba por las calles, se ponía delante de estas personas y, después de soltarle su interminable retahíla de acontecimientos buenos y malos en sus vidas, remataba sus engaños diciéndoles:

- Y si no haces lo que te digo, en tu vida ocurrirá una gran tragedia.

Asustados por estos anuncios, las personas siempre le preguntaban:

- ¿Qué desgracia va a ocurrir en mi vida?

- Eso no te lo digo ahora pero puedes estar seguro que, a partir de estos momentos, tu vida va a ser muy desgraciada.

 

               Por estas circunstancias, muchas personas de este lugar del barrio, vivían angustiadas. Temían a “la bruja del puente”, que era como la llamaban y huían de ella y, al mismo tiempo, la buscaban para que siguiera adivinándoles el futuro. Muchas de estas personas, la amaban y otras la odiaban menos un joven alto, fuerte, muy seguro de sí y decían que muy sabio. Con este joven, nunca la bruja se había encontrado porque en ningún momento acudía a ella para que le adivinara el futuro. Y hasta, cuando algún día la veía por las calles del barrio, daba un rodeo para no verla. Le preguntaban los amigos:

- ¿Por qué tú, con la bruja del puente, no quieres trato?

Y él siempre argumentaba:

- Es que yo no necesito para nada las tonterías que predica esta mujer.

- Ella nos adivina el futuro y remedia, de alguna manera, los sufrimientos y problemas que tenemos. ¿A caso esto es malo?

- No sería malo si no fuera todo puro engaño. Ni esta bruja adivina el futuro de vuestras vidas ni con sus palabras alivia los problemas y sufrimientos que padecéis. Es una auténtica estafadora.

- ¿Y en qué te basas tú para saber y decir esto?

- Un día, cuando tengáis tiempo y os apetezca, os hablaré despacio para que tengáis claro el por qué yo no creo ni en esta bruja del puente ni en otros adivinos o magos.

 

               Y tanto los amigos como otras muchas personas del barrio, se quedaban desorientados al oír lo que el joven decía. En el fondo lo admiraban y sentían hacia él cierto respeto pero seguían en las cosas que les decía la bruja del puente. Hasta que un día de verano y muy caluroso, el joven bajó al río Darro. Caminó por las sendillas entre zarzas llenas de moras y buscó los charcos que conocía. Unos bonitos remansos en la curva del río y donde también se fraguaban pequeñas cascadas. Y como el calor era tanto, en cuanto llegó a los charcos, se metió en ellos y se puso a nadar y a jugar con las cascadas. En uno de los lados de este gran remanso, brotaba un cristalino manantial de aguas muy frescas y sabrosas. Se acercó a este venero, bebió unos tragos y luego, después de rociarse la cara, brazos y pecho, nadó y buscó la pequeña playa de arena. Se decía: “Placer como éste, en una libertad tan limpia y grande y en lugar tan delicadamente bello, ni con todo el oro del mundo puede ser comprado. Pero yo ahora, porque Dios así lo quiere, lo tengo todo por aquí como regalo que no merezco”. Y en ese momento, la bruja del puente, lo vio y como estaba, además de dolida por el poco interés que el joven mostraba por ella, también ofendida en su dignidad de bruja y adivina, se acercó al joven cuando descubrió que éste se había sentado en la arena y le preguntó:

- ¿Molesto?

- A mí no me molestas nada pero si vienes por aquí para sermonearme con tus pamplinas de siempre, no eres bien recibida.

 

               Sin más protocolo ni dar más rodeos, la bruja se sentó cerca del joven y mirando a las aguas del río, le dijo:

- Es que estoy enfadada contigo y quiero que lo sepas.

- ¿Qué es lo que te disgusta de mí?

- Que me ignores de la manera que lo haces y no muestres interés alguno por las cosas que digo y hago.

- Es que tú eres una aprovechada embaucadora.

- ¿Por qué dices eso?

- Porque te aprovechas del vacío, de dolor y desgracia de las personas para decirles lo que ellos quieren oír y de este modo las engañas.

- ¿Por qué las engaño?

- Porque nada de lo que le dices es verdad y ellos sí sufren y están desorientados. No es honesto que te aproveches y juegues con las desgracias de estas personas pobres. Ellos necesitan consuelo verdadero para sus penas y algo que dé sentido a sus vidas pero lo que tú le ofreces, no es bueno ni les sirve para nada.

- Pero en el fondo, se prestan a oírme y creen en lo que les digo. ¿Por qué tú no?

 

               Y el joven, como distraído, reflexionando y al mismo tiempo observando la gran figura de la Alhambra a lo lejos y sobre la colina, muy seguro de sí, dijo a la bruja:

- Porque yo, siendo tan pobre como todos mis amigos y teniendo en mi vida tanto o más dolor que ellos, tengo lleno mi corazón y soy muy rico. Creo en un cielo después de esta vida, tengo fe en la bondad y verdad de un Dios grande y creador de todo y por eso considero que todo lo tuyo, es falacia y un modo de engañar a las personas para vivir de ellas. Las personas y mis amigos te creen porque es la condición humana. Cuando Dios falta de nuestras vidas, hay que llenar el corazón de dioses falsos y creer en las brujas de pacotilla como tú.

Y muy sorprendida por estas palabras, la bruja se levantó, dio un gran resoplido y se dispuso a marcharse pero antes de alejarse, dijo:

- Y si un día me ves volando sobre una escoba por encima de la Alhambra o me encuentras vestida toda de negro y convertida en vampiro ¿tampoco me vas a creer en mí?

- Ya te he dicho que no creo ni en tus poderes ni brujerías. Así que déjame en paz y vete a tu mundo de embustes y a vivir de los cuentos que te inventas.

 

               Y cuentan que a partir de aquel momento, nadie más volvió a ver a la bruja ni en el puente ni por las calles de Granada. Las personas, sorprendidas por lo que había ocurrido, se acercaban al joven y le preguntaban:

- ¿Qué es lo que le has dicho para que se enfade tanto y se marche de aquí?

- Solo le he hablado con claridad descubriéndole honestamente su engaño para con vosotros.

- Pero tú ¿por qué no necesitas en tu vida de las cosas que dicen y hacen las brujas, adivinos, magos y hechiceros?

- Un día, cuando tengáis tiempo, nos reunimos y hablamos de esto. Os diré por qué yo no creo ni en la brujas ni en los magos y hechiceros y vosotros sí.               

 

 

411- REZAR AL CIELO

 

               Ocurrió en Granada y en un edificio noble y bello cerca del paseo conocido como Carrera del Darro. Ocupaban este edificio un grupo de personas dedicadas, decían ellos que, al rezar y pedir el bien y la paz para el mundo entero. Un joven bueno, llamó un día a la puerta de esta casa, le atendió el que hacía de portero y lo acompañó a la presencia del principal del grupo. Éste le preguntó:

- ¿Cuál es el motivo por el que quieres venirte a vivir con nosotros?

- Porque creo en Dios, en la amistad entre las personas y en la paz para el mundo entero. Quiero consagrar mi vida a estos principios y, después de meditarlo mucho, he llegado a la conclusión de que solo aquí con vosotros puedo realizar lo que sueño.

- Pues seas bienvenido.

 

                Y aquel día, al otro y bastantes más a lo largo de varios años, le enseñaron las normas y a rezar según en esta normas estaba escrito.  Y el joven, de corazón bueno, con una fe profunda en Dios, en la Creación entera y con gran sensibilidad por lo bello, se aplicó seriamente a vivir según le ordenaban. Pero conforme iba pasando el tiempo, unos y otros, le decían al principal del grupo:

- Que no hace las cosas con el espíritu al que está obligado.

Llegó a oídos del joven estas críticas y callaba pero por dentro, sufría, lloraba a solas, rezaba al cielo y aun así, lo seguían criticando cada día más. Oía que murmuraban: “Ni se levanta a tiempo ni cumple correctamente con el trabajo que tiene encomendado ni se comporta con humildad. No vale para esto nuestro.

 

               A lo largo del día, muchos seguían yendo al principal y le decía:

- Hace lo que le da la gana y trabaja como el más vago. No es un hombre bueno y por eso no merece vivir en esta casa con nosotros.

Cansando de tantas cosas negativas como cada día el principal escuchaba de él, un día dijo a su ayudante más cercano:

- Mañana le vamos a pedir que venga que a nuestro comedor a servirnos la comida.

- ¿Y eso?

- Para ver con nuestros propios ojos, si es torpe y vago como dicen.

- Pues vale.

Y enseguida le ordenaron que lo preparara todo y que no faltara un detalle. Al día siguiente preparó el joven las mesas, barrió y fregó todo el recinto, puso los platos con los cubiertos, jarras y botellas y preparó la comida. Lavó las frutas y se concentraba para el momento concreto. Entraron al comedor los ayudantes del principal con éste al frente, se sentaron en las mesas y le dijeron:

- Estamos preparados, sírvenos la comida.

 

               Y al instante, el joven comenzó a colocar los alimentos sobre las mesas. El principal observaba y en su mente tomaba nota. Uno de los ayudantes dijo:

- Faltan las naranjas.

- Las estoy buscando y no las encuentro.

Se levantó el ayudante de la mesa, entró a un pequeño cuarto y de una estantería de madera, quiso alcanzar una cesta llena de naranjas. Fue en su ayuda el joven y en ese momento, la cesta se volcó y todas las naranjas cayeron al suelo y rodaron por el comedor y hasta los rincones más lejanos. Dijo asustado:

- No se preocupe que ahora mismo las recojo todas, las lavo y las pongo en la mesa.

Pero según recogía naranjas del suelo, algunas se le caían de las manos y otras las pisaba. Viendo lo que sucedía, el principal y sus ayudantes, se levantaron de las mesas y el principal dijo al joven:

- Ya hemos comido bastante. Mañana a primera hora te presentas en mi despacho.

 

               No pudo dormir nada el joven en toda la noche.  Rezó al cielo, lloró amargamente y a ratos, imaginó cosas extrañas mientras el alma se le moría en pena y sufrimientos. A primera hora del día siguiente, llamó a la puerta del despacho del principal y éste le dio permiso para que entrara. Al abrir la puerta, el joven vio al principal sentado en su mesa, con un gran libro abierto y pasando hojas como si buscara algo. Levantó la cabeza y, mostrando un papel escrito, pidió al joven:

- Firma este documento.

- ¿Y qué es lo que en este papel hay escrito?

- Tu expulsión para siempre de nuestro grupo de hermanos honrados, santos y consagrados.

- Pero si me echáis ¿a dónde voy a ir yo ahora y qué va a ser de mí?

- Eso no nos toca a nosotros. Los principios y reglas de nuestro grupo, es rezar al cielo, respetar y amar a las personas y ayudar para que el mundo sea cada día mejor. Hemos visto que tú no vales para esto. Los que sea de ti en el futuro es cosa tuya.  

 

412- LA JOVEN DESCONOCIDA

 

               En la pequeña plaza del Padre Manjón, más conocida con el nombre de Paseo de los Tristes, estaba sentada. Justo en el muro que separa la plaza del río, con la imagen de la Alhambra al frente y besada por el sol de la tarde. Su cara estaba iluminada, tenía sus piernas encogidas, con la mano izquierda sostenía un cuaderno y con la derecha un bolígrafos. Miraba a la Alhambra, se dejaba acariciar por el sol y el airecillo que pasaba y escribía. Por completo ajena a cuantos por su lado pasaban, hacían fotos o escudriñaban mapas. Era joven, muy bella, de tez clara, ojos azules y pelo negro.

 

                  Con una bolsa de plástico en la mano, bajó él por la Cuesta del Chapiz. Al llegar al Puente del Aljibillo, se paró un momento a la sombra del viejo almez que ahí mismo crece. Observó a los turistas que llegaban desde la Cuesta del Rey Chico y a los que buscaban el camino para ir al mirador del Albaicín. Uno de ellos le preguntó:

- ¿Y las cuevas del Sacromonte?

- Subiendo esta empinada calle, llamada del Chapiz, la primera a la derecha.

Le indicó y a punto estuvo de abrir la bolsa y ofrecerle una pieza de lo que hacía unos minutos había comprado. En su corazón, como siempre, le gritaba el deseo de compartir cosas con las personas. Algo que desde muy pequeño había practicado y aun ahora, ya muy mayor y bastante cansado, practicaba.

 

               Limpió el sudor de su frente y siguió. Justo pegado a la pequeña pared que separa la plaza del río y, a intervalos, se asomaba a este muro para observar las claras aguas. Se decía: “Un día, no sé de qué modo ni cómo, aprisionaré entre mis manos las aguas de este río y se las mostraré a todos los que por aquí pasan. Para que se den cuenta de la luz, misterio y belleza que regala este pequeño río de la Alhambra”.

 

               Llegó a la altura donde la joven estaba sentada escribiendo en su cuaderno, frente a la Alhambra y al sol de la tarde. Y al verla tan solitaria, recogida en sí, concentrada en lo que escribía y con su pelo como ocultándole la cara, se paró junto a ella. La saludó y sin más, abrió la bolsa de plástico blanco que llevan en la mano y le dijo:

- Te ofrezco una saladilla.

Sorprendida por su presencia y por lo que le ofrecía y de la manera más natural sin conocerla de nada, ella preguntó:

- ¿Y eso qué es?

- Un producto especial que hacen en el barrio del Albaicín y venden en las panaderías. Es como pequeños panes salados y acabo de comprarlos en el Horno del Moral. Media docena me han dado por solo cincuenta céntimos de euro.

 

                Cogió la joven la pequeña porción de pan salado, lo miró, se lo llevó a la boca, lo mordió un poco y después de saborearlo exclamó:

- ¡Está rico! Nunca antes ni lo había probado ni sabía que en Granada hicieran estas cosas.

El hombre mayor se sintió bien porque al fin regalaba algo y, en esta ocasión, era a una joven muy guapa, al parecer escritora, al borde de las aguas del río Darro, frente a la Alhambra y al sol de las tardes de Granada. Sin importarle nada quién fuera aunque sí ardía en deseo de preguntarle qué escribía.

 

 

 

413- NOCHE DE LUNA

 

Al caer la tarde, desde Sierra Nevada, se le vio bajar. Solo, en silencio, con una bolsa de cuero a sus espaldas y como el encuentro de algo importante. Por su derecha, según recorría la senda, se le iba quedando la corriente del río, el pequeño bosque de árboles en las riveras y la soledad de los campos, con sus matas de retama, piornos, tomillos y mejorana. Se dijo: “En cuanto me encuentre con ella, le voy a dar mi más sincero abrazo al tiempo que le diré que por fin tengo otra vez la vida a mi lado”.

 

 Se puso el sol, la oscuridad de la noche lo cubrió todo, la luna asomó por encima de las altas cumbres y tenuemente iluminó los paisajes. El camino que ahora recorría era estrecho, largo casi interminable y por eso, en su silencio y mientras seguía marcando los pasos, de nuevo se dijo: “Y si no me la encuentro en la casa cuando llegue, entraré, encenderé fuego en la chimenea y me sentaré a esperarla. Más allá de ese punto, ya no hay nada y por detrás de mí y a mi derecha y a la izquierda, solo la oscuridad de la noche se presenta”.

 

 Cuando amanecía, ya muy cansado y con las plantas de los pies llenas de heridas, a lo lejos descubrió la casa. Más al fondo descubrió las torres de la Alhambra, la gran vega aun más lejos y luego el infinito y el azul del cielo. De la casa, por la chimenea, no salía ni una chispa de humo y todo parecía como dormir en un ancho mar de silencio. Otra vez se dijo: “Pero si no la encuentro y tampoco en ningún momento regresa ¿para qué habré andado todo este camino y con tanta ilusión en este alma mía ya tan vieja?”

 

 

 

COMIENDO FRENTE A LA ALHAMBRA

         Tenía un trozo de tierrecilla que usaba para sembrar algunas plantas. Algo así como un pequeño huerto con lo que se entretenía y de donde sacaba algunas hortalizas y frutas. Porque en este trozo de tierra, crecía una noguera, dos almendros, una higuera y un ciruelo.

 

               Sembró aquel año, unas matas de tomates de la especie rosados, tres o cuatro matas de pimientos, hierbabuena, perejil, albahaca y dos matas de calabazas del peregrino: esas bonitas calabazas que tienen como dos cuerpos y en el centro un cuello y sirve para llevar agua, como en los tiempos antiguos. Todas estas plantas, al llegar el verano, le dieron una muy buena cosecha, tanto en cantidad, sabor, color y olor. Por eso, a lo largo de todo el verano, el hombre recogía cada día su cestica de tomates, berenjenas y pimientos. Y con su familia y amigos, con gusto compartía estos frutos.

 

               Avanzó el verano y ya con el otoño también muy adelantado, una tarde revisó el trozo de tierra de su huerto. Al llegar a las tres matas de tomates cherry que junto a la higuera había sembrado, vio que de sus ramas aun colgaban un par de docenas de estos redodicos y sabrosos tomates enanos. Se dijo: “Voy a coger solo unos cuantos, los envuelvo en una servilleta de papel, me voy por las calles de Granada y, cuando me encuentre con alguien que me los aceptes, se los regalo”. Y sin pensarlo más, esto fue lo que hizo.

 

               Despacio recorrió las calles de Granada, por las riveras del río Darro y por el barrio del albaicín. Miraba a las personas que se cruzaban con él y no encontraba la que buscaba para regalarle sus tomates. En el Puente del Rey Chico, estuvo sentado durante un buen rato y en todo momento observando. Iban y venían muchos turistas pero a ninguno se atrevía ofrecerle lo que en sus manos portaba.

 

               Caía la tarde, abandonó el puente, caminó por la pequeña plaza del Paseo de los Tristes, siguiendo el muro que separa al río y al llegar frente al edificio del hotel Reuma, la vio sentada en uno de los bancos que aquí hay. Tenía sus piernas cruzadas, su pelo oro y azabache, brillaba frente a la Alhambra y era muy hermosa. Joven estudiante extranjera que sostenía en sus manos una pequeña fiambrera llena de comida. Saboreaba el alimento comiendo despacio mientras miraba a la corriente del río y observaba las torres de la Alhambra y él se acercó, la saludó, le mostró la servilleta de papel que llevaba en sus manos al tiempo que desliaba lo que en ella tenía envuelto y ofreciéndoselo le dijo:

 

- Te regalo estos exquisitos tomates cherry que acabo de coger de mi huerto para que acompañes los alimentos que saboreas.

 

               Movió su mano hacia él al tiempo que extendía los dedos haciendo un signo de prohibido mientras pronunciaba suavemente:

 

- ¡No, gracias!

 

- Pues perdona y lo siento.

 

Triste se alejó y pensativo siguió bajando por la calle, mientras se decía: “Puedo entenderlo pero yo se los he ofrecido de corazón y porque realmente son buenos estos tomates míos”.        

 

 

 

 

415- LA NIÑA DEL LLANTO

 

               Caía la tarde del último día de abril y hacía calor. Se le vio cruzar el puente del Aljibillo y tomar para la derecha. Por donde hay algunos aparatos para hacer gimnasia y tres bancos de hierro junto al muro del río. Al frente se veía el bosque que desde la muralla de la Alhambra cae para el río, las torres en todo lo alto, el azul intenso del cielo y algunas nubes decorando. Era primavera y por eso el vientecillo estaba cargado de esencias que se mezclaban con el rumor de las aguas del río.

 

               Antes de llegar al último banco que junto al muro mira para el edificio del Rey Chico, se asomó al cauce del río. Descubrió, en la hierba de la orilla sentados y a la sombra de los álamos, a varios jóvenes que se entretenían con sus perros y con los pies metidos en las claras aguas. Y estaba mirando para este rincón cuando la sintió llorar. Volvió su cabeza y la vio. En el primer banco de los dos que hay junto al muro, las dos estaban sentadas. La que enseguida imaginó que era la madre, no muy mayor pero sí de cuerpo grueso. Junto a ella, la figura de una niña que tenía su cabeza doblada, recogida entre las manos, las rodillas y las dos piernas.

 

               Se movió en busca del segundo banco, donde daba la sombra del almez y había pensado sentarse. La observó con más precisión al pasar frente a ella y sin pararse, le preguntó a la madre:

- ¿Por qué llora esta niña?

La mujer levantó su cabeza, lo miró como explorando y pronunció unas palabras en inglés. No entendió nada pero si vio que la pequeña, de unos diez años de edad, alzó su cabeza y también lo miró. Luego volvió a doblar su cuerpo y siguió llorando a la vez que pronunciaba palabras que tampoco entendía.

 

               En el segundo banco se sentó, sacó el cuaderno, cogió el bolígrafo y se puso a escribir. Sin apartar su mente de la niña que en el banco cercano lloraba al tiempo que la observaba como de reojo. Descubrió que su pelo era rubio, la piel de cara y manos, muy blanca y su cuerpo delgado. En el árbol que junto a este primer asiento crece, se oía cantar a un mirlo y por el arroyo que desciende por el barranco del Rey Chico, resonaban los trinos de un ruiseñor. De fondo se oía el rumor de la corriente del río y en todo lo alto saludaba la figura de la Alhambra.

 

               Se preguntó una vez más: “¿Por qué llorará esta niña en esta tan clara tarde de primavera y en este rincón tan especial de Granada?” Y recordó en este momento que justo por estos días en la Web de la Alhambra se anuncian algo que llaman “la ciudad de agua”. Doce postales sonoras y virtuales. Reflexionó en silencio mientras seguía oyendo a la niña que junto a él lloraba y a la madre desgranar palabras en inglés que no entendía. Y en su cuaderno escribió:

 

               “No sé quién eres y apenas de refilón acabo de ver tu cara. Y de alguna manera intuyo que eres frágil, tierno tienes tu corazón como la flor que brota y tu alma y cuerpo, limpios como las lágrimas que ahora mismo chorrean por tu cara. Si se me permitiera te regalaría un abrazo y te apretaría contra mi pecho. No puedo evitar sentirte bella como la más pura y fresca primavera. Por eso ya estoy sintiendo el vacío de tu ausencia, dentro de un rato, en este lugar de Granada. Porque te marcharás no en mucho tiempo y yo seguiré aquí sentando pensando en ti.

 

               Volveré también mañana y pasado y muchos días más a lo largo de mucho tiempo. Y te echaré de menos. Ya lo estoy notando. Pensaré en ti junto a este río de Granada y a los pies de la Alhambra y no tendré ni la más mínima esperanza de volverte a ver y menos de limpiar tus lágrimas y besar tu frente. Pero tengo que decirlo para que lo sepa el cielo: Yo también lloro cada día al tiempo que rezo a Dios y maldigo al que me daña. Y no puedo hacer nada para irme de su lado y que desaparezca de mi vida.

 

               Pero tú no te preocupes. Yo el pequeño y sin nombre ni apellido, ahora lloro por tus lágrimas y porque me gustaría abrazarte y consolar tu pena. Lloro por tu ausencia a partir de un rato y lloro por lo mucho que te echaré de menos cada vez que por aquí vuelva. Sabiendo que ni por ti ni por mí ni por el dolor que me duele dentro, podré hacer nada. Y ya ves qué viejo soy y lo cansado que de la vida me encuentro. Desde este banco, a través del aire y frente a la tarde con la Alhambra sobre la colina, te regalo un pequeño poema para que no se me olviden ni tus lágrimas ni este momento:

 

                                                           Un nido pequeño

                                            en mi corazón ya tienes

                                            y es sincero.

                                            Tus lágrimas me duelen,

                                            ángel del cielo    

                                            y me duele saber

                                            que te echaré de menos

                                            a partir de ahora mismo

                                            y en cada momento.

 

                                                           Niña dulce y desconocida

                                            y como de incienso,

                                            te regalo mi dolor

                                            y un limpio beso

                                            porque sueño jugar contigo

                                            un día en el cielo”.

 

 


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